De los álamos vengo, madre,
de ver cómo los menea el aire.
De los álamos de Sevilla
de ver a mi linda amiga.
De los álamos vengo, madre,
de ver cómo los menea el aire.
De los álamos de Granada
de ver a mi linda amada.
Hélos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están ¡ay! los que fueron
honra del libre y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.
Ansia de patria y libertad henchía
sus nobles pechos, que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.
Españoles, llorad; mas vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores.
Y los viles tiranos con espanto
siempre delante amenazantes vean
alzarse sus espectros vengadores.
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre
paciendo va segura y libremente,
cuál con el sol presente
va de nuevo al oficio
y al usado ejercicio
do su natura o menester le inclina;
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mundo va cubriendo,
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
A tratar de un gravísimo negocio
se juntaron los zánganos un día.
Cada cual varios medios discurría
para disimular su inútil ocio;
y, por librarse de tan fea nota
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a vista de los otros animales,
aun el más perezoso y más idiota
quería, bien o mal, hacer panales.
Mas como el trabajar les era duro,
y el enjambre inexperto
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no estaba muy seguro
de rematar la empresa con acierto,
intentaron salir de aquel apuro
con acudir a una colmena vieja,
y sacar el cadáver de una abeja
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muy hábil en su tiempo y laboriosa;
hacerla, con la pompa más honrosa,
unas grandes exequias funerales,
y susurrar elogios inmortales
de lo ingeniosa que era
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en labrar dulce miel y blanda cera.
Con esto se alababan tan ufanos,
que una abeja les dijo por despique:
«¿No trabajáis más que eso? Pues, hermanos,
jamás equivaldrá vuestro zumbido
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a una gota de miel que yo fabrique».
¡Cuántos pasar por sabios han querido
con citar a los muertos que lo han sido!
¡Y qué pomposamente que los citan!
Mas pregunto yo ahora: ¿los imitan?
Mi juguete, mi sal, mi niñería,
dulce muñeca mía,
dad atención a cuatro desvaríos
y sed sujeto de los versos míos;
pero sois tan nonada, que os prometo
que aún no sé si llegáis a ser sujeto.
Dicen que un tiempo tan cobarde anduve,
que por vos muerto estuve,
y yo digo de mí, que, si os quería,
por poquísima cosa me moría;fig3-mujeritalicahollar
pero sé, que aunque me he visto loco,
que cuando os quise a vos, quise muy poco.
La alma un tiempo os di; que da, señora
la alma quien adora;
pero hallábase en vos tan apretada,
que os la quité por verla maltratada,
y aún le dura el temor, y dice y piensa
que si no estuvo en pena, estuvo presa.
Calabozo de la alma, y tan estrecho,
fue vuestro breve pecho,
que desde aquí mi sufrimiento admiro
y del vuestro me espanto, cuando miro
que aún vos tenéis la alma de rodillas,
si no es que entre las almas hay almillas.
A cualquiera persona que es pequeña,
¡oh linda, medio dueña!,
por el refrán le dicen castellano
que desde el codo llega hasta la mano;
mas en vuestra medida el refrán peca,
que no llegáis del codo a la muñeca.
Para un juego de títeres sois dama,
que no para la cama,
pues una vez que la merced me hicisteis,
cuando menos, pensaba que os perdisteis;
y dos horas después, envuelta en risa,
en un pliegue os hallé de la camisa.
Dama del ajedrez, dama de cera,
dama de faltriquera,
si queréis ver ocultas vuestras faltas,
dejad de acompañar mujeres altas;
que malográis así vuestros deseos,
porque fuerais enana entre pigmeos.
Pero quiero dejaros, mi confite,
mi dedo margarite,
mi diamante, mi aljófar, mi rocío,
pues será no meteros, desvarío;
que es una pulga poco más pequeña,
y, si es que pica, dígalo una dueña.