Iván Tubau
Margaritas

Cada mañana,

cuando los cubre aún

la nieve transitoria del rocío,

recorro los sembrados cercanos a mi casa

y las voy recogiendo

una por una:

las más grandes y tiernas,

las más blancas,

las amarillas como un don del sol.


Cuando tengo un puñado

grueso como el tobillo de un niño de tres años,

hago con ellas

un ramillete humilde, esplendoroso,

y lo lanzo

con gesto displicente y ademán

de estudiada elegancia discreta

a la oscura pocilga donde hozan los cerdos.