EDUCACIÓN

A FAVOR DE UN PACTO SOCIAL POR LA EDUCACIÓN

Emilio Atienza

Estamos en un momento en el que la Educación se ha convertido en tema de artículos, debates, informativos y hasta de tertulias, en casi todos los casos se abordan los problemas que la afectan con pasión, lo que no es de extrañar ante la importancia que como valores absolutos tienen la educación y los jóvenes para nuestra sociedad. Por ello cualquier iniciativa que vaya a favor del hecho educativo debe ser aplaudida. Recientemente Rodríguez Zapatero ha presentado un amplio paquete de medidas sobre Educación que sin duda beneficiarían a las generaciones que se están formando y a las por venir. La propuesta es manifiestamente positiva, sólo que la misma deberá acompañarse de soluciones que vemos más complejas porque implican cuestionar aspectos de un modo de vivir, de afrontar la realidad, de abordar soluciones a situaciones cotidianas, que exigirán una remodelación de la forma de entender la vida. Se habla mucho de educar en valores, vale, pero ¿dónde? sólo en la escuela y nada en la sociedad y la familia. La realidad se ha convertido en un auténtico paño de Penélope, en el que lo que unos tejen de día otros destejen durante la noche, y así nos va. Son muchos los problemas que inciden en la educación de los jóvenes que demandan cuando menos nuestra reflexión, y más estos días en los que nuestra sociedad se ha visto convulsionada por muertes estúpidas, en una reyerta estúpida, como todas, por una cuestión tan imbécil como la deuda de un CD. ¿Hasta dónde y cuándo vamos a mantener una situación de fracaso familiar y social? Para cuándo buscar soluciones a una escala de valores perversa que tanto debe a una sociedad ultraliberal en la que el éxito individual plasmado en la consecución del mayor número de ceros en la cuenta corriente es el objetivo prioritario a conseguir, hasta alcanzar situaciones en las que ni siquiera se atiende al valor de la vida humana como fundamental, y no sólo en el País Vasco como acabo de referir, aunque la situación de perversión de la realidad en este contexto social es evidente.

El esfuerzo que en la escuela se acomete por inculcar en los alumnos el sentido del respeto, la solidaridad, el anteponer con frecuencia el interés ajeno al propio, las formas correctas en el convivir diario, que son las manifestaciones fundamentales de la educación y la cultura, quedan desbordadas por los mensajes de la telebasura, de ese Gran Hermano permanente en que se ha convertido la televisión con sus mensajes que todo lo inundan y pervierten ante la pasividad o la impotencia familiar.

Algo no funciona correctamente en las distintas instituciones responsables de la educación que ha perdido su capacidad para formar e informar, es decir para cautivar con argumentos positivos, seducir con ideales y ejemplaridad, contribuir al desarrollo físico, psicológico, espiritual y cultural de los jóvenes. Educar no es sólo, que también lo es, enseñar historia, matemáticas, gramática, etc, sino preparar al joven para vivir su historia personal del mejor modo posible sin colisionar con los intereses colectivos sino aportando a ellos, enriqueciéndolos con su quehacer particular. Educar es despertar curiosidades, impartir sugerencias, desatar sorpresas, enseñar a pensar y resolver conflictos civilizadamente. Si educar es el arte de enseñar a pensar, la cultura es el oficio de aprender a vivir. Ni una ni otra pueden conseguirse sin educar la voluntad ni la inteligencia, dirigidas ambas hacia el enriquecimiento individual y colectivo. En este sentido las administraciones, en sus diferentes ámbitos: municipal, autonómico y nacional tienen que contribuir a la educación de pequeños y mayores, exigiendo en los servicios públicos de información y ocio como la TV a mostrar actitudes cívicas, programar espacios educadores, vigilar estrechamente el contenido de sus programaciones para que no contribuyan a distorsionar la formación de ciudadanos en su caminar por las sendas de la dignidad, de la paz, la comprensión y la cultura.

Sin duda que el aspecto de la propuesta de Zapatero para que las familias dispongan de más tiempo para los hijos debe ir acompañada de medidas que las ayuden a lograr el objetivo de educadores, y aquí una vez más está el gran desafío, que desemboque en el éxito o el fracaso aquella voluntad. Naturalmente, además de la voluntad política de hacerlo así, es necesario crear medios que lo permitan, centros de asesoramiento, personas especializadas, ayuda, en definitiva, y esto cuesta dinero lo que nos lleva a creer que el Gobierno actual no tiene ningún interés en contribuir a crear familias compactas y con su función educadora protegida ya que la propuesta última sobre el IRPF no va en esta línea. Paradójicamente, cuando los padres tenían menos conocimientos, debido a las vicisitudes por las que ha pasado nuestro país, su actitud hacia los hijos era más educadora, menos hedonista.

