Extra 3: El otro lado del Puente de la Impotencia

Vida anterior: Helian Yi

La memoria era como un trozo de madera marchita lleno de agujeros. Parecía que muchas cosas absorbía, pero, en realidad, el tiempo la atravesaba y aquellas cosas que ver no se podía eran fáciles de olvidar. La vida de un humano era más larga que la de una seta matutina y más larga que la de una cigarra; los humanos siempre viajaban a pie y se perdían en ella.

Solo cuando de repente veían algo, esos años de recuerdos se agitaban y estremecían y, víctimas de la cicatriz de los viejos tiempos, los pensamientos no se detenían.

En el fuerte aguacero de ese día, Helian Yi recordó a Jing Beiyuan.

Recordó que, hace muchísimos años, cuando el padre emperador lo había traído en brazos al palacio personalmente, esa cosita tenía los dientes a medio crecer y todavía tenía sigmatismo. Como si estuviera hecho de porcelana, era una bonita chuchería de pupilas brillantes.

Jing Beiyuan había sido su lapa desde que era niño. Después de un largo tiempo, Helian Yi descubrió que este hombrecito no solo había crecido para volverse atractivo, sino que también era un observador nato. Sabía cuándo debía decir cosas y cómo incitar el afecto de la gente, pues fue acogido en el palacio a una edad temprana y eso producía un poco de prudencia inconsciente y sensata... como si fuera su compañero de sufrimiento.

Con extremo cuidado, se tantearon el uno al otro, se acercaron y se acurrucaron para compartir calor, como dos animalitos en este profundo palacio abismal.

Dependían el uno del otro para sobrevivir; Se hacían compañía.

Helian Yi −quien ahora tenía arrugas que trepaban por su piel− se encontraba junto a la ventana de su estudio, mirando el mundo que la lluvia prácticamente había enjuagado hasta la albura. Recitó esas dos frases en su corazón y pareció que las cuerdas unidas a sus músculos, huesos y venas fueron ligeramente rasgueadas. Ello dio lugar a un dolor acre difícil de describir.

Los niños crecían día a día. No estaba seguro de cuándo había empezado, pero Helian Yi sentía que los ojos con los que el otro lo miraba siempre tenían algo tenue e inefable en su interior. Entonces, se dio cuenta de que le gustaba a Jing Beiyuan. Y no como hermanos o amigos, sino como los hombres y las mujeres: era un amor apasionado.

Se quedó anonadado al principio, pero después lo entendió. En este mundo y sus formas, en este reino, en esta dinastía, en estas sucesivas turbulencias, ¿quién más podría gustarle aparte de él? En este lugar opresivo, ¿no era difícil decir "confianza" en voz alta, por no hablar de "amor"?

¿Y qué hay del propio Helian Yi? Probablemente estaba en las mismas... Helian Yi había reflexionado acerca de esto durante años, solo, dándole vueltas y vueltas, y descubrió que él tampoco parecía tener muchas opciones. Incluso si el padre emperador emitía un decreto en el futuro y refería a la hija de alguna familia de estirpe como su consorte, ¿cuánto sentimiento podría haber allí?

El día de la selección del harén, mirando, vivió el proceso desde la distancia. Al ver los hermosos y florecientes ramos de doncellas coloridas, de repente sintió que, si algún día hubiera una consorte heredera, parece que no tendría nada que decirle.

Dentro de todo el bullicioso y vivaz palacio, Helian Yi descubrió fácticamente que, al final, había convertido en un lenguaje superficial y frío cada relación. No había nada que decir.

Sopesó las cosas durante tres días. Decidió entregarse a sus sentimientos e... intentar amarlo.

Mientras pensaba mecánicamente, con el sonido de la lluvia en sus oídos, sus ojos entrevieron el cielo ceniciento y trató de pensar en qué tipo de humor tenía cuando estaba con él. Y recordó vagamente esa felicidad tan oculta. Abismado, recordó esas cálidas tardes; tomarle la mano mientras se reclinaban, hombro a hombro, en ese enorme árbol en el Palacio Oriental para descansar un momento y después despertarse para inclinar la cabeza: esa sensación de ver su rostro dormido que parecía rebosar su corazón. En un instante de aturdimiento, la idea de simplemente estar con él así durante toda la vida había tomado forma.

Esos pensamientos llegaron y se fueron demasiado rápido. Y ahora, al volver al presente, ni siquiera había podido recordar que alguna vez tuvo tales cosas en su corazón.

¿Y después? Se preguntó a sí mismo, ¿qué sucedió después?

