El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.
En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Transcurrido el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran temblor, porque el ángel del Señor bajó del cielo y acercándose al sepulcro, hizo rodar la piedra que lo tapaba y se sentó encima de ella. Su rostro brillaba como el relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: “No teman. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde lo habían puesto. Y ahora, vayan de prisa a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allá lo verán’. Eso es todo”.
Ellas se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”.
Hoy en este Sábado Santo no hay Evangelio, no hay Palabra de Dios para escuchar, porque la Palabra se ha callado. La Palabra está muerta, en silencio, está a la espera. Nosotros también deberíamos seguir en silencio para aprender a escuchar lo que a veces no podemos escuchar. Eso nos propone la Iglesia en este día. Jesús está en el sepulcro. Estamos a la espera de la Resurrección, estamos en Vigilia esperando la Pascua. Por eso la liturgia de la Iglesia permanece en silencio y no nos propone Algo del Evangelio para meditar, para que podamos experimentar el vacío y así volvamos a escuchar con alegría el anuncio de la Resurrección.
Todos sabemos y creemos que Jesús hoy está, está vivo, resucitado, pero también sabemos y creemos que es necesario revivir ciertas cosas, para no olvidar lo que él hizo por nosotros. Él murió, realmente murió, permaneció en el sepulcro y al tercer día resucitó. Es por eso que intentamos vivir este Sábado Santo así, de esta manera, hasta la Vigilia Pascual, en silencio. Silencio fecundo, silencio de amor, silencio de los que quieren escuchar porque necesitan la voz del Buen Pastor que nos habla con su dulce voz al oído. Imaginando a Jesús en el sepulcro; imaginando a María quebrada, destrozada por el dolor ....
En el día de hoy se celebró la Misa más importante de nuestra fe: "La Vigilia Pascual". Dejaremos debajo el enlace para que puedas presenciar esta Misa presidida por el Padre Juan Veiga, párroco de nuestra Parroquia San Luis Gonzaga.
Si lo desean pueden preparar algunas cosas para participar desde casa:
En principio tengan a mano una vela, la encenderemos juntos al comienzo de la misa, luego de bendecir el fuego y encender el cirio pascual. También tengan un recipiente con agua, ese agua nueva, recuerdo de nuestro bautismo, será bendecida durante la celebración y con ella nos rociaremos y bendeciremos nuestros hogares.
Y por ultimo busquemos un lazo blanco o trozo de tela de ese color para colocar en las puertas de nuestras casas como testimonio de la presencia de Jesús Resucitado en nuestras vidas..
En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.
Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscan?” Le contestaron: “A Jesús, el nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les volvió a preguntar: “¿A quién buscan?” Ellos dijeron: “A Jesús, el nazareno”. Jesús contestó: “Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan”. Así se cumplió lo que Jesús había dicho: ‘No he perdido a ninguno de los que me diste’.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?”
El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: ‘Conviene que muera un solo hombre por el pueblo’.
Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?” Él dijo: “No lo soy”. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó: “Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho”.
Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole: “¿Así contestas al sumo sacerdote?” Jesús le respondió: “Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?” Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: “¿No eres tú también uno de sus discípulos?” Él lo negó diciendo: “No lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo: “¿Qué no te vi yo con él en el huerto?” Pedro volvió a negarlo y enseguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron en el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.
Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo: “¿De qué acusan a este hombre?” Le contestaron: “Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído”. Pilato les dijo: “Pues llévenselo y júzguenlo según su ley”. Los judíos le respondieron: “No estamos autorizados para dar muerte a nadie”. Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?” Pilato le respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le contestó: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “¿Conque tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Pilato le dijo: “¿Y qué es la verdad?”
Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: “No encuentro en él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?” Pero todos ellos gritaron: “¡No, a ése no! ¡A Barrabás!” (El tal Barrabás era un bandido).
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a él, le decían: “¡Viva el rey de los judíos!”, y le daban de bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo: “Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en él ninguna culpa”. Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: “Aquí está el hombre”. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” Pilato les dijo: “Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él”. Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”.
Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: “¿De dónde eres tú?” Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?” Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”.
Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: “¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!; porque todo el que pretende ser rey, es enemigo del César”. Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tienen a su rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!” Pilato les dijo: “¿A su rey voy a crucificar?” Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que el César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz se dirigió hacia el sitio llamado “la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús. Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: ‘Jesús el nazareno, el rey de los judíos’. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Soy rey de los judíos’ ”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito está”.
Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Por eso se dijeron: “No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca”. Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Y eso hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo se la llevó a vivir con él.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: “Todo está cumplido”, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa.
Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.
El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.
Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.
Siendo un día de luto este Viernes Santo, consideramos que la mejor forma de reflexionar sea haciendo silencio. Por lo tanto no habrá audio, ni texto de meditación.
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?".
Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás".
"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte".
"Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!".
Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos".
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios".
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."
Pueblo de Dios.
1) El sacerdocio: hoy Jesús en la última cena instituye el sacerdocio, el ser mediador entre Dios y los hombres. Establece que sus apóstoles puedan llevar a Dios a su pueblo y a Dios hablarle de su pueblo. Es verdad que hay crisis de sacerdotes y que muchos padecen de amarguras... pero es saber que es el mismo Jesús quien los ha elegido "qué detalle Señor haz tenido conmigo...". Hoy reza por los curas, y si tenés un cura cercano mandale un saludo. Capaz que es cascarrabias o cara avinagrado. ¡No importa! Salúdalo, decile gracias, porque se la jugó por vos y por la Iglesia. Nadie es perfecto. No existe el papá o la mamá perfecta o perfecto, menos el cura perfecto. Hacemos lo que podemos. Pero aquí estamos, juntos, peleándola. Hoy hagamos al revés, le hablemos a Dios de los curas y acariciemos a nuestros curas por parte de Dios. Los acariciemos, no los golpeemos, que ya le dieron bastante...
2) La Eucaristía: creo que es un momento especial. Cuántos hoy extrañan comulgar y a cuántos les cuesta no poder comulgar. Comulgamos muchos espiritualmente para sentir en nuestra alma su presencia. Hoy Jesús nos muestra que vino a quedarse y está. Vino por vos y por mí. Cuando pase todo esto comúlgalo con todo tu cariño.
3) Su mandamiento: nos deja el amarnos, aceptarnos y querernos como hermanos. Estemos más unidos, por favor. Esta es una de las grandes crisis, la falta de unidad entre nosotros porque cada uno tira para su rancho, porque cada uno quiere ser protagonista, cada uno quiere poner su sello. Quien ama es humilde, solo le importa estar lo más cerca que pueda de su amor, con eso se conforma. ¡Ánimo! Si laburas en la Iglesia trabaja para que estemos unidos y, si no estás metido en la Iglesia, ayudanos a que estemos unidos, porque reunidos, seguro que estamos.
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?” Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo.
El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” Él respondió: “Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa’ ”. Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce, y mientras cenaban, les dijo: “Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme”. Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: “¿Acaso soy yo, Señor?” Él respondió: “El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido”. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Acaso soy yo, Maestro?” Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”.
1)El dinero: lo lleva a perder a la persona que le da cariño y amor, quien le da una identidad: Jesús. En Judas, el apóstol Juan nos pide que no veamos a una persona, sino más bien a una figura. Porque vos y yo tenemos algo de ese Judas. Porque él entrega a Jesús por monedas, pero capaz que vos entregas a tu familia por monedas, o a la persona que amas por esas monedas que te dan "seguridad" a tu vida. Capaz que después te das cuenta, como Judas, que cuando tenés lo material en tus manos, quedas solo y sin nadie a tu alrededor. Fijate si no estás hipotecando a tu familia. No sea que ya estés con dinero en mano pero entregando a quien amas.
2)Preparar: bueno... ¡A preparar la Pascua! Ya somos conscientes de la cuarentena y todo; pero también se viene la Pascua. A ponerse las pilas y a prepararse. Porque se vienen tres días, que los tenemos que pasar inolvidable, de oración y encuentro con Jesús. Prepara tu corazón, y a disponerse que se vienen días hermosos de celebrar tu fe.
3) Jesús: hasta el último instante busca que Judas se convierta. Le da el lugar de invitado de honor, le da el bocado al comensal selecto, busca en esa cercanía un cambio ¡Cuánto busca Dios tu conversión y tu cambio! Aprovecha, son días para encontrarte con vos y con Dios. Pero Dios, hasta el último instante te busca.
