Microficciones

la moneda

Ximena tenía ojos verdes oscuros, casi igual al verde del cocido que le calentaba las manos a esa hora de la mañana. Disfrutaba de ese momento tímido en que el día se le hacía parecido a un bostezo. Era el único momento en que sentía que el tiempo le pertenecía por completo. Luego, la vida se le iría diluyendo con el paso de las horas. Cara, dispararle a la mujer de tapado rojo. Un tiro certero en medio de la frente; ceca, seguir el cuento. Cuando se calzó el zapato derecho Ximena supo que ese sería un día innecesariamente largo en la tienda. Lo de siempre más lo acostumbrado daba como resultado un día de su vida. La casa parecía vacía de ruidos y de olores, o acaso era sólo un evidencia más de su comprobada soledad. Cara, clavarle un puñal en la espalda al viejo que da de comer a las palomas sentado en el banco de la plaza; ceca, seguir el cuento. Ximena buscó en su cartera las llaves de la puerta, y en medio del alboroto de pastillas y monedas, halló sin querer, como siempre, una vieja foto carnet de Horacio. La vio y sintió que ese hombre seguía siendo, al igual que siempre, un objeto más de su cotidiana existencia. ¿Qué sería de la vida de Horacio en este preciso instante? ¿Qué estaría haciendo? Acaso pensaría en ella, ¿se acordaría de ella? Cara, seguir a la mujer que sacó a pasear a su feo perro que camina con idéntica antipatía a la de su dueña, y empujarla desde el muelle para que se caiga al río con perro y todo; ceca, seguir el cuento.

Sacó la bicicleta y salió a la calle, a poner en movimiento el mundo. Ese mundo que no era el suyo, que no lo había elegido de manera alguna, más bien parecía que un Dios lejano, omnipotente, arrojaba una moneda al aire para decidir cómo seguiría su vida. Cara, empujar al muchacho de la patineta que se lleva a todos por delante, empujarlo hacia la calle, y que lo aplaste un auto; ceca, seguir el cuento.


ocultamiento

Echale agua, abundante. También brea, caliente y negra. Arena, cemento. Hojas, ramas, yuyos, mierda. Papel de periódico, sangre fresca, eso, así. Hay que cubrir bien, que nadie vea, que nadie sepa, que nadie lo encuentre. Ahora, humo, negro y espeso. Y, por último, una historia, breve y confusa. Está hecho.

instantes

Nos enamoramos en un viaje cuántico. Los viajes cuánticos duran apenas un instante, tanto como un parpadeo. Yo hacía el trayecto Marte-Saturno y ella hacía Tierra-Neptuno, la última parada de la línea en aquella época. Todos los días era la misma historia, subía, la buscaba entre la muchedumbre, me sonreía y pum el viaje se acababa. Pero hubo una vez en que el viaje cuántico duró cinco largos minutos. Hacía bastante tiempo que ningún viaje, sobre todo el subte cuántico, se demoraba tanto.

Para todos fue una calamidad. Dicen que aquello se debió a un paro sorpresivo iniciado por el sindicato de droides. Sería uno de los hechos destacados que iniciarían más tarde la revolución de los droides.

Sin embargo, para ella, y para mí, fueron cinco minutos inolvidables. Por fin podía observarla en detalle, acercarme y respirar el mismo aire que ella respiraba. Llegamos a cruzar un par de palabras, las necesarias. El servicio se reactivó y antes de que pudiera decir nada más estábamos en Saturno. Nos quedamos en el quantum y seguimos hasta el final del recorrido sacrificando instantes para seguir juntos. Nos bajamos en Neptuno. Tomados de la mano salimos de la estación y escapamos hacia los deslizadores tubulares. Sólo voy a decir que nos perdimos en una de las tantas cuevas de hielo de Neptuno donde la presión es tanta que el tiempo se detiene, tanto que los instantes pueden durar para siempre.

desigualdad

A no se sentía igual a B. A se sabía distinto de B. A odiaba a B. A sometió a B en cumplimiento de los principios universales de la Teleciencia que decían que A no era igual a B (todos saben que la Teleciencia fue creada por A). B se rebeló contra A. B venció a A y recuperó sus derechos. Ahora B era igual a A. A no aceptó la proposición inversa y la consideró una aberración telecientífica. 