Después... parecía que sucedieron tantos eventos. Jing Beiyuan se fue del palacio para regresar a su propia residencia. Los jóvenes crecieron y sus maquinaciones crecieron junto con sus cuerpos; los viejos amigos también se habían ido transformando lentamente hasta quedar irreconocibles.

¿Qué tipo de ser era Jing Beiyuan? Helian Yi sentía que lo había amado. ¿Cómo no amar a un hombre tan penetrantemente hermoso? Sin embargo, en algún momento desconocido, le empezó a tener un poco de miedo. Sin importar lo que estuviera pensando, el otro necesitaba solo una mirada, una insinuación apenas discernible, para poder saber tácitamente y hacer algo en su nombre.

Helian Yi se dio cuenta, por primera vez, de que, sinceramente, no conocía mucho al hombre. Sabía que su mente era compleja, pero no sabía que era tan compleja que los mortales no podían describirla. Sabía que conspiraba profundamente, pero no sabía que hacerlo hacía de la sonrisa vaga y difusa en su faz agraciada algo cada vez más difícil de calar. Sabía que reflexionaba sobre el corazón de los demás, pero no sabía que se había vuelto tan perspicaz que ahora su propia persona se veía transparente.

¿Cómo podía existir en el mundo una persona tan sagaz y aterradora? Esa pregunta –que no se podía revelar a los forasteros– se expandía en su corazón día tras día.

¿Qué buen final podían tener juntos alguien desconfiado y alguien hipersensible? Aun así... ciegos son los involucrados.

Hasta que Helian Yi conoció a Qingluan. Sintió que la había estado buscando durante miles de años. Era tan hermosa, y cuando bajaba la cabeza y los ojos, el resplandor de la templanza de sus rasgos se parecía en gran medida al de ese hombre. Pensativa, pero no excesivamente inteligente ni tan sagaz como él, por lo que no angustiaba a Helian Yi.

Siempre había sentido que sería genial si Jing Beiyuan no fuera Jing Beiyuan. Los cielos lo habían escuchado y le habían enviado a Su Qingluan.

De pronto, pensó que Jing Beiyuan quizás ya hacía mucho tiempo que se había convertido en parte de él. Podía comunicar sus intenciones sin necesidad de hablar y este último entonces llevaría a cabo las cosas más lóbregas e insoportables por él... Pero, con el tiempo, ni siquiera el propio Helian Yi pudo discernir si el que las hacía lo estaba haciendo por él o por sí mismo.

Aunque la racionalidad lo controlaba todo, los sentimientos no le habían permitido considerarse tan podrido o roto, por lo que no tuvo más remedio que echarle la culpa. Ese pensamiento de repente tronó en la mente de Helian Yi como si un hecho impactante acabara de ser revelado. Con la cara mortalmente pálida, no pudo evitar ponerse una mano en el pecho mientras trataba de recordar la apariencia de Su Qingluan, la mujer que alguna vez pensó que más amaba... pero solo pudo pensar en un perfil de cabeza gacha.

Se parecía a él... Se parecía a Jing Beiyuan...

Pero hacía mucho que Jing Beiyuan había muerto. Él mismo había dado la orden de concederle clavos a su ataúd.

Helian Yi sentía que sus reacciones y pensamientos se estaban volviendo morosos con la edad. El entumecimiento que surgió en su pecho se esparció lentamente por todo su cuerpo, como si fuera a sumergir todo su ser y su alma.

Así es, pensó. Beiyuan está muerto.

—¡Vengan! ¡Alguien venga aquí! —Helian Yi de repente rugió, preso del pánico.

Yu Kui entró dando tres pasos en dos. —Su Majestad —dijo.

—Cuando... cuando éramos jóvenes, ¿dónde quedó el colgante de jade que usábamos? —preguntó abismadamente.

Yu Kui, con sienes que ya se habían vuelto completamente blancas, quedo sorprendido por un momento al escuchar esto. —¿De qué colgante está usted hablando, Su Majestad?

—El que era... un conejito de jade. De dos cun, solo así de grande... —Helian Yi estaba prácticamente ansioso—. Beiyuan también tenía uno. ¿Dónde está?

Yu Kui se quedó atónito. Incapaz de obtener una respuesta de su parte, Helian Yi tomó la iniciativa de comenzar a hurgar en cofres y armarios en su búsqueda. —¿Dónde está? ¿Dónde lo dejamos? —murmuró para sí.

—Su Majestad... —Yu Kui notó que sus pasos se tambalearon un poco y apresuradamente avanzó al frente para agarrarlo—. Lo ha olvidado. Hace mucho tiempo que ese jade ya no está. Cuando estaba usted recorriendo un lago en aquel entonces, ¿no pasó a dejarlo caer?

