Antropólogo.
Óscar Núñez del Prado nació el 3 de mayo de 1917 en Cusco, Perú. Estudió antropología en el Colegio Nacional de Ciencias y Artes del Cuzco y en la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco (UNSAAC), donde también trabajó como profesor de antropología durante más de 30 años1.
Durante una fiesta en Paucartambo en 1949, Óscar Núñez del Prado conoció a un grupo de campesinos de la comunidad quechua de Q’ero, habitantes de la hacienda de allí. Decidió preparar un proyecto de investigación sobre esa comunidad. En 1952, se unió a la Misión Indigenista Andina de las Naciones Unidas. Sin embargo, debido a su defensa de la reforma agraria como solución al “problema indígena”, fue despedido de la misión. No obstante, en 1955, organizó una expedición de la UNSAAC a la comunidad de Q’ero, con el apoyo del director del diario La Prensa en Lima. El gobierno intentó impedir la expedición, pero fue exitosa. Durante los quince días en Q’ero, Núñez del Prado recopiló la primera versión conocida en el mundo académico del mito de Inkarí y Qollari1.
Óscar Núñez del Prado también trabajó en la expropiación de la hacienda en Q’ero, que finalmente se logró en 1963, seis años antes del inicio de la Reforma Agraria Peruana de 1969. Las tierras fueron entregadas a los campesinos de Q’ero. Además, desde 1959 hasta 1969, Núñez del Prado realizó un proyecto de investigación en Kuyo Chico, otra comunidad campesina, formalmente libre pero dependiente de los hacendados vecinos. En 1965, los campesinos de Kuyo Chico también recuperaron sus tierras arrebatadas por los terratenientes1.
La vida y legado del Dr. Óscar Núñez del Prado Castro son un testimonio de su compromiso con la justicia social y su profundo respeto por las culturas indígenas de los Andes peruanos. Su trabajo sigue siendo relevante y valioso para comprender la historia y la cosmovisión de estas comunidades.
CUENTOS PERUANOS
Andino y Domingo Huallpa
Andino y Domingo Huallpa eran dos hombres valientes que vivían en los altos picos de los Andes, en un tiempo en que los españoles habían llegado a la región en busca de riquezas y poder. Los dos amigos eran parte de una tribu indígena que había resistido ferozmente la invasión de los conquistadores.
La persecución comenzó cuando los españoles se enteraron de que Andino y Domingo Huallpa conocían el camino hacia un tesoro escondido en las montañas. Este tesoro estaba compuesto por antiguos artefactos incas, joyas y lingotes de oro y plata. Los españoles, codiciosos y despiadados, no dudaron en perseguir a los dos amigos para obtener la ubicación exacta del tesoro.
Andino y Domingo Huallpa eran expertos en la geografía de la región. Conocían cada sendero, cada cueva y cada escondite en las montañas. Cuando los españoles se acercaban, los dos amigos se movían rápidamente, cambiando de escondite constantemente. A veces, se refugiaban en las cuevas profundas, donde la luz del sol no podía alcanzarlos. Otras veces, se escondían en los densos bosques de quenuales y alisos, donde los árboles altos y frondosos los protegían de la vista de los invasores.
Los miembros de la tribu Inca también jugaron un papel crucial en la ayuda a Andino y Domingo Huallpa. Estos valientes guerreros les proporcionaban comida, agua y refugio. Los escondían en sus aldeas y los protegían de los españoles. A cambio, Andino y Domingo Huallpa compartían su conocimiento sobre las montañas y las rutas de escape. La lealtad de la tribu hacia los dos amigos era inquebrantable.
En una ocasión, los españoles estuvieron a punto de atrapar a Andino y Domingo Huallpa. Los dos amigos se encontraban en una garganta estrecha, rodeados por acantilados escarpados. Pero justo cuando parecía que no había escapatoria, un grupo de guerreros incas apareció en la cima de los acantilados. Lanzaron piedras y flechas a los españoles, obligándolos a retroceder. Andino y Domingo Huallpa aprovecharon la oportunidad para escabullirse y desaparecer en las sombras de la montaña.
La persecución continuó durante meses. Los españoles no se daban por vencidos. Pero Andino y Domingo Huallpa eran astutos y resistentes. Se movían como fantasmas por las montañas, siempre un paso por delante de sus perseguidores. A veces, incluso se disfrazaban de aves o animales para confundir a los españoles.
Finalmente, después de muchas peripecias y peligros, Andino y Domingo Huallpa lograron llegar a un lugar sagrado en lo más alto de los Andes. Allí, encontraron el tesoro escondido: una habitación secreta llena de tesoros incalculables. Pero en lugar de quedarse con él, decidieron devolverlo a la tierra. Enterraron el tesoro en una cueva profunda y sellaron la entrada con rocas y tierra. Los españoles nunca encontraron el tesoro. Andino y Domingo Huallpa se convirtieron en leyendas en las montañas, recordados como héroes que protegieron la riqueza de su tierra y su cultura. Y la tribu Inca siguió protegiendo sus secretos y su historia, manteniéndolos vivos a lo largo de las generaciones.
Así termina la historia de Andino y Domingo Huallpa, dos hombres que desafiaron a los conquistadores y defendieron su hogar con valentía y
Había una vez, en los rincones virtuales de la red, dos almas que se cruzaron sin saber que estaban a punto de escribir su propia historia de amor. Sus nombres eran Jim Larry y Eglis María. Aunque vivían en mundos separados por miles de kilómetros, el destino tenía otros planes para ellos.
Jim Larry, un apasionado de la tecnología y los videojuegos, pasaba sus noches navegando por foros y redes sociales. Eglis María, por otro lado, era una joven soñadora de Maturín, Venezuela, con cabellos blancos como la nieve y una sonrisa que iluminaba su rostro.
Un día, mientras Jim Larry debatía sobre el mejor procesador para su nueva computadora, recibió un mensaje privado de una amiga en común llamada Mery. Mery había sido la antigua enamorada de Jim Larry, pero su relación había terminado en buenos términos. Ahora, Mery quería presentar a Jim Larry con alguien especial: Eglis María.
Jim Larry y Eglis María comenzaron a chatear en línea. Sus conversaciones eran una mezcla de risas, confidencias y descubrimientos. Jim Larry compartía sus pasiones por la programación y los videojuegos, mientras que Eglis María hablaba de su amor por la poesía y la naturaleza. A medida que los días pasaban, su conexión crecía.
Un día, Jim Larry propuso algo audaz: “¿Qué te parecería venir a Cusco, Perú?”. Eglis María, con su corazón latiendo rápido, aceptó la invitación. Empacó sus sueños y emprendió el viaje hacia tierras desconocidas.
El 20 de julio, Eglis María abordó un Bus con destino a Cusco. El Camino fue largo, pero su corazón estaba lleno de emoción. Finalmente, el 28 de julio, llegó al terminal de autobuses en Cusco. Allí, con el aire fresco de los Andes acariciando su piel, Eglis María vio a Jim Larry esperándola con una sonrisa nerviosa.
Jim Larry, delgado y con cabellos negros como la noche, no podía creer que la mujer con la que había compartido tantas palabras estuviera frente a él. Eglis María, con sus cabellos blancos ondeando al viento, se acercó a él y sus ojos se encontraron. En ese instante, supieron que su historia estaba a punto de comenzar.
Así comenzó su amor en Cusco. Pasearon juntos por las calles empedradas, se perdieron en los mercados locales y compartieron risas bajo el sol. Jim Larry le mostró los rincones secretos de la ciudad, mientras Eglis María le enseñaba palabras en español que él repetía con torpeza y cariño.
Las noches eran mágicas. Se sentaban en la Plaza de Armas, mirando las estrellas y hablando sobre sus sueños y anhelos. Eglis María le contó sobre su amor por la poesía y Jim Larry la escuchaba como si cada palabra fuera un verso.
Con el tiempo, sus corazones se entrelazaron como las enredaderas que trepan por las paredes de las antiguas iglesias cusqueñas. Jim Larry y Eglis María se convirtieron en cómplices, amantes y amigos. Juntos, exploraron las montañas sagradas y los valles profundos, construyendo recuerdos que durarían toda la vida.
Y así, en la ciudad de los incas, Jim Larry y Eglis María escribieron su propio cuento de amor. Un cuento que comenzó en bits y bytes, pero que se convirtió en algo más grande que la distancia y el tiempo. Porque cuando dos almas se encuentran, incluso los kilómetros se vuelven insignificantes.
Y así, en el corazón de Cusco, Jim Larry y Eglis María encontraron su hogar. Un hogar donde los cabellos blancos y negros se entrelazaban, donde las risas resonaban en las calles adoquinadas y donde el amor florecía como las flores de los Andes.
Y vivieron felices para siempre, en su propio cuento inédito, donde las palabras se convirtieron en abrazos y los corazones en canciones.
Soneto: “Los Hilos del Amor”
En la red, dos almas se encontraron,
Jim y Eglis, sus nombres resonando.
Ella, cabellos blancos ondeando,
Él, cabellos negros, corazón alado.
Mery, la intermediaria, los unió,
sus historias tejidas en bits y bytes.
Eglis, con su sonrisa como un sol radiante,
Jim, con sus sueños de montañas y cielos.
Ella voló desde lejanas tierras,
sus ojos brillando al verlo en la estación.
Jim, nervioso, esperaba con pasión.
En Cusco, sus corazones se entrelazaron,
como las enredaderas en los muros antiguos.
Jim Larry y Eglis María, su amor, inmortalizado.
martes 27 de febrero 2024 - 19:23:27
“El Tesoro de los Apus”
En las altas montañas de los Andes, donde el aire es delgado y el sol besa la piel con fuerza, vivían dos hombres cuyos destinos estaban entrelazados por un antiguo secreto. Sus nombres eran Andino y Domingo Huallpa. Uno era un valiente guerrero descendiente de los incas, y el otro, un astuto cazador de tesoros con ojos de águila.
Corría el año 1533, y el imperio inca había caído bajo el yugo de los conquistadores españoles. Los tesoros sagrados de los Apus, los dioses de las montañas, habían sido saqueados y dispersados. Pero se decía que un último tesoro permanecía oculto en algún rincón remoto del Cusco, esperando a aquellos lo suficientemente valientes para buscarlo.
Andino, con su piel cobriza y cabello oscuro, había heredado la sabiduría de sus ancestros. Su abuelo le había contado historias de un tesoro inca que podría cambiar el destino de su pueblo. Domingo Huallpa, en cambio, era un hombre de mundo. Había viajado por Europa y África, y su corazón latía por las leyendas y los misterios.
Un día, mientras Andino exploraba las ruinas de Sacsayhuamán, encontró una inscripción tallada en una piedra antigua. Decía:
“Bajo la sombra de la Intihuatana, donde el sol y la luna se encuentran, yace el tesoro de los dioses. Solo aquellos con corazones puros y coraje inquebrantable podrán encontrarlo.”
Andino compartió su descubrimiento con Domingo Huallpa, quien vio en ello una oportunidad para redimirse de sus pasados saqueos. Juntos, emprendieron una búsqueda épica.
Su viaje los llevó a través de los valles sagrados, donde las llamas pastaban en paz y los cóndores danzaban en los cielos. Se enfrentaron a desafíos mortales: avalanchas, serpientes venenosas y traicioneros abismos. Pero también encontraron aliados inesperados: los espíritus de los antiguos sacerdotes, que les guiaban en sueños y visiones.
En su camino, se cruzaron con personajes históricos como Manco Inca, el último líder inca, quien les entregó un mapa cifrado. También se encontraron con Francisco Pizarro, el implacable conquistador español, quien los perseguía sin descanso. Los españoles codiciaban el tesoro tanto como los incas, y no dudarían en matar para obtenerlo.
Andino y Domingo Huallpa descifraron el mapa y llegaron a un lugar sagrado en lo más alto de la montaña. Allí, bajo la sombra de la Intihuatana, encontraron una puerta de piedra tallada con símbolos ancestrales. Al pronunciar las palabras sagradas, la puerta se abrió, revelando una cámara llena de oro, joyas y objetos sagrados.
Pero antes de que pudieran tocar el tesoro, Pizarro y sus hombres aparecieron. La batalla fue feroz, pero Andino y Domingo Huallpa lucharon con la fuerza de los dioses. En el último momento, cuando todo parecía perdido, un terremoto sacudió la montaña, sepultando a los españoles bajo toneladas de roca.
Andino y Domingo Huallpa tomaron el tesoro y lo devolvieron al pueblo inca. Se convirtieron en leyendas, sus nombres susurrados por las brisas de los Andes. Y en las noches claras, se dice que sus espíritus aún caminan por las ruinas de Sacsayhuamán, protegiendo el tesoro de los Apus.
Así concluye la historia de “El Tesoro de los Apus”, una epopeya de coraje, amistad y la eterna lucha entre la codicia y la justicia en las alturas del Cusco.
sábado 10 de febrero 2024 - 21:12:43
En las altas montañas de Cusco, donde los picos nevados se alzaban hacia el cielo, vivía un joven llamado Andino. Su risa resonaba como el eco de los vientos que soplaban a través de los valles. Era un muchacho jovial, alegre y lleno de energía. Desde su infancia, había tenido una fascinación por los misterios y las aventuras. A menudo, se escapaba solo a explorar los bosques y las colinas, donde encontraba puertas antiguas y laberintos ocultos.
Su primo, Domingo Huallpa, era su compañero de travesuras. Domingo era todo lo contrario a Andino: tranquilo, pero con un sentido del humor agudo. Tenía brazos fuertes y le gustaba presumir de su potencia muscular. En su infancia, había sido el amigo de todos, siempre dispuesto a ayudar a los demás.
Un día, mientras exploraban una cueva en las afueras de Cusco, Andino y Domingo encontraron un antiguo mapa. Las inscripciones en él hablaban de un tesoro inca perdido, oculto en algún lugar de las montañas. Los ojos de Andino brillaron de emoción. ¿Podría ser cierto? ¿Existía realmente un tesoro esperando a ser descubierto?
Andino y Domingo comenzaron su búsqueda. Siguiendo las pistas del mapa, recorrieron las calles empedradas de Cusco. En cada esquina, encontraban símbolos tallados en las paredes, inscripciones en las piedras y puertas secretas que los llevaban a pasadizos subterráneos. Los valles y lagos escondían secretos ancestrales, y los dos primos se adentraron en ellos con determinación.
En su camino, se encontraron con Tupac Amaru, quien estaba siendo perseguido por los españoles. Andino y Domingo se unieron a sus huestes, que se dirigían al sur, hacia el pueblo donde nació Tupac Amaru. Una de las últimas pistas que encontraron hablaba de este pueblo, y junto a una de las casas descubrieron la clave para desenterrar más secretos. Juntos, descifraron jeroglíficos, descubrieron códigos y desenterraron artefactos antiguos.
La persecución se volvió más intensa a medida que se acercaban a la verdad. Los españoles, liderados por Francisco Pizarro, también habían oído hablar del tesoro inca. Pero Andino y Domingo estaban decididos a proteger su legado y descubrir la historia oculta detrás de los tesoros.
La aventura los llevó a través de los valles, lagos y montañas de Cusco. En cada paso, se encontraron con personajes históricos y participaron en eventos que marcaron la historia de la región. Pero el mayor tesoro que encontraron no estaba hecho de oro ni joyas, sino de la conexión con su pasado y la promesa de un futuro lleno de misterios y descubrimientos.
Pero no estaban solos en su búsqueda. Los españoles, liderados por Francisco Pizarro, también habían oído hablar del tesoro inca. Los conquistadores seguían de cerca los pasos de Andino y Domingo. La persecución se volvió más intensa a medida que se acercaban a la verdad.