A inició la contrarrevolución. A sostenía que B era corrupta e inmoral. A venció a B. Entonces, A demostró que era mejor que B. B desapareció de la ecuación. El estado de perfección profetizado por la Teleciencia finalmente ocurrió. 

Y entonces, todo fue A.

A era igual a A. 

A no soportó su propia equidad, e inventó a B.


la venganza del hisopado

Antonio es camionero. Le hacen el test de covid 19 porque tiene que hacer un viaje, y es lo que piden para dejarlo entrar a destino. Le hacen el hisopado de costumbre. De tantas veces que le han violado la nariz, ya no siente nada. Unas horas más tarde, en su habitación de aislamiento, le cae el médico, a quien jamás le ha visto la cara resguardada detrás del barbijo y la máscara, pero le conoce la voz de memoria. Llega hasta la puerta con un policía, que lleva un cuaderno y una birome. Esta vez es distinto. Se da cuenta enseguida. Te dio positivo Antonio, dice sin más el médico. Pero, no te preocupes vas a estar bien. No tenés fiebre así que no tenés por qué preocuparte. Pero no vas a poder viajar, y te vas a tener que quedar hasta que te dé negativo, le advierte. Antonio entiende, y acepta, qué más puede hacer. Eso sí, le dice el médico, necesitamos saber tus contactos cercanos de estos últimos días. Mira al policía que se mantiene a una distancia segura y se apresta a tomar nota. Antonio sabe lo que sigue, una vez identificados los sospechosos, va la policía a la casa, se arma todo el protocolo, y los sindicados entran automáticamente en cuarentena. 

Entonces, siente por primera vez en su vida que a pesar de todo lo grave del asunto tiene una oportunidad de desquitarse de unos cuantos. Se da cuenta de que no importa lo que diga, por lo menos hasta confirmar lo contrario, tiene el poder de arruinarles el día. Se siente superpoderoso. Enseguida piensa en su ex suegra, y en cómo le llena la cabeza a la hija, de la que se ha separado hace más de un año y que con la excusa de la pandemia no lo deja ver al más chico; piensa en el almacenero del barrio, que le cambia el precio de los productos porque subió el dolar, o bajó el dolar, porque la inflación, el iva, o porque sabe que anda con plata; piensa en su patrón, que le niega los francos de fin de semana, y le debe un par de quincenas; piensa en el pelado Pérez que se empecina en ponerle sobrenombres y se encarga de difundirlos en los grupos de whatsapp; el último que le puso le hizo hervir la sangre: “A Antonio, le dicen chino, porque le gusta comer bichos”. Piensa en sus compañeros de la primaria que le hacían bullyng en los recreos; piensa en el colectivero que no lo dejó subir porque se le quedó sin saldo la tarjeta; piensa en la cajera del super que nunca tiene ni monedas, ni caramelos, y se queda con su vuelto; piensa en los pendejos de la esquina que ponen la música a todo lo que da y se pasan armando fiestas clandestinas; piensa en su vecino que quema la basura y le llena de humo la casa; piensa y hace una lista de nombres y lugares en su cabeza. Piensa y lo mira al policía, que destapa la birome.

Piensa Antonio, y por primera vez en el día, se sonríe. 

negrita, no te vayas

Negrita, no te vayas, si vos sabés que yo te quiero. Desde que nos vimos en el baile, ¿te acordás?, aunque todos te hablaban mal de mí, igual me diste bola, porque nuestro destino era estar juntos, negrita. Nos enamoramos y ahí nomás nos fuimos a vivir juntos. Después vinieron los pibes. Yo no conseguía laburo pero vos me bancaste, te quedaste conmigo porque sos de fierro. Vos sabés como soy yo, negrita, medio bruto, celoso y calentón, pero porque te mezquino, y no quiero que nadie te separe de mi lado. No te vayas negrita, quedáte conmigo. Te prometo que todo va a ser diferente, si te quedás no vuelvo a chupar, y te juro que no te pego más. Ya sé que te lo prometí antes, me cuesta, vos entendés negrita, siempre me entendiste. No te vayas, quedáte conmigo. Respirá, dale, respirá negrita, no te me vayas, respirá.

