Jesús comenzó su Misión entrando en el desierto. “Desierto” para encontrarse con Él mismo, para conocer cuáles son sus tentaciones (aquello que le apartaba de Dios) y cuáles sus fortalezas (los dones de Dios para darse a los demás y combatir esas tentaciones)

Las tentaciones no las podemos eliminar de nuestra vida, pues hasta Jesús las tuvo. Lo que sí podemos hacer es ejercitar nuestra voluntad y rezar para que nuestras decisiones sean signos del amor de Dios.

Nuestras limitaciones humanas hacen que estemos llenos de temores, miedos, ambiciones, deseos, .. que nos hacen inclinarnos al mal (el aferrarse a lo material, al poder, a la fama, a poseer más que el otro, …) Pero si Jesús no hubiera asumido la naturaleza humana, no se habría solidarizado con nosotros ni ofrecido su Vida.

Estamos tentados a decir mentiras, a desobedecer, a buscar formas de engañar y engañarnos, a disfrazar las cosas malas para que parezcan buenas,... Entrar en el desierto es difícil, es enfrentarnos a nosotros mismos, es muy difícil. Pero Jesús escuchó a su Padre y venció las tentaciones. Hagamos nosotros lo mismo. Escuchemosle para saber cómo se sintió y actuar en consecuencia. Tengamos confianza en que nos moldea y sacará lo mejor de nosotros.

Pensemos, durante esta semana, en todas aquellas posesiones y actitudes que nos alejan de Dios y oremos para que nos ayude a apartarlas de nuestras vidas con humildad y tranquilidad. Dios nos pide ahora, un espíritu arrepentido.

Durante esta primera semana tendremos algunos ratos de “desierto” para dialogar con Dios, para acompañarle y compartir su soledad, para conocer cuáles son nuestras tentaciones, aquellas que nos impiden acompañar a los que sufren y a ver a Dios en cada uno de ellos.

En el evangelio (Lc 4, 1-13) se nos invita a cambiar de modo de pensar: tener bienes, tener poder, tener fama no es la fuente de la felicidad. Hay que dejar esos criterios del mundo y ver sólo que el amor a Dios y a los demás será nuestra verdadera felicidad.

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