No me desmorono. Lo tengo que decir. Es importante enunciarlo, tenerlo en cuenta, escribir con tipo de letra alegreya y decirlo cuando el niño tiene miedo, se desespera, no entiende, finge paciencia mientras es invadido por la ira o la desesperación. No, no te preocupes. No nos vamos a desmoronar. Soñaremos con el reencuentro, con abrazos, con abrazos grupales, con lágrimas compartidas. Pero habremos aguantado y conoceremos el sentido de la palabra dignidad. Eso significa dignidad. Vamos a ser dignos de la humanidad que tanto costó construir.
Un alumno me dijo antes de las vacaciones de Navidad: maestro, hay un virus en China que viene de un murciélago y se está extendiendo. Vamos a morir todos. No le hice caso, porque nunca tenemos tiempo para hablar de esas cosas, porque no sé qué autoridad envuelta de la sábana de un fantasma nos apremia cada minuto con que el alumnado tiene que resolver análisis sintácticos. Y ahora me acuerdo de sus palabras. Él sí tuvo tiempo para enterarse y pensar en qué era lo que venía para acá.
Ahora mi hija me necesita. No puede correr por la calle adelantándoseme para llegar a la Huerta de Ceres donde compramos nuestra comida ecológica para tener más nutrientes en el cuerpo. No puede correr hacia la puerta del colegio para entrar en el aula matinal y decirme adiós con la mano desde su lado de la acera hacia mi lado de la acera desde donde la he dejado cruzar sola por el paso de cebra. No puede saltar a la comba en el patio durante el recreo. No puede disfrutar de un almuerzo con papá y mamá en el Astrid y salir corriendo hacia el parque infantil de la plaza de Camas mientras aún mastica para seguir jugando allí con niñas y niños, y mientras nosotros dos podemos verla desde nuestra mesa.
Después de muchos años en lucha para que tenga un crecimiento sano, para que se relacione desde la empatía y se integre en un mundo que no siempre es agradable; después de muchos años leyendo con ella, cantando con ella, yendo a tantos sitios con ella, ahora más si cabe, tengo que estar ahí para ayudarla a que esta nueva y extraña vida prisionera tenga sentido. Que cada día, aunque encerrados, sigamos duchándonos, peinándonos, manteniendo horarios, haciendo los deberes. El momento álgido le llega cada tarde a las siete y media cuando se conecta por videoconferencia con sus amigas A. y B. Juegos de mesa a distancia, conversaciones. Ayer ya cantaban juntas, se contaban chistes, chismes, ocurrencias mil.
Ahora mi compañera me necesita. Tiene que ayudar a personas que están también al borde del desmoronamiento, sobre todo los sanitarios. Llevamos veinte años juntos, acompañándonos cada día, y tenemos que seguir teniéndonos, recuperando lo mejor de cada uno, que a veces se perdía en los trasteros de la inercia. Igualmente, a mí Santiago me ayuda. Mantengo mi terapia a través de Internet, desenterrando la tierra acumulada sobre cada emoción muerta en combate para crear mi defensa ideal. Te digo, Platón, que te vayas a la mierda, al igual que mi amigo Diego, que en paz descanse, que era un escritor de verdad, le dijo con el título de su primer libro al otro filósofo griego que también nos ayudó a montar el mundo ideal: Amanda, no te preocupes que Aristóteles se ha ido.
Sócrates era el mensajero del coronavirus, pero hemos preferido ver a los enormes ídolos del deporte y de la pantalla, de los que Platón nos dice que son la idea de belleza, agilidad, glamour, etc. Y el amor, como ya sabían tan bien los poetas que engrosaron los cancioneros renacentistas y barrocos es una batalla, a batallas de amor, campos de pluma… El amor es LA BATALLA. El amor es la batalla entre la vida y la muerte. Es la batalla con el odio. No hay vida sin muerte y pensábamos que el partido del siglo era eterno, pero ya nos lo advirtió Maradona: ídolos más grandes han caído. Sin ir más lejos, el rey con su propia coronavirus.
No me desmorono, me reinvento. Cuando cada mañana, cada mañana, cada mañana me despierto y, sin abrir aún los ojos, deseo que no sea verdad la catástrofe humana que está adviniendo, me lo digo, enuncio: no me desmorono.
Málaga, 2020.