“El problema de la canilla que gotea” Micrópolis, Lima, Perú, 2016 

la red

Desde que estoy en la red he hecho nuevos amigos. Por suerte, tengo mucho en común con los demás. A mi también me agobia el desesperante deseo de combatir la soledad y el aburrimiento coti- diano. Suelo pasar horas conversando con mis nuevos amigos de la red. La mayor parte del tiempo hablamos de trivialidades, pero también he llegado a contar, casi sin darme cuenta, mis intimidades y mis penurias. Soy un recién llegado pero todos son buenos con- migo. Me dicen palabras de aliento, que arriba el ánimo, que no caiga la esperanza, que no me rinda, incluso me invitaron a unirme a un grupo denominado "los defensores del mar", con lo que a mi me gusta el mar, por supuesto que acepté.

Cada vez me aferro más a la red, me siento seguro aquí, junto al resto. Sé que al igual que yo ellos también están condenados, atrapados en la red, hasta que lleguen los barcos.

“Brevedades, Antología argentina de cuentos re-breves” Ed. Manoescrita, CABA, 2013 

pescadores

Wilfredo Honorio Espinoza y Ambrosio Rojas son pescadores de toda la vida. Nacieron a orillas del Río Paraguay y lo conocen como nadie. Viven de la pesca. Aman la pesca. No conciben la vida sin la pesca. Tienen una experticia comprobada sobre un sin número de peces. Pasan gran parte de los días y de las noches en la canoa, conversando y pescando. Son ellos también seres de agua y barro que deambulan en el río. Esta noche, con el espinel, apenas algunos bagres y unas pirañas les han podido robar a las aguas turbias. Pero mientras recogen el mallón sienten que suben a la canoa algo grande atrapado entre las redes. Apuntan sus linternas y alumbran. Ahí está, enredada en la malla de hilos, en el fondo de la canoa, una joven y hermosa sirena. Yace indefensa, sin más armas que su belleza mitológica, su larga cabellera, sus ojos verdes, sus labios gruesos y sus senos voluminosos que atraen la mirada de los pescadores. Entonces, la mitológica mujer pez mira a los hombres y empieza a gemir; luego una especie de canto lastimero envuelve a la noche silenciosa. El vaivén de la canoa repite el ritmo acompasado por el oleaje del río. Wilfredo y Ambrosio se miran en la oscuridad, acaso para confirmar la veracidad de lo que están viviendo.

Pasan unas horas del extraño suceso, sentados alrededor del fuego, a la vera del Paraguay, los dos hombres coinciden en sus conversaciones acerca de que la cola de la sirena no tiene nada de distinto de la de un sábalo, una corvina o un surubí, pero el resto, sobre todo la cabeza y las costillas tienen un sabor único, incomparable, sin duda exquisito. Está decidido, de ahora en más sólo pescarán sirenas.

“Julieta tiene un revólver”, Maten al mensajero, Colección Gong, Bs As, 2018.


pequeño acto de terrorismo urbano

La fila en el cajero comienza a hacerse cada vez más larga. Es primero del mes y el cobro de sueldos hizo salir la desesperación a las calles en busca de billetes. Mirko lo sabe y por eso se ha puesto él también en la fila. Hay cinco antes de él y detrás contó veinte. La fila avanza lento pero constante. Entra la viejita con su nieta y Mirko la escanea de pies a cabeza, pero la chica lo ignora, entra el de la moto estacionada en la vereda que dejó el casco apoyado sobre el espejo, entra la señora gorda con la nena que no deja de torturar al celular de la madre, entra la parejita enamorada y demoran porque ella se hace la que no sabe dónde meter la tarjeta. Es el turno de Mirko que entra al pequeño cubículo del cajero, el aire acondicionado está encendido y por lo limpio del lugar se ve que hace un rato estuvo el muchacho de mantenimiento. Mirko se para frente al aparato, lo mira y presiona los botones, e imita la misma rutina que hicieron todos antes que él. Mirko no tiene tarjeta, no tiene sueldo alguno, no tiene nada que hacer en ese lugar, sin embargo, ahí está por pura convicción y voluntad. Demora más de lo necesario y entonces sale. Levanta la cabeza, los mira a todos los de la fila. "No tiene plata" dice, y todos los de la fila se lamentan y putean. La fila se desbanda, uno que llega ve a los demás irse y también se va. Mirko también empieza a irse, mira hacia todos lados para confirmar el éxito de su trabajo. No queda nadie. Mirko camina satisfecho, y rumbea hacia el próximo cajero automático.

