Nuestras limitaciones humanas hacen que estemos llenos de temores, miedos, ambiciones, deseos, .. que nos hacen inclinarnos al mal (el aferrarse a lo material, al poder, a la fama, a poseer más que el otro, …) Pero si Jesús no hubiera asumido la naturaleza humana, no se habría solidarizado con nosotros ni ofrecido su Vida.
Estamos tentados a decir mentiras, a desobedecer, a buscar formas de engañar y engañarnos, a disfrazar las cosas malas para que parezcan buenas,... Entrar en el desierto es difícil, es enfrentarnos a nosotros mismos, es muy difícil. Pero Jesús escuchó a su Padre y venció las tentaciones. Hagamos nosotros lo mismo. Escuchemosle para saber cómo se sintió y actuar en consecuencia. Tengamos confianza en que nos moldea y sacará lo mejor de nosotros.
Pensemos, durante esta semana, en todas aquellas posesiones y actitudes que nos alejan de Dios y oremos para que nos ayude a apartarlas de nuestras vidas con humildad y tranquilidad. Dios nos pide ahora, un espíritu arrepentido.
Durante esta primera semana tendremos algunos ratos de “desierto” para dialogar con Dios, para acompañarle y compartir su soledad, para conocer cuáles son nuestras tentaciones, aquellas que nos impiden acompañar a los que sufren y a ver a Dios en cada uno de ellos.
En el evangelio (Lc 4, 1-13) se nos invita a cambiar de modo de pensar: tener bienes, tener poder, tener fama no es la fuente de la felicidad. Hay que dejar esos criterios del mundo y ver sólo que el amor a Dios y a los demás será nuestra verdadera felicidad.
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