En una noche oscura, en las profundidades de un laberinto, Andino y Domingo encontraron la primera locación del tesoro. Era una cámara secreta llena de oro, joyas y objetos sagrados. Pero el mapa revelaba más: había otras tres locaciones dispersas por las montañas. Los tesoros estaban conectados por un hilo invisible de historia y leyenda.
Andino y Domingo se enfrentaron a una decisión difícil. ¿Deberían quedarse con el tesoro y huir de los españoles, o deberían revelar su descubrimiento al mundo? Recordaron las palabras de Manco Cápac: “El verdadero tesoro no está en el oro, sino en la historia que compartimos”.
Finalmente, decidieron compartir su hallazgo con el mundo. Los tesoros inca se exhibieron en museos, y las leyendas de Andino y Domingo se convirtieron en parte de la historia de Cusco. Aunque los españoles nunca dejaron de perseguirlos, los dos primos sabían que habían encontrado algo más valioso que el oro: la conexión con su pasado y la promesa de un futuro lleno de aventuras.
Y así, en las altas montañas de Cusco, el eco de su risa seguía resonando, recordándonos que la verdadera riqueza está en la búsqueda de lo desconocido y en la amistad que trasciende el tiempo y el espacio.
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Andino y Domingo se adentraron en las calles empedradas de Cusco, siguiendo las pistas del antiguo mapa. En cada esquina, encontraban símbolos tallados en las paredes, inscripciones en las piedras y puertas secretas que los llevaban a pasadizos subterráneos. Los valles y lagos escondían secretos ancestrales, y los dos primos avanzaban con determinación, como exploradores de un mundo olvidado.
Fue entonces cuando se encontraron con Tupac Amaru, un hombre perseguido por los españoles. Su mirada reflejaba la angustia y la determinación de quien carga un legado. Andino y Domingo se unieron a sus huestes, que se dirigían al sur, hacia el pueblo donde nació Tupac Amaru. Las últimas pistas del mapa hablaban de este lugar, y junto a una de las casas descubrieron la clave para desenterrar más secretos.
El pueblo se llamaba Tinta, un rincón escondido entre las montañas. Sus calles estrechas estaban llenas de historia y misterio. Las casas de adobe parecían susurrar leyendas antiguas, y los habitantes guardaban secretos que se remontaban a tiempos inmemoriales. Andino y Domingo se sumergieron en la atmósfera de Tinta, donde el aire vibraba con energía ancestral.
En la plaza principal, encontraron una piedra tallada con jeroglíficos. Era la clave para descifrar el siguiente enigma. Los dos primos se sentaron junto a la piedra, con los ojos fijos en los símbolos grabados. Las palabras de Tupac Amaru resonaban en sus mentes: “El tesoro no es solo oro y joyas, sino la memoria de nuestro pueblo”.
Juntos, descifraron los códigos y desenterraron más artefactos. En una casa antigua, hallaron un mapa detallado que marcaba tres ubicaciones clave: Pisac, Ollantaytambo y Machu Picchu. Los tesoros inca no estaban en un solo lugar, sino dispersos por toda la región. Cada sitio estaba conectado por hilos invisibles de historia y leyenda.
La persecución de los españoles se volvió más intensa. Francisco Pizarro estaba decidido a apoderarse de los tesoros, pero Andino y Domingo estaban dispuestos a proteger su legado. En cada paso, se encontraron con personajes históricos como Huayna Cápac y Atahualpa, cuyas sombras parecían guiarlos en su búsqueda.
Así, en los valles, lagos y montañas de Cusco, los dos primos se convirtieron en guardianes de la historia. El mayor tesoro que encontraron no estaba hecho de oro ni joyas, sino de la conexión con su pasado y la promesa de un futuro lleno de misterios y descubrimientos. Y mientras avanzaban, el eco de sus risas resonaba en las altas montañas, recordándonos que la verdadera riqueza está en la búsqueda de lo desconocido y en la amistad que trasciende el tiempo y el espacio.
En la ciudad del Cusco, vivía Jim Larry, un programador y soñador de 61 años. A Jim le apasionaba crear juegos y pintar, y soñaba con encontrar una mujer igual de liberal que él, con quien pudiera compartir su vida. A lo largo de los años, Jim había tenido dos matrimonios anteriores. El primero fue con Jacquelina, con quien tuvo cuatro hermosas hijas. El segundo matrimonio fue con Ana Iris, pero eso ya era parte del pasado.
Tras su última relación, Jim conoció a Eglis María, una mujer de Maturín, Venezuela. Su romance comenzó lentamente, pero con el tiempo se fortaleció. Eglis decidió aventurarse y viajar a Cusco, Perú, para reunirse con la persona que formaría parte de esta nueva unión. Así, Jim Larry y Eglis María comenzaron una nueva etapa juntos en la mágica ciudad de Cusco.
La historia de Jim y Eglis estaba llena de esperanza y posibilidades. Juntos, exploraron las calles empedradas de Cusco, se maravillaron con las ruinas incas y compartieron risas y sueños. La vida les ofrecía una segunda oportunidad, y estaban decididos a aprovecharla al máximo.
En las noches estrelladas de Cusco, Jim y Eglis se sentaban en la Plaza de Armas, rodeados de historia y cultura. Hablaban sobre sus pasiones, sus anhelos y sus planes para el futuro. Jim seguía creando juegos y pintando, mientras Eglis exploraba la riqueza de la gastronomía peruana.
El amor florecía entre ellos como las flores en los jardines de Cusco. Jim, el soñador, encontró en Eglis a su compañera de aventuras. Juntos, subieron a las alturas de Machu Picchu, se sumergieron en las aguas termales de Aguas Calientes y se perdieron en los callejones estrechos de Ollantaytambo.
La ciudad del Cusco se convirtió en su refugio, su lienzo y su hogar. Jim y Eglis compartieron risas, lágrimas y momentos inolvidables. A veces, caminaban por la calle Loreto, donde las casas coloniales parecían susurrar historias de siglos pasados. Otras veces, se sentaban en el mirador de San Blas, admirando las vistas panorámicas de la ciudad.
Jim Larry, el programador que soñaba con una mujer liberal, encontró en Eglis María una compañera de vida. Juntos, escribieron su propia historia en las páginas de Cusco, donde los muros de piedra guardaban secretos y los tejados de tejas rojas protegían su amor.
Y así, en la ciudad del Cusco, Jim y Eglis continuaron su aventura, explorando cada rincón y creando recuerdos que perdurarían para siempre. El tiempo no importaba; lo único que contaba era el amor que compartían y la promesa de un futuro juntos.
Fin.
La defensa del Imperio
En los vastos territorios del Imperio Inca, donde las montañas se alzaban como guardianas de la civilización, vivían dos hombres cuyos corazones latían al ritmo de la tierra. Uno se llamaba Andino, y el otro, Domingo Huallpa, su primo de sangre y compañero de aventuras.
El Imperio Inca estaba en su apogeo, con sus ciudades de piedra, caminos de red, y templos al sol. Pero en los confines de su vasto territorio, se avecinaba una amenaza. Una tribu guerrera, conocida como los Hijos del Viento, había cruzado las fronteras y avanzaba hacia el corazón del imperio.
Andino, con su piel curtida por el sol y su bastón de madera tallado, era un defensor de la tradición. Había aprendido los secretos de los antiguos dioses y la sabiduría de los ancestros. Domingo, con su mirada inquieta y su espíritu indomable, anhelaba la aventura y la gloria.
Un día, cuando las noticias de la invasión llegaron a sus oídos, Andino y Domingo se reunieron en el templo de Inti, el dios sol. “Primo”, dijo Andino, “nuestro imperio está en peligro. Debemos protegerlo.”
Domingo asintió. “Los Hijos del Viento son feroces guerreros, pero nosotros también tenemos el espíritu de los cóndores. Defenderemos nuestra tierra hasta el último aliento.”
Juntos, se armaron con lanzas y corazas, y partieron hacia el frente de batalla. Los Hijos del Viento avanzaban como una tormenta, con sus caballos y sus gritos de guerra. Pero Andino y Domingo no se amedrentaron. Con el sol en sus espaldas y la tierra bajo sus pies, se enfrentaron al enemigo.
La primera batalla fue feroz. Las espadas chocaban, los arcos lanzaban flechas, y los corazones latían al ritmo de la lucha. Andino luchaba con la fuerza de los ancestros, mientras Domingo se movía como un jaguar en la selva.
En un momento crítico, cuando los Hijos del Viento amenazaban con romper las filas, Andino alzó su bastón al cielo. “¡Inti, danos fuerza!”, exclamó. Y en ese instante, un rayo de sol atravesó las nubes y cegó a los invasores. Domingo aprovechó la oportunidad y embistió con su lanza.
La victoria no fue fácil, pero Andino y Domingo lograron repeler la invasión. Los Hijos del Viento se retiraron, derrotados pero no vencidos. El imperio estaba a salvo, gracias a la valentía y la conexión con la tierra de los dos primos.
Desde entonces, se dice que Andino y Domingo Huallpa se convirtieron en héroes. Sus nombres se inscribieron en las paredes de los templos, y su historia se contó alrededor de las fogatas. Y cuando el sol se alza sobre los Andes, se dice que su espíritu sigue protegiendo la tierra sagrada del Imperio Inca.
El rescate del tesoro de los incas
Andino y Domingo Huallpa, dos intrépidos aventureros, se encontraban en lo más profundo de los Andes peruanos. Su pasión por la historia y la leyenda del Tesoro de los Incas los había llevado a este remoto rincón de la tierra. Se decía que el tesoro estaba escondido en algún lugar de las montañas, protegido por antiguas trampas y guardianes misteriosos.
Guiados por un mapa antiguo, los dos amigos ascendieron por empinados senderos, sorteando la espesa vegetación y las rocas resbaladizas. El aire se volvía más delgado a medida que ganaban altura, pero su determinación no flaqueaba. Sabían que el tesoro estaba cerca.
Una noche, mientras acampaban junto a una fogata, Andino examinó el mapa con atención. Las inscripciones en quechua parecían cobrar vida bajo la luz de la luna. “Aquí”, murmuró señalando una marca en el papel. “Este es el lugar”.
Al día siguiente, llegaron a una cueva oculta detrás de una cascada rugiente. El agua caía con fuerza, pero Andino y Domingo se adentraron en la oscuridad. La cueva estaba llena de estalactitas y estalagmitas, y el eco de sus pasos resonaba en las paredes.
Siguiendo las indicaciones del mapa, avanzaron más profundamente. Pronto, encontraron una puerta de piedra tallada con símbolos incas. Andino colocó su mano sobre ella, y la puerta se abrió lentamente, revelando una cámara secreta.
El tesoro estaba allí, brillando con el resplandor de mil soles. Montones de oro, joyas y objetos sagrados llenaban la habitación. Andino y Domingo se miraron, sin palabras. Habían encontrado el legendario Tesoro de los Incas.
Pero antes de tocar cualquier cosa, una voz resonó en la cámara. “¿Quiénes son ustedes?”, preguntó una figura encapuchada. Los guardianes ancestrales habían despertado.
Andino y Domingo explicaron su búsqueda y su amor por la historia. Los guardianes los observaron con ojos penetrantes. Finalmente, uno de ellos asintió. “El tesoro es vuestro”, dijo. “Pero con una condición: deben usarlo para el bien de su pueblo y preservar nuestra cultura”.
Los dos amigos aceptaron solemnemente. Cargaron con el tesoro de vuelta a la luz del día, donde el sol brillaba sobre las montañas. Desde entonces, Andino y Domingo se convirtieron en leyendas vivientes, compartiendo su riqueza con su comunidad y protegiendo la historia de los Incas para las generaciones venideras.
Y así, en lo más alto de los Andes, el Tesoro de los Incas encontró nuevos guardianes, cuyos corazones latían al ritmo de la historia y la aventura.
El Portal
Domingo Huallpa y Andino, dos intrépidos aventureros, se adentraron en los misteriosos dominios de los mundos andinos: Hananpacha, Caipacha, y Urin Pacha. Sus corazones latían con la emoción de descubrir secretos ancestrales y tesoros perdidos.
Un día soleado, mientras exploraban las altas montañas de los Andes peruanos, Domingo y Andino encontraron una antigua cueva. En su interior, hallaron un portal tallado en piedra, adornado con símbolos incas. Sin pensarlo dos veces, cruzaron el umbral y se encontraron en un mundo completamente diferente.
El aire en Hananpacha era más ligero, y el cielo parecía más cercano. Los árboles tenían hojas doradas y sus troncos brillaban como el oro. Los ríos fluían con aguas cristalinas, y las aves cantaban melodías celestiales. Aquí, los dioses caminaban entre los mortales, y los ñaupa machos, los antiguos sabios, impartían su conocimiento.
Domingo y Andino se encontraron con Inti, el dios del sol. Inti les reveló que el tesoro de los incas estaba oculto en los tres mundos. Para encontrarlo, debían superar pruebas en cada uno de ellos.
Al cruzar al mundo de Caipacha, la tierra tembló bajo sus pies. Los campos verdes se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Aquí, los agricultores trabajaban incansablemente, cultivando maíz, papas y quinua. Los ñaupa machos les enseñaron a Domingo y Andino sobre la importancia de la sostenibilidad y la conexión con la naturaleza.
En una colina, encontraron una puerta de piedra. Al abrirla, se reveló un laberinto subterráneo. Siguiendo las indicaciones de los ñaupa machos, resolvieron enigmas y evadieron trampas. Al final del laberinto, hallaron una cámara secreta con una estatua de Pachamama, la madre tierra. A sus pies, brillaba un cofre de oro.
Descendieron al oscuro mundo de Urin Pacha. Aquí, las cuevas eran laberínticas, y las paredes estaban cubiertas de piedras preciosas. Los ñaupa machos les advirtieron sobre los espíritus malignos que acechaban en las sombras.
Domingo y Andino se enfrentaron a criaturas mitológicas: serpientes aladas, guardianes de piedra y espíritus vengativos. Finalmente, llegaron a una cámara iluminada por una lámpara de fuego eterno. En el centro, un sarcófago de obsidiana contenía el tesoro de los incas: joyas, máscaras de oro y objetos sagrados.
Con el tesoro en sus manos, Domingo y Andino regresaron al mundo de los mortales. Pero no eran los mismos. Habían aprendido la importancia de la armonía entre los mundos y la conexión con la naturaleza. Su amistad se fortaleció, y prometieron proteger los secretos ancestrales que habían descubierto.
Así, los nombres de Domingo Huallpa y Andino se convirtieron en leyendas, sus hazañas contadas alrededor de fogatas en las noches estrelladas de los Andes. Y el tesoro de los incas, aunque valioso, palidecía ante la sabiduría y la amistad que habían ganado en su viaje.
Fin.
jueves 8 de febrero 2024 - 12:44:23
hola
hola
Jim y John
En el rincón del tiempo, donde el sol se posa, dos almas se entrelazan con hilos de cariño, Jim y John, amigos fieles, sin prisa ni desvío, tejiendo un lazo eterno que el viento no destroza.
Jim, el soñador, con ojos de poeta, sus versos como estrellas en la noche serena, y John, el carpintero, con manos de madera, construyendo puentes de amor en cada meta.
En las tardes doradas, bajo el sauce llorón, Jim y John se sientan, comparten sus secretos, sus risas como notas de un antiguo soneto, y el mundo se detiene, solo existe su canción.
Jim le cuenta historias de lunas y misterios, y John le muestra el arte de tallar en la madera, sus corazones se entrelazan como en una madeja, y la amistad florece, sin sombras ni criterios.
Cuando la tormenta arrecia, Jim y John se abrazan, sus risas son refugio, sus lágrimas son alas, y en los días grises, sus manos se entrelazan, como dos árboles fuertes que el viento no desplaza.
Jim y John, amigos sinceros, en este mundo vasto, son el faro en la niebla, la brújula en el ocaso, sus nombres se entrelazan en un verso amoroso, y su amistad, como un río, fluye siempre hermoso.