“Bramido. Antología formoseña x 4”, Macedonia Ediciones, Bs As, 2019

la tarima

Antonio se fue arrimando de a poco, como quien no quiere la cosa. Vio la muchedumbre y se quedó. Desde donde estaba no llegaba a verse el motivo de tal aglomeración. De curioso que es, se fue metiendo entre la gente. Al principio, pidiendo permiso después forzando el espacio entre los cuerpos. A mitad de camino sintió que arrancaron los aplausos, y para no quedar como desubicado él también aplaudió. A medida que se metía entre los cuerpos hacinados del gentío aumentaba la fuerza de los aplausos, y Antonio también aumentaba la fuerza del batir de sus manos. No debía estar lejos, ahora además de aplausos había gritos silbidos y cánticos. Pronto, se vio saltando, cantando y gritando emocionado hasta las lágrimas al igual que el resto. Era uno más del montón. Era difícil avanzar, casi no había espacio. Nadie cedía ni un milímetro de su lugar en la masa aplaudidora. Entonces, Antonio empujó, codeó, pateó, pellizcó, arañó y escupió. Vio caer gente delante de él, pero era tarde para la compasión, no se detuvo. Había que seguir. Avanzó. Pisó cabezas, y siguió. Finalmente, llegó al centro de la escena. Una pequeña tarima vacía lo sorprendió. Alguien empujó, y el envión lo subió a la tarima. Se produjo un silencio repentino. Antonio se puso de pie, sonrió y levantó los brazos. La multitud enloqueció, y aplaudió a destajo. Todos sabían una verdad irrefutable. Lo que importa es aplaudir, para poder llegar a la tarima. 

media hache

La historia más corta del mundo se escribió alrededor de 1945, su autor fue el mudo Mascardi. Se trata de una media hache, una hache tan muda como él, la parte del palito vertical de la letra para ser más precisos. Se dice que fue lo único que escribió en su período de fugitivo después de robar una joyería del centro. Mascardi era chorro, y escritor, o intentaba ser ambas cosas, con más posibilidades de éxito en el afano. Siempre fue medio lento para escribir, aunque no tanto como lo era para hablar, ya que era mudo.

Una madrugada, atosigado por el insomnio, se le ocurrió una manera de optimizar el uso de la ganzúa en las puertas de chapa, y una idea, es probable que haya sido una idea brillante, para un cuento. Preparó mate, mientras amasaba las ideas en su cabeza. Buscó su cuaderno de tapa roja, y cuando se disponía a escribir la hache muda de una palabra, la primera del cuento, a mitad de camino, la policía rompió la puerta de su guarida, y ahí nomás le pegaron un tiro en la cabeza. Su sangre manchó la hoja blanca del cuaderno rojo, pero extrañamente no ocultó el último testimonio gráfico del mudo en vida, un pedacito de su inexpugnable silencio. Nadie sabe lo que el mudo quería escribir, pero todos los peritos coincidieron en que se trataba de una media hache. Cuando me preguntaron, pues todos saben que soy un conocedor de la obra literaria de Mascardi, y de alguno que otro afano, les explique que desde mi entender de crítico literario se trataba de una microficción, pues esa media hache muda, rodeada de sangre decía mucho más de lo que pudo haber dicho el mudo en toda su vida. Es un símbolo literario que alude a la capacidad elíptica de la muerte, y la incompatibilidad de los oficios modernos con el arte, entre otras posibles interpretaciones.


superpoblación

Ya no queda espacio. Somos demasiados. Ninguno soporta al de al lado. La organización de turnos flaquea. En cualquier momento se pudre todo, acá, escritor, en tu cabeza.