Salinas de Upín

 

 

El proceso de la sal en las Salinas de Upín

Como les conté anteriormente, fui hornero de toda la vida en las Salinas de Upín. Mis manos han conocido el calor del horno y la textura de la sal como pocos. Hoy, con orgullo y algo de nostalgia, quiero contarles cómo era nuestra labor, un arte que ha dado forma y sabor a nuestra comunidad.

La jornada comenzaba con el estruendo de la pólvora rompiendo la montaña, desprendiendo terrones de sal gema. Transportábamos esos pedazos pesados en vagonetas hasta los tanques sumergibles, donde la sal se aclimataba a 24 °C. Era un proceso delicado, donde el saturador jugaba un papel crucial, limpiando y diluyendo la sal gema en salmuera, un líquido que luego me llegaba a mí y a mis compañeros horneros. En los hornos, cada detalle contaba. Nos dividíamos los trabajos: algunos nos ocupábamos de los surcos laterales y otros, como yo, nos encargábamos de los calderos. No todos cocinaban la sal al mismo ritmo; había que conocer el horno, sentir su pulso, su calor. Produciendo una o dos cochadas de sal por turno, dependíamos de muchos factores: la calidad del carbón, la temperatura, la habilidad de cada uno de nosotros.

Yo nunca llegaba tarde. Mantenía mi horno a toda mecha, controlándolo con un conocimiento que solo los años y la experiencia pueden otorgar. Mi trabajo era mi orgullo. Pero no todo era labor; en nuestros días de descanso, bajábamos de la montaña para disfrutar en las cantinas, lugares de encuentro donde la música y el juego de tejo eran nuestras recompensas. Ser hornero en Salinas de Upín era más que un oficio; era ser parte de una tradición, un eslabón en una cadena de generaciones que han dado vida a nuestra cultura. El trabajo era duro, sí, pero traía consigo un sentido de pertenencia, de estar haciendo algo importante, algo que nos definía.+

Nos jubilábamos antes debido a la dureza de nuestro trabajo, y a menudo nuestro salario superaba al de otros trabajadores por las horas extras y los recargos nocturnos. Pero más allá del dinero, lo que nos unía era la pasión por nuestro oficio, una pasión que se reflejaba en cada grano de sal que producíamos Así era la vida en las Salinas de Upín, una vida entrelazada con tradiciones, música, y un amor profundo por el trabajo que nos hacía ser quienes éramos. 

 

 

Trabajo en la mina

 

 

El Trabajo en la Mina 

Hoy quiero compartir con ustedes cómo era ese trabajo, no solo por las tareas que realizábamos, sino por lo que significaba para nosotros, los mineros. El trabajo en las salinas era más que un oficio; era una forma de vida que dejaba huellas indelebles en nuestro cuerpo y espíritu.

Nuestras manos, pulmones, ojos y espaldas eran testigos del esfuerzo diario. Cada marca en nuestra piel, cada tos o dolor de espalda, era un recordatorio del duro trabajo que realizábamos. Las faenas en las salinas no solo eran físicamente desafiantes, sino que también nos exponían a enfermedades crónicas e incluso a muertes prematuras. Pero a pesar de todo, seguíamos adelante, contribuyendo al progreso de nuestra comunidad y del país.

Papel del minero

En las Salinas de Upín, cada minero desempeñaba un papel crucial. Desde quienes trabajaban en las bocaminas, extrayendo la preciada sal, hasta los que manejaban los hornos, los caminos y la herrería. Incluso quienes laboraban en las oficinas jugaban un papel importante en este engranaje. La minería definía nuestras vidas, moldeando nuestras interacciones con la montaña y entre nosotros mismos.


A lo largo de los años, estos encuentros cotidianos en el lugar de trabajo se fueron solidificando, creando lo que hoy conocemos como la 'familia salinera'. Éramos una comunidad unida, no solo por el trabajo, sino por la vida compartida en las profundidades de la montaña y en el calor de los hornos. Este sentimiento de hermandad y camaradería es lo que hacía especial nuestro trabajo en las salinas, más allá del esfuerzo físico y los desafíos que enfrentábamos cada día.


En qué consiste ser un minero-salinero de Upín?

En mi tiempo en las Salinas de Upín, era claro que ser un minero-salinero significaba mucho más que simplemente un trabajo. Se trataba de una identidad forjada en el ardor de los hornos y en las profundidades de la tierra. La masculinidad era un rasgo distintivo entre nosotros, reflejada en los relatos de valentía y en las hazañas diarias que nos convertían en "auténticos salineros". Era un mundo dominado por hombres, donde la fuerza y el coraje eran moneda común.


