Ortega y Gasset nace en Madrid, en 1883, en el seno de una familia de la alta burguesía española relacionada con el periodismo. Él mismo decía que “había nacido en una rotativa”. Su pensamiento y actividad filosófica no se pueden desligar de la preocupación por España. Así este tema aparece en obras como La España invertebrada o las Meditaciones del Quijote. Esta es una preocupación que el filósofo hereda de la generación del 98 y que viene exigida por la propia realidad social y política del país. Los acontecimientos de finales del s.XIX (guerra de Cuba, pérdida de Filipinas), ponen en evidencia la decadencia del estado español. Posteriormente, la dictadura de Primo de Rivera, las dos guerras mundial, la guerra civil española y la dictadura de Franco no harán sino acrecentar esta preocupación. De hecho, a causa de esta última, el propio Ortega tuvo que exiliarse del país.
Su generación, la del 14, se caracterizará por el europeísmo, racionalismo, cientifismo y republicanismo. Según Ortega , la solución de España pasa por la cultura. Con este espíritu funda en 1923 la Revista de Occidente, que contribuyó a difundir las novedades intelectuales. Y es que, si bien política y económicamente, Esapaña atravesaba una profunda crisis que la sumía en un importante retraso respecto al resto de Europa, no ocurría lo mismo en el ámbito cultural, hasta el punto de que este periodo es conocido como la Edad de Plata, destacando nombres como Ramón y Cajal en ciencias, Albéniz y Falla en música, Gaudí en arquitectura o Picasso y Sorolla en pintura. El propio Ortega se interesó bastante en las vanguardias de principios del s.XX como muestra en La deshumanización del arte.
El europeismo de Ortega está presente en toda su obra. Tras estudiar filosofía y letras en la universidad de Madrid, partió a Alemania donde se siguió formando y recibiendo en principio importantes influencias de la filosofía neokantiana, aunque se alejará de esta corriente tratando de superar su idealismo. Recibe entonces influencias de Nietzsche, de quien asume la idea de verdad como perspectiva y la defensa de los valores vitales aunque corrige su desprecio a la razón de Occidente. Si la filosofía de Nietzsche se conoce como vitaslimo, la de Ortega se llamará raciovitalismo, pues vida sin razón conduce a barbarie. Otro autor del que recibe también influencia es autores Husserl y, por supuesto, hay que mencionar el existencialismo de Heidegger o Sartre. Esta corriente sostenía que el hombre no tiene esencias, sólo existencia y, por tanto, tenía que hacerse desde la más absoluta libertad. Sin caer en la angustia vital que esto provoca a los existencialistas, Ortega nos compara con náufragos que han de ir haciendo su propia vida, una vida que como individuo y como pueblo nos da una perspectiva única como expone en la obra que nos ocupa El tema de nuestro tiempo
La filosofía de Ortega se conoce como raciovitalismo, que sitúa a la vida en el centro de su filosofía pues es, según sus propias palabras, la realidad radical. Es decir, el filósofo no está en contra de la razón, sino del racionalismo. En El tema de nuestro tiempo lo llama ingenuo y primitivista. Comete el error garrafal de despreciar la vida, de olvidar que la vida es el fundamento de la razón y que esta, la razón no es algo separado del mundo, sino "toda acción intelectual que nos pone en contacto con la realidad". Para Ortega la razón sin vida es formalismo vacío; pero la vida sin razón es incultura y barbarie. La personas somos como náufragos que necesitan de la filosofía para orientarse en la vida. Por eso la filosofía no puede ser un saber acumulativo que dé unos conocimientos o verdades establecidos de una vez y para siempre. La filosofía de Ortega no pretende alcanzar una verdades inmutables. Por el contrario está anclada a nuestras vidas concretas que transcurren en un periodo histórico concreto. Pues la vida de la que habla no es entendida en sentido biológico, ni en términos abstractos, sino que tiene un sentido biográfico e histórico. Ella es de lo primero que nos damos cuenta. De hecho, uno de sus atributos es su carácter evidencial, lo primerísimo de lo que nos damos cuenta y, además, es la realidad radical porque es la condición de posibilidad de cualquier otra cosa. Dicho con otras palabras: todo lo que nos ocurre es porque estamos vivos.
