Hno. Antoine Claude
Hno. Antoine Claude
Hno. Antoine Claude (Louis-Albert) CARREL VALDEYRON
"Pumpuncito"
Nació en Monjardin, Nime, Francia, el 23 de abril de 1887
Fue llamado por el Padre
el 27 de abril de 1962
en León, Gto. a los 77 años.
La vida del Hermano Antoine Claude fue un exquisito poema de bondad y candor. Se puede afirmar, sin exageración, que el solo recuerdo de su nombre en el Colegio De La Salle, de Santiago de Cuba, trae a la memoria de Hermanos y antiguos alumnos un recuerdo imborrable de “Pumpunicito”, el maestro de los más chiquitos.
Louis-Albert nació en Montjardin, diócesis de Nimes, Francia, el 23 de abril de 1885. A los 12 años, fue llevado por un tío paterno, el Hermano Novat-Marie para su educación, a nuestras escuelas de París. En 1900, con el deseo de imitar a su tío ingresa al Noviciado Menor de la Casa Madre y, en diciembre del siguiente año pasó al Noviciado y recibió el Hábito y el nombre de Antoine Claude. Hizo su escolasticado bajo la dirección del Hermano Anthime Louis. El joven Hermano parecía no tener muchas dotes para la enseñanza, por lo cual fue dedicado a los trabajos manuales, convirtiéndose pronto en un excelente cocinero.
1905. Ante las peticiones de Monseñor Ibarra, Arzobispo de Puebla, los Superiores autorizaron la apertura de dos escuelas en esa ciudad. El Hermano Antoine Claude, animado por su tío, se ofrece como voluntario para la fundación de la obra de los Hermanos en México, de donde fue fundador. El 4 de noviembre de 1905 se embarcaron los cuatro Hermanos que abrirían la escuela gratuita de la Concordia; llegando a México van a la Capital mexicana y consagran la nueva fundación a la Santísima Virgen en el Tepeyac. El Hermano Antoine Claude fue el encargado del trabajo del temporal en la nueva fundación.
A pesar de los escasos recursos económicos, comentaba un Hermano, él nos cuidaba y atendía muy bien, con mucha iniciativa y abnegación. Él hacía agradable la vida de la comunidad, por su alegría, modestia y su fácil y acogedor trato; se multiplicaba a sí mismo para prestar el mayor número de servicios a la comunidad.
El Colegio de la Concordia era un edificio viejo, un antiguo convento y había que hacerle muchas reparaciones materiales; el Administrador del Arzobispado se molestaba por el costo de esas reparaciones; el Hermano Antoine Claude le hablaba en francés y lo felicitaba por su buena pronunciación francesa y, así se ganó su simpatía, y termina facilitando todo lo que se requiere para las reparaciones.
En San Pedro y San Pablo, a donde fue enviado en 1906, se acababa de abrir una escuela de enseñanza primaria, secundaria, comercio e internado. Nuestro Hermano atendía todas las necesidades de este importante establecimiento.
En 1909, se realiza una nueva fundación en Puebla: La escuela gratuita de San Ignacio. El Hermano Antoine Claude es nombrado para encargarse del temporal y será el cocinero y, durante sus tiempos libres ayudaba en un grupo de los más pequeños. Es ahora cuando comienzan a sobresalir sus grandes cualidades y aptitudes para la enseñanza de los párvulos, lo cual hace que los superiores se den cuentas de que tiene actitudes y aptitudes para la enseñanza de los pequeños. Él mismo adquirió el gusto por la enseñanza, que poco a poco fue consumiendo la mayor parte de su tiempo.
En 1914 la Revolución de Carranza arrasó con todas las casas de México: 17 comunidades desaparecen en la tempestad y los más de 180 Hermanos, la mayoría franceses, tuvieron que abandonar el país.