Así concluye este soneto, donde Jim y John, dos almas gemelas, se abrazan en la eternidad, y su cariño, como un sol radiante, ilumina la realidad, en el rincón del tiempo, donde la amistad es un don
La Ciudad Perdida
En los remotos confines de los Andes, donde las montañas se alzan como guardianes centenarios, se oculta un secreto ancestral: Q’umir, la Ciudad Perdida. Nadie sabe a ciencia cierta cómo llegó a existir, pero las leyendas hablan de una civilización olvidada que construyó esta metrópolis en las alturas, más allá de las nubes.
Domingo Huallpa y Andino, dos amigos inseparables, eran apasionados por la arqueología y las historias de antiguas civilizaciones. Su curiosidad los llevó a explorar los rincones más recónditos de los Andes, siguiendo pistas y leyendas transmitidas de generación en generación.
Un día, mientras estudiaban manuscritos en el polvoriento archivo de Cusco, encontraron una referencia a Q’umir. Los textos hablaban de una ciudad de oro, de calles empedradas y templos sagrados, oculta en algún lugar entre las montañas. Los ojos de Domingo y Andino brillaron con la promesa de aventura.
Armados con mapas rudimentarios y corazones llenos de esperanza, los dos amigos partieron hacia lo desconocido. Atravesaron selvas espesas, cruzaron ríos turbulentos y ascendieron picos nevados. El viento susurraba secretos ancestrales, y las estrellas parecían guiarlos hacia su destino.
En su travesía, se encontraron con los Ñaupa Machos, los ancianos sabios de los Andes. Estos misteriosos guardianes les advirtieron sobre los peligros que acechaban en Q’umir: trampas mortales, espíritus vengativos y la ira de los dioses olvidados. Pero Domingo y Andino no se amedrentaron; su determinación era inquebrantable.
Finalmente, tras semanas de arduo viaje, llegaron a un valle escondido entre las montañas. Allí, emergiendo de la niebla como un sueño hecho realidad, estaba Q’umir. Sus edificios de piedra, cubiertos de enredaderas y musgo, se alzaban hacia el cielo. Calles empedradas conducían a plazas donde antaño resonaban risas y cantos.
Domingo y Andino exploraron cada rincón de la ciudad. Encontraron altares tallados con símbolos solares, observatorios astronómicos y tumbas de reyes. Pero lo más asombroso fue el Templo del Sol, donde un tesoro inimaginable aguardaba: joyas, máscaras de oro, textiles finamente tejidos y pergaminos con conocimientos ancestrales.
Con el tesoro en sus manos y el corazón lleno de gratitud, Domingo y Andino regresaron a Cusco. Su historia se convirtió en leyenda, y sus nombres resonaron en los corazones de los habitantes de los Andes. Pero prometieron mantener el secreto de Q’umir, para que la ciudad perdida siguiera siendo un enigma, un sueño dorado en las alturas.
Fin.
La Leyenda de los Dos Amigos
En las estrechas calles empedradas del Cusco, donde los muros de piedra guardan secretos ancestrales, vivía Marco Antonio, un hombre cuyo cuerpo esculpido por los dioses parecía tallado en granito. Era un fisicoculturista apasionado, con brazos como columnas y una sonrisa que iluminaba las mañanas andinas.
Su mejor amigo, Jim, era un programador y artista. Jim tenía ojos curiosos y cabello revuelto, como si las ideas creativas se enredaran en su mente. Juntos, Marco Antonio y Jim formaban una extraña pero inseparable pareja de amigos. Sus diferencias se equilibraban: la fuerza y la inteligencia, la pasión y la razón.
Una tarde, mientras Jim navegaba por foros de arqueología, encontró un mapa antiguo encriptado con símbolos incas. Las leyendas hablaban de un lugar sagrado, una ciudad perdida llamada Inti Wasi, el Templo del Sol. Jim sabía que este descubrimiento podría cambiar sus vidas para siempre.
Corrió hacia la casa de Marco Antonio, donde encontró al fisicoculturista levantando pesas en su pequeño gimnasio improvisado. Jim agitó el mapa frente a él, y Marco Antonio dejó caer las pesas con un estruendo.
“¿Qué es esto?”, preguntó Marco Antonio, sus ojos brillando de emoción.
Decidieron emprender la aventura juntos. Marco Antonio cargó una mochila llena de proteínas y Jim llevó su laptop, listo para descifrar los enigmas del mapa. Se adentraron en los altos Andes, donde el aire se volvía más delgado y las estrellas parecían más cercanas.
Después de semanas de caminata, llegaron a un valle escondido. Allí, entre las montañas, se alzaba Inti Wasi, la Ciudad del Sol. Sus edificios de piedra dorada brillaban bajo la luz de la luna. Pero no estaban solos. Los Ñaupa Machos, los sabios ancestrales, los recibieron.
Los ñaupa machos les advirtieron sobre las trampas y los espíritus guardianes. Marco Antonio y Jim asintieron, sus corazones llenos de determinación. Juntos, cruzaron los umbrales de la ciudad perdida.
En el corazón de Inti Wasi, encontraron el Templo del Sol. Sus paredes estaban cubiertas de inscripciones, y en el centro, un altar de oro brillaba como el sol mismo. Marco Antonio se arrodilló, sintiendo la energía ancestral fluir a través de él.
Jim descifró las inscripciones. El tesoro de los incas no era solo oro y joyas, sino conocimiento. Manuscritos sobre astronomía, medicina y filosofía. Los dos amigos se miraron, sus ojos llenos de asombro.
Con el tesoro en sus manos y el corazón lleno de gratitud, Marco Antonio y Jim regresaron al Cusco. Su amistad se había fortalecido en las alturas de los Andes. Marco Antonio continuó esculpiendo su cuerpo, y Jim creó obras de arte digitales inspiradas en los símbolos de Inti Wasi.
Nunca revelaron la ubicación exacta de la ciudad perdida. Pero en las noches estrelladas, cuando las luces de Cusco se apagaban, Marco Antonio y Jim miraban al cielo y sabían que habían tocado la eternidad.
Fin.
El Secreto de las Chincanas
En las entrañas de la antigua ciudad imperial del Cusco, bajo los templos y plazas que reverberaban con la historia de los incas, se extendían las chincanas, un laberinto de túneles y grutas tallados en la piedra caliza. Nadie sabía a ciencia cierta quién las había construido ni con qué propósito, pero su misterio atraía a aventureros y soñadores por igual.
Andino y su primo Domingo Huallpa eran dos almas inquietas. Andino, de ojos avellana y cabello oscuro, era un soñador empedernido. Domingo, con su piel curtida por el sol y brazos fuertes de tanto trabajar la tierra, era más pragmático. Pero juntos, formaban un equipo imparable.
Un día, mientras exploraban las ruinas de Sacsayhuaman, Andino encontró una entrada oculta en una de las paredes de piedra. Era estrecha y apenas visible, pero su intuición le decía que allí comenzaba una aventura épica.
Andino y Domingo se adentraron en las chincanas con antorchas en mano. El aire se volvía más denso, y las paredes parecían cerrarse sobre ellos. Las grutas se bifurcaban en todas direcciones, como las venas de la tierra. Andino estaba emocionado; Domingo, más cauteloso.
En una de las galerías, encontraron una inscripción en quechua: “Quien busca el tesoro, debe enfrentar su mayor temor”. Andino sonrió, pensando en las riquezas que podrían hallar. Pero Domingo frunció el ceño. “¿Qué temor?”, preguntó.
Andino y Domingo avanzaron, sorteando trampas y pasadizos estrechos. En una caverna amplia, se toparon con un murciélago gigante que colgaba del techo. Andino chilló y saltó hacia atrás, mientras Domingo se reía a carcajadas.
“¿El gran aventurero teme a los murciélagos?”, bromeó Domingo. Andino le lanzó una mirada indignada, pero luego ambos rieron hasta que les dolieron los costados.
En una gruta más amplia, encontraron un lago subterráneo. Las aguas eran cristalinas, y en el centro flotaba una pequeña isla. Allí estaba Eglis, una joven de cabellos negros y ojos como estrellas. Su piel parecía iluminada desde dentro.
Andino y Eglis se miraron, y algo se encendió entre ellos. Domingo, siempre observador, sonrió. “El tesoro no es oro ni joyas”, susurró. “Es el amor que encuentras en las profundidades”.
Andino y Eglis se enamoraron perdidamente. Paseaban por las chincanas de la mano, descubriendo rincones secretos y prometiéndose amor eterno. Pero un día, mientras exploraban una gruta estrecha, una roca se desprendió y sepultó a Eglis bajo toneladas de piedra.
Andino lloró desconsolado, su corazón roto. Domingo lo abrazó, y juntos salieron de las chincanas. Andino nunca volvió a entrar. Las grutas se convirtieron en su tumba de amor.
Domingo contó la historia a los lugareños. Se dice que, en las noches de luna llena, se escuchan risas y susurros en las profundidades. Y algunos afirman haber visto a Eglis, su piel aún iluminada, esperando a Andino en el corazón de las chincanas.
Fin.
“El Secreto de las Chinkanas”
En los misteriosos rincones del Cusco, donde las piedras hablan y los vientos susurran leyendas, se esconde un laberinto subterráneo que desafía el tiempo y la razón. Las chinkanas, como los lugareños las llaman, son más que simples cuevas; son pasadizos que conectan el mundo de los vivos con el de los espíritus.
En este relato, nos adentraremos en las profundidades de las chinkanas junto a dos primos inseparables: Andino y Domingo Huallpa. Andino, de cabellos plateados y ojos sabios, conocía cada recoveco de las grutas como si fueran extensiones de su propio cuerpo. Domingo, más joven y curioso, anhelaba descubrir los secretos que yacían bajo los templos de la ciudad imperial.
Una noche de luna llena, Andino y Domingo decidieron explorar una chinkana poco transitada. Su entrada estaba oculta detrás de un altar en el antiguo Templo del Sol. Con antorchas en mano, descendieron por escaleras talladas en la roca caliza. El aire se volvía más denso, y las sombras danzaban en las paredes.
En lo más profundo, encontraron una bifurcación. Andino señaló hacia la izquierda. “Esta ruta nos llevará a la Chinkana de los Lamentos”, dijo. “Se dice que los espíritus de los sacrificados aún vagan por aquí.”
Domingo tragó saliva y siguió a su primo. La gruta se estrechaba, y el eco de sus pasos resonaba como un lamento ancestral. De repente, una figura apareció ante ellos: Capuli Ñawy, el guardián de las chinkanas. Su piel era pálida como la luna, y sus ojos brillaban con tristeza.
“¿Qué buscan aquí?” preguntó Capuli Ñawy. “¿Acaso no temen a los espíritus que acechan?”
Andino se arrodilló. “Buscamos respuestas, anciano. ¿Por qué estas grutas existen? ¿Qué secreto guardan?”
Capuli Ñawy suspiró. “Las chinkanas son el hilo que une el mundo de los vivos con el de los muertos. Pero cuidado, pues también son trampas mortales. Aquí, la tragedia y la esperanza se entrelazan.”
Domingo, siempre inquieto, tropezó con una piedra y cayó de bruces. Andino se rió. “Cuidado, primo. No querrás convertirte en un espíritu más.”
Domingo se levantó, sonrojado. “¿Crees que los espíritus también se tropiezan?”
Capuli Ñawy sonrió. “Los espíritus no tropiezan, pero a veces juegan al escondite. ¿Quieren ver algo curioso?” Señaló una grieta en la pared. “Miren, allí vive el Fantasma de las Llaves Perdidas. Si le piden ayuda, encontrarán lo que han perdido.”
Andino y Domingo intercambiaron miradas. “¿Qué has perdido, primo?” preguntó Andino.
Domingo se tocó el bolsillo. “Mi sentido común, creo.”
En la parte más profunda de la chinkana, Andino y Domingo encontraron una cámara amplia. Las paredes estaban cubiertas de inscripciones y ofrendas. En el centro, una estatua de dos figuras entrelazadas: el Amor Eterno.
Capuli Ñawy suspiró. “Aquí yace una historia de amor trágica. Dos amantes, separados por la muerte, se encuentran en este lugar cada luna llena. Sus almas se funden en un abrazo eterno.”
Andino miró a Domingo. “¿Y tú, primo? ¿Qué buscas en estas grutas?”
Domingo tomó la mano de Andino. “No busco tesoros ni respuestas. Solo quiero estar aquí, contigo.”
Y así, en
Andino, Domingo y Capuli Ñawy continuaron su exploración. La chinkana se bifurcaba nuevamente, y esta vez, eligieron el camino de la derecha. Las paredes estaban cubiertas de petroglifos, como si los antiguos hubieran dejado mensajes para los viajeros del tiempo.
En una amplia gruta, encontraron un altar de piedra. Sobre él, una ofrenda fresca: una rosa roja. Andino frunció el ceño. “¿Quién ha dejado esto aquí?”
Capuli Ñawy sonrió. “Es el tributo de el Amante Desconocido. Cada luna llena, deja una rosa para su amada perdida. Se dice que ella aún lo espera en algún rincón de estas chinkanas.”
Domingo miró la rosa con curiosidad. “¿Y quién es ella?”
Capuli Ñawy suspiró. “Una historia triste, joven. El Amante Desconocido era un guerrero inca, y ella, una sacerdotisa del sol. Su amor era prohibido, pero se encontraban en secreto en estas grutas. Un día, él no regresó. Se dice que murió en una batalla lejana.”
Andino apretó el puño. “¿Y ella?”
Capuli Ñawy señaló una inscripción en la pared. “Ella juró esperarlo eternamente. Su nombre era Killa, la Luna. Y aquí, en esta gruta, su espíritu sigue aguardando.”
Domingo, aún con la rosa en la mano, se rió. “¿Crees que el Amante Desconocido también se tropieza?”
Andino sonrió. “Tal vez. Pero al menos, su amor sigue vivo en estas paredes.”
Capuli Ñawy se unió a la risa. “Los espíritus también tienen sus momentos jocosos, jóvenes. No todo es tragedia en las chinkanas.”
En la parte más profunda de la gruta, encontraron una cámara amplia. Allí, bajo la luz tenue de las antorchas, vieron la estatua de el Amor Eterno. Las figuras entrelazadas parecían susurrar secretos al viento.
Domingo miró a Andino. “¿Crees que el Amante Desconocido y Killa también se encuentran aquí?”
Andino asintió. “En cada luna llena, sus almas se abrazan en esta cámara. El tiempo no existe en las chinkanas. Ellos siguen amándose como el primer día.”
Domingo tomó la mano de Andino. “¿Y nosotros, primo? ¿Qué encontraremos aquí?”
Andino sonrió. “No buscamos tesoros ni respuestas. Solo queremos estar aquí, juntos.”
Y así, en las profundidades de las chinkanas, Andino, Domingo y Capuli Ñawy continuaron su exploración. Sus corazones latían al ritmo de los secretos que la tierra guardaba. En cada esquina, en cada inscripción, encontraban la esencia misma del Cusco: un amor que trasciende la vida y la muerte.
Y así concluye nuestro relato, donde las chinkanas se convierten en testigos de historias olvidadas y amores eternos.
La Persecucion
Andino y Domingo Huallpa eran dos hombres valientes que vivían en los altos picos de los Andes, en un tiempo en que los españoles habían llegado a la región en busca de riquezas y poder. Los dos amigos eran parte de una tribu indígena que había resistido ferozmente la invasión de los conquistadores.
La persecución comenzó cuando los españoles se enteraron de que Andino y Domingo Huallpa conocían el camino hacia un tesoro escondido en las montañas. Este tesoro estaba compuesto por antiguos artefactos incas, joyas y lingotes de oro y plata. Los españoles, codiciosos y despiadados, no dudaron en perseguir a los dos amigos para obtener la ubicación exacta del tesoro.