Esta vida s encuentra unida a un momento y tiempo histórico concreto. "Yo soy yo y mis circunstancias", dijo Ortega, y si no las salvo a ellas no me salvo yo, añadió. Es decir, la vida es ibertad en la fatalidad y fatalidad en la libertad. Somos arrojados a un mundo que no hemos elegido y en el que tenemos que construirnos. Vivir es ocuparse de, comprender nuestra relación con lo que no soy yo, con esas circunstancias mencionadas, con los demás, con las creencias, ideas y opiniones insertas en le curso de la historia, porque nuestra vida es historia, proyecto siempre inacabado porque siempre se está viviendo ; y esa razón que, hemos visto, está unida a la vida, es por tanto razón histórica y narrativa, pues comprendemos las cosas cuando llegamos a narrar su historia.
A diferencia del racionalismo que pretendía encontrar verdades inalterables y universales, Ortega cree que está en la naturaleza de la filosofía, en su misión para orientarnos en el mundo, el hecho de volver una y otra vez hacia sus principios, revisando los mismos problemas que son tratados de manera distinta según en el momento en el que estemos. Es, nos dice, un saber en espiral, nace y renace en los momentos de crisis. La filosofía ha de permanecer fiel al peculiarísimo contenido de su problema, que no es otro que la vida.
Ortega desprovee a la realidad de un carácter absoluto. No es del ser de lo que se ocupa, sino de lo que nos afecta, del mundo, que no es igual a la totalidad de lo existente, sino el horizonte de nuestro vivir, aquello que nos afecta, de lo que nos preocupamos, porque vivir es ocuparse de lo otro. Esto, que ocurre a nivel individual, sucede también a nivel de pueblos. Por eso hablamos del mundo de los romanos, de los griegos, de los europeos… Sin embargo, el mundo no es algo que nosotros podamos elegir. Según Ortega, podemos elegir estar o no en el mundo; pero, si elegimos estar, no podemos decidir en qué mundo. Somos arrojados a él como actores a una obra de teatro ya empezada. Ahora bien, una vez en ella, podemos elegir qué papel ejecutar porque no hay ninguno escrito. Esto es lo que expresa el autor diciendo que la vida es una mezcla de libertad y fatalidad. Este hecho nos dota, como individuos pero también como pueblos, de determinado punto de vista único que constituye su perspectiva. Por eso cada hombre tiene una “misión de verdad”. Lo que cada hombre o pueblo conoce no puede ser conocido por ningún otro. Esta postura epistemológica se conoce como perspectivismo, que no hay que confundir con el relativismo.
Un relativista cree que no es posible conocer la verdad porque cuando intentamos conocer, deformamos la realidad según las estructuras cognitivas del sujeto. Ortega no opina esto. Al conocer no deformamos la realidad, lo único que ocurre es que no conocemos la totalidad de lo existente, sino que captamos un aspecto que nadie más que nosotros puede porque nadie, excepto nosotros, ocupa nuestra perspectiva.
La ingenuidad del racionalismo es similar a la de algunos pintores que creen que su punto de vista capta la realidad, cuando verdaderamente sólo reflejan una perspectiva. Es asumir que esa razón que conoce es una razón atemporal y universal. Es olvidar que, al conocer, la razón lo hace desde un punto de vista desde el que accede tan sólo a un aspecto de la realidad, conocimiento se iría enriqueciendo al sumar e integrar las distintas perspectivas. Por eso, frente a lo que opinaría un relativista, dice el autor que las culturas se pueden comparar y establecer el nivel de desarrollo histórico de su verdad: lo que los romanos sabían del Mediterráneo es distinto a lo que saben los europeos del s.XXI. La cultura contemporánea de occidente presenta un conocimiento del mundo más rico y elaborado que el de los pueblos prehistóricos.
Por otra parte, aunque las circunstancias son importantes, no determinan mi vivir. “Yo soy yo y mis circunstancias”, decía Ortega; pero luego añadía y “si no las salvo a ellas, no me salvo a mí mismo”. Es decir, no podemos refugiarnos en las circunstancias y renunciar a construir nuestro propio proyecto vital. El ser humano es "novelista de sí mismo". No hay una naturaleza humana o una esencia fija quiénes vamos a ser, sino que tenemos que inventarnos.
