¿Motivación interna o externa?

Cuando se habla de educación, aparece con frecuencia la palabra motivación, casi como un sinónimo: “hay que motivar a los niños y niñas para que aprendan”, “los profesores tienen que tener sus alumnos motivados”, etc. Incluso desde la ciencia parece haber un consenso sobre la importancia de este elemento para el aprendizaje, como nos cuentan David Bueno y Gerald Huther, entre otros. El cerebro parece funcionar mejor y retener por más tiempo un aprendizaje adquirido con emoción y motivación. Bien. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de motivación? ¿Es lo mismo que “nos motiven” a que “nos sintamos motivados”? ¿Cuánto más mejor?

Me parece esencial diferenciar los tipos de motivaciones que existen para evitar confusiones que, llevadas al día a día, repercuten negativamente en los procesos de enseñanza y de aprendizaje que ocurren en las aulas. Malentendidos que repercuten, también, en el desarrollo evolutivo de cada ser humano, en cómo un niño se percibe a sí mismo y cómo se relaciona con el entorno.

Existe una motivación que es externa, es decir, viene desde fuera y busca incentivar un comportamiento o acción mediante refuerzos positivos. En esta línea se encuentran los premios de todo tipo, desde los gomets o caritas ante un trabajo “bien hecho”, hasta las piruletas o regalos más grandes al terminar una tarea, generalmente asignada por el adulto. La premisa de este tipo de motivación es que las personas, en general, necesitamos estímulos desde fuera para realizar toda actividad, siendo el rol del adulto mantener esa dinámica constantemente en marcha.

El otro tipo de motivación es la motivación interna, aquella que se refiere a una búsqueda que parte desde adentro para realizar una tarea por la misma satisfacción de hacerla, por la conquista que implica y por el resultado obtenido o el disfrute del proceso. Esto supone la confianza en el impulso vital de cada persona, en su iniciativa y deseo de aportar y de realizarse. En este caso, el rol del adulto sería crear entornos que favorezcan esa conexión interna y la ejecución de las actividades espontáneas que surgen del niño y la niña.

Conociendo mejor ambas motivaciones, podríamos pensar: “Vale, la motivación interna está bien, pero si podemos reforzarla también desde fuera, mejor aún, ¿no?”. ¡Pues no! Resulta que no se pueden utilizar de manera combinada para potenciar la motivación en general, porque ocurre algo curioso. La motivación extrínseca, la mayor parte de las veces, va en detrimento de la motivación intrínseca, es decir: alguien que empieza haciendo algo por su propia iniciativa y recibe un premio por lo que hizo tiende a perder el impulso inicial de realización de la tarea. Es como si ya no fuera “suya”, sino “para otro”, y ya no le interesa tanto.

Son diversos los estudios* que muestran cómo la motivación externa disminuye la motivación interna, en vez de aumentarla o sumarse a esta. Aunque seguramente haya muchos matices por hacer en este tema, al menos que sirva para reflexionar sobre los efectos de utilizar constantemente el refuerzo exterior de los premios y elogios para lograr que los niños realicen sus tareas. Este tipo de intervención no sólo pierde efecto rápidamente, sino que genera una dependencia de los niños y niñas hacia la aprobación del adulto y, más grave aún, les enseña que no son capaces por ellos mismos de tener intereses propios y recursos para desarrollarlos.