—¿Se perdió? —Helian Yi murmuró en repetición.

Yu Kui miró a su amo con cierta incomprensibilidad. No lo entendía. Ese hombre se había ido hace tanto tiempo, ¿cuál es el punto de tratar de buscar estas baratijas?

—Ah. Se perdió...

Helian Yi suspiró y se sentó con perplejidad.

Así que... la persona ya no estaba y el objeto tampoco.

En el trigésimo sexto año de Rongjia, el emperador Rongjia Helian Yi quedó postrado en cama después de una fuerte lluvia y, a principios de otoño de ese mismo año, falleció.

Manantial Amarillo: Bai Wuchang

Durante todo el tiempo que caminó en los dos mundos del yin y el yang, ninguna de sus cuatro posibles emociones pudo hacerse presente, todo gracias a su cuerpo de papel maché. Se sentía sofocado al principio, pero con el paso del tiempo, se fue acostumbrando. ¿A quién de todas las almas errantes, pasmadas y semiconscientes de aquí le mostraría emociones?

Una vez acostumbrado, se volvió apático y su corazón se endureció lentamente. Las vidas y muertes de los mortales no eran más que trabajo y, dado que las veía tan seguido, no mucho pensaba al respecto.

Así fue hasta que tuvo un día de inatención y segó por error el alma de una mujer.

Debido a esto, el juez del inframundo lo hizo quedarse en un rincón durante diez años enteros y pensar en lo que había hecho. No le importó. Había cometido un error, por lo que merecía sufrir un castigo, y después de soportarlo, volvería a hacer lo que debería estar haciendo. No fue hasta que se cumplió su período de penalización y fue liberado, que se percató del hombre peliblanco de expresión indiferente junto a la Piedra de las Tres Vidas.

No lo sabía en ese momento, pero fue entonces cuando su castigo realmente acababa de comenzar.

El juez señaló deliberadamente al hombre para que lo viera. Solo entonces comprendió que, incluso si solo había segado por error el alma de una mujer común y corriente, había alterado el destino de tantas personas.

Hay que hacerse cargo de los propios errores, pensó, y fue a buscar al príncipe para disculparse. Soso, se paró ante él y le habló solemnemente. Pero, en contra de las expectativas, el hombre peliblanco simplemente le echó un vistazo, asintió con una expresión vacía en sus ojos y nunca dijo nada.

Bai Wuchang supo que las almas mortales del hombre todavía estaban en la tierra de los vivos.

A partir de entonces, su mirada siempre lo siguió inconscientemente. Lo vio no querer beber la sopa de Meng Po, vio a Meng Po suspirar en voz baja y lo vio caer en el reino animal, renacer solo para morir una muerte violenta. Entonces, como si lo hubieran poseído, iba personalmente a traer su alma. Se venían por el heladísimo camino al Manantial Amarillo, uno al frente y otro atrás, sin tener nada que decir.

Despedirlo, ir a buscarlo. Despedirlo, ir a buscarlo de nuevo.

Tras varios siglos interminables, en su último encuentro, finalmente lo vio detenerse en el Puente de la Impotencia, tomar en silencio la sopa de Meng Po y cerrar los ojos mientras se engullía tres cuencos como loco. Se quedó tan quieto como una piedra durante mucho tiempo y después abrió los ojos, solo para que su consciencia estuviera tan clara como siempre. Con un resoplido sarcástico, se dio la vuelta y se fue, sin mirar a nadie más.

Bai Wuchang de repente pensó: El señor Séptimo... en todos estos años, no me ha mirado ni una sola vez.

A menudo le dejaban la imagen de su espalda escuálida y huesuda, con un cabello blanco que caía por sus hombros como un montón de nieve. De repente, se enojó. En unas decenas de milenios, esta fue la primera vez que el segador de almas supo lo que era "estar enojado".

Eso se debía a que, durante todo este tiempo, jamás estuvo en sus ojos.

Así que siempre me has odiado, pensó en silencio. Entonces, tendré que compensártelo.

Se creyó poseído, pero, aun así, estaba perfectamente feliz de hacerlo.

En sus últimos momentos, por fin se vio reflejado en los ojos del hombre. Su rostro no sonrió, pero su corazón sí. Me miraste, así que no me arrepiento de nada.

Mientras se hundía en el Estanque de la Reencarnación, tuvo un último albor de conciencia.

Si existe una próxima vida... nos volveremos a ver pronto.

Sobre ese “nos volveremos a ver pronto”, se traduce de 再见(你) que se significa “adiós” o esa despedida típica de “nos vemos pronto/luego” (“see you again later” en inglés, también "farewell" *música dramática*). Se podía traducir solo como “te veré luego”, también.