La huella de carbono es la cantidad total de gases que causan el efecto invernadero (GEI) y que se generan por las actividades diarias y económicas de las personas. Este dato, que se mide en toneladas de CO2, nos ayuda a entender cuánto contaminamos y qué podemos hacer para reducirlo. Lo más importante es empezar con pequeños cambios en nuestra vida diaria.
Por ejemplo, cuando usamos el coche, cargamos el móvil o ponemos la lavadora, estamos produciendo gases que se acumulan en la atmósfera, aumentando el calor del planeta. Esto acelera el cambio climático, como advierte la ONU en sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Si no tomamos medidas, el futuro será mucho más difícil para todos.
El efecto invernadero es un proceso natural que permite que la Tierra mantenga una temperatura adecuada para la vida. Funciona como un invernadero: los gases de efecto invernadero (como el CO2, el metano y el vapor de agua) atrapan parte del calor del sol en la atmósfera, evitando que se escape al espacio
El problema es que las actividades humanas, como quemar combustibles fósiles, talar árboles, producir alimentos y desechos orgánicos, están aumentando la cantidad de estos gases, haciendo que se acumule más calor del normal. Esto provoca el calentamiento global y acelera el cambio climático.
El uso de vehículos motorizados que funcionan con combustibles fósiles como la gasolina y el diésel, es una de las principales fuentes de emisiones de carbono. Aviones, coches y camiones son grandes contribuyentes a este problema.
La generación de electricidad mediante la quema de carbón, petróleo y gas natural libera grandes cantidades de CO, a la atmósfera. Las plantas de energía son responsables de una parte considerable de la huella de carbono global.
Las fábricas y plantas industriales también emiten grandes cantidades de CO, La
producción de cemento, acero y otros materiales de construcción son especialmente
intensivas en carbono.
La agricultura intensiva y la ganadería también contribuyen significativamente a la huella de carbono. La deforestación para hacer espacio para cultivos y pastizales, así como las emisiones de metano de los animales rumiantes, son factores clave.
El consumo de energía en el hogar, desde la calefacción y la refrigeración hasta el uso de electrodomésticos, también contribuye a la huella de carbono. Además, la producción y el transporte de bienes de consumo, especialmente aquellos que no se producen localmente, aumentan estas emisiones.
Los desechos orgánicos, generados en gran parte por los humanos, producen al descomponerse metano, un gas de efecto invernadero muy peligroso.
Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), en 2019 los gases de efecto invernadero en la atmósfera alcanzaron niveles nunca vistos antes. La cantidad de CO2 actual es similar a la de hace más de tres millones de años, cuando la temperatura de la Tierra era unos 3 °C más alta y el nivel del mar estaba entre 10 y 20 metros por encima de lo que conocemos hoy. La huella de carbono ha crecido muchísimo en las últimas décadas: desde 1961 se ha multiplicado por 11 y representa el 60 % del impacto que los humanos tienen sobre el medio ambiente, según datos de la Global Footprint Network.