La educación es la socialización de los individuos en la consecución de una formación e información básica e imprescindible ajustada a unos tramos biológicos que garanticen la progresión del joven; acometida mediante el esfuerzo de todos los integrantes de la sociedad. Tarea que debe estar por encima del partido que gobierne, porque la convivencia, y de eso se trata, es un bien superior, por tanto las actitudes y medidas a adoptar deben ser fruto de un amplísimo debate y de unas conclusiones basadas fundamentalmente en el sentido común capaz de concluir en un Pacto Social por la Educación que la sitúe en el lugar que nuestra sociedad exige, aunque quizá no tenga del todo claro hasta qué punto muchos de sus sectores tendrán que involucrarse, además de la escuela.

Tenemos la obligación de hacer seres solidarios, pacíficos, sociales y para esto hay que llegar a un compromiso social intemporal, poner los medios necesarios a disposición de los agentes sociales encargados de ello, familias, administraciones, sociedades dedicadas al ocio...y ser inflexibles en el cumplimiento de los objetivos. Haciendo que la presión social obligue a los que no pertenecen a la sociedad a integrarse en ella.

Todo esto requiere una actitud de los gobiernos clara y decidida y nos tememos que a pesar de las manifestaciones ministeriales, el gobierno no está por la labor de dedicar sus esfuerzos a tal fin.

Es un hecho el elevado número de profesores de baja laboral a causa de la angustia y la depresión que les causa su trabajo. Evidentemente algo no funciona en la actividad escolar y desde haca muchos años, ahora el debate se ha intensificado por las reformas propuestas por el Ministerio y el partido socialista, cada una en su línea: desde elevar el número de profesores, invertir más en educación, reducir los alumnos por grupo, modificar programas y planes, introducir reválidas, recuperar normas de conducta: respeto a los mayores en edad o sabiduría, valoración del conocimiento, del gusto por el saber, por la lectura, sin las que realmente ninguna iniciativa cultural prosperaría, pero no es menos cierto que con todo esto no basta. La escuela sola es incapaz de resolver la cantidad de tareas que una Administración desorientada ha ido encomendándole hasta hacerla depositaria de todo tipo de formación e información, desde la educación sexual hasta la vial pasando por las drogas, alimentación, etc., etc., y ya se sabe aquello del que mucho abarca poco aprieta o aprieta mal. Y es que la escuela no puede con tanta tarea y menos aún en una época en la que una televisión degradada maleduca hasta el infinito cada segundo de cada hora de cada día de todos los días del año. Las familias incapaces de poner orden en su casa, desbordados por la influencia de la tribu juvenil en la que está integrado su hijo, no tienen otro recurso que exigirle a la escuela que soluciones lo que ellas no han podido resolver en convivencias de meses y años. Alguien deberá tener la valentía de nunciar que loa escuela no puede, ni debe, suplir la dejación de funciones elementales en las que han incurrido las familias: enseñar a un niño a sentarse correctamente, a respetar al que habla, a no comer en clase o en otros actos donde un mínimo decoro así lo exige, a defender sus ideas con argumentos y no a voces o empujones.

Ortega en su famoso libro La rebelión de las masas, afirma que un país bien organizado prioriza la formación cultural sobre la preparación profesional e incluso sobre la científica. Y, aunque en España no se han acometido de forma sensata ninguna de ellas, ya va siendo hora de que los responsables político escuchen el clamor y se tomen en serio la formación de los jóvenes. Para lo que muchas, muchísimas cosas habrán de ser modificadas en el sistema educativo, pero no bastará con actuar sobre él. Será necesario hacerlo también sobre las programaciones de las televisiones públicas, el sentido del ocio juvenil, la capacidad alienadora de una publicidad que tiende a cocalanizarnos y hamburgesarnos cada vez más y con mayor eficacia, hacer realidad la lectura, revisar los precios de libros, espectáculos y actividades culturales. En fin el modelo de una sociedad tan vacía como la que nos rodea.