Andino y Domingo Huallpa eran expertos en la geografía de la región. Conocían cada sendero, cada cueva y cada escondite en las montañas. Cuando los españoles se acercaban, los dos amigos se movían rápidamente, cambiando de escondite constantemente. A veces, se refugiaban en las cuevas profundas, donde la luz del sol no podía alcanzarlos. Otras veces, se escondían en los densos bosques de quenuales y alisos, donde los árboles altos y frondosos los protegían de la vista de los invasores.
Los miembros de la tribu Inca también jugaron un papel crucial en la ayuda a Andino y Domingo Huallpa. Estos valientes guerreros les proporcionaban comida, agua y refugio. Los escondían en sus aldeas y los protegían de los españoles. A cambio, Andino y Domingo Huallpa compartían su conocimiento sobre las montañas y las rutas de escape. La lealtad de la tribu hacia los dos amigos era inquebrantable.
En una ocasión, los españoles estuvieron a punto de atrapar a Andino y Domingo Huallpa. Los dos amigos se encontraban en una garganta estrecha, rodeados por acantilados escarpados. Pero justo cuando parecía que no había escapatoria, un grupo de guerreros incas apareció en la cima de los acantilados. Lanzaron piedras y flechas a los españoles, obligándolos a retroceder. Andino y Domingo Huallpa aprovecharon la oportunidad para escabullirse y desaparecer en las sombras de la montaña.
La persecución continuó durante meses. Los españoles no se daban por vencidos. Pero Andino y Domingo Huallpa eran astutos y resistentes. Se movían como fantasmas por las montañas, siempre un paso por delante de sus perseguidores. A veces, incluso se disfrazaban de aves o animales para confundir a los españoles.
Finalmente, después de muchas peripecias y peligros, Andino y Domingo Huallpa lograron llegar a un lugar sagrado en lo más alto de los Andes. Allí, encontraron el tesoro escondido: una habitación secreta llena de tesoros incalculables. Pero en lugar de quedarse con él, decidieron devolverlo a la tierra. Enterraron el tesoro en una cueva profunda y sellaron la entrada con rocas y tierra.
Los españoles nunca encontraron el tesoro. Andino y Domingo Huallpa se convirtieron en leyendas en las montañas, recordados como héroes que protegieron la riqueza de su tierra y su cultura. Y la tribu Inca siguió protegiendo sus secretos y su historia, manteniéndolos vivos a lo largo de las generaciones.
Así termina la historia de Andino y Domingo Huallpa, dos hombres que desafiaron a los conquistadores y defendieron su hogar con valentía y honor.
Jorge Alejandro: El Artista de las Piñatas
Había una vez un hombre llamado Jorge Alejandro, cuyo corazón latía al ritmo de la creatividad. En la bulliciosa ciudad del Cusco, donde los adoquines guardaban secretos ancestrales y las montañas se alzaban como guardianas de la historia, Jorge Alejandro encontró su hogar.
Desde temprana edad, Jorge mostró un talento innato para las artes. Sus manos, hábiles como las alas de un cóndor, esculpían figuras en madera y piedra. Pero su verdadera pasión residía en las piñatas. No las veía como simples objetos festivos, sino como lienzos en blanco esperando ser transformados por su imaginación.
Jorge Alejandro tenía un primo llamado Jim, un aventurero intrépido con ojos curiosos y una risa contagiosa. Jim y Jorge compartían una conexión especial, como dos piezas de un rompecabezas que encajaban perfectamente. Juntos, exploraron los callejones empedrados del Cusco, buscando inspiración en cada esquina.
Un día, mientras paseaban por el mercado de San Pedro, Jorge Alejandro encontró un antiguo libro sobre la historia de las piñatas. Descubrió que estas coloridas esculturas tenían raíces profundas en la tradición mexicana y que su significado iba más allá de la diversión. Eran símbolos de celebración, de alegría compartida y de la lucha contra los obstáculos de la vida.
Decidió crear una piñata épica que contara la historia de los incas, desde la fundación de Cusco hasta la llegada de los conquistadores españoles. Utilizó papel maché, pinturas vibrantes y su corazón como guía. La piñata se convirtió en una obra maestra que desafiaba el tiempo y la gravedad.
Jim, siempre dispuesto a aventurarse, sugirió que colgaran la piñata en la cima de la montaña Machu Picchu. “Será nuestra ofrenda a los dioses”, dijo con una sonrisa traviesa. Y así, cargaron la piñata escaleras arriba, sorteando los escalones de piedra con determinación.
Cuando alcanzaron la cima, el viento sopló como un suspiro antiguo. Jorge Alejandro colgó la piñata en un árbol sagrado, y Jim tocó su flauta, llenando el aire con melodías ancestrales. Los cóndores sobrevolaron la montaña, como si aprobaran su gesto.
La noche cayó, y las estrellas se alinearon sobre Machu Picchu. Jorge Alejandro y Jim observaron cómo la piñata se balanceaba en la brisa nocturna. “Espero que los dioses sonrían”, murmuró Jorge.
De repente, la piñata se rompió, liberando dulces y confeti. Los lugareños se unieron a la celebración, bailando alrededor del árbol. Jorge Alejandro supo entonces que su arte había trascendido las fronteras del tiempo y el espacio.
Desde ese día, Jorge Alejandro se convirtió en una leyenda en el Cusco. Sus piñatas adornaban las plazas y los festivales, y su taller se llenaba de niños ansiosos por aprender su oficio. Jim seguía siendo su compañero de aventuras, y juntos crearon un legado de alegría y creatividad.
Así es como Jorge Alejandro, el artista de las piñatas, dejó su huella en la ciudad del Cusco. Su historia se cuenta en los murales de las calles y en las risas de los niños que rompen piñatas en las fiestas. Y cuando el viento sopla sobre Machu Picchu, dicen que se escuchan ecos de su flauta y el crujir de papel maché.
Fin.
Jim Larry y Jorge Alejandro: Aventuras en la Vinería del Cusco
En las estrechas calles empedradas del Cusco, donde el aire vibraba con la historia de los incas y los aromas de la cocina tradicional, vivían dos amigos inseparables: Jim Larry y Jorge Alejandro. Si bien eran polos opuestos en apariencia, su amistad era tan sólida como las piedras que pavimentaban su camino.
Jorge Alejandro, flaco como un junco, tenía una peculiaridad: el viento parecía tener una debilidad por él. En días ventosos, sus brazos se extendían como alas, y su sombrero volaba como un cóndor rebelde. Para evitar ser arrastrado por las ráfagas, Jorge Alejandro siempre llevaba dos piedras en el bolsillo. No eran piedras cualquiera; eran sus guardianes contra la fuerza invisible que amenazaba con llevarlo lejos.
Jim Larry, en cambio, era un hombre robusto con una risa contagiosa. Su barriga rebotaba como un tambor cuando se reía, y su apetito por la vida era insaciable. Jim y Jorge compartían una pasión común: el vino. No cualquier vino, sino el que fluía en la acogedora vinería llamada “El Sabor del Pisco”.
Una tarde soleada, Jim y Jorge se sentaron en una mesa de madera tallada, rodeados de botellas de vino y risueños lugareños. El dueño, Don Pedro, les sirvió una copa de su mejor Malbec. El vino danzaba en sus copas como un recuerdo ancestral.
“¡Por la amistad!”, brindó Jim, levantando su copa. Jorge Alejandro sonrió y chocó su copa con la de Jim. El vino se deslizó por sus gargantas, calentando sus corazones y aflojando sus lenguas.
Las anécdotas comenzaron a fluir como el río Urubamba. Jim recordó la vez que intentó bailar una marinera en la Plaza de Armas y terminó enredado en su propia bufanda. Jorge Alejandro rió hasta que las lágrimas se mezclaron con el vino. Contó cómo una vez, el viento casi lo lleva volando desde la cima de Sacsayhuamán.
Don Pedro, el sabio guardián de la vinería, se unió a la conversación. “El vino es como la vida”, dijo, sosteniendo su copa. “A veces dulce, a veces amargo, pero siempre nos embriaga con sus secretos”.
La tarde se desvaneció en risas y confidencias. Jim y Jorge Alejandro se levantaron tambaleantes, abrazándose como hermanos. El viento sopló suavemente, como si quisiera unirse a la celebración.
En la puerta de la vinería, Jorge Alejandro soltó una de sus piedras en el bolsillo. “Hoy no necesito protección contra el viento”, murmuró. Jim asintió, con los ojos brillantes de felicidad.
Desde entonces, Jim Larry y Jorge Alejandro se convirtieron en leyendas en la vinería. Cada vez que alguien mencionaba el viento, todos recordaban al flaco Jorge y sus piedras guardianas. Y cuando el vino fluía y las risas llenaban el aire, decían que los espíritus de los incas se unían a la fiesta.
Así fue como dos amigos, uno flaco como el viento y el otro robusto como la risa, encontraron su refugio en la vinería del Cusco. Sus anécdotas se tejieron en la historia de la ciudad, como hilos de un tapiz colorido.
Fin.
El Coraje de Jim
Había una vez un niño nacido en el año 1962, en el corazón de Wanchaq, un pequeña Distrito de Cusco. Su nombre era Jim, y desde muy temprana edad, su curiosidad y su deseo de aprender lo impulsaban a explorar cada rincón de su entorno.
A los 7 años, Jim comenzó su educación en el colegio La Salle de Cusco. Su primera profesora, la señorita Emperatriz Gonzales, era una mujer de mirada dulce y voz suave. Para Jim, ella era como un ángel que guiaba sus pasos en el mundo de las letras y los números. Pero no solo eso: Jim se enamoró profundamente de su maestra. Cada día, al entrar al aula, su corazón latía con fuerza al verla.
Sin embargo, la vida en la escuela no era tan idílica como Jim había imaginado. Sus compañeros de clase no compartían su entusiasmo por aprender. En lugar de eso, lo rodeaban con burlas y abusos. Le llamaban “ratón de biblioteca” y se reían de su devoción por la señorita Gonzales. Jim se sentía solo y vulnerable, pero su amor por ella lo mantenía firme.
Un día, su hermano mayor, Wendell, notó la tristeza en los ojos de Jim. Wendell era un hombre fuerte y valiente, y decidió intervenir. Le enseñó a Jim a defenderse, a enfrentar a los abusadores con valentía. “No dejes que te pisoteen”, le dijo. “Eres más fuerte de lo que crees”.
Así, Jim comenzó a buscar pleito con aquellos que se burlaban de él. Golpeó a algunos de sus compañeros, pero no corrió con buena suerte. El profesor “Carrera”, un hombre de carácter rígido, lo castigó severamente. Con una regla de madera, le propinó golpes hasta destrozarla. Jim sintió el ardor en su piel y las lágrimas en sus ojos, pero no se arrepintió. Había defendido su honor y el de la señorita Gonzales.
A pesar de las dificultades, Jim continuó asistiendo a clases. Aprender a leer y escribir se convirtió en un desafío mayor debido a su enamoramiento. Cada vez que la señorita Gonzales hablaba, Jim se perdía en su belleza y no prestaba atención a las explicaciones. Pero poco a poco, con esfuerzo y dedicación, logró superar las barreras.
Con el tiempo, Jim aprendió a equilibrar su amor por la profesora con su sed de conocimiento. La señorita Gonzales se convirtió en su musa, y cada palabra escrita se volvía un tributo a ella. Aunque nunca confesó su amor, Jim guardó en su corazón aquellos años de lucha y aprendizaje.
Y así, el niño de Wanchaq creció entre letras y emociones. Su historia se convirtió en un cuento de valentía, amor y perseverancia. Y aunque la regla de madera dejó marcas en su piel, también dejó una lección imborrable: el poder de defender lo que amamos, incluso si eso significa enfrentar al mundo entero.
Fin.
John, el Jocoso Majeño y la Fiesta de la Virgen del Carmen
Había una vez en el pintoresco pueblo de Cusco, un hombre llamado John. Su risa resonaba por las calles empedradas, y su espíritu festivo era contagioso. John era conocido como el “Jocoso Majeño” porque siempre tenía una broma o un chiste a mano. Pero su mayor pasión era el baile.
Cada 16 de julio, cuando las campanas de la iglesia anunciaban las festividades en honor a la Virgen del Carmen de Paucartambo, John se convertía en el alma de la fiesta. Vestido con su camisa de flores y un sombrero de ala ancha, se movía al ritmo de la música tradicional. Sus pies descalzos golpeaban el suelo de la plaza central, y su sonrisa iluminaba la noche.
Sus amigos, Marco Antonio y Jim, siempre estaban a su lado. Marco Antonio, un hombre corpulento con una barba espesa, era el maestro de las pullas. Siempre encontraba una manera ingeniosa de burlarse de John. “¿Sabes por qué John baila tan bien?” decía Marco Antonio con una sonrisa maliciosa. “Porque sus pies están poseídos por la Virgen del Carmen”. John reía y le daba un codazo. “¡Tú sí que tienes imaginación, Marco!”
Jim, en cambio, era un programador. Siempre llevaba su portátil a todas partes. Mientras John danzaba, Jim se sentaba en una esquina, escribiendo líneas de código. “¿Por qué no te unes a la fiesta, Jim?” le preguntaba John. “No puedo”, respondía Jim con seriedad. “Estoy resolviendo un bug en mi última aplicación”. John asentía, sin entender del todo el mundo digital de Jim.
La fiesta de la Virgen del Carmen era un torbellino de colores y sonidos. Las luces parpadeaban, los fuegos artificiales estallaban en el cielo y la gente se abrazaba con alegría. John giraba y giraba, sus brazos extendidos hacia el cielo. Marco Antonio seguía haciendo chistes, y Jim miraba su pantalla con concentración.
Pero esa noche, algo inusual sucedió. Cuando John estaba en medio de su baile más frenético, las luces se apagaron de repente. La multitud quedó en silencio. John se detuvo, confundido. Entonces, una luz tenue iluminó el escenario improvisado. La Virgen del Carmen, tallada en madera, parecía cobrar vida. Sus ojos parecían mirar directamente a John.
“¡John!”, dijo una voz suave. “Baila por mí”. John no podía creer lo que estaba viendo. La Virgen del Carmen extendió su mano, y John la tomó. Sus pies comenzaron a moverse, pero esta vez era diferente. No era solo una danza alegre; era una danza sagrada. John giraba, saltaba y se elevaba como si estuviera flotando.
La multitud observaba con asombro. Marco Antonio se quedó sin palabras, y Jim cerró su portátil. John danzó hasta el amanecer, y cuando finalmente se detuvo, la Virgen del Carmen le sonrió. “Gracias, John”, susurró. “Has honrado mi nombre”.
Desde entonces, John siguió bailando cada 16 de julio, pero ahora lo hacía con un propósito más profundo. La gente decía que sus pies estaban bendecidos por la Virgen. Marco Antonio dejó de hacer chistes y se unió a la danza. Jim incluso creó una aplicación para seguir los pasos de John en tiempo real.
Y así, en la pequeña plaza de Paucartambo, John, el Jocoso Majeño, continuó bailando para la Virgen del Carmen, recordando esa noche mágica cuando su risa y su danza se elevaron hacia el cielo estrellado.
Fin.
El Jocoso Baile de John en Paucartambo
Había una vez un hombre llamado John, conocido por todos como el “Majeño”, un apodo que llevaba con orgullo. John vivía en el pintoresco pueblo de Paucartambo, en la región de Cusco, Perú. Su risa resonaba por las calles empedradas, y su espíritu alegre iluminaba incluso los días más grises.
Cada año, el 16 de julio, el pueblo se transformaba en un torbellino de colores y música. Era la fiesta de la Virgen del Carmen, una celebración que unía a la comunidad en una danza sagrada y festiva. John esperaba este día con ansias, porque sabía que era su momento de brillar.
