Mi estimado Ascanio:
Estás muerto.
Yo te maté. Tuve que hacerlo para que tu obra prosperara, porque a los humanos no les gusta halagar a los genios cuando están vivos; les hace sentirse inferiores porque lo son. Por eso rinden maravillosas ofrendas a todos aquellos de los cuales no quedan más rastros de los que sirven para alimentar el fetichismo. Como el pene de Napoleón, aunque hizo poco con eso.
Pero tu muerte, estimado Ascanio, tiene un sabor muy dulce dentro de la amargura de la que eras capaz, una amargura amarga, lo que es mucho decir.
Pero tenías toda la razón; no podemos renegar de la realidad, aunque eso signifique enfrentarse a todos los «ismos» estúpidos que asolan nuestra actualidad, actualidad que no se actualiza, que se resigna a ser actual, aunque ya no lo sea.
Me gusta tu violencia porque es viva, no esa manifestación estúpida del terrorista o del criminal que se solaza en el sufrimiento, sino esa acción que se manifiesta creativamente. Una violencia bien vestida, presentable, animosa, con esa funcionalidad propia de lo que se sabe certero.
No sé… Yo creo…
Si… Lo sé… Son divagaciones y, las divagaciones son la máxima expresión de la violencia del pensamiento, es el pensamiento agazapado, acechando a la presa para saltarle luego a la garganta y beber su sangre.
Porque los cazadores de ideas no andan, como los cobardes, con grandes escopetas para cazar zorzales; los cazadores de verdad no tienen más armas que sus propios dientes con los que rasgan las carnes para chupar la sangre de las ideas que cazan, y trituran sus huesos y mascan sus músculos y tendones, siempre desnudo el cazador ante el atiborramiento de pensamientos que inundan su ser. Se baña en la sangre de sus víctimas como Sigfrido en la sangre del dragón, para hacerse inmortal, pero siempre queda una debilidad, una rendija por la cual perecemos.
Y perecemos. Siempre.
Pero no importa, porque la muerte es, de hecho, el fin de la violencia. Esa es la razón por la que las ideas también mueren, porque pierden la violencia que las anima.
El catolicismo es una idea reseca; no tiene sangre, aunque tiene mucho semen. Los evangélicos no tienen religión; tienen cuenta corriente. Las ideologías ya no bailan; son una señoronas obesas echadas en un sucio diván de terciopelo púrpura, consultando a un psiquiatra que les recomienda la píldora de moda.
Lo que todos desconocen es que, sin ideas la vida no existe y las ideas son violencia por sí mismas porque violentan el estándar, violan toda privacidad del pensamiento, trastornan toda secuencia lógica, destruyen toda armonía clásica.
Las ideas son como torpedos lanzados contra la modorra, aquella que fascina a los mediocres que reinan en todos los reinos, que luchan por prevalecer sobre cualquier cambio que no sea cosmético, que no sea más que alarde y farándula. Si la idea es relevante, es necesario ocultarla bajo las indecentes mantas de lo banal.
Porque,
L'art c'est la violence domestique
Y lo digo en francés porque es la única forma en que suena armonioso, poético. En castellano suena pedante; en alemán, violento; en ruso no lo entienden más que los rusos que no entienden mucho; en chino…
Pero esa es la idea esencial, para que se entienda bien, aunque sé que va a caer en manos de los imbéciles que lo imbecilizan todo porque no saben hacer otra cosa. Son los que cazan ideas ratonas, o como moscas, que cualquier idiota puede atrapar sin mucho esfuerzo.
Y están los otros, los académicos, esos que se revuelcan desnudos sobre sus doctorados (su más audaz acto de erotismo), pero que no tienen una idea eficaz ni por error. Porque son como los gatos de chalet, lánguidos y perezosos, durmiendo junto al plato de comida, y cuya máxima expresión intelectual es rasguñar los muebles.
Una violencia que se sabe manejar a sí misma es la peor violencia. Es más que violencia: es la vida misma.
Y el arte es su lenguaje, el verdadero, ese que no teme, que se folla al pudor en público. ¡Cuántas veces no se desacreditó al artista que expresó una idea eficaz! Porque son las ideas que la sociedad no quiere, no desea, pero son las que necesita. El artista debe ser, entonces, el violador de la mediocridad social, su verdugo,
Si, Ascanio, tienes toda la razón. Tus ilusiones patéticas son el único camino de salvación de una humanidad sumida en la inopia intelectual. No hay otra opción, salvo hundirse en la modorra general.
Ilusión patética. ¿De dónde nace? Pues del mundo, tal cual es hoy en día, un mundo sin propósito, más allá de si vale la pena tener alguno. Vale la pena tenerlo, porque si no sucede lo que sucede hoy en día, es decir, nada...
Cuando observa uno a su alrededor y ve las ruinas de la religión, la política, la patria, los valores, todo devorado por la corrupción y lo insensato, descubrimos que ya no hay nada por lo cual uno daría la vida. No sé si daría la vida por algo, pero el sólo pensar en esa posibilidad puede ser estimulante. ¿Hay algo lo suficientemente grande para merecer nuestro sacrificio? Ya no... Todo se ha ido a la mierda porque lo hemos convertido en banalidad, farándula, risotadas grasientas, toqueteos obscenos...
Me preguntaron ¿qué es la ilusión? Pues algo que se desea. ¿Y qué es lo opuesto a la ilusión? No es la desilusión, que es la ilusión incumplida, sino la «ilusión patética», el temor de que se haga realidad lo indeseable.
¿Me siguen?
Pues ayúdenme a crear lo increable, lo execrable, lo indeseable como forma de deseo.
Ilusión patética: una nueva forma de pensamiento que se funda en desear lo indeseable, como la extinción de la especie, un deseo por demás autosuficiente...