El autor propone una moral de la autenticidad que se complementa con su teoría de las generaciones expuesta en La rebelión de las masas. Cada generación está compuesta por élites y masas. Esta no es una clasificación social ni económica, sino que depende de nuestra actitud, de nuestra capacidad de autoexigencia para construir nuestra vida desde la autenticidad o de la dejación de uno mismo.
El hombre masa no tiene ninguna sensibilidad para lo superior, se deja arrastrar por las circunstancias que, cuando son favorables, le proporcionan todo lo necesario para vivir. No se exige y cree que todo lo que tiene es tan suyo y de forma tan natural como el aire que respira. Sin embargo, cuando las circunstancias son adversas, privado de la capacidad de reflexión, el hombre masa sólo actúa y es fácilmente manipulable por cualquier tipo de ideología o líder siniestro, como él mismo advertía en el mencionado libro. Debemos, pues, ser fieles a nosotros mismo, a esa vida única que jamás antes que nosotros se ha dado, que no está escrita y nos dota de un punto de vista insustituible para conocer la realidad.
Más aún, la confianza de Descartes en la razón es tal que sólo porque piensa sabe que existe. Él se llama a sí mismo res cogitans, pues, en un principio, puede dudar de todo, incluso de su propio cuerpo. Sin embargo, cuando intenta dudar de que duda, es evidente que está dudando. Incluso si fuera falso todo lo que piensa, el hecho es que lo está pensando. Ésa es su primera verdad, que él que piensa, existe. Pero para Ortega nuestra existencia es lo primero y más evidente que captamos.No existimos porque pensamos, sino que pensamos porque existimos y necesitamos orientarnos en la vida.
A partir de la razón, y con un método de pocas reglas, pretende elaborar el conocimiento. Lo importante para el filósofo francés es no admitir como cierto ningún principio que no lo fuera, pues Descartes entiende el conocimiento humano como un inmenso árbol cuyas partes están todas conectadas. Si evitamos el error en los primeros principios, a través de la deducción, podremos ir obteniendo otros conocimientos y, de esta manera, la filosofía podrá ir avanzando progresivamente como lo hace la ciencia. Pero esto sería traicionar su peculiarísmo objeto de estudio, según palabras de Ortega. La filosofía no es un saber acumulativo, sino más bien en espiral. Ningún tema queda zanjado definitivamente, sino que periódicamente se retrotrae hacia su primeros principios y se plantea los mismo problemas cuyas respuestas se enriquece al ir sumando las distintas perspectivas.
La filosofía de Ortega está fuertemente ligada a su tiempo, el siglo XX. Este es un autor con una inmensa producción, al que preocupaban muy distintos temas. Especialmente España, de la que decía que había que europeizar. Influyó y recibió influencias europeas, como las de existencialismo, y fue maestro de la filósofa malagueña María Zambrano. Pero, entre todas sus obras, hay una que resulta especialmente actual: La rebelión de las masas. Este libro recoge una colección de artículos publicados en el diario Sol antes de la Segunda Guerra Mundial y en ellos habla de los peligros que corría Europa. Empieza la obra comentando uno de los problemas del s.XX: este siglo está superpoblado, lo cual es aún más cierto en nuestros días, y distingue en cada generación entre el hombre masa y la élite, como ya hemos visto en el pensamiento. El problema de la masa es su escasa capacidad crítica que la hace fácilmente manipulable en épocas de crisis, cuando, frustrados, necesitamos un objetivo en el que apaciguar nuestras iras. Tristemente, la historia le dio la razón al filósofo con el triunfo del fascismo y el nazismo en Europa una década después. Pero, hoy día, sin intención de ser alarmistas, vivimos circunstancias preocupantes. La crisis ha dejado en el paro a muchas personas, las prestaciones de nuestro estado de bienestar se ven recortadas y vemos crecer a partidos populistas que focalizan la solución a los problemas en el rechazo a los inmigrantes. Es el caso del Frente Nacional de Marine Le Pen, partido de extrema derecha, en Francia o en Suecia el partido demácrata antiinmigración Sverigedemokraterna, que ha superado por primera vez a los socialdemócratas, por citar un par de ejemplos. Es preciso, pues, retornar a esa moral de autenticidad, a la exigencia hacia nosotros mismos,a la filosofía para buscar soluciones sin caer en la demagogia y la simplificación de los problemas.