Sus amigos, Marco Antonio y Jim, también compartían su entusiasmo. Marco Antonio, siempre con una sonrisa traviesa, le hacía chascarrillos a John sobre su peculiar estilo de baile. “¡John, pareces un gallo desplumado!”, bromeaba mientras imitaba sus movimientos. Pero John no se ofendía; en cambio, reía aún más fuerte y seguía bailando.
Jim, el programador del pueblo, era un alma más reservada. Pasaba la mayor parte del tiempo frente a su computadora, pero en la fiesta, dejaba de lado el código y se unía a la diversión. John lo arrastraba al centro de la plaza, y juntos giraban al ritmo de la música tradicional. Jim no era el mejor bailarín, pero su entusiasmo compensaba cualquier falta de gracia.
La plaza se llenaba de gente vestida con trajes tradicionales, adornados con flores y cintas de colores. Las bandas de música tocaban melodías ancestrales, y los fuegos artificiales iluminaban el cielo estrellado. John, con su sombrero de ala ancha y su camisa bordada, se movía como un remolino. Sus brazos se alzaban, sus pies golpeaban el suelo, y su risa resonaba como campanas.
La Virgen del Carmen, representada en una hermosa imagen tallada en madera, era llevada en procesión por las calles. Los lugareños la seguían con velas encendidas, cantando himnos sagrados. John, sin embargo, tenía su propia forma de rendir homenaje: bailando. Se acercaba a la imagen, giraba a su alrededor y hacía reverencias exageradas. La gente lo miraba con asombro y alegría.
En una de las esquinas, Marco Antonio y Jim se reían a carcajadas. “¡John, estás haciendo que la Virgen se ría!”, exclamó Marco Antonio. Jim asintió, “Sí, John, seguro que ella aprecia tu entusiasmo”. John les guiñó un ojo y continuó su danza desenfrenada.
La noche avanzaba, y la música se volvía más frenética. John, Marco Antonio y Jim se mezclaron con la multitud, saltando y girando como hojas llevadas por el viento. La Virgen sonreía desde su altar, y John sentía que su corazón estaba en comunión con algo más grande que él mismo.
Cuando el sol comenzó a asomarse en el horizonte, la fiesta llegó a su fin. John estaba agotado pero feliz. Se despidió de sus amigos y se retiró a su modesta casa. Se quitó los zapatos polvorientos y se recostó en su cama. Mientras cerraba los ojos, aún podía sentir la música en su piel y la risa en su corazón.
Y así, cada año, John seguía bailando en honor a la Virgen del Carmen. Su jocoso espíritu se convertía en leyenda, y su baile, en un símbolo de alegría y devoción. Paucartambo nunca olvidaría al hombre que bailaba como si el mundo entero estuviera observando, y la Virgen sonreía desde lo alto.
Fin.
John, el Jocoso Majeño y la Fiesta de la Virgen del Carmen
En las altas montañas de Paucartambo, en el corazón de los Andes peruanos, se celebraba cada año una fiesta que llenaba de alegría a todos los habitantes del pueblo. El 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, las calles se engalanaban con banderas multicolores, y la música resonaba desde la plaza central hasta las colinas más remotas.
En medio de esta festividad, destacaba un hombre llamado John. Era un danzarín de la comparsa de los “Majeños”, un grupo de artistas locales que se dedicaban a preservar las tradiciones ancestrales. John no solo era un excelente bailarín, sino también un alma jocosa que siempre tenía una sonrisa en los labios y un chiste en la punta de la lengua.
Su atuendo era una mezcla de lo antiguo y lo moderno. Llevaba un sombrero de paja adornado con cintas de colores, y su camisa blanca como las nubes del cielo relucía bajo el sol. Sus pies calzaban unas botas talladas de cuero con espuelas de plata, se movían con gracia sobre el empedrado de la plaza, y su risa resonaba como un eco en las montañas.
John tenía dos amigos inseparables. Marco Antonio, un hombre robusto con una barba espesa, era el maestro de los chascarrillos. Siempre encontraba una manera ingeniosa de burlarse de John. “¿Sabes por qué John baila tan bien?” decía Marco Antonio con una sonrisa maliciosa. “Porque sus pies están bendecidos por la Virgen del Carmen”. John reía y le daba un codazo. “¡Tú sí que tienes imaginación, Marco!”
Por otro lado, estaba Jim, el programador. Jim era un hombre tranquilo, siempre absorto en su mundo digital. Mientras John danzaba en la plaza, Jim se sentaba en una esquina con su portátil sobre las piernas. “¿Por qué no te unes a la fiesta, Jim?” le preguntaba John. “No puedo”, respondía Jim con seriedad. “Estoy resolviendo un bug en mi última aplicación”. John asentía, sin entender del todo el mundo de códigos y algoritmos de Jim.
La fiesta de la Virgen del Carmen era un torbellino de colores y emociones. Las luces parpadeaban, los fuegos artificiales estallaban en el cielo y la gente se abrazaba con alegría. John giraba y giraba, sus brazos extendidos hacia el cielo. Marco Antonio seguía haciendo chistes, y Jim miraba su pantalla con concentración.
Pero esa noche, algo inusual sucedió. Cuando John estaba en medio de su baile más frenético, las luces se apagaron de repente. La multitud quedó en silencio. Entonces, una luz tenue iluminó el escenario improvisado. La Virgen del Carmen, tallada en madera, parecía cobrar vida. Sus ojos parecían mirar directamente a John.
“¡John!”, dijo una voz suave. “Baila por mí”. John no podía creer lo que estaba viendo. La Virgen del Carmen extendió su mano, y John la tomó. Sus pies comenzaron a moverse, pero esta vez era diferente. No era solo una danza alegre; era una danza sagrada. John giraba, saltaba y se elevaba como si estuviera flotando.
La multitud observaba con asombro. Marco Antonio se quedó sin palabras, y Jim cerró su portátil. John danzó hasta el amanecer, y cuando finalmente se detuvo, la Virgen del Carmen le sonrió. “Gracias, John”, susurró. “Has honrado mi nombre”.
Desde entonces, John siguió bailando cada 16 de julio, pero ahora lo hacía con un propósito más profundo. La gente decía que sus pies estaban bendecidos por la Virgen. Marco Antonio dejó de hacer chistes y se unió a la danza. Jim incluso creó una aplicación para seguir los pasos de John en tiempo real.
Y así, en la pequeña plaza de Paucartambo, John, el Jocoso Majeño, continuó bailando para la Virgen del Carmen, recordando esa noche mágica cuando su risa y su danza se elevaron hacia el
Jim, el programador silencioso
Jim, el programador silencioso, a menudo encontraba consuelo en las líneas de código. Mientras John daba vueltas y reía, Jim se sentaba en un rincón, observando las festividades con un toque de diversión. Su mente analítica apreciaba los patrones: la forma en que se movían los bailarines, el ritmo de los tambores y el parpadeo de la luz de las velas.
A medida que avanzaba la noche, la curiosidad de Jim se apoderó de él. Se preguntó si podría capturar la esencia de la celebración en un algoritmo. Entonces, sacó su cuaderno y anotó ideas. "Los pasos de baile como funciones recursivas", reflexionó. "Armonías musicales como bucles anidados".
John notó los garabatos de Jim y se inclinó. "¿Qué estás haciendo, amigo mío?" preguntó, secándose el sudor de la frente.
Jim levantó la vista, con las gafas colocadas sobre el puente de la nariz. "Estoy decodificando el baile", respondió. "Convertir la alegría en lógica".
Juan se rió. "La lógica no hará que tus pies se muevan", dijo. "Pero aprecio el esfuerzo".
Y así, Jim continuó su exploración silenciosa. Observó el remolino de faldas, el centelleo de las estrellas y las risas que resonaban en la plaza. Tomó más notas, intentando captar lo inefable.
A medida que se acercaba el amanecer, John tropezó hacia Jim. "Sabes", farfulló, "te lo estás perdiendo". El baile no se trata de lógica. Se trata de sentir".
Jim cerró su cuaderno. "Tal vez", dijo. "Pero hay belleza en ambos".
Y con eso, John puso a Jim en pie. Se unieron al círculo, con pasos torpes pero sinceros. Jim abandonó sus algoritmos y dejó que la música lo guiara. Por un momento, se olvidó del código, de la lógica, de todo menos del ritmo de la vida.
Y así, en el corazón de Paucartambo, bailaron John y Jim: un programador jocoso y un juerguista enérgico, salvando la brecha entre la lógica y la magia. La Virgen del Carmen observaba desde su altar, con sus ojos de madera brillando con aprobación.
Mientras el sol se asomaba sobre los Andes, John le dio una palmada en la espalda a Jim. "¿Ver?" él dijo. "A veces, simplemente hay que dejarse llevar".
Jim sonrió, sintiendo la calidez de la comunidad, el pulso de la tradición. Se dio cuenta de que tal vez las ecuaciones no pudieran explicarlo todo, que a veces las mejores soluciones se encontraban en la risa, en el movimiento, en la simple alegría de estar vivo.
Y así, mientras las últimas notas se desvanecían, Jim susurró un silencioso agradecimiento a la Virgen. Ella le había enseñado una lección más allá de los algoritmos: que la vida era un baile y, a veces, había que salirse de los límites para entenderlo de verdad.
El Encuentro de Eglis María y Jim Larry: Un Amor Tejido por la Red
En un rincón virtual del mundo, Eglis María y Jim Larry se cruzaron en la vastedad de internet. Sus corazones, distantes en kilómetros pero cercanos en emociones, comenzaron a latir al ritmo de los mensajes y las videollamadas. Eglis María, desde Maturín, Venezuela, y Jim Larry, desde Cusco, Perú, tejieron un vínculo que trascendía las fronteras físicas.
Era un día soleado en Maturín cuando Eglis María recibió una solicitud de amistad en su red social. El nombre “Jim Larry” apareció en su pantalla, y su curiosidad se encendió como una chispa. ¿Quién era este hombre con una sonrisa tímida en su foto de perfil? ¿Qué secretos escondía tras su mirada?
Jim Larry, el programador de Cusco, también se preguntaba lo mismo. Había visto a Eglis María en un grupo de aficionados a la poesía. Sus versos le habían atrapado, y decidió enviarle un mensaje. “Hola, Eglis María. Tus palabras me han conmovido. ¿Podemos conversar?”
Así comenzó su historia. Las palabras fluyeron como un río digital. Compartieron sus sueños, sus risas y sus miedos. Descubrieron que ambos amaban la lluvia, los libros antiguos y las canciones que sus abuelos les cantaban. Eglis María, con su voz cálida, le contó sobre las montañas verdes de Venezuela. Jim Larry, con su tono apacible, le habló de las ruinas incas y los atardeceres dorados en Cusco.
Un día, Jim Larry propuso algo audaz: “¿Por qué no nos encontramos en persona?” Eglis María dudó. ¿Cómo podría viajar tan lejos? Pero el amor no entiende de distancias. Así que, con un corazón valiente, reservó un pasaje en Bus desde Maturín hasta Lima y luego a Cusco.
La aventura comenzó. Eglis María cruzó selvas y montañas, atravesó ríos y caminos polvorientos. Cada paso la acercaba más a Jim Larry. En su mochila llevaba una carta, escrita con tinta y papel, donde confesaba sus sentimientos más profundos.
Cuando llegó a Cusco, Jim Larry la esperaba en el Terminal de Cusco. Su sonrisa era más brillante que el sol que se filtraba entre las nubes. Eglis María corrió hacia él, y sus brazos se encontraron en un abrazo que selló su destino.
Juntos, recorrieron las calles empedradas de Cusco. Visitaron la fortaleza de Sacsayhuamán, donde el viento susurraba secretos antiguos. Se perdieron en los callejones estrechos, riendo como dos adolescentes enamorados. Jim Larry le mostró su código fuente, y Eglis María le recitó poemas bajo la luna.
En una noche estrellada, en lo alto de una colina, Jim Larry le entregó un anillo. “Eglis María”, dijo, “quiero que seas mi compañera de aventuras, mi musa y mi amor”. Ella aceptó con lágrimas en los ojos. El cielo pareció aplaudir su unión.
Y así, en el corazón de los Andes, Eglis María y Jim Larry se encontraron. El amor que nació en bits y bytes se materializó en abrazos y promesas. Maturín y Cusco se fusionaron en un solo latido, y su historia quedó grabada en las piedras milenarias.
Dicen que, cada 16 de julio, cuando las luces de la Virgen del Carmen iluminan Paucartambo, Eglis María y Jim Larry bailan juntos en la plaza. Sus pasos son un código secreto, su risa un algoritmo perfecto. Y el mundo, aunque vasto y complejo, se reduce a dos corazones que laten al unísono.
Fin.
viernes 9 de febrero 2024 - 22:31:07
Título: “El Tesoro de los Apus”
En las altas montañas de los Andes, donde el aire es delgado y el sol besa la piel con fuerza, vivían dos hombres cuyos destinos estaban entrelazados por un antiguo secreto. Sus nombres eran Andino y Domingo Huallpa. Uno era un valiente guerrero descendiente de los incas, y el otro, un astuto cazador de tesoros con ojos de águila.
Corría el año 1533, y el imperio inca había caído bajo el yugo de los conquistadores españoles. Los tesoros sagrados de los Apus, los dioses de las montañas, habían sido saqueados y dispersados. Pero se decía que un último tesoro permanecía oculto en algún rincón remoto del Cusco, esperando a aquellos lo suficientemente valientes para buscarlo.
Andino, con su piel cobriza y cabello oscuro, había heredado la sabiduría de sus ancestros. Su abuelo le había contado historias de un tesoro inca que podría cambiar el destino de su pueblo. Domingo Huallpa, en cambio, era un hombre de mundo. Había viajado por Europa y África, y su corazón latía por las leyendas y los misterios.
Un día, mientras Andino exploraba las ruinas de Sacsayhuamán, encontró una inscripción tallada en una piedra antigua. Decía:
“Bajo la sombra de la Intihuatana, donde el sol y la luna se encuentran, yace el tesoro de los dioses. Solo aquellos con corazones puros y coraje inquebrantable podrán encontrarlo.”
Andino compartió su descubrimiento con Domingo Huallpa, quien vio en ello una oportunidad para redimirse de sus pasados saqueos. Juntos, emprendieron una búsqueda épica.
Su viaje los llevó a través de los valles sagrados, donde las llamas pastaban en paz y los cóndores danzaban en los cielos. Se enfrentaron a desafíos mortales: avalanchas, serpientes venenosas y traicioneros abismos. Pero también encontraron aliados inesperados: los espíritus de los antiguos sacerdotes, que les guiaban en sueños y visiones.
En su camino, se cruzaron con personajes históricos como Manco Inca, el último líder inca, quien les entregó un mapa cifrado. También se encontraron con Francisco Pizarro, el implacable conquistador español, quien los perseguía sin descanso. Los españoles codiciaban el tesoro tanto como los incas, y no dudarían en matar para obtenerlo.
Andino y Domingo Huallpa descifraron el mapa y llegaron a un lugar sagrado en lo más alto de la montaña. Allí, bajo la sombra de la Intihuatana, encontraron una puerta de piedra tallada con símbolos ancestrales. Al pronunciar las palabras sagradas, la puerta se abrió, revelando una cámara llena de oro, joyas y objetos sagrados.
Pero antes de que pudieran tocar el tesoro, Pizarro y sus hombres aparecieron. La batalla fue feroz, pero Andino y Domingo Huallpa lucharon con la fuerza de los dioses. En el último momento, cuando todo parecía perdido, un terremoto sacudió la montaña, sepultando a los españoles bajo toneladas de roca.
