Contrariada por su familia, Licitación partió de Neiva hacia Bogotá para cumplir su sueño de ser actriz. Por eso, solía ir al teatro Faenza a ver películas. Ahí, buscaba entre los visitantes a alguien que pudiera lanzarla al estrellato. Sin embargo, eso cambió la noche que se sentó al lado de un hombre que estaba en el palco.
—¡Ay, ¿eso es una cámara?! —, preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.
—Si, negrita. Una V8. Apenas pa’ grabar un angelito como vos.
—¿Usted me está hablando en serio? Yo feliz. ¡A mi me gusta la actuación y todo!
—¡Peluche, pues se encontró con el que era! Yo hago películas en Cali. Cuando querás hacemos algo.
—¡Ay no, que felicidad! Mucho gusto. Me llamo Licitación Cano.
—Vea pues, que nombre tan peculiar pa’ una belleza como vos. Yo soy Manuel Domínguez, caleño, salsero y director de cine, a la orden y pa’ servirle—, dijo el hombre con picardía, al tiempo que besaba la mano de la mujer.
Cuando terminó la función, ambos salieron del teatro tomados de la mano. Licitación estaba cautivada por la apariencia bohemia de Domínguez. La pareja llegó hasta una cantina maloliente y se acomodó en una mesa de metal. Pidieron chirrinchi y continuaron conversando.
—Amor, yo ando trabajando en una peli nueva. ¿Vos no te animás a ser la protagonista?
—¿Qué? Claro. Yo voy pa’ esa. ¿Pero qué me tocaría hacer?
El hombre llenó la copa y tomó un trago que pareció atragantársele. Esa actitud cargada de tensión generó incomodidad en Licitación. Ella no estaba preparada para la respuesta que estaba a punto de escuchar.
—Amor, yo si hago películas, pero películas porno. No sé si estés dispuesta a ser la protagonista. Sería una buena oportunidad pa’ darte a conocer.
A la mujer se le congeló la sonrisa. Y en aquel instante, todo el bullicio de la cantina desapareció. “¿Películas porno?”, pensó, intentando procesar lo que acababa de escuchar.
—Mmm, la verdad es que no sé.
—¿No sabés qué, negra? Esta puede ser la oportunidad pa’ que todos te conozcan. Con esa carita, ese cuerpazo, ese pelazo… mejor dicho, ¡estás perdiendo plata!
—A mi me gustaría pensarlo.
—¿Pero pensar en qué?
—Pues, en mi papá, en mi mamá, mis hermanitos. ¿Qué van a pensar cuando me vean veringa en una pantalla?
El hombre no siguió insistiendo. Inmediatamente, sacó del pantalón dos billetes de cinco mil y los puso debajo de la caneca.
—No tenés que decidir ahorita. Pensálo bien. Esto es solo un comienzo, y pa’ llegar lejos hay que arriesgarse.
Manuel se puso de pie y le entregó una tarjeta con un número. “Cuando se decida, hablamos”, le dijo despreocupado, antes de irse. Ella tomó su bolso y salió apresurada. Pero caminando por las calles, no podía dejar de pensar: ¿y si él tiene razón?
Esa madrugada llegó al inquilinato y acostada en la cama recordó aquellas tardes de su adolescencia en las que veía telenovelas con su madre para evadir los problemas económicos de la casa. Soñaba con estar bajo los reflectores y ayudar a su familia. Siempre imaginó su nombre en los créditos de una película famosa. Pero su papá le repetía: “no sea boba, mija, usted nunca va a ser actriz”.
Fue en medio de esos recuerdos que tomó la decisión. En la mañana, se levantó con determinación: se bañó, se pintó las uñas, se tiñó el cabello de rubio y se puso un vestido rojo, el más caro que tenia en el closet. Finalmente, marcó el número de Manuel en el teléfono.
—¿Aló, Manuel? Habla con Licitación.
—¡Negrita! Yo sabia que me ibas a llamar. Decime, ¿qué decidiste?
—Pues estuve pensándolo mucho. Y…sí, quiero hacerlo.
—¡Eso, peluche! Sos una vieja con visión. No te vas a arrepentir. Te lo juro—, dijo él riendo con satisfacción.
—Bueno, ¿y cómo seria todo? ¿Qué tengo qué hacer?
