La dirección es la fase del proceso administrativo encargada de coordinar y guiar los esfuerzos de un equipo hacia el logro de los objetivos organizacionales. Implica la toma de decisiones, la comunicación efectiva y la motivación del talento humano para alcanzar resultados eficientes.
Los procesos administrativos propios de la labor de dirección reúnen una serie de características fundamentales:
Responsabilidad: La dirección debe asumir las posibles consecuencias empresariales derivadas de la toma de decisiones inherente a su posición.
Capacitación gestora: Dentro de las funciones administrativas derivadas de la dirección, se presupone una determinada cualificación profesional para la gestión de equipos y un perfil usualmente directivo.
Liderazgo: La dirección administrativa exige valores de gestión y toma de decisiones centralizadas en figuras emprendedoras o líderes profesionales.
Visión estratégica: La dirección afronta el futuro de una corporación, buscando su supervivencia económica en su respectivo entorno, así como la consecución de beneficios económicos.
Facilita el cumplimiento de metas: Permite orientar los esfuerzos del equipo hacia los objetivos estratégicos de la organización.
Mejora el desempeño del equipo: A través de liderazgo, motivación y comunicación, se optimiza la productividad y el compromiso de los colaboradores.
Coordina y alinea esfuerzos: Asegura que las actividades individuales y colectivas estén sincronizadas con la estrategia organizacional.
Favorece la adaptación al cambio: Una dirección efectiva permite enfrentar desafíos y responder a los cambios del entorno con mayor agilidad.
Promueve un clima organizacional positivo: Un liderazgo adecuado fomenta la confianza, el trabajo en equipo y la satisfacción laboral.
Los principios de la dirección empresarial tienen su origen en el libro de Henry Fayol (publicado en 1916) que, luego de los avances tecnológicos y de la práctica empresarial de las décadas siguientes, lograron mejorarse. En la actualidad se reconocen cinco principios básicos que permiten llevar adelante el desempeño de una organización:
La coordinación de intereses. Consiste en mantener la armonía entre los diferentes integrantes de la organización para que puedan llevar adelante sus objetivos (por ejemplo, mantener un equilibrio entre los intereses de los inversionistas, el directorio y los empleados).
La impersonalidad del mando. Consiste en el desempeño de la autoridad basado en requerimientos y en objetivos estipulados por la organización. La autoridad de mando debe actuar en base a los intereses y demandas de la empresa, no según su criterio e intereses individuales.
La supervisión directa. Consiste en hacer funcionar de manera correcta la cadena de mandos, a través de diversos canales de comunicación que permitan emitir órdenes, solicitar informes y recibir una respuesta. De esta manera, la autoridad puede brindar apoyo y seguimiento a cada responsable de un área.
La vía jerárquica. Consiste en la calidad de los mensajes que transmite la autoridad para que el receptor comprenda su carácter de veracidad e importancia. Los mensajes deben ser claros y precisos, sin dejar lugar a dobles interpretaciones. De esta manera se evitan malos entendidos, conflictos y rumores.
La resolución de conflictos. Consiste en evitar posibles situaciones de conflicto y en resolver problemas, aunque a simple vista parezcan de poca importancia (podrían empeorar a través de la difusión de boca en boca entre los empleados). El conflicto es un problema que se antepone al logro de las metas de la organización.
Aprovechamiento de Conflictos. Los problemas, además de ser focos rojos, sirven para aprender y pensar en posibles soluciones, también le dan al administrador la oportunidad de crear nuevas estrategias.