Andino y Domingo Huallpa tomaron el tesoro y lo devolvieron al pueblo inca. Se convirtieron en leyendas, sus nombres susurrados por las brisas de los Andes. Y en las noches claras, se dice que sus espíritus aún caminan por las ruinas de Sacsayhuamán, protegiendo el tesoro de los Apus.
Así concluye la historia de “El Tesoro de los Apus”, una epopeya de coraje, amistad y la eterna lucha entre la codicia y la justicia en las alturas del Cusco.
Título: “Los Guardianes de la Ciudad Perdida”
En las sombras de las montañas sagradas del Cusco, dos almas se entrelazaron en un destino épico. Andino, un guerrero de ojos fieros y piel curtida por el sol, y su primo Domingo Huallpa, un cazador de tesoros con una astucia que rivalizaba con las serpientes de los abismos.
Corría el año 1534, y el imperio inca había sido desgarrado por la codicia de los conquistadores españoles. Los tesoros de los antiguos dioses y los secretos de la ciudad perdida de Machu Picchu estaban en peligro. Pero una leyenda persistía: el Tesoro de los Apus, una riqueza inimaginable que podría cambiar el curso de la historia.
Andino y Domingo Huallpa se encontraron en la Plaza de Armas de Cusco, bajo la sombra de la catedral. El aire vibraba con la tensión de los tiempos cambiantes. Andino, con su lanza de obsidiana y su corazón lleno de lealtad a los dioses, compartió con su primo una inscripción tallada en una piedra antigua:
“Bajo la luna llena, en la cueva de los espíritus, yace el tesoro de los Apus. Solo aquellos con sangre inca y coraje indomable podrán encontrarlo.”
Domingo Huallpa, con sus ojos avizores y su mente siempre en busca de riquezas, vio en ello una oportunidad. Juntos, emprendieron una búsqueda que los llevaría a los rincones más remotos de los Andes.
Su viaje fue una odisea de peligros y maravillas. Se enfrentaron a las alturas de la montaña, donde el aire se volvía escaso y las estrellas parecían al alcance de la mano. Se cruzaron con Manco Inca, el último líder inca, quien les entregó un mapa ancestral. También se encontraron con Atahualpa, el cautivo rey inca, cuyos ojos tristes parecían contener los secretos de un imperio caído.
Los españoles, liderados por Francisco Pizarro, los perseguían sin descanso. Los bosques escondían trampas mortales, y los ríos rugían como bestias hambrientas. Pero Andino y Domingo Huallpa no se detuvieron. Su sangre ardía con la promesa del tesoro, y su lealtad a los dioses los guiaba.
En la selva amazónica, encontraron la entrada a la Ciudad Perdida. Sus piedras cubiertas de musgo guardaban secretos ancestrales. Allí, bajo la luna llena, descubrieron la cueva de los espíritus. Las paredes estaban adornadas con pinturas sagradas, y en el centro yacía un cofre de oro macizo.
Pero antes de que pudieran tocar el tesoro, los españoles llegaron. La batalla fue feroz, con espadas chocando y corazones desgarrados. En el último momento, cuando la muerte parecía inevitable, un terremoto sacudió la tierra. Las paredes de la cueva se cerraron, sepultando a los invasores bajo toneladas de roca.
Andino y Domingo Huallpa tomaron el tesoro y lo llevaron de regreso a Cusco. Lo devolvieron a los dioses, quienes bendijeron su valentía. Se convirtieron en leyendas, sus nombres grabados en las piedras de Machu Picchu.
Y así concluye la historia de “Los Guardianes de la Ciudad Perdida”, una epopeya de coraje, traición y la eterna lucha por preservar la herencia de los antiguos incas en las alturas del Cusco.
El Tesoro de los Andes
En las altas montañas de Cusco, donde los picos nevados se alzaban hacia el cielo, vivía un joven llamado Andino. Su risa resonaba como el eco de los vientos que soplaban a través de los valles. Era un muchacho jovial, alegre y lleno de energía. Desde su infancia, había tenido una fascinación por los misterios y las aventuras. A menudo, se escapaba solo a explorar los bosques y las colinas, donde encontraba puertas antiguas y laberintos ocultos.
Su primo, Domingo Huallpa, era su compañero de travesuras. Domingo era todo lo contrario a Andino: tranquilo, pero con un sentido del humor agudo. Tenía brazos fuertes y le gustaba presumir de su potencia muscular. En su infancia, había sido el amigo de todos, siempre dispuesto a ayudar a los demás.
Un día, mientras exploraban una cueva en las afueras de Cusco, Andino y Domingo encontraron un antiguo mapa. Las inscripciones en él hablaban de un tesoro inca perdido, oculto en algún lugar de las montañas. Los ojos de Andino brillaron de emoción. ¿Podría ser cierto? ¿Existía realmente un tesoro esperando a ser descubierto?
Andino y Domingo comenzaron su búsqueda. Siguiendo las pistas del mapa, recorrieron las calles empedradas de Cusco. En cada esquina, encontraban símbolos tallados en las paredes, inscripciones en las piedras y puertas secretas que los llevaban a pasadizos subterráneos. Los valles y lagos escondían secretos ancestrales, y los dos primos se adentraron en ellos con determinación.
En su camino, se encontraron con personajes históricos como Manco Cápac, el fundador legendario de Cusco, y Atahualpa, el último emperador inca. Los diálogos entre los personajes históricos y los protagonistas añadían verosimilitud a la aventura. Juntos, descifraron jeroglíficos, descubrieron códigos y desenterraron artefactos antiguos.
Pero no estaban solos en su búsqueda. Los españoles, liderados por Francisco Pizarro, también habían oído hablar del tesoro inca. Los conquistadores seguían de cerca los pasos de Andino y Domingo. La persecución se volvió más intensa a medida que se acercaban a la verdad.
En una noche oscura, en las profundidades de un laberinto, Andino y Domingo encontraron la primera locación del tesoro. Era una cámara secreta llena de oro, joyas y objetos sagrados. Pero el mapa revelaba más: había otras tres locaciones dispersas por las montañas. Los tesoros estaban conectados por un hilo invisible de historia y leyenda.
Andino y Domingo se enfrentaron a una decisión difícil. ¿Deberían quedarse con el tesoro y huir de los españoles, o deberían revelar su descubrimiento al mundo? Recordaron las palabras de Manco Cápac: “El verdadero tesoro no está en el oro, sino en la historia que compartimos”.
Finalmente, decidieron compartir su hallazgo con el mundo. Los tesoros inca se exhibieron en museos, y las leyendas de Andino y Domingo se convirtieron en parte de la historia de Cusco. Aunque los españoles nunca dejaron de perseguirlos, los dos primos sabían que habían encontrado algo más valioso que el oro: la conexión con su pasado y la promesa de un futuro lleno de aventuras.
Y así, en las altas montañas de Cusco, el eco de su risa seguía resonando, recordándonos que la verdadera riqueza está en la búsqueda de lo desconocido y en la amistad que trasciende el tiempo y el espacio.
El Tesoro de los Andes
En las altas montañas de Cusco, donde los picos nevados se alzaban hacia el cielo, vivía un joven llamado Andino. Su risa resonaba como el eco de los vientos que soplaban a través de los valles. Era un muchacho jovial, alegre y lleno de energía. Desde su infancia, había tenido una fascinación por los misterios y las aventuras. A menudo, se escapaba solo a explorar los bosques y las colinas, donde encontraba puertas antiguas y laberintos ocultos.
Su primo, Domingo Huallpa, era su compañero de travesuras. Domingo era todo lo contrario a Andino: tranquilo, pero con un sentido del humor agudo. Tenía brazos fuertes y le gustaba presumir de su potencia muscular. En su infancia, había sido el amigo de todos, siempre dispuesto a ayudar a los demás.
Un día, mientras exploraban una cueva en las afueras de Cusco, Andino y Domingo encontraron un antiguo mapa. Las inscripciones en él hablaban de un tesoro inca perdido, oculto en algún lugar de las montañas. Los ojos de Andino brillaron de emoción. ¿Podría ser cierto? ¿Existía realmente un tesoro esperando a ser descubierto?
Andino y Domingo comenzaron su búsqueda. Siguiendo las pistas del mapa, recorrieron las calles empedradas de Cusco. En cada esquina, encontraban símbolos tallados en las paredes, inscripciones en las piedras y puertas secretas que los llevaban a pasadizos subterráneos. Los valles y lagos escondían secretos ancestrales, y los dos primos se adentraron en ellos con determinación.
En su camino, se encontraron con Tupac Amaru, quien estaba siendo perseguido por los españoles. Andino y Domingo se unieron a sus huestes, que se dirigían al sur, hacia el pueblo donde nació Tupac Amaru. Una de las últimas pistas que encontraron hablaba de este pueblo, y junto a una de las casas descubrieron la clave para desenterrar más secretos. Juntos, descifraron jeroglíficos, descubrieron códigos y desenterraron artefactos antiguos.
La persecución se volvió más intensa a medida que se acercaban a la verdad. Los españoles, liderados por Francisco Pizarro, también habían oído hablar del tesoro inca. Pero Andino y Domingo estaban decididos a proteger su legado y descubrir la historia oculta detrás de los tesoros.
La aventura los llevó a través de los valles, lagos y montañas de Cusco. En cada paso, se encontraron con personajes históricos y participaron en eventos que marcaron la historia de la región. Pero el mayor tesoro que encontraron no estaba hecho de oro ni joyas, sino de la conexión con su pasado y la promesa de un futuro lleno de misterios y descubrimientos.
Andino y Domingo se adentraron en las calles empedradas de Cusco, siguiendo las pistas del antiguo mapa. En cada esquina, encontraban símbolos tallados en las paredes, inscripciones en las piedras y puertas secretas que los llevaban a pasadizos subterráneos. Los valles y lagos escondían secretos ancestrales, y los dos primos avanzaban con determinación, como exploradores de un mundo olvidado.
Fue entonces cuando se encontraron con Tupac Amaru, un hombre perseguido por los españoles. Su mirada reflejaba la angustia y la determinación de quien carga un legado. Andino y Domingo se unieron a sus huestes, que se dirigían al sur, hacia el pueblo donde nació Tupac Amaru. Las últimas pistas del mapa hablaban de este lugar, y junto a una de las casas descubrieron la clave para desenterrar más secretos.
El pueblo se llamaba Tinta, un rincón escondido entre las montañas. Sus calles estrechas estaban llenas de historia y misterio. Las casas de adobe parecían susurrar leyendas antiguas, y los habitantes guardaban secretos que se remontaban a tiempos inmemoriales. Andino y Domingo se sumergieron en la atmósfera de Tinta, donde el aire vibraba con energía ancestral.
En la plaza principal, encontraron una piedra tallada con jeroglíficos. Era la clave para descifrar el siguiente enigma. Los dos primos se sentaron junto a la piedra, con los ojos fijos en los símbolos grabados. Las palabras de Tupac Amaru resonaban en sus mentes: “El tesoro no es solo oro y joyas, sino la memoria de nuestro pueblo”.
Juntos, descifraron los códigos y desenterraron más artefactos. En una casa antigua, hallaron un mapa detallado que marcaba tres ubicaciones clave: Pisac, Ollantaytambo y Machu Picchu. Los tesoros inca no estaban en un solo lugar, sino dispersos por toda la región. Cada sitio estaba conectado por hilos invisibles de historia y leyenda.
La persecución de los españoles se volvió más intensa. Francisco Pizarro estaba decidido a apoderarse de los tesoros, pero Andino y Domingo estaban dispuestos a proteger su legado. En cada paso, se encontraron con personajes históricos como Huayna Cápac y Atahualpa, cuyas sombras parecían guiarlos en su búsqueda.
Así, en los valles, lagos y montañas de Cusco, los dos primos se convirtieron en guardianes de la historia. El mayor tesoro que encontraron no estaba hecho de oro ni joyas, sino de la conexión con su pasado y la promesa de un futuro lleno de misterios y descubrimientos. Y mientras avanzaban, el eco de sus risas resonaba en las altas montañas, recordándonos que la verdadera riqueza está en la búsqueda de lo desconocido y en la amistad que trasciende el tiempo y el espacio.
El Tesoro de los Andes
En las altas montañas de Cusco, donde los picos nevados se alzaban hacia el cielo como guardianes ancestrales, vivía un joven llamado Andino. Su risa resonaba como el eco de los vientos que soplaban a través de los valles, y su corazón latía al ritmo de las leyendas que flotaban en el aire. Desde su infancia, había sentido una atracción irresistible hacia los misterios y las aventuras que aguardaban más allá de los límites visibles.
Andino era un muchacho jovial, con ojos curiosos que escudriñaban cada rincón de la naturaleza. A menudo, se escapaba solo a explorar los bosques frondosos y las colinas escarpadas. Allí, entre los árboles centenarios y las rocas cubiertas de musgo, encontraba puertas antiguas talladas en la piedra y laberintos ocultos bajo la tierra. Cada paso que daba lo acercaba a un enigma ancestral, y su mente ingeniosa se deleitaba en descifrar los secretos que yacían dormidos desde tiempos inmemoriales.
Su primo, Domingo Huallpa, era su compañero de travesuras. Domingo, con su carácter tranquilo y su mirada profunda, contrastaba con la energía desbordante de Andino. Tenía brazos fuertes, forjados por el trabajo en los campos y las tareas cotidianas. Aunque no era tan dado a las risas como su primo, su sentido del humor agudo se manifestaba en bromas inesperadas y gestos cómplices. En su infancia, había sido el amigo de todos, siempre dispuesto a ayudar a los demás, y su fortaleza física era legendaria en el pueblo.
Un día, mientras exploraban una cueva en las afueras de Cusco, Andino y Domingo encontraron un antiguo mapa. Las inscripciones en él hablaban de un tesoro inca perdido, oculto en algún lugar de las montañas sagradas. Los ojos de Andino brillaron de emoción al leer las palabras grabadas en la piel de la tierra. ¿Podría ser cierto? ¿Existía realmente un tesoro esperando a ser descubierto, o era solo una ilusión tejida por los susurros del viento?
El mapa mostraba rutas sinuosas, senderos marcados por símbolos enigmáticos y coordenadas que apuntaban hacia lo desconocido. Andino y Domingo se sumergieron en la búsqueda, siguiendo las pistas que los llevarían a través de las montañas, los valles y los bosques ancestrales. Cada paso era una promesa, cada inscripción tallada en la piedra era un desafío. Los dos primos se convirtieron en exploradores de lo invisible, en guardianes de una herencia que trascendía el tiempo y el espacio.
Y así, en las altas montañas de Cusco, comenzó la aventura que cambiaría sus vidas para siempre. El eco de sus risas resonaba en las cumbres, como un recordatorio de que la verdadera riqueza no se encuentra solo en el oro y las joyas, sino en la conexión con la historia, en la búsqueda incansable de los secretos que aguardan en las sombras de la tierra. Y mientras avanzaban, el viento les susurraba palabras antiguas, palabras que solo ellos podían entender: “El tesoro está en el camino, en la amistad y en la valentía de aquellos dispuestos a descubrirlo”.
Capítulo 2: El Pueblo de los Secretos
Andino y Domingo se adentraron en las calles empedradas de Cusco, siguiendo las pistas del antiguo mapa. En cada esquina, encontraban símbolos tallados en las paredes, inscripciones en las piedras y puertas secretas que los llevaban a pasadizos subterráneos. Los valles y lagos escondían secretos ancestrales, y los dos primos avanzaban con determinación, como exploradores de un mundo olvidado.
Fue entonces cuando se encontraron con Tupac Amaru, un hombre perseguido por los españoles. Su mirada reflejaba la angustia y la determinación de quien carga un legado. Andino y Domingo se unieron a sus huestes, que se dirigían al sur, hacia el pueblo donde nació Tupac Amaru. Las últimas pistas del mapa hablaban de este lugar, y junto a una de las casas descubrieron la clave para desenterrar más secretos.