En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: “Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”. Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: “¿De quién lo dice?” Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?” Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”. Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.
Jesús le dijo entonces a Judas: “Lo que tienes que hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche.
Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden ir’ ”. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; me seguirás más tarde”. Pedro replicó: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Conque darás tu vida por mí? Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces”.
1) Jesús: tiene en claro quién es y a dónde va. Eso es lo que lo lleva a tener fuerza y poder enfrentar todo lo que se le viene, incluso una traición y el doloroso momento de quedarse solo. Vos también vas a pasar esas cosas, pero capaz que lo distinto a Jesús es que te olvides rápido quién sos y hacia dónde va tu vida. Hay allí un punto de diferencia con Jesús. En la vida pasamos momentos muy duros, como la de Jesús, hasta hay personas que nos traicionaron comiendo con nosotros. Pero no te olvides que podés salir de lo peor de la vida sabiendo quién sos y hacia dónde va tu vida.
2)Judas: sigue apareciendo la figura de Judas. Estaba ahí, sentado, esperando el momento. Ya todo lo tenía armado en su cabeza pero distanciado de su corazón. Hay veces que vos también te comportas como Judas, cerrándote en vos mismo, cuando la tenés toda armada en la cabeza pero parece que los sentimientos no están en tu vida. Todos tenemos un poco de este Judas.
3)Pedro: la figura de este impulsivo, este tipo que actúa ahí pero cuando la situación se presenta escapa. Hay veces que vos y yo somos mucho de bla bla, pero cuando hay que actuar arrugamos peor que gusano en frenada. Somos muy gallitos muchas veces para hablar, pero a la hora de los bifes nos escondemos. En esto hagamos un mea culpa vos y yo; porque muchas veces hemos dejado mal parada a la Iglesia diciendo una cosa y haciendo otra. Si hay algo que tengo y tenemos que hacer es pedir perdón por nuestra incoherencia y por muchas veces actuar distinto a lo que creemos y a lo que nos enseñó el mismo Jesús. Pidamos perdón por eso.
Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: “¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?” Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: “Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”.
Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.
1) María: se venían tiempos duros para Jesús. Todo se estaba complicando... y sí, Jesús también era hombre. Se refugia en el cariño de sus amigos. No va a buscar café ni un matecito ni un buen asadito... Jesús va a llenarse del cariño y el afecto de los suyos. Dejame que me imagine a Jesús que sabe que se le viene algo duro y se va a juntar con sus amigos porque necesita ver a la gente que quiere, sus amigos. ¡Cuán importante son los amigos en los momentos duros! Cuán importante es llenarte de ese amor profundo que te da la gente que te quiere. La verdad... que cuando te juntas con esa gente que aporta a tu vida salís con el pecho inflado y sos capaz de enfrentar lo que sea. Creo que en estos tiempos aparecen los afectos. Esa abuela que está extrañando ver a los nietos, esa mamá que está extrañando darle ese abrazo a sus hijos y así... Cuida a esa gente que te hace bien, cuida la amistad, cuida a la gente que te sostiene en las buenas y en las malas. Y cuando te toque ir a las cruces de tu vida no dudes en buscarlos. Los buenos amigos no juzgan, están.
2) María: ella demuestra que hay que darlo todo por quien uno quiere. Ella no se pone a pensar cuánto sale el perfume, ella se la juega. Vos jugate por las personas que querés, no andes calculando lo que te conviene o no. Jugate salga bien o mal, jugate, Es preferible equivocarse porque hiciste, a no hacer y criticar. María se la jugó y lo hizo con todo el cariño; ese cariño sincero y simple, pero profundo. Date cuenta en esta Semana Santa que las cosas fuertes de la vida no pasan por grandezas, pasan por la simpleza de decir "aquí estoy, me la juego con vos".
3) Judas: en estos días aparecerá la figura de Judas. Una imagen dura, a quien lo material le suena, pero su mayor crisis es que se deja llenar la cabeza por otros, pero no sabe lo que quiere. Qué feo cuando te gusta el dinero y no sabés qué es lo que querés para tu vida. Podés perderlo todo. Hoy jugate y capaz que no tengas que ungir a nadie, pero capaz que una llamadita o mensajito debas hacer hoy para consolar y ayudar a esa persona que la tiene negra o que se le viene una tormenta. Simplemente decile "aquí estoy".