Vivió durante cuarenta años en esa comunidad, con excepción de unos cortos intervalos, que vivió en el Vedado, Marianao y Santa María del Rosario,
Algunos testimonios de esos hermosos años vividos con Pumpuncito:
“La clase de los chiquitos, de Santiago de Cuba, que fue confiada al Hermano Antoine Claude, siempre fue muy numerosa; se procuraba que los niños no se inscribieran en escuelas donde no se les daba religión. El Hermano tenía en su clase más de 60 niños; durante más de diez años, su clase tenía más de cien alumnos. El Maestro los agrupaba en cinco grupos, según su adelanto; mientras que un grupo leía, el otro copiaba el texto, uno más dibujaba, otros trabajaban en el pizarrón...
Había que ver cómo los niños se aplicaban y, con qué gusto realizaban sus hermosos cuadernos, bien ordenados y las páginas sin espacios en blanco. Era un gusto visitar ese grupo y ver cómo todo mundo estaba ocupado en un va y viene, en perfecto orden y sin ruido. El Hermano Antoine Claude no castigaba, ni alzaba la voz, cuando daba una indicación, todo mundo debía escuchar.
Su experiencia con los chiquitos le hizo descubrir métodos y modos prácticos para hacerlos avanzar en la lectura, escritura y cálculo. Cada año, durante los exámenes, los padres de familia se admiraban de ver el avance de sus hijos, tanto en la lectura como en la escritura y trabajos en el pizarrón. Era conocido en toda la ciudad por su talento, como formador de chiquitos; ellos adoraban al Hermano Antonio y, en casa hablaban continuamente de él.
Pero todo esto, para el Hermano Antoine Claude era secundario, lo importante era la formación cristiana. Todos los días impartía la clase de catecismo, los hacía cantar, acompañando el canto con el armonio o el acordeón, enviado por su tío el Hermano Novat, desde París. Todo esto disponía maravillosamente a ese pequeño mundo para recibir la enseñanza religiosa.
El Hermano Director nos da el siguiente testimonio: “Yo seguía con interés las bellas lecciones de catecismo del Hermano Antoine Claude, y veía a los niños cómo escuchaban con placer y atención las explicaciones que les daba, con el fin de hacer más sencilla la doctrina. Les hacía amar la oración”.
Todos los años, más de 60 alumnos de su clase eran preparados para la Primera Comunión; él mismo daba la instrucción y la preparación, con gran cuidado. Todos conocían las oraciones necesarias, las verdades principales de la religión y la doctrina concerniente a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía. Les enseñaba de una manera muy práctica la forma de confesarse bien y les entusiasmaba con la belleza que es recibir la Sagrada Comunión, con el fin de hacerles desear la recepción frecuente de la Comunión.
Le hizo una petición al Hermano Procurador General de Roma, solicitándole rosarios benditos por el Santo Padre: “Para inculcarles a mis niños la devoción a María Inmaculada, le pido esos Rosarios, nosotros rezamos cada día una decena de rosario... Ellos mismos presiden la oración, nadie deja pasar su turno... y pedimos cada día por una intención especial: sus familias, por los bienhechores de la escuela, por los Hermanos, en general, por el Hermano Director y por Usted mismo.” Durante el mes de mayo, el Hermano organiza el ofrecimiento de flores ante el altar de la Santísima Virgen.
El secreto que el Hermano Antoine Claude tenía era hacer feliz a los niños y distribuirles frecuentes recompensas, con el fin de motivarlos a mantener el esfuerzo; empleaba bombones, dulces, así como los vales, preciosas monedas con las cuales compraban los “caracolitos” de mar, sobre todo los de tierra, que recolectaba durante los paseos semanales o, que los antiguos alumnos y algunas familias gustosamente le proporcionaban, sabiendo que esos caracolitos de colores, de formas variadas, eran comprados por los niños cada sábado, por medio de vales; esta motivación hacía que los niños trabajaran arduamente durante toda la semana.
Pero la más hermosa recompensa era “Titi”, un hermoso perrito que, durante muchos años fue célebre en Santiago de Cuba. Era chiquito, blanco, con lunares negros en el lomo, en las orejas y alrededor de los ojos, con una mirada brillante y una cierta inteligencia animal... En clase, el Hermano le decía: acuéstate y lo hacía, pon tu cabeza entre tus patas y obedecía; si le decía que viniera el perrito se acercaba de pie, en solo dos patitas. En los recreos, el perrito seguía a los alumnos, saltaba cerca de ellos y recogía la pelota, devolviéndosela a los niños, para que la volvieran a lanzar; era la alegría para ellos. La mayor recompensa que daba el maestro era que el niño que obtenía el primer lugar en la semana, se llevara a su casa a Titi para pasar el domingo con él.