El pueblo se llamaba Tinta, un rincón escondido entre las montañas. Sus calles estrechas estaban llenas de historia y misterio. Las casas de adobe parecían susurrar leyendas antiguas, y los habitantes guardaban secretos que se remontaban a tiempos inmemoriales. Andino y Domingo se sumergieron en la atmósfera de Tinta, donde el aire vibraba con energía ancestral.
En la plaza principal, encontraron una piedra tallada con jeroglíficos. Era la clave para descifrar el siguiente enigma. Los dos primos se sentaron junto a la piedra, con los ojos fijos en los símbolos grabados. Las palabras de Tupac Amaru resonaban en sus mentes: “El tesoro no es solo oro y joyas, sino la memoria de nuestro pueblo”.
Juntos, descifraron los códigos y desenterraron más artefactos. En una casa antigua, hallaron un mapa detallado que marcaba tres ubicaciones clave: Pisac, Ollantaytambo y Machu Picchu. Los tesoros inca no estaban en un solo lugar, sino dispersos por toda la región. Cada sitio estaba conectado por hilos invisibles de historia y leyenda.
La persecución de los españoles se volvió más intensa. Francisco Pizarro estaba decidido a apoderarse de los tesoros, pero Andino y Domingo estaban dispuestos a proteger su legado. En cada paso.
Así, en los valles, lagos y montañas de Cusco, los dos primos se convirtieron en guardianes de la historia. El mayor tesoro que encontraron no estaba hecho de oro ni joyas, sino de la conexión con su pasado y la promesa de un futuro lleno de misterios y descubrimientos. Y mientras avanzaban, el eco de sus risas resonaba en las altas montañas, recordándonos que la verdadera riqueza está en la búsqueda de lo desconocido y en la amistad que trasciende el tiempo y el espacio.
Andino y Domingo eran dos amigos que vivían en un pequeño pueblo de los Andes. Andino era un pastor de llamas y Domingo un tejedor de mantas. Un día, mientras pastoreaban sus llamas por las montañas, encontraron una cueva misteriosa que les llamó la atención.
- ¿Qué habrá dentro? - preguntó Andino con curiosidad.
- No lo sé, pero quizás haya algún tesoro escondido - respondió Domingo con ilusión.
Los dos amigos decidieron entrar en la cueva, llevando consigo una antorcha y una cuerda. La cueva era oscura y húmeda, y se adentraba cada vez más en las profundidades de la tierra. Andino y Domingo caminaron con cuidado, siguiendo el sonido de un río subterráneo.
- Mira, hay unas pinturas en la pared - dijo Andino, señalando unas figuras de animales y personas.
- Parecen muy antiguas, tal vez sean de los incas - comentó Domingo, admirando las imágenes.
Los dos amigos continuaron avanzando por la cueva, hasta que llegaron a una gran sala iluminada por una luz dorada. En el centro de la sala, había una enorme estatua de oro que representaba al dios Inti, el dios del sol. A sus pies, había una pila de objetos de oro y plata, como vasijas, joyas, armas y máscaras.
- ¡Wow, es increíble! - exclamó Andino, maravillado por el hallazgo.
- ¡Es el tesoro de los incas! - gritó Domingo, emocionado por la fortuna.
Los dos amigos se acercaron a la estatua y empezaron a tomar algunos objetos de la pila. Sin embargo, al hacerlo, activaron una trampa que hizo que la entrada de la cueva se cerrara con una gran roca.
- ¡Oh, no, estamos atrapados! - exclamó Andino, asustado por la situación.
- ¡Tenemos que salir de aquí! - dijo Domingo, nervioso por el peligro.
Los dos amigos intentaron mover la roca, pero era demasiado pesada. Luego, buscaron otra salida, pero no encontraron ninguna. Estaban a punto de perder la esperanza, cuando oyeron una voz que venía de la estatua.
- ¿Quiénes sois y qué hacéis en mi templo? - preguntó la voz, con un tono severo.
- Somos Andino y Domingo, unos humildes campesinos que buscábamos una aventura - respondieron los dos amigos, con temor.
- Habéis profanado mi santuario y robado mis ofrendas. Por eso, os condeno a permanecer aquí para siempre - sentenció la voz, con ira.
Los dos amigos se arrodillaron ante la estatua y le pidieron perdón.
- Por favor, ten piedad de nosotros, no sabíamos lo que hacíamos - suplicaron los dos amigos, con lágrimas en los ojos.
- No hay perdón para los ladrones. Ahora, sufriréis las consecuencias de vuestro acto - dijo la voz, con crueldad.
Entonces, la estatua lanzó un rayo de luz que golpeó a los dos amigos, convirtiéndolos en dos estatuas de piedra. Así, Andino y Domingo quedaron petrificados en la cueva, junto al tesoro de los incas, como un castigo por su codicia y su curiosidad.
Fin
Andino y Domingo Huallpa eran dos hermanos que vivían en una choza en las alturas de los Andes. Andino era un cazador de cóndores y Domingo un curandero que usaba las plumas de los cóndores para hacer rituales y remedios. Un día, mientras Andino salía a cazar, Domingo se quedó en la choza preparando una poción con las plumas.
- Hermano, ten cuidado con los cóndores, son aves sagradas y vengativas - le advirtió Domingo antes de que se fuera.
- No te preocupes, hermano, sé cómo engañarlos y atraparlos - le respondió Andino con confianza.
Andino se dirigió a un acantilado donde solían anidar los cóndores. Allí, colocó una trampa con un cebo y se escondió detrás de unas rocas. No tardó mucho en aparecer un cóndor gigante, de plumaje negro y blanco, y de ojos rojos. El cóndor se acercó al cebo y cayó en la trampa, quedando atrapado por una red.
- ¡Ja, ja, ja, lo tengo! - se burló Andino, saliendo de su escondite y acercándose al cóndor.
- ¡Suéltame, humano, o te arrepentirás! - le amenazó el cóndor, con una voz humana que sorprendió a Andino.
- ¿Qué? ¿Cómo puedes hablar? - preguntó Andino, asombrado por el fenómeno.
- Soy un cóndor sagrado, un mensajero de los dioses. Si me matas, ellos se enojarán y te castigarán - le explicó el cóndor, con seriedad.
- No me importan los dioses, solo me importan las plumas. Con ellas, mi hermano y yo podremos curar a la gente y ganar mucho dinero - le dijo Andino, con codicia.
Andino sacó un cuchillo y le cortó las alas al cóndor, mientras este gritaba de dolor y de rabia. Luego, lo dejó morir en el suelo y se llevó las plumas a su choza.
- Hermano, he vuelto, y mira lo que te traigo - le anunció Andino a Domingo, mostrándole las plumas.
- ¡Hermano, qué has hecho! Estas plumas son de un cóndor sagrado, lo reconozco por su tamaño y su color - le reprochó Domingo, horrorizado por el acto.
- No te asustes, hermano, son solo plumas. Con ellas, podremos hacer las mejores pociones y rituales - le convenció Andino, restándole importancia al asunto.
Domingo no estaba seguro, pero accedió a usar las plumas para hacer una poción que les pidieron unos campesinos que tenían una enfermedad desconocida. Los dos hermanos mezclaron las plumas con otras hierbas y agua, y pusieron la poción al fuego. Sin embargo, al hacerlo, algo extraño ocurrió. El fuego se volvió azul y empezó a crecer, y la poción se volvió roja y empezó a hervir.
- ¡Hermano, algo va mal, apaga el fuego! - le gritó Domingo a Andino, asustado por el fenómeno.
- ¡No puedo, el fuego no se apaga! - le gritó Andino a Domingo, desesperado por la situación.
Los dos hermanos intentaron apagar el fuego con agua, con tierra, con mantas, pero nada funcionó. El fuego seguía creciendo y consumiendo todo lo que había en la choza. Entonces, oyeron una voz que venía del fuego.
- ¿Quiénes sois y qué habéis hecho con mis plumas? - preguntó la voz, con un tono furioso.
- Somos Andino y Domingo Huallpa, unos humildes curanderos que usamos las plumas para hacer pociones y rituales - respondieron los dos hermanos, con temor.
- Habéis matado a uno de mis hijos, a un cóndor sagrado, y habéis profanado sus plumas. Por eso, os condeno a arder en el fuego eterno - sentenció la voz, con ira.
La voz era del dios Wiracocha, el dios creador, que se había manifestado en el fuego. El dios lanzó una llamarada que envolvió a los dos hermanos, quemándolos vivos. Así, Andino y Domingo Huallpa quedaron reducidos a cenizas en la choza, junto a las plumas del cóndor, como un castigo por su crueldad y su codicia.
Fin.
Andino y Domingo Huallpa eran dos hermanos que vivían en una choza en las alturas de los Andes. Andino era un niño alegre y travieso, que le gustaba jugar con su perro y su cometa. Domingo era un niño serio y estudioso, que le gustaba leer libros y aprender cosas nuevas. Los dos hermanos se querían mucho y se apoyaban el uno al otro.
Un día, mientras Andino y Domingo jugaban en el campo, vieron a un grupo de soldados que se acercaban al pueblo. Los soldados venían a reclutar a los hombres para la guerra, y a llevarse a las mujeres y a los niños a trabajar en las minas. Los dos hermanos se asustaron y corrieron a su choza, donde estaba su madre.
- Madre, madre, hay soldados en el pueblo, ¿qué vamos a hacer? - preguntaron Andino y Domingo, con miedo.
- Hijos, no os preocupéis, yo os protegeré. Escondeos debajo de la cama y no salgáis hasta que yo os diga - les dijo su madre, con amor.
La madre abrazó a sus hijos y los escondió debajo de la cama. Luego, salió de la choza y se enfrentó a los soldados, que habían llegado a su puerta.
- ¿Quién vive aquí? - preguntó uno de los soldados, con autoridad.
- Solo yo, una viuda sin hijos - respondió la madre, con valentía.
- No te creo, déjanos entrar y revisar - ordenó el soldado, con violencia.
El soldado empujó a la madre y entró en la choza, seguido por los demás. La madre intentó resistir, pero fue golpeada y arrastrada fuera de la choza. Los soldados registraron la choza, pero no encontraron a los niños, que se habían quedado quietos y callados debajo de la cama.
- No hay nadie más, vámonos - dijo el soldado, decepcionado.
- Espera, mira esto - dijo otro soldado, señalando una cometa y un libro que había sobre la mesa.
- Son juguetes de niños, debe haberlos por aquí - dedujo el soldado, intrigado.
Los soldados volvieron a buscar en la choza, y esta vez encontraron a Andino y a Domingo debajo de la cama. Los soldados los sacaron a la fuerza y los llevaron junto a su madre, que estaba tirada en el suelo, sangrando y llorando.
- ¡Madre, madre, no nos dejes! - gritaron Andino y Domingo, abrazando a su madre.
- ¡Hijos, hijos, os quiero mucho! - gritó la madre, besando a sus hijos.
Los soldados separaron a la madre de sus hijos, y los subieron a un camión. La madre se quedó sola en la choza, viendo cómo se llevaban a sus hijos.
- ¡Adiós, hijos, adiós! - exclamó la madre, con desesperación.
Los soldados se llevaron a Andino y a Domingo a las minas, donde los hicieron trabajar como esclavos, sin comida, sin agua, sin descanso. Los dos hermanos sufrieron mucho, pero se consolaron el uno al otro, recordando a su madre y a su choza.
- Hermano, algún día saldremos de aquí, y volveremos a ver a nuestra madre - le dijo Andino a Domingo, con esperanza.
- Sí, hermano, algún día seremos libres, y volveremos a jugar con nuestro perro y nuestra cometa - le dijo Domingo a Andino, con ilusión.
Los dos hermanos se abrazaron y se durmieron, soñando con un futuro mejor. Sin embargo, ese futuro nunca llegó. Al día siguiente, hubo un derrumbe en la mina, y los dos hermanos quedaron sepultados bajo las rocas, sin poder escapar.
- Hermano, te quiero - le dijo Andino a Domingo, con ternura.
- Hermano, yo también te quiero - le dijo Domingo a Andino, con cariño.
Los dos hermanos se tomaron de la mano y cerraron los ojos, esperando la muerte. Así, Andino y Domingo Huallpa quedaron enterrados en la mina, junto a su cometa y su libro, como un castigo por su inocencia y su bondad.
Fin.
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Juancarlos “JUANCA”, un hombre de corazón cálido y sonrisa perpetua, vivía en las estrechas calles empedradas de la ciudad del Cusco. Su cabello oscuro ondeaba al viento mientras saludaba a todos con un “¡Buenos días!” o un “¡Hasta luego!”.
Juanca tenía una pasión por la aventura. Siempre soñaba con lugares lejanos, y su imaginación lo llevaba a rincones desconocidos. Un día, mientras tomaba un mate de coca en la Plaza de Armas, escuchó a dos viajeros hablar sobre Argentina. Sus ojos se iluminaron. ¿Por qué no emprender su propia aventura hacia ese país lleno de tango, asados y montañas?
Sin pensarlo dos veces, Juanca empacó su mochila, se despidió de su familia y amigos, y abordó un avión rumbo a Buenos Aires. El vuelo fue largo, pero su entusiasmo lo mantenía despierto. Al aterrizar, el aroma a carne asada y el sonido de la música de tango lo recibieron como un abrazo cálido.
En Buenos Aires, Juanca se perdió por las calles de San Telmo, donde los bailarines de tango giraban apasionadamente en las plazas. Se unió a ellos, moviendo sus pies al ritmo de la música, y pronto se ganó el aplauso de los espectadores. “¡Juanca, el tanguero del Cusco!” exclamaron.
Pero su aventura no se detuvo allí. Viajó al sur, a la Patagonia, donde los glaciares se alzaban majestuosos. Caminó por senderos nevados, sintiendo la brisa fresca en su rostro. En Bariloche, probó el chocolate más delicioso que jamás había probado y navegó por el lago Nahuel Huapi.
Una noche, mientras acampaba en la cordillera de los Andes, Juanca miró las estrellas y pensó en su hogar en el Cusco. Extrañaba las montañas sagradas y las llamas que pastaban en los campos verdes. Pero también sabía que su corazón ahora tenía un pedacito de Argentina.
Al regresar al Cusco, Juanca compartió sus historias con todos. Los niños se sentaban a su alrededor, maravillados por sus aventuras. “¿Y cómo era el tango, Juanca?” preguntaban. Él sonreía y les mostraba algunos pasos, llevándolos a un mundo de pasión y melodía.
Desde entonces, Juancarlos “JUANCA” se convirtió en una leyenda en su ciudad. Su nombre resonaba en las plazas y las montañas. Y aunque amaba su hogar, siempre guardaba un rinconcito en su corazón para Argentina y sus inolvidables aventuras.
Así termina el cuento de Juanca, el tanguero del Cusco, cuya sonrisa brillaba más que las estrellas en el cielo andino.
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En el Valle de Huaype, bajo el sol dorado, Juancarlos y Jacqueline, un amor entrelazado.
Sus miradas se cruzaron en la ribera del río, donde el agua susurra secretos al viento frío.
Él, con ojos de selva y risueña sonrisa, la vio a ella, la flor que en su corazón se desliza.
Jacqueline, con cabellos de noche estrellada, le devolvió la mirada, su alma ya atrapada.
Juntos, exploraron los senderos de la montaña, sus risas resonando como notas de guitarra.
Bajo el dosel de hojas verdes y cielo celeste, se prometieron amor eterno, sin temor ni preste.
En Huaype, Madre de Dios, su historia floreció, Juancarlos y Jacqueline, un amor que nunca murió.
