Capítulo 4: Una efímera vida de gloria

En este punto de su vida pasada, Jing Qi todavía era un adolescente muy joven y auténtico. Había perdido a su padre en el lapso de una noche y le tenía un 70% de miedo al futuro desconocido donde no tendría ningún lugar en el que apoyarse. En cuanto al 30% restante, ese era sentir la inmensa tristeza de lamentar lo que había sufrido. Había demasiadas cosas que un niñito no podría procesar adecuadamente, y cuando dichas cosas se acumularon, dicho niñito se vio atribulado por un colapso nervioso. Ni siquiera pudo velar al príncipe sénior en la noche de su Primer Siete, por lo que no se había enterado de que el generalísimo Feng se había valido de la noche para salir y visitarlos.

El príncipe sénior y Feng Yuanji habían tenido una amistad duradera y este último no era alguien que se restringiera a la etiqueta convencional. Pisó las estrellas para asistir al funeral de un viejo amigo, revelando un rastro de sinceridad raramente visto en esta era llena de hipocresía y falsedad.

Qué inesperado que en esta vida pudiera ver su rostro final antes de que abandonara la capital.

Jing Qi respondió a su pregunta con una sonrisa rápida:

—Sigo siendo el compañero de estudios del príncipe heredero. Ahora ya ha llegado a la edad de escuchar en la corte, y aunque yo no debí haberlos escuchado personalmente, sé un poco sobre asuntos de todos los tamaños.

Feng Yuanji soltó una risilla. Las palabras de Jing Qi inadvertidamente habían tocado algo en su interior y en ese momento ni siquiera pudo esconder el dolor y la indignación en su rostro. Pero siempre había sido un tipo tozudo y no estaba dispuesto a expresar dichas emociones en presencia de este niño. Por lo tanto, simplemente giró la cabeza para mirar el cielo oscuro fuera del pasillo, guardando silencio durante mucho tiempo hasta que pudo controlar su tono y expresión, reprimir la voz y hablar con toda la serenidad que pudo reunir:

—Incluso un bebecito como tú extraña a alguien por dentro, pero el que debería enterarse de ello no está aquí para hacerlo.

"Qué lástima que se te otorgue un asiento vacío a la medianoche, solo para que te pregunten por dioses y fantasmas en lugar de la gente[1]".

Las cejas de Jing Qi saltaron, pero antes de que tuviera tiempo de hablar, vio a Feng Yuanji voltear la cabeza una vez más. —Estas son palabras que no debería estar diciendo en voz alta, así que trátalas como si nunca las hubieras escuchado —dijo seriamente—. ¿Entendido?

Las velas blancas del pasillo titilaban débilmente con la ligera brisa, con un papel moneda que se medio quemaba dentro del brasero. El rostro del joven también exudó un poco de enojo que parecía haber salido de la nada y yació en silencio allí, con los ojos aparentemente pintados mientras lo miraban profundamente como si ya lo supiera todo. Feng Yuanji no pudo evitar el ablandamiento de su corazón al mirarlo.

Veía a Jing Beiyuan como un medio sobrino, pero ahora, Jing Mingzhe había abandonado su carga y él mismo estaba a punto de irse a Nanjiang, sin saber si sobreviviría o moriría en esa excursión. Sintió que la mirada que tenía este niño precoz y sagaz mientras vestía ropa de luto en un salón funerario era... excepcionalmente frágil y solitaria.

Debido a esto, suavizó su tono. —Hay una rebelión armada en Nanjiang y el emperador me acaba de ordenar que vaya a apaciguarla. Me... me temo que este viaje será una travesía ardua. No estaré en la capital, así que no podré cuidarte. Tendrás que hacer tu mejor esfuerzo.

Luego de una pausa, seguía preocupado, por lo que lo instó nuevamente:

—Sé que siempre has sido cercano al príncipe heredero y es una buena persona, pero...

A pesar de no haber leído muchos libros, Feng Yuanji se había sometido a varias décadas de trabajo en el funcionariado. No escupió el resto tras llegar a esa palabra, pero Jing Qi entendió lo que quiso decir. El emperador parecía estar en su apogeo, pero no era más que un estante de flores cuyo cuerpo había sido ahuecado por el hedonismo y todavía no se sabía quién gobernaría el país. Cuando llegara el momento, los tres hijos desatarían una guerra y el generalísimo Feng temía que se mezclara con esa corrupción.

Jing Qi sonrió suavemente, agregando un poco de papel moneda al brasero. —No soy nada más que un príncipe ocioso que se refugia en las sombras de sus antepasados y posee una reputación vacía sobre su cabeza. Otro niño ignorante criado en esta ciudad imperial que de vez en cuando le da un poco de entretenimiento infantil a su tío emperador. A los ojos de todos esos caballeros, soy el mismo tipo de material que el "Sr. Supervisor Censor" en el estudio. ¿Hay alguna persona perfectamente buena que me tome en serio? Te preocupas demasiado, generalísimo.

