La experiencia de tener sed, en periodos prolongados, produce angustia. Esto lo saben muy bien los deportistas y los caminantes cuando han experimentado actividades que requieren un desgaste físico. Nosotros, como cristianos, también tenemos períodos de sequía cuando no encontramos el camino y se nos acaban las energías.

Jesús, hombre de carne y hueso, también tuvo sed y pidió de beber, pero al mismo tiempo deseaba dar agua viva a la mujer pecadora (Jn 4, 5-42)

Nuestro mundo tiene sed; millones de personas no tienen agua para cubrir sus necesidades básicas, pero hay muchas más que tienen sed de Jesús. ¿Les entregamos nosotros a Jesús? Presentarles a Jesús es una forma de ayudar y de amar. La mejor agua que calma nuestra sed, que nos ayuda a seguir adelante, que nos llena el corazón de alegría, son las palabras y el amor de Dios. ¿Me paro a contemplar la sed de otros (sufrimiento, necesidades…)? ¿Compartimos con los demás de este agua? ¿Somos ese agua para otros, esa palabra de ánimo, ese abrazo necesario, ese pan para el que tiene hambre, esa compañía en el camino, ese impulso para el que cree que no puede…? ¿¿Cuál es mi sed?? ¿¿Qué necesito??

En esta semana, vamos a entender que Jesús es vida y que esa Vida nos impulsa a vivir por amor y a compartir lo que somos y tenemos. En esta semana, dejaremos que Jesús viva en nosotros y lo llevaremos a los demás.


Pincha en los diferentes marcadores para acceder a las oraciones de cada día de la semana