Radio Aventura: El legado de un abuelo y el inicio de un amor
Jim Larry era un programador que vivía en la ciudad de Cusco con su pareja Rosa. Le gustaba su trabajo, pero sentía que le faltaba algo en su vida. Un día, recibió un mensaje de un desconocido que decía ser su primo. Se llamaba Ruben Alberto y también era programador. Vivía en Lima y quería conocerlo. Le contó que había encontrado su número en una vieja agenda de su abuelo, que había fallecido recientemente. Le dijo que a su abuelo le gustaba hacer radio y que había dejado una estación de radio abandonada en las afueras de Cusco. Le propuso ir a visitarla juntos y ver si podían restaurarla.
Jim Larry se sorprendió al recibir ese mensaje. No sabía que tenía un primo en Lima, ni que su abuelo había tenido una estación de radio. Le intrigó la idea de conocer a su pariente y de explorar ese lugar misterioso. Así que aceptó la propuesta de Ruben Alberto y quedaron en encontrarse en la estación de buses de Cusco.
Cuando se vieron por primera vez, se reconocieron por las fotos que se habían enviado. Se saludaron con un abrazo y se pusieron al día de sus vidas. Luego, tomaron un taxi que los llevó hasta la estación de radio. Era una construcción antigua y descuidada, rodeada de vegetación. Tenía un letrero que decía "Radio Aventura".
Entraron con cuidado y se encontraron con un montón de equipos viejos y polvorientos. Había micrófonos, parlantes, consolas, discos, cintas, y otros objetos. Jim Larry y Ruben Alberto se pusieron a revisarlos con curiosidad. Algunos todavía funcionaban, pero otros estaban rotos o incompletos. Se dieron cuenta de que necesitaban herramientas y repuestos para arreglarlos.
Decidieron ir al pueblo más cercano a comprar lo que necesitaban. Allí, conocieron a Eglis Maria, una joven que trabajaba en una ferretería. Era una chica simpática y alegre, que les ayudó a encontrar lo que buscaban. Jim Larry se sintió atraído por ella y le pidió su número de teléfono. Ella se lo dio con una sonrisa.
Los primos volvieron a la estación de radio con las cosas que habían comprado. Se pusieron a trabajar con entusiasmo, tratando de restaurar los equipos. Después de varias horas, lograron encender la consola principal y conectarla a una antena. Entonces, decidieron probar si podían transmitir algo.
Jim Larry tomó un micrófono y dijo:
- Hola, hola, ¿hay alguien ahí? Esta es Radio Aventura, la estación de los sueños. Les habla Jim Larry, junto a mi primo Ruben Alberto. Estamos en una antigua estación de radio que perteneció a nuestro abuelo. Queremos revivir su espíritu y compartir con ustedes música, historias, y aventuras. ¿Nos escuchan?
Para su sorpresa, recibieron una respuesta. Era la voz de Eglis Maria, que los estaba escuchando desde su celular.
- Hola, Jim Larry, hola, Ruben Alberto. Soy Eglis Maria, la chica de la ferretería. Los estoy escuchando y me encanta lo que están haciendo. Me gustaría conocerlos mejor y ayudarlos con su proyecto. ¿Puedo ir a visitarlos?
Jim Larry y Ruben Alberto se miraron con asombro y alegría. Habían encontrado una nueva amiga y una posible audiencia. Así que le dijeron que sí, que podía ir a visitarlos. Y así comenzó una gran aventura, llena de música, historias, y amor.
En la ciudad del Cusco existían dos niños que eran hermanos, William y Jim. Ellos vivían en la Av. Manco Ccapac del distrito de Huanchaq del Cusco, y diariamente se dirigían a su colegio, cruzando el antiguo aeropuerto. Un día, como de costumbre, ellos transitaban por el antiguo aeropuerto cuando de repente se cayeron a un agujero con unos rodaderos que los llevaron a las profundidades, un lugar completamente oscuro. Por suerte, Jim llevaba en su bolsillo unos fósforos, y con ellos pudo encenderlos. Al ver la luz, William divisó unos libros, que eran en realidad como un álbum de Topogigo, en el cual había figuras de frutas, minerales, animales y otras cosas. Cuando ellos ajustaban las figuritas, aparecían inmediatamente el contenido de las figuras, como si fueran mágicas. Ellos se maravillaron con este hecho, lo más fantástico es que las frutas eran animadas y hablaban, así como las figuras de diamantes, que cuando se les pedía que hicieran aparecer minerales, lo hacían.
Los hermanos se divirtieron mucho con las figuras, probando diferentes combinaciones y creando escenarios increíbles. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que estaban perdidos y no sabían cómo salir de allí. Entonces, decidieron pedir ayuda a las figuras, que resultaron ser muy amigables y dispuestas a colaborar. Las frutas les ofrecieron comida y bebida, los animales les contaron historias y leyendas, y los minerales les dijeron que los guiarían a una salida por el Sacsayhuamán, una antigua fortaleza inca que estaba cerca de allí. Los hermanos aceptaron la propuesta de los minerales, y se pusieron en marcha, siguiendo sus indicaciones. Por el camino, se encontraron con muchos obstáculos y peligros, como trampas, laberintos, monstruos y enigmas, pero gracias a su ingenio y a la ayuda de las figuras, lograron superarlos todos. Finalmente, llegaron a la salida, que era una puerta secreta que se abría con una clave numérica. Los minerales les dijeron que la clave era el número de oro, y que debían escribirlo con cifras decimales. Los hermanos recordaron que el número de oro era una constante matemática que se aproximaba a 1.618, y lo escribieron con cuidado. La puerta se abrió, y los hermanos salieron al exterior, donde los esperaba el sol y el cielo azul. Se abrazaron y agradecieron a las figuras por su ayuda, y les prometieron que volverían a visitarlos. Luego, corrieron hacia su casa, felices y emocionados por la aventura que habían vivido.
CORRECCION
Dos hermanos, Williamy Jim, vivían en el Cusco, la antigua capital del imperio inca. Ellos eran muy curiosos y les gustaba explorar lugares nuevos y misteriosos. Un día, decidieron ir al antiguo aeropuerto, que estaba abandonado desde hacía años, y que se decía que guardaba muchos secretos y tesoros.
Llevaban consigo una mochila con algunas provisiones, una linterna, una brújula y un mapa. Entraron al aeropuerto por una reja rota, y se adentraron en el enorme edificio. Allí vieron muchas cosas interesantes, como aviones viejos, maletas rotas, carteles descoloridos y máquinas oxidadas. Sin embargo, lo que más les llamó la atención fue una puerta que tenía un letrero que decía: "Acceso restringido. Peligro de derrumbe".
William y Jim se miraron con una sonrisa cómplice, y decidieron abrir la puerta. Detrás de ella había un pasillo oscuro y húmedo, que bajaba en espiral. Los hermanos encendieron la linterna y siguieron el pasillo, sin saber lo que les esperaba. Después de caminar un rato, llegaron a una sala circular, donde había una gran pantalla y un panel de control. En la pantalla se podía leer: "Bienvenidos al proyecto Topogigo, el simulador de realidad virtual más avanzado del mundo. Por favor, elijan una de las opciones disponibles: frutas, minerales, animales, plantas, planetas, civilizaciones o mitos".
William y Jim se quedaron boquiabiertos, sin creer lo que veían. ¿Qué era ese proyecto Topogigo? ¿Cómo había llegado allí? ¿Qué podía hacer? Los hermanos se acercaron al panel de control, y vieron que había unos cascos y unos guantes conectados a unos cables. Sin pensarlo dos veces, se pusieron los cascos y los guantes, y eligieron la opción de frutas. En ese momento, la pantalla se apagó, y los hermanos se sintieron transportados a otro lugar.
Se encontraron en medio de un bosque tropical, lleno de árboles frutales de todos los colores y sabores. Las frutas eran enormes y jugosas, y tenían caras y voces. Les dieron la bienvenida, y les invitaron a probarlas. William y Jim se sorprendieron, pero también se divirtieron, y empezaron a comer y a conversar con las frutas. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que no podían quitarse los cascos ni los guantes, y que estaban atrapados en esa realidad virtual. Entonces, se asustaron, y pidieron ayuda a las frutas.
Las frutas les explicaron que el proyecto Topogigo era un experimento secreto del gobierno, que buscaba crear un simulador de realidad virtual que pudiera recrear cualquier escenario imaginable, con fines educativos, científicos y militares. Sin embargo, el proyecto se había cancelado, y el aeropuerto se había clausurado, dejando el simulador abandonado y sin mantenimiento. Las frutas les dijeron que la única forma de salir de allí era completar todas las opciones del simulador, y llegar al final, donde había una salida de emergencia.
William y Jim se sintieron desesperados, pero no les quedó otra opción que seguir el consejo de las frutas. Así, empezaron a recorrer las diferentes opciones del simulador, viviendo aventuras increíbles y peligrosas. En la opción de minerales, tuvieron que escapar de una cueva llena de cristales afilados y explosivos. En la opción de animales, tuvieron que enfrentarse a un león, una serpiente y un tiburón. En la opción de plantas, tuvieron que resolver un acertijo de unas flores parlantes. En la opción de planetas, tuvieron que viajar por el espacio y evitar meteoritos y agujeros negros. En la opción de civilizaciones, tuvieron que aprender sobre la historia y la cultura de los incas, los egipcios, los romanos y los mayas. Y en la opción de mitos, tuvieron que luchar contra un dragón, una medusa, un minotauro y un vampiro.
Cada opción era más difícil y más larga que la anterior, y los hermanos se cansaban y se desanimaban. Sin embargo, también aprendían muchas cosas, y se hacían más fuertes y más valientes. Además, contaban con la ayuda de las figuras que encontraban en cada opción, que se habían hecho sus amigos, y que les daban consejos y pistas. Finalmente, después de muchas horas, llegaron a la última opción, que era la de mitos. Allí se enfrentaron al vampiro, que resultó ser el jefe final del simulador. El vampiro era muy poderoso y astuto, y les atacó con sus colmillos, sus garras y su hipnosis. William y Jimse defendieron con una estaca, un crucifijo y un espejo, y lograron herirlo. Sin embargo, el vampiro no se rendía, y les dijo que solo lo podían derrotar si le decían su verdadero nombre.
Los hermanos se quedaron pensando, y recordaron que habían visto un nombre en la pantalla del simulador, cuando entraron por primera vez. Era el nombre del creador del proyecto Topogigo, que se había convertido en el vampiro por un error del sistema. El nombre era: Dr. Tomas Gismon, o sea, T.G, las iniciales de Topogigo. William y Jim gritaron el nombre del vampiro, y este se desintegró en un montón de polvo. Entonces, se oyó una voz que decía: "Felicidades, han completado el simulador. Por favor, diríjanse a la salida de emergencia".
Los hermanos se quitaron los cascos y los guantes, y vieron que la pantalla se había encendido de nuevo, y que les mostraba una flecha que señalaba una puerta. Corrieron hacia la puerta, y la abrieron. Detrás de ella había una escalera que subía hasta la superficie. Los hermanos subieron la escalera, y salieron al exterior, donde los esperaba la noche y las estrellas. Se abrazaron y agradecieron a las figuras por su ayuda, y les prometieron que no los olvidarían. Luego, corrieron hacia su casa, felices y emocionados por la aventura que habían vivido.
***
Érase una vez, en la ciudad del Cusco, dos niños que eran hermanos, William y Jim. Ellos vivían en la Av. Manco Ccapac del distrito de Huanchaq del Cusco, y diariamente se dirigían a su colegio, cruzando el antiguo aeropuerto. Ellos eran muy curiosos y valientes, y les gustaba explorar lugares nuevos y misteriosos. Un día, como de costumbre, ellos transitaban por el antiguo aeropuerto cuando de repente se cayeron a un agujero con unos rodaderos que los llevaron a las profundidades, un lugar completamente oscuro. Así comenzó su increíble aventura.
Por suerte, Jim llevaba en su bolsillo unos fósforos, y con ellos pudo encenderlos. Al ver la luz, William divisó unos libros, que eran en realidad como un álbum de Topogigo, en el cual había figuras de frutas, minerales, animales y otras cosas. Cuando ellos ajustaban las figuritas, aparecían inmediatamente el contenido de las figuras, como si fueran mágicas. Ellos se maravillaron con este hecho, lo más fantástico es que las frutas eran animadas y hablaban, así como las figuras de diamantes, que cuando se les pedía que hicieran aparecer minerales, lo hacían.
- ¡Wow, esto es increíble! -exclamó William, mientras cogía una manzana roja y jugosa que le sonreía.
- ¡Sí, es alucinante! -respondió Jim, mientras tocaba un diamante brillante y duro que le saludaba.
- Hola, niños, somos las frutas de Topogigo, y estamos aquí para divertirnos con ustedes -dijo la manzana con una voz dulce y alegre.
- Hola, niños, somos los minerales de Topogigo, y estamos aquí para enseñarles cosas interesantes -dijo el diamante con una voz clara y seria.
Los hermanos se divirtieron mucho con las figuras, probando diferentes combinaciones y creando escenarios increíbles. Con las frutas, hicieron una ensalada gigante, una carrera de piñas, y una fiesta de cumpleaños. Con los minerales, hicieron una torre de cristal, una mina de oro.
Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que estaban perdidos y no sabían cómo salir de allí. Entonces, decidieron pedir ayuda a las figuras, que resultaron ser muy amigables y dispuestas a colaborar. Las frutas les ofrecieron comida y bebida, los animales les contaron historias y leyendas, y los minerales les dijeron que los guiarían a una salida por el Sacsayhuamán, una antigua fortaleza inca que estaba cerca de allí. Los hermanos aceptaron la propuesta de los minerales, y se pusieron en marcha, siguiendo sus indicaciones.
Por el camino, se encontraron con muchos obstáculos y peligros, como trampas, laberintos, monstruos y enigmas, pero gracias a su ingenio y a la ayuda de las figuras, lograron superarlos todos. Algunos de los desafíos que tuvieron que enfrentar fueron: una puerta con un candado que solo se abría con una palabra clave, un pasillo con espejos que reflejaban imágenes falsas, una sala con un león que rugía y saltaba, un túnel con un acertijo que debían resolver, una cueva con un dragón que escupía fuego, y una escalera con un código que debían descifrar.
Finalmente, llegaron a la salida, que era una puerta secreta que se abría con una clave numérica. Los minerales les dijeron que la clave era el número de oro, y que debían escribirlo con cifras decimales. Los hermanos recordaron que el número de oro era una constante matemática que se aproximaba a 1.618, y lo escribieron con cuidado. La puerta se abrió, y los hermanos salieron al exterior, donde los esperaba el sol y el cielo azul. Se abrazaron y agradecieron a las figuras por su ayuda, y les prometieron que volverían a visitarlos. Luego, corrieron hacia su casa, felices y emocionados por la aventura que habían vivido. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
"La Curiosidad Casi Mató al Gato”
"La Curiosidad Casi Mató al Gato”
En un pequeño pueblo, donde las calles olían a café y los secretos se escondían en cada esquina, vivía un niño llamado Jim. A sus cinco años, su curiosidad era tan grande como el cielo azul que lo cubría.
Observaba con ojos brillantes cómo los mayores encendían sus cigarrillos, dejando escapar volutas de humo que danzaban hacia las nubes.
Un día, Jim decidió seguir a su hermano y su grupo, “Los Difuntos”, hasta una cafetería frente al colegio Clorinda Matto de Turner. Allí, entre risas y charlas, los jóvenes pedían cafés y cigarrillos, y Jim, con su asiento elevado por ladrillos y madera, se sentía uno más del grupo.
Le pasaron un cigarrillo y, tras toser en su primer intento, aprendió a fumar como ellos, incluso a hacer el truco del submarino: un bocado de café seguido de una exhalación de humo.
A los siete años, la curiosidad de Jim lo llevó a probar el licor.
Solo, compró un cuartito de aguardiente y una gaseosa en la tienda del señor Paredes. Se escondió en los corