OPINIONES DE MARIANO GITANS A TRAVÉS DE LA "ILUSIÓN PATÉTICA"
¿Qué mierda es esto?
Parte de una búsqueda que intenta explicar lo inexplicable, o, más bien, intenta comprender aquello que no debiera comprenderse, tal como lo entendían los griegos —o creían entenderlo—.
Primero fue el descubrir «Las Fronteras de lo Bello»: la belleza tiene límites; la fealdad es ilimitada. Bello es todo aquello que se acomoda al modelo en boga, feo es todo lo demás. Por tanto, la belleza es una isla rodeada de mierda. Una idea tenebrosa que me golpeó con fuerza.
Luego de eso vino «La Paradoja Frankenstein», pues estamos hechos de pedazos, trozos de los demás, de nuestros progenitores y antepasados que nos dejaron su huella biológica y parte de su carácter, de nuestras experiencias infantiles y adolescentes, de todo aquello que en la vida nos ha ido golpeando y creando en nosotros pedazos de los otros en uno, ese «Yo soy otro» de Nerval, premonitorio del psicoanálisis. Estamos hechos «de la materia de los sueños» que nos van modelando, pero no debemos olvidar que los sueños suelen ser, también, pesadillas. Así es como construimos nuestro «yo», con retazos de vida que acomodamos como podemos.
La ilusión patética es un recurso literario que utilizó la novela negra en los ‘30 y ‘40, y que consistía en «embellecer lo feo» o, por lo menos, darle un carácter atractivo. Así se describían los callejones mugrientos, los cadáveres sangrientos, hasta personajes grotescos que se convertían en modelos, como el cojo, el tuerto, el jorobado...
Lo tomé de allí y he intentado ampliar su espectro para convertirlo en una expresión más plena, una forma de pensamiento —quizás de vida— que exprese la esencia de esta visión que hoy tenemos del mundo, una enorme mierda donde nada una multitud de bastardos codiciosos que se cagan en los demás. Una sociedad fundada en el egoísmo más abyecto, donde los vendedores de sueños —ideologías, religiones, autoayuda, etc.— ofrecen su mierda ultra cocida como alimentos para los imbéciles.
«Todo es Arte» dicen los ignorantes, y meten en ello el deporte que corroe a la masa con su nadería, los cantautores que destrozan el gusto con su desafinamiento endémico y sus cancioncitas idiotas, los malditos rayados de las calles que son como perros meando su territorio, porque todo es Arte. Y los ponen a la altura de Rembrandt, Beethoven y Shakespeare. Y yo pienso, ¿por qué no ahogar a todos esos bellacos en un balde? Porque cómo pueden tener derecho a vivir quienes creen que el Arte puede ser cualquier mierda. No pueden tener derecho a la existencia. Y, como alguien dijo de Paulo Coelho, «deberían encerrarlo en una letrina en llamas», una metáfora absolutamente de ilusión patética, bellamente expresada.
Eso es la ilusión patética, la lucha en contra de los imbéciles que confunden mierda con arte, y se autodenominan «creadores». La lucha contra la politiquería mugrienta que masturba a la masa para mantener el control y la lucha contra la masa que se deja masturbar, que son los peores. La lucha contra las religiones que prometen cielos ideales a cambio de infiernos terrestres. La lucha en contra de todo aquello que priva al hombre de la belleza del silencio, de la paz y de la libertad, que son los tres pilares del auténtico arte, de la belleza suprema.
Luego descubrí que existía una rama de la ilusión patética que se había desarrollado en el Japón, país donde es posible lo imposible, y que recibía el sacrosanto nombre de eroguro, la unión de lo erótico y la violencia de la forma más extrema, grotesca y demencial que se le pudiera ocurrir a alguien; pues se les ocurrió a los japoneses. Pero su origen proviene, también de la cultura decimonónica europea. Todos los creadores del eroguro son admiradores de los escritores de esa época; Mallarmé, Rimbaud, Lord Byron, Mary Shelley, Flaubert, incluso uno de los principales exponente de esa corriente usa el seudónimo de Edowara Rampo, que es la forma en que, en su dialecto, se pronuncia el nombre de Edgar Allan Poe.
El eroguro es imagen más que texto, aberraciones de mentes enfermizas capaces de convertir lo más abyecto en una belleza: hermosas niñas a las que les salen gusanos de la piel, peces con patas de araña y olor podrido que invaden la tierra, un pueblo entero sumido en una especie de espiral satánica que invade los cuerpos, etc.
Todos estos nipones descabellantes tomaron la esencia de su expresión de una época muy especial, en que predominó el contraste entre la hipocresía victoriana y la expresión de un arte maldito. Baudelaire es uno de sus predilectos —como lo es de la ilusión patética—, así como Poe. Todos estos creadores japoneses mamaron del pene decimonónico cuyo semen inseminó la cultura mundial más que ninguna otra en toda la historia, más que los romanos o los griegos.
Los griegos crearon un modelo de belleza, los decimonónicos destruyeron todos los modelos, pero ambos transportaban un virus mortal, una enfermedad contagiosa que ha sido causa de los más graves daños que ha sufrido la humanidad: el idealismo. La búsqueda de la perfección es la perdición de toda vida, es el infierno del pensamiento, contra el cual la única cura es la ilusión patética.
Así como los fanáticos españoles gritaban ¡Viva la muerte! —en una abierta contradicción vital—, así la ilusión patética exclama «¡Pueden irse al carajo!» No queremos idealismo, no lo necesitamos, no nos hace falta. ¿Es que acaso no ven lo fácil que es convertir cualquier mierda en un ideal? Preferimos lo tangible, ese placer que nace de lo que se comprende, de lo que me rodea, esa belleza que existe aún en lo abyecto. ¡Métanse su perfección en el culo!
Queremos que nos dejen vivir con nuestras imperfecciones, que nos dejen ser lo que somos, pedazos que conforman un ser que intenta ser algo, no un dios ni un ángel amariconado, sino un ser humano, humilde y pequeño.
Ante las grandiosidades que intentan imponer los vendedores de pomadas estúpidas, nosotros les oponemos la verdad, la palabra dura y cruda, contra lo cual no tienen nada que hacer, no pueden defenderse, porque todas esas estupideces idealistas carecen de la fuerza vital de lo humano ya que se sustentan en falacias.
No les estamos prohibiendo vender su mierda, sino solamente imponerla. Si los imbéciles que hacen nada quieren comprarla, que lo hagan, pero a los demás, a los que no participamos de sus idioteces, por favor déjenos en paz.
«¡Pueden irse al carajo!»