—Mirá, la película se llama: la sardina sexual caliente. Y pues vos ya sabés lo que tenés que hacer, mejor dicho, llégame el domingo al Faenza a la una de la manaña, allá te cuento todo.
—¿Esto si es serio, Manuel?—, le preguntó, insegura.
—¡Claro, mi amor! Confía en mi. Vos naciste pa’ ser toda una estrella.
—Bueno, allá estaré.
—Nos vemos el domingo, ¿oíste? Puntualita.
De esa manera, Licitación llegó al teatro Faenza con el mismo vestido rojo que había elegido dos días antes. Entró al vestíbulo y estaba oscuro. Le pareció extraño que no hubiera nadie en la taquilla, ni siquiera en la entrada principal.. En ese momento, un escalofrío le envolvió el cuerpo, pero ella decidió no prestarle atención.
Avanzó hacia el interior del teatro. Esperaba ver reflectores y cámaras profesionales sobre el escenario. Sin embargo, solo encontró un par de luces colgadas de un gancho y una cámara vieja sobre un trípode. También estaba Manuel, con su típica sonrisa. Licitación intentó sonreírle, pero detuvo la mirada en una maleta negra que parecía estar fuera de lugar.
Él le pidió ponerse frente a la cámara, en el centro del escenario. Luego, ajustó las luces, creando un contraste que la hacía destacar y que al mismo tiempo la cegaba parcialmente.
—Listo, mi amor. Empezamos suave. Camina como si estuvieras enamorada de mi.
Licitación le obedeció e intentó moverse con gracia.
—¿Así está bien? Me siento como en una novela–, dijo tratando de bromear.
Manuel no respondió. Solo miraba a través del visor de la cámara con una concentración casi enfermiza.
—Bueno, peluche, pa’ esta escena vamos a hacer algo especial. Necesito que te veas vulnerable.
—¿Vulnerable cómo?—, le preguntó, inquieta.
—Nada raro, negra. Solo te voy a amarrar las manitos. Vos sabés que a la gente le gusta el morbo.
—¿Amarrarme?
—Sí, ¿no confías en mí?
Ella dudó unos segundos. Miró la cámara, las luces y a Manuel, intentando convencerse de que era solo un paso hacia su sueño.
–Hágale pues… pero suavecito.
Él se acercó a la maleta negra y sacó una cuerda gruesa. Con habilidad amarró sus muñecas juntas, asegurándose de que no pudiera moverlas.
—Así está bien. Ahora, mirá directamente a la cámara, como si estuvieras rogando por ayuda.
Licitación trató de seguir la indicación, pero su incomodidad crecía con cada segundo. Los nudos eran más apretados de lo necesario, y comenzaba a sentirse sofocada
Justo cuando Manuel estaba ajustando las luces, las puertas traseras del teatro se abrieron con un crujido metálico. Dos hombres entraron, cargando un baúl de madera.
—¿Y ellos quiénes son?
—Son parte del equipo. Nos van ayudar.
—Manuel, hágame el favor y me suelta que esto no me está gustando—, dijo ella tirando de las cuerdas.
Uno de los hombres sacó del baúl un cuchillo largo que reflejaba las luces del lugar. Licitación comenzó a gritar, pero él no parecía preocupado.
—¡Cállate, maldita perra!
—¡Auxilio, ayúdenme por favor!—, gritaba la mujer, desesperada.
Manuel empezó a grabar la escena. Ambos hombres rodearon a Licitación. Uno le tapó la boca con una mordaza de tela roja y el otro colocó sobre el escenario velas, muñecos y crucifijos que parecían sacados de un ritual satánico. Ella solo desfalleció cuando la degollaron con el cuchillo.
Daniel Valencia Bazante, oriundo de Ginebra, Valle del Cauca, Colombia, fue estudiante de Comunicación Social y Periodismo en la Universidad del Valle. Recientemente, ingresó al programa de Licenciatura en Literatura de la misma universidad. Durante su formación en comunicación, y gracias a la influencia de autoras como Annie Ernaux y Alejandra Pizarnik, descubrió su pasión por la escritura. Además, manifiesta un profundo interés por el análisis crítico del discurso y el análisis textual.
IG. @danielvalencix