Andrés Villamizar es licenciado en literatura de la Universidad del Valle y máster en guion, narrativa y creatividad audiovisual de la Universidad de Sevilla (España). Es autor de la novela Los sueños estériles (Caligrama, 2024). Finalista del concurso de narrativa Ucopoéticas (España, 2018) con el texto Todo es para nunca y semifinalista de la siguiente versión con la prosa poética Bosque neón. Actualmente coordina el proyecto Creatonina el cual está destinado a la enseñanza de la narrativa desde un enfoque cinematográfico.
Andrés comenzó a escribir durante los primeros semestres de su carrera en literatura, cuando las historias —tanto en la literatura como en el cine— comenzaron a ejercer sobre él una atracción silenciosa pero poderosa. Al principio fue un experimento, una forma de explorar estéticas, de tantear temas, de acercarse con cautela a eso que aún no tenía forma, pero ya palpitaba.
Para él, escribir no es una forma de sanar, sino de comprender lo que sucede afuera, en ese mundo donde los horrores políticos, las problemáticas sociales y los eventos históricos se enredan y se repiten. Cuando crea una historia, no se trata de hacer catarsis, sino de representar. De traducir con palabras el paisaje externo, muchas veces hostil, en el que también habita. Al enfrentarse a las emociones, reconoce que hay algunas más difíciles de poner en palabras. Al principio, le costaba narrar estados de felicidad. Tal vez porque quienes empiezan a escribir suelen sentirse más cómodos en territorios tristes, melancólicos, incluso trágicos. Sin embargo, con el tiempo comprendió que cada emoción exige su propio lenguaje, su tratamiento preciso. Para lograrlo, recurre a métodos muy suyos: una imagen en Pinterest, una película que lo acerque al tono justo, una frase de un libro, una canción que lo conecte.
Aunque no escribe sobre experiencias íntimas, hay escenas que lo han estremecido. Los sueños estériles, su primera novela, contiene pasajes difíciles. Una de sus líneas argumentales aborda la violación, y al momento de reescribir esas páginas, sintió que algo en él se quebraba. Pensó en suavizarlas, en dejar las cosas en el subtexto, pero luego comprendió que ocultarlo era traicionar su intención. No buscaba el morbo ni la crudeza gratuita, sino mostrar con honestidad un fragmento del horror que, lamentablemente, forma parte de la realidad.
Andrés se ve a sí mismo como un narrador que estudia su oficio con disciplina. Le gusta pensar la escritura no solo como necesidad ni como acto de memoria —aunque también lo sea—, sino como un oficio que se aprende, se entrena y se afila. Cree que cualquier persona con pasión puede adentrarse en la narrativa si está dispuesta a estudiar: la estructura, el subtexto, los personajes, los diálogos, el ritmo. Al mismo tiempo, reconoce que todo escritor tiene una relación con la memoria. No solo la propia, sino también la del mundo. Escribir es una forma de conservar fragmentos, reorganizarlos y dotarlos de sentido. Una forma de no olvidar.
Difícil. Uno debe ser su propio editor y crítico. No hay un experto diciéndote qué mejorar, así que es importante tomar distancia, dejar pasar un tiempo y luego volver con otra mirada. También está el tema de la edición textual, que exige conocimiento técnico. Autopublicar te demanda mucho, pero se aprende muchísimo. Ver publicada la primera parte de Los sueños estériles fue muy bonito. Sabía lo que me había costado. Aprendí no solo del proceso creativo, sino de los circuitos de circulación, distribución y contacto con lectores y editoriales. También fui consciente del mercado saturado al que uno entra, y eso obliga a tener claridad desde el inicio.
No recuerdo un momento exacto, pero sí tengo claras varias influencias. El cine de Sofia Coppola, sobre todo Lost In Translation, me ayudó a unir muchas ideas sueltas, especialmente en relación con el mundo de lo femenino. Mr. Robot, de Sam Esmail, fue otra gran inspiración por su mezcla de revolución, psicología y tecnología. También David Lynch y Tarantino, por sus atmósferas enrarecidas y su violencia estilizada. En literatura me han marcado autores como Murakami, Virginia Woolf, Joyce Carol Oates, Virginie Despentes, Paul Auster, Philip K. Dick y García Márquez. Cada uno me aportó algo diferente. Desde adolescente me fascina el cyberpunk, esa mezcla entre alta tecnología y decadencia social, esos mundos con luces de neón, lluvia constante y soledad. En mi obra exploro esa convergencia entre naturaleza y tecnología, que en mi narrativa se convierten en símbolos. En Los sueños estériles, las emociones, la violencia, los conflictos sociales y políticos, todo está expresado a través de ellos. Actualmente trabajo en mi segunda novela, donde sigo explorando ese cruce entre tecnología y naturaleza, esta vez para hablar sobre adolescencia, muerte, pasión y violencia.