Gabriela Mistral

Valle de Elqui

Tengo de llegar al Valle

que su flor guarda el almendro

y cría los higuerales

que azulan higos extremos,

para ambular a la tarde

con mis vivos y mis muertos.


Pende sobre el Valle, que arde,

una laguna de ensueño

que lo bautiza y refresca

de un eterno refrigerio

cuando el río de Elqui merma

blanqueando el ijar sediento.


Van a mirarme los cerros

como padrinos tremendos,

volviéndose en animales

con ijares soñolientos,

dando el vagido profundo

que les oigo hasta durmiendo,

porque doce me ahuecaron

cuna de piedra y de leño.


Quiero que, sentados todos

sobre la alfalfa o el trébol,

según el clan y el anillo

de los que se aman sin tiempo

y mudos se hablan sin más

que la sangre y los alientos.


Estemos así y duremos,

trocando mirada y gesto

en un repasar dichoso

el cordón de los recuerdos,

con edad y sin edad,

con nombre y sin nombre expreso,

casta de la cordillera,

apretado nudo ardiendo,

unas veces cantadora,

otras, quedada en silencio.


Pasan, del primero al último,

las alegrías, los duelos,

el mosto de los muchachos,

la lenta miel de los viejos;

pasan, en fuego, el fervor,

la congoja y el jadeo,

y más, y más: pasa el Valle

a curvas de viboreo,

de Peralillo a La Unión,

vario y uno y entero.


Hay una paz y un hervor,

hay calenturas y oreos

en este disco de carne

que aprietan los treinta cerros.

Y los ojos van y vienen

como quien hace el recuento,

y los que faltaban ya

acuden, con o sin cuerpo,

con repechos y jadeados,

con derrotas y denuedos.


A cada vez que los hallo,

más rendidos los encuentro.

Sólo les traigo la lengua

y los gestos que me dieron

y, abierto el pecho, les doy

la esperanza que no tengo.


Mi infancia aquí mana leche

de cada rama que quiebro

y de mi cara se acuerdan

salvia con el romero

y vuelven sus ojos dulces

como con entendimiento

y yo me duermo embriagada

en sus nudos y entreveros.


Quiero que me den no más

el guillave de sus cerros

y sobar, en mano y mano,

melón de olor, niño tierno,

trocando cuentos y veras

con sus pobres alimentos.


Y, si de pronto mi infancia

vuelve, salta y me da al pecho,

toda me doblo y me fundo

y, como gavilla suelta,

me recobro y me sujeto,

porque ¿cómo la revivo

con cabellos cenicientos?


Ahora ya me voy, hurtando

el rostro, porque no sepan

y me echen los cerros ojos

grises de resentimiento.


Me voy, montaña adelante,

por donde van mis arrieros,

aunque espinos y algarrobos

me atajan con llamamientos,

aguzando las espinas

o atravesándose el leño.


 Gabriela Mistral en Poema de Chile (edición póstuma) [1967]