El "Sr. Supervisor Censor" era el estornino favorito del emperador, el que había injuriado a casi todos los funcionarios civiles y militares existentes. Pero cuando Feng Yuanji escuchó el escarnio del niño, se le cayó el alma a los pies. ¿Tan pequeño, pero piensa con tanta meticulosidad?

Al analizar sus cejas gachas y su sonrisa gentil, pensativo y profundo, no parecería en absoluto un niño.

—No me pasará nada malo. ¿Estás al tanto de que la batalla en Nanjiang es un esfuerzo vano, generalísimo? —dijo Jing Qi.

Feng Yuanji quedó conmocionado y no pudo evitar espetar:

—¿Por qué dices eso?

—Nanjiang es pequeña, pero desde el momento en que el Gran Fundador obtuvo el reino y dispuso que las vastas Nueve Provincias y la corte estuvieran del mismo lado, ese pedazo de tierra ha sido cual espina clavada en la garganta. Durante su reinado de treinta y seis años, el Fundador II Haowu fue a la expedición del norte dos veces, ordenándoles a los bárbaros del desierto del norte que se inclinaran ante él, pero terminó bebiendo arrepentimiento en la provincia de Nan y encontró una muerte heroica. La región de Nanjiang tiene muchas montañas y aguas sucias, así como miasmas y bosques densos. Dejando de lado el hecho de que es inconveniente de cruzar, nuestros soldados de las Planicies Centrales no están acostumbrados a la mugre y el agua de esos entornos y no se podrán aclimatar. Es más...

Que le diera una lección sobre historia era innecesario, por supuesto, ya que Feng Yuanji había comenzado a aceptar la voluntad de darlo todo hasta la muerte en el instante en que recibió el decreto. Simplemente no esperaba que el joven dijera esto, así que no pudo evitar interrumpirlo. —¿Quién te enseñó esto?

—El gran tutor Zhou —improvisó Jing Qi.

Feng Yuanji negó con la cabeza. Aunque el nombre del gran tutor Zhou Ziyi significaba elegancia, era un hombre anticuado de primerísima categoría que, cada vez que abría la boca, no podía pronunciar tres frases sin mencionar a los antiguos sabios. Definitivamente no comentaría asuntos áulicos con un niño, y más allá de eso, su cascarón era el de un erudito quisquilloso y crinado, por lo que no era probable que captara la lógica de esta campaña.

El niño sonrió en silencio.

Feng Yuanji consideró escuchar lo que tenía que decir. —Continúa.

Sin embargo, en lugar de ello Jing Qi dedicó un poco de esfuerzo a incorporarse, su cabeza mareándose un poco con cada movimiento, y se esforzó por estabilizar su figura. Se puso de pie, fue a cerrar la puerta del salón funerario y se volvió a sentar en su asiento original, respirando profundamente como si acabara de hacer un trabajo forzado. Solo después de ralentizar su respiración, susurró:

—El emperador actual se deleita en amoríos y parece no tener sensatez, su mente es un hueco de...

Esas palabras no llegaron a completarse antes de que Feng Yuanji le gritara con severidad. —¡¿El emperador es objeto de chismes acaso?! ¡Estas son palabras escandalosas!

Jing Qi estiró una mano y lo presionó suavemente para insinuar que no debería ser tan apresurado. La manga larga y blanca trajo consigo una ráfaga de viento frío. El generalísimo había rugido como loco, pero el joven no se vio en lo más mínimo afectado.

—…Sobre eso, debe hacer algunas cosas para que se registren en los libros de historia y hacer que parezca que tuvo algunas hazañas en la defensa del país. Extraño no eres, generalísimo, así que Beiyuan lo dirá sin rodeos. Hace mucho tiempo que esa gente ha estado observando ese medio pedazo del sello marcial que tienes, pero eres una pared de metal impenetrable que no se dobla ni ante la fuerza ni la persuasión, por lo que te consideran vanidoso en cuanto al poder que posees y eso inevitablemente causa las aprensiones de los altos mandos. Y así, un análisis de la intención del emperador dice que quiere usar esto como excusa para deshacerse de ti. ¿Son erróneas mis palabras, generalísimo Feng?

El otro guardó silencio.

Jing Qi suspiró. —No soy más que un júnior inmoral. Decir esto sobrepasa las normas, es tremendamente irrespetuoso y no debería decirse en primer lugar, pero... —levantó sus cejas delgadas de aspecto excesivamente guapo, mostrando un poco de magnificencia feroz mientras soltaba una risa fría—. Incluso si no te importa tu propio bienestar, generalísimo, ¿solo te vas a quedar de brazos cruzados mientras el emperador sufre el engaño de los viles y destruye personalmente la Gran Muralla?

