GRANADA, CIUDAD DEL BUEN GUSTO

Emilio Atienza

Granada más que descrita, ha sido cantada, suspirada en textos y partituras de todos los estilos, desde el ensimismamiento de Al-Saqundi, “…pasto de los ojos y elevación del alma…”, la admiración de Ibn Batuta que la definió “capital de Andalucía y reina de las ciudades”, hasta el entusiasmo de Pedro Mártir de Anglería y las visiones efectista de Víctor Hugo, Dumas, Chateaubriand, Gautier, Washington Irving…

De Granada, como de toda Andalucía, se ha forjado una visión literaria, imagen de una tierra mimada por la naturaleza y cortejada por sus dos pertinaces amantes: Genil y Darro que han alumbrado una belleza no imaginada por la más atrevida fantasía. Los granadinos pueden sentirse con orgullo ciudadanos del ensueño.

La Granada que gozamos a diario no es resultado de ayer ni anteayer, sino resultado de siglos, que si recibe las consecuencias de la gestión de cada momento, y eso mismo sucede en el que nos ha tocado vivir y que vivimos con preocupación cierta.

En el momento presente son varias las instituciones cuya gestión afecta a Granada directamente, pero entre todas ellas sin duda es el Ayuntamiento el que mayores obligaciones tiene ante su ciudad, y es que hay ciudades como Granada cuya categoría reclama no sólo buenos servicios sanitarios, de asfaltado, iluminación, etc., etc., sino, más aún, una actuaciones que permitan conservar su excelencia histórica y artística para evitar acabar convertida en una ciudad híbrida, impersonal. La cuestión presenta dos aspectos: uno de naturaleza meramente intelectual que afecta directamente al verdadero sentido de la “cultura granadina”, el otro es el material. Hace tiempo que la fisonomía de Granada se perturba por intervenciones arquitectónicas y urbanísticas de dudoso gusto, que amenazan la armonía de su paisaje urbano, con lo que la idea de Granada como categoría artística se ve amenazada. Aquí muchos vienen haciendo cuanto les viene en gana con el único criterio de que lo que hoy genera quince mañana rente treinta. Algunos habrán hecho un buen negocio pero todos vemos mermada definitivamente la perspectiva de la ciudad, que económicamente es incuantificable por el daño causado, a veces definitivo.

Escribió Harzenbusch que tres cosas pueden conocerse a primera vista de una ciudad: en qué estado se halla la educación de sus ciudadanos, cuál es su gusto artístico y cuál es el nivel de eficacia de su autoridad. Hoy pasear por Granada es indignarse ante groseras pintadas en nobles muros, a veces recién restaurados, por esculturas desmochadas o pintarrajeadas, acacias heridas, flores arrancadas, avenidas desarboladas... Ante este panorama la conclusión es directa: defectuosa educación, ausencia de sensibilidad en sus ciudadanos y deficiente ejercicio de la vigilancia del patrimonio y la correspondiente exigencia de responsabilidades. La urgencia de salvaguardar la estética y el buen gusto es prioridad irrenunciable en Granada y quizá sería acertado que en el Ayuntamiento existiera, como ya existen un Defensor del Ciudadano, un Cronista oficial y un Consejo Social, un Defensor de la Estética y el Buen gusto, que garantice la salud artística de Granada. Y es que el problema de la estética debe ser una obligación fundamental de la actividad municipal. Es urgente poner freno a destrucciones absurdas, a agresiones irreparables. Granada tiene un Plan de Ordenación Urbana, si es válido para preservar su belleza, cúmplase, de lo contrario revísese, corríjase o amplíese.

Toda Granada evoca gloria y hermosura, exige ser planeada, proyectada, soñada, amada, pensada y defendida, por su historia y por lo porvenir. Granada necesita brillar para vivir.