Cerca de las Primeras Comuniones, a uno de los mejores alumnos, su padre le negó el permiso para hacer su primera comunión. ¿Cómo obtener el permiso? Escucha, amiguito, le dice el Hermano Antoine Claude, esta semana tú te vas a llevar a Titi. El perrito fue la alegría de la familia, incluido el papá. El niño aprovechaba la ocasión: Papá, le decía el niño, ¿me dejas hacer mi Primera Comunión? Seré feliz. Sí hijo mío, le dice el papá; asistió él mismo a la Primera Comunión del niño, admirando las enseñanzas religiosas del Hermano Antoine Claude.
Ciertamente, los niños eran felices con el Hermano Antoine Claude. Cada año, al inicio del curso, querían que ‘Pumpuncito’ continuara siendo su profesor y, la separación les hacía derramar lágrimas; muchos hubieran querido seguir con el maestro querido. Los años pasaron y, los antiguos alumnos recordaban con cariño y alegría la clase del Hermano Antoine Claude.
En la distribución de calificaciones y diplomas mensuales, el profesor preparaba los números artísticos del programa. En la fiesta de final de curso el maestro se lucía; los padres de familia escuchaban con gusto y admiración las declamaciones y los cantos de los pequeños “Bichilis”, como él llamaba a sus chiquitos.
El buen Hermano Antoine Claude envejecía; los Superiores le ofrecieron un descanso bien merecido en Santa María del Rosario, pero el viejo maestro no se resignó a dejar a sus chiquitos y su apostolado directo, así que toma una clase en el Vedado, luego en Marianao y, finalmente, en la escuela de San Vicente, escuela totalmente gratuita. El Hermano Director de esta escuela, la última residencia de nuestro Hermano en Cuba, escribió lo siguiente: “Admiro mucho la paciencia del buen Hermano Antoine Claude para con los niños pobres, víctimas de la ignorancia y las negligencias del entorno. Es una sorpresa ver la piedad que logra con los niños y el cambio notable que se produce en las vidas de estas creaturas.
Era muy querido por sus Hermanos de comunidad; era una bendición tenerlo como miembro de la Comunidad. La conversación del Hermano Antoine Claude era amena y placentera cuando hablaba de sus niños. Era muy servicial, hábil en la pintura, mecánica, carpintería, cocina...etc. Ciertamente, es en la cocina donde el Hermano es más hábil; los días de fiesta o de descanso es él quien prepara los alimentos, siendo la alegría de todos por sus postres y platillos, preparados por él mismo.
La recompensa por los cuarenta y cuatro años dedicados con generosa entrega a los niños en Cuba, fue la persecución que va a expulsar al Hermano Antoine Claude de esa tierra, tan querida por él. El 1 de mayo de 1961, el régimen castrista decreta la nacionalización de la Educación Católica y confisca todas las escuelas. Nuestras 14 comunidades desaparecen y los 5 000 alumnos son dispersados. Con los ojos rasados en lágrimas, pero firme en su ideal, nuestro Hermano se despide de los pequeños de San Vicente, para refugiarse en México, patria a la que amó y donde se inició en su apostolado, en 1905.
Llegando al Anáhuac, fue enviado a Tlalpan, a la casa del Noviciado, donde pasaría algunos meses. El Hermano Director de esa casa escribió: “Los novicios estimaban y veneraban a este religioso amable, lamentando su cambio. A pesar de su avanzada edad, fue un modelo de trabajo, de limpieza y regularidad. Se mostró siempre alegre en todo y con todo. ´Este Noviciado, decía, es un paraíso de donde he de volar al cielo´ ”. El Hermano Antoine Claude, en su vida conquistó tres coronas para el cielo, por haber sido perseguido en 1905, en 1914 y en 1961.