El hombre lo miró con una mancha de oscuridad en el rostro, la emoción de su expresión no se podía discernir. Después de que transcurriera un largo rato, suspiró débilmente. —Obviamente eres un niño, pero ¿por qué operas la mente de un adulto y dices lo que dice un adulto?

—Si el país tuviera paz y prosperidad e hiciera buen tiempo, entonces actuar como un niño toda mi vida no sería un problema.

Feng Yuanji ignoró sus palabras mordaces hechas para la crítica, solo le preguntó suavemente:

—Entonces, en tu opinión, ¿qué debería hacer?

Jing Qi estaba a punto de hablar, pero el mayor levantó una mano para detenerlo.

—No, no es necesario que lo digas. —Feng Yuanji lo escudriñó, afectado por un montón de angustia—. Beiyuan, tu apariencia es principalmente la de tu madre y solo tus ojos son los de Mingzhe, pero tu personalidad es diferente a la de ellos.

Se puso de pie, con las manos detrás de la espalda, y miró desde la altura al joven que se arrodillaba allí. Su estatura aún no era suficiente, y tras sufrir este gran acontecimiento, su apariencia y rasgos eran tan frágiles y delicados como los de una dama. Pero por razones desconocidas, su actitud mientras yacía allí, con la cabeza levemente inclinada hacia arriba para devolverle la mirada, parecía inexplicablemente confiada y eso le hizo desarrollar la ilusión de que estaba discutiendo teorías con un par.

Era... solo una ilusión. Sabía muy bien que Jing Beiyuan no era más que un niño que había crecido en las profundidades del palacio.

—Estas son cosas que debería decirte dentro de dos o tres años, pero... me temo que no queda tiempo suficiente. Tienes un intelecto maduro para tu edad, así que, si quieres entender, escucha un poco de esto. No te obligaré.

—En aquel entonces, yo no aprobé en absoluto que Mingzhe te enviara al palacio, pero él ya estaba fuera de sí. Hace mucho tiempo que sus tres almas inmortales se habían separado de sus almas mortales. Probablemente se le hubiera hecho difícil cuidarte bien y también hubiera recordado a la difunta princesa consorte cuando te viera, lo que solo aumentaría su dolor. Yo quise llevarte a mi hogar, pero este nombre Feng, a pesar de mi reputación rotunda y de que todos quieren adular un poco las partes de "señor" y "general", no es más que un hombre vulgar con antecedentes militares. Solo tenías un año en esa fecha y cuando te sostenía en mis brazos siempre temía dejarte caer y romperte. Con lo preciado que es el joven heredero de la residencia Nan'ning, probablemente no podría mantenerte con vida si cayeras en mis manos, así que abandoné la idea, pensando que esperaría a que crecieras un poco...

Feng Yuanji rara vez tenía la paciencia para un diálogo largo, por lo que Jing Qi escuchó, sin atreverse a dejar pasar una sola palabra y dedujo abruptamente que había perdido a este sénior demasiado pronto, tan pronto que en realidad no lo había comprendido en absoluto.

—Pero no puedo esperar a que crezcas —sonrió, ridiculizándose a sí mismo, y su voz de repente se volvió intensa—: Que nacieras en una patria pudiente o fueras criado por las manos de una mujer son oportunidades que el destino ofreció. ¡Tu origen no importa, pero no puedes olvidar que naciste hombre!

Jing Qi lo miró fijamente.

...¿De dónde salió eso?

Feng Yuanji se dio la vuelta, mirándolo con ojos abrasadores. —Jing Beiyuan, un hombre nacido en este mundo no busca fama ni nobleza, sino un poderío imponente, y no busca riqueza ni gloria, sino no guardar arrepentimiento ni en la vida ni en la muerte. Yo, Feng Yuanji, tengo suficiente salario para comer como rey y no soy digno de corresponder los llamados de la gente de "generalísimo Pingxi". Me dedico a oponerme a los bárbaros, pacificar las luchas internas, vigilar las puertas y someter a los rebeldes. Esos trucos desleales e insultos viles que has visto en el palacio, jej... ¡Nunca podría hacer nada más que sentirlos por debajo de mi dignidad!

Cada una de sus palabras se estrelló en el suelo, pero Jing Qi se negó a responderlas durante mucho tiempo. He ahí en el salón, solo se oía el sonido ocasional de un crujido procedente del brasero. Ambos –uno grande, otro pequeño, uno de pie y el otro sentado– guardaron silencio durante un buen rato.

—Generalísimo, si eres demasiado rígido, te romperás con más facilidad —respondió serenamente.