Las mujeres, aunque presentes, tenían roles limitados, generalmente relegadas a tareas administrativas o educativas. No era común verlas en los frentes de trabajo más exigentes. La labor en las salinas se consideraba un dominio estrictamente masculino, un lugar donde se medía y probaba la fortaleza de un hombre.


Recuerdo vívidamente el proceso de ingreso y capacitación para nuevos trabajadores. Se decía que, para trabajar en los hornos, tenías que demostrar que podías soportar el 'infierno'. Y no era solo una cuestión de fuerza física; se requería una resistencia mental igualmente robusta. La presión, el agotamiento y las quemaduras eran parte del día a día. No era raro que muchos novatos, a pesar de su entusiasmo inicial, abandonaran el trabajo en las primeras semanas. El desafío era demasiado para algunos.

El hornero 

Trabajar como hornero en las Salinas de Upín era tanto un desafío como un privilegio. A pesar del desgaste físico que implicaba, especialmente por los extremos cambios de temperatura y las quemaduras, el puesto era muy codiciado entre nosotros. Allí, sobre el horno, un hombre demostraba su valentía y resistencia al enfrentar las altas temperaturas del carbón mineral, que podían alcanzar los 1.000 ºC. Era una prueba de hombría, una batalla diaria contra el fuego y el calor.


Los horneros, incluso hoy, mantienen que trabajar en las calderas es comparable solo al trabajo en los socavones, una actividad que se suspendió entre 1981 y 1983. Ambas tareas son eminentemente peligrosas y exigen una fortaleza y un coraje que van más allá de lo ordinario. Este tipo de labor no se puede comparar en absoluto con el trabajo en los talleres o en las oficinas. Es un mundo aparte, donde cada día es una lucha, no solo contra los elementos, sino también contra los límites de uno mismo.

Los Martilleros y Dinamiteros

Yo fui hornero en las Salinas de Upín, pero siempre admiré el trabajo de los martilleros. No era un trabajo sencillo; era una labor de precisión y riesgo. Recuerdo cómo extraían la sal, no siempre era a través de la salmuera. Había momentos en que sacaban terrones directamente de las galerías subterráneas, abiertas desde 1914.


Los martilleros eran esenciales. Ellos perforaban los huecos en las paredes de la mina para colocar la dinamita. Con martillos picadores hidráulicos, abrían orificios profundos en la roca salina. Cada día, debían abrir unos cuarenta huecos, y luego se colocaban cargas explosivas. Cuando estallaban, los terrones de sal se soltaban y eran transportados a la superficie.


Vi cómo el trabajo cambiaba a los hombres. La montaña era inestable, y a veces los túneles se hundían. En ocasiones, las tuberías de aire se rompían, y el ambiente se volvía asfixiante con el olor a gas metano. Los martilleros y los mineros aprendían a leer el aire, a sentir cuándo era el momento de correr hacia la superficie.

El Todero 

En las Salinas de Upín, empezar como obrero significaba ser 'el todero', el que hacía de todo. Tenían que limpiar, cortar pasto, abrir caminos, y cargar volquetas. En esa etapa, demostraban su capacidad de aguantar y adaptarse al trabajo duro, una prueba de su 'finura'. Ser 'guapo', en el sentido de valiente y resistente, era fundamental para sobrevivir en la mina. A medida que demostraban su valentía y habilidades, el administrador les confiaba tareas más complejas. Por ejemplo, pasar de ser todero a trabajar en los hornos era un gran salto, pero solo los más 'guapos' llegaban a ese punto. Era un sistema de ascenso laboral basado en la resistencia y la valentía, donde cada quien probaba su valor y su capacidad para enfrentar los retos de la mina.

Los Empacadores 

Antes de entrar en detalles sobre su trabajo, quiero mencionar la función crucial de los molinos en la extracción del mineral, un elemento clave para el levantamiento de ganado en la Orinoquia.


Los molinos trituraban la sal gema o sal roca, que luego era empacada y vendida para el consumo animal. Antes de la existencia de estos molinos, la sal se extraía en grandes terrones y se transportaba en mulas a varias partes del Llano. En los hornos, la sal se procesaba hasta obtener sal blanca y, una vez seca, se llevaba a las tolvas de madera para su empaque.


Los empacadores, como Luis Peña y los hermanos Castillo y León, jugaban un papel vital en este proceso. Eran responsables de distribuir la sal en costales de fique y lograban empacar hasta 200 bultos al día. Este trabajo no solo era físicamente exigente, sino que también requería habilidad y precisión. La sal empacada se almacenaba en bodegas, especialmente durante los inviernos largos, cuando las inundaciones dificultaban su transporte.

El Ingeniero- Administrador 

Durante mi tiempo como hornero en las Salinas de Upín, tuve la oportunidad de ver de cerca el papel crucial de los ingenieros-administradores. Recuerdo especialmente a Carlos Alejandro Carrillo y Alfonso Buitrago Gallo, quienes dejaron una huella imborrable en la historia de la mina.


Carrillo, un ingeniero de petróleos, se incorporó a las salinas en 1973 y se retiró en 2002, después de una destacada carrera que incluyó ser cofundador y presidente de Sales del Llano. Su trabajo implicaba no solo la gestión y el control de la producción de sal, sino también la dirección y supervisión del personal, asegurándose de que todos los procesos funcionaran de manera eficiente y eficaz.


Buitrago Gallo, cuyas fechas de servicio no recuerdo exactamente, fue igualmente significativo. Bajo su administración, se construyeron importantes infraestructuras como viviendas para los trabajadores, oficinas, la enfermería y el casino. También se duplicó el número de hornos, pasando de dos a cuatro en funcionamiento, lo que supuso un aumento considerable en la producción.


Lo más impresionante fue cómo, bajo la dirección de Carrillo, la mina continuó expandiéndose, añadiendo tres hornos más y duplicando la producción. Esto llevó a la contratación de más personal, generando empleo y contribuyendo al desarrollo económico, social y cultural del municipio. Cuando las salinas cerraron, teníamos siete hornos en funcionamiento.

El secretario Pagador 

Mi tiempo en las Salinas de Upín me permitió conocer a muchas personas dedicadas y talentosas. Uno de ellos fue Benigno Castillo, quien pasó de ser vigilante de la mina a ocupar el importante cargo de secretario-pagador. Su historia es particularmente inspiradora.


Benigno inició su carrera como vigilante, luego se convirtió en bodeguero de sal, y finalmente en almacenista. A pesar de haber pasado poco tiempo en la escuela, su deseo de aprender y su esfuerzo constante lo llevaron a ascender laboralmente. Se instruyó empíricamente, aprendiendo de sus predecesores en el cargo.


Como secretario-pagador, Benigno era responsable de elaborar la nómina y de comprar los insumos necesarios para la mina. Viajaba a menudo a Villavicencio o Bogotá para estos fines. También estaba a cargo de manejar las deudas de la empresa. Lo más impresionante de su trayectoria es cómo llegó a este cargo: tras un trágico accidente en 1966, cuando un vigilante ebrio hirió al médico Eduardo López de Mesa y al secretario-pagador Hernando Ramírez.


Desde ese incidente y hasta su jubilación, Benigno asumió un doble papel, manteniendo sus responsabilidades como almacenista y como secretario-pagador. Siempre decía con orgullo que él era el encargado de manejar todo el dinero, incluyendo las nóminas. Su historia es un ejemplo de determinación y crecimiento personal en el difícil entorno de la mina.

El médico, el enfermero y la farmaceuta

Recuerdo bien al último médico que trabajó en las Salinas de Upín, el doctor Brian Gómez. Entró en 1990 y se retiró en 1992, cuando la Concesión terminó. Su trabajo era crucial, no solo para los trabajadores y pensionados, sino también para sus familias y la comunidad cercana a la mina, sobre todo en emergencias graves como picaduras de serpientes o fracturas.


A pesar de las críticas externas hacia los costos de los servicios de salud, estos eran fundamentales dada la naturaleza de alto riesgo del trabajo en la mina. La presencia constante del médico mitigaba riesgos y aliviaba preocupaciones. Además, los trabajadores y sus familias tenían la libertad de elegir a sus especialistas y el lugar para sus tratamientos, lo que algunos veían como un lujo, pero era una necesidad dada la peligrosidad del trabajo.


En las Salinas también trabajaban enfermeros y farmacéuticos. Alirio Torres, conocido como “el abejón”, fue enfermero por más de dieciocho años. Su labor era fundamental, desde llevar historias clínicas hasta atender emergencias nocturnas. Y aunque suene gracioso, debía asegurarse de que los mineros tomaran sus medicamentos, pues a menudo los descuidaban.


La farmacia estaba a cargo de Jairo Rey y estaba tan bien equipada y surtida que superaba a la de Restrepo. El farmacéutico tenía que mantener el inventario, distribuir medicamentos y solicitarlos a Bogotá o Villavicencio. Aunque existía una separación entre los trabajadores de la mina y el personal de salud, todos contribuían al bienestar y la seguridad en las Salinas, formando parte esencial de nuestra comunidad.

El almacenista 

Tuve la oportunidad de observar de cerca el trabajo de diferentes profesionales, incluyendo el de los almacenistas. Uno de ellos, que recuerdo particularmente, es Don Luis Abel Gómez, conocido como “el perro Gómez”, por sus aventuras amorosas. Su historia es un ejemplo de cómo un trabajador podía ascender en la jerarquía laboral demostrando habilidades y competencias.


Don Luis Abel comenzó como un trabajador de oficios varios y, gracias a sus conocimientos básicos de matemáticas y lectoescritura, ascendió al cargo de almacenista. Este puesto requería una gran responsabilidad, ya que implicaba recibir y contabilizar el carbón, distribuirlo a los hornos según la necesidad y gestionar las dotaciones para los empleados, incluyendo las provisiones para la escuela y la enfermería.


Además de estas tareas, Don Luis Abel estaba a cargo de la contabilidad de la producción diaria de sal y de su registro en los libros del almacén. También coordinaba las ventas y los envíos de sal a las agencias con las que las Salinas de Upín tenían convenios. Recuerdo que mencionaba dos rutas principales para la distribución de sal: una gestionada por Ramón Plata, que cubría zonas accesibles por vía fluvial, y otra terrestre que operaba principalmente en verano.

El herrero 

La figura del herrero era indispensable en nuestro día a día. Recuerdo especialmente a José Gómez, conocido como "el perro Gómez", un hombre cuya habilidad y fortaleza eran esenciales en la mina. 

José, el herrero de las salinas, tenía una tarea crucial: mantener afiladas nuestras herramientas. Cada día, calentaba las puntas de barretones y barretas en la forja, las moldeaba a martillazos, y las afilaba con pulidoras manuales, chairas de diamante o cerámica, y piedras de afilar. Más de cincuenta barretones y treinta barretas, además de los machetes usados para desyerbar la montaña, pasaban por sus manos.

El calor del taller de José era casi insoportable, y el esfuerzo físico requerido era enorme. Pero lo que más recuerda y aún le afecta son las esquirlas de metal. Estas limaduras, que se desprendían al afilar cada herramienta, se incrustaban en sus dedos, ropa y, lo más peligroso, en sus ojos. 

Las profesoras

Recuerdo bien cómo era el trabajo de las profesoras en la escuelita de Salinas de Upín. Como hornero en las salinas, vi de cerca el papel crucial que desempeñaron estas maestras en la educación de nuestros hijos. Las docentes en Salinas eran más que maestras; eran guardianas del conocimiento y la moral para los niños de los trabajadores. En un mismo salón, enseñaban varios cursos, manejando con habilidad la atención y el aprendizaje de cada grado. Cubrían todas las materias del plan curricular, desde matemáticas hasta ciencias, y lo hacían con una paciencia y cariño que transformaban la pequeña escuela en un lugar especial.

Mis hijos estudiaron en esa escuelita. Recuerdo cómo, desde preescolar hasta quinto grado, las maestras se encargaban no solo de la educación académica, sino también de aspectos más personales como la higiene y el cuidado. La escuela no solo era un lugar para aprender, sino también un espacio para jugar y desarrollarse en el amplio patio, bajo la mirada atenta de estas dedicadas educadoras.

Lo más significativo era cómo las maestras, como la profesora Orlanda López y otras como Lupe Todoy y Nely Robayo, extendían su amor y vocación más allá de los hijos de los salineros, acogiendo también a niños de veredas cercanas. La escuela funcionó entre 1950 y 1981 y aunque cerró, las memorias de aquellos días siguen vivas en mi corazón y en el de todos quienes crecimos y vivimos en Salinas de Upín. 

“Los almuerceros”

También quiero contarles sobre los almuerceros, esos jóvenes que eran parte vital de nuestra vida en la mina. Ellos no estaban directamente vinculados a la salina, pero su aporte cultural y su interacción con nosotros, los mineros, eran fundamentales.

Los almuerceros eran niños y jóvenes encargados de subir las meriendas a los hornos, talleres y oficinas. Recuerdo a Luis Hernández Chala y Jesús Velandia, quienes subían los almuerzos desde el casco urbano hasta la mina, haciendo recorridos de treinta a cuarenta minutos. Eran contratados por familiares o conocidos que trabajaban en la mina y les pagaban una moneda por cada recorrido. Acumulaban estas monedas y las recibían los fines de semana.

Además de subir los almuerzos, los almuerceros bajaban con leche del hato lechero de Salinas de Upín. A cada salinero le mandaban tres o cuatro botellas de leche diarias. Los almuerceros siempre andaban descalzos, divididos en dos turnos: los que bajaban la leche temprano y luego iban a la escuela, y los que llevaban la comida cerca del mediodía. Eran expertos en tomar atajos y a menudo competían entre ellos por fuerza y resistencia.

Espero que te haya interesado conocer los distintos roles desempeñados en la mina.