La salud del Hermano Antoine Claude se resintió, no debe seguir en Tlalpan. A principio de octubre sufre una crisis cardiaca, mal que ya era antiguo, pero agravado por la ciudad de México y por el frío. Los Superiores decidieron enviarlo al Noviciado Menor de León, donde el clima es más benigno y una altitud menor.
Antes, realiza un viaje a la ciudad de Monterrey. El anciano Hermano fue invitado a hablarles a los alumnos mayores, como fundador del Distrito; su plática fue una catequesis para aquellos jóvenes preuniversitarios, que quedaron admirados de la convicción con la que les habló. Al llegar a León, como en Tlalpan, escribió: “De parte de los Hermanos y de los novicios menores, todo es afecto, atención, regularidad, piedad y reina una gran alegría. ¡Qué hermoso testimonio dio sobre esta casa! El anciano no se hacía ilusiones. Los años pasan y la muerte se acerca, escribió Pumpuncito el 1º de diciembre de 1961. Sí, el Señor se va a hacer presente y, en cuatro meses más nuestro buen Hermano se presentará ante Dios, a quien sirvió con generosidad, en la persona de los niños[1].
[1] NOTICIAS NECROLOGICAS SEGUNDO TRIMESTRE DE 1962, traducción del H, Ignacio Alba
HH. Alejo, Dosas Lucien, Jaime Rivero, Antoine Claude, en 1956 cuando los 50 años de la llegada de los Hermanos a México. (histórico comunidad del Febres Cordero).
(Segunda fila). Hermanos Ronaldo Henderson, Anselmo, Julio Castrillón, Jorge Bonilla
En la revista La Salle en México se escribió una breve crónica de su final:
Dulce llama se apaga...:
El Hermano Antoine Claude fue llamado por Dios el 27 de abril de 1962 y, su muerte es un caso más que muestra cómo actúa Dios en las almas: en las circunstancias más ordinarias, el día menos pensado, sin aparato, sin golpes espectaculares.
Ese día el Hermano se levantó como de costumbre, hizo sus oraciones con la aplicación habitual, tomó un frugal desayuno y rezó sus tres decenas de rosario... como todos los días. Salió de la capilla, se dirigió a su cuarto, tomó la escoba para barrerlo y Dios lo llamó con la escoba en la mano. Un cuarto de hora más tarde llegó un novicio menor y el Hermano Carlos Thierry a su cuarto y lo encontraron semisentado en la esquina del clóset, aún con vida, se le avisó al Hermano Director, Leopoldo Angulo y al subirlo a la cama al poco tiempo expiró.
Su cuarto quedó como espejo de su sencilla vida, empleada en hacer feliz a sus Hermanos, cacerolas relucientes de limpieza, perfectamente colgadas en su lugar; ocho quesos oreándose, algunos jarabes y dulces confeccionados por él...libretas con recetas de cocina, recetas para hacer tinta para escritura y, más recetas de todo...
Cada rincón, cada libreta, cada detalle, destila la bondad infantil de este Hermano que se llamó a sí mismo “Pumpún caracolito”...
Y mezclaba la bondad con elevaciones espirituales que se antojan infantiles: en un trocito de papel, prueba un poco de tinta roja, preparada por él, y se lee: “excelente tinta roja...Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía”. Un diario principiado da fe de que “el primero del año ya pude comer tortillas... que el viernes primero del año... hubo todo el día adoración... que el 6 de enero se logró una magnifica fiesta muy “pumpucita”, como el diría.
...Que la suavidad de esta existencia, tejida con caridad, bondad y servicio dedicado al prójimo, sea un ejemplo que imitar.
Pidamos al Hermano Antoine Claude, uno de los fundadores del Distrito de México, que se perpetúe su espíritu en todas nuestras Comunidades; que su delicada caridad, el servicio prestado con bondad, la atención personal prestada a cada uno de nuestros alumnos, la sencillez en la donación, sean un bálsamo, un perfume que suavice todo; una llama que caliente nuestras frialdades, que haga desprenderse la escoria de nuestros egocentrismos[1].
Traducción hecha por el H. JUAN IGNACIO ALBA ORNELAS
Noticia necrológica No 31, pág. 470.
[1][1] La Salle en México, mayo de 1962 página 15