Feng Yuanji resopló. —Es mejor romperse que doblarse.

Jing Qi sintió prontamente que el hombre parado ahí era más alto de lo que lo recordaba. Siempre había sido testarudo e inflexible, no escuchaba los consejos ni aceptaba las palabras de los demás. Incluso si un camino conducía directamente al Manantial Amarillo, se adentraría a su oscuridad, y si se topaba con la muralla del sur, no giraría la cabeza, y si veía un ataúd, no derramaría lágrimas. Era claramente un trozo de roca apestosa en una letrina.

Pero... también encajaba con la frase "leal hasta el final".

Un héroe al final de su camino seguía siendo un héroe. Jing Qi sonrió burlándose de sí mismo, ya que aunque se mostraba reacio a separarse de semejante talento, hablar sería insolente y ofensivo para él.

Suspirando, la expresión de Feng Yuanji se relajó y extendió su gran mano para palmearle la cabeza. —Eres realmente pequeño. No aprendas...

¿No aprender qué cosa de esa gente? Quedándose mudo, en realidad no estaba muy seguro de cómo continuar esa oración. ¿No aprendas su obsesión con las conspiraciones y los cálculos, ya que las personas maliciosas llevan a cabo asuntos maliciosos?

Sin embargo, al final... este niño no era como él.

—Generalísimo.

La voz juvenil del niño llamándolo suavemente lo trajo de regreso a la realidad y su corazón se ablandó. Al pensar en lo difícil que se le sería conocer la lealtad frente a la traición y la virtud frente al engaño a tan corta edad, reflexionó por dentro. Ese fue un conjunto de palabras serio y temía que el niño que ya había estado hilando fino pensara demasiado, así que relajó su expresión y le dio un sonido de beneplácito.

Jing Qi lo sopesó un poco. Reconociendo que el generalísimo Feng, al fin y al cabo, no era una persona ubicada en el mismo camino que él, se tragó las palabras que llegaron al borde de sus labios. “Nanjiang está muy lejos. Cuídate bien”, fue todo lo que susurró en respuesta.

Los caminos de este mundo eran como el rojo arruinado de la flora que todo lo cubría en el ocaso de la primavera y aquellos en pleno evento se veían obligados a entornar los ojos en medio del desastre de flores, incapaces de ver claramente el doloroso verano que se avecinaba con sus señales de amenaza. Sin ningún gobernante sabio arriba, ningún funcionario virtuoso abajo, aunque reencarnó, no era más que un niño ingenuo sin poder ni influencia. Se le había concedido el título de "príncipe Nan'ning", pero no había distinción entre eso y representar un títere ataviado de oro y plata.

No había nada que una simple herramienta pudiera hacer.

No podía impedir que este hombre se precipitara fervientemente a su muerte, no podía impedir la ruina inminente del país de la Gran Qing…

A finales de año, llegó la noticia de la enorme victoria en Nanjiang. Feng Yuanji era digno de ser llamado un generalísimo excepcionalmente bienquisto: el gran chamán del otro país permutó la paz y acordó enviar a su propio sucesor −el joven chamána la ciudad imperial para servir de rehén, lo que provocó la celebración de toda la nación.

El único punto de insatisfacción fue que el generalísimo Feng Yuanji había muerto en la batalla y el fuerte ejército de élite de cuatrocientos mil hombres de la Gran Qing casi lo había perdido todo en Nanjiang.

Pero a los ojos del hombre más importante sentado dentro del gran salón de la ciudad imperial, esto no era más que una manchita detrás de la victoria. Cuatrocientas mil personas y un general que le habían comprado una falsa reputación digna de quedar en los registros históricos se podían considerar muertes bien gastadas. Además, el hombre que había criticado y señalado condescendientemente sus errores ya no estaba, por lo que sus días serían más relajados y refrescantes.

El primer duque Helian Zhao al fin tuvo la oportunidad de meter la mano en ese poder militar casi impenetrable y terminó aún más extraordinariamente complacido consigo mismo.

Se acercaba el cierre del año y había mucho regocijo.

Como se decía, cuando un ciempiés moría, su cuerpo no se endurecía con la fatalidad de la muerte. Pero también se decía que una colonia de hormigas haría un agujero larguísimo debajo de él.

No era más que una crisis nacida de fuerzas externas, solo una podredumbre iniciada del corazón.

El invierno de este año fue particularmente frío, pero la ciudad imperial aun así cantó y bailó de alegría.

[1] Dos líneas del poema "El funcionario Jia Sheng" de Li Shangyin, sobre Jia Yi y el emperador Wen de Han. Jia Yi era un erudito muy culto, pero después el emperador comenzó a preguntarle por taoísmo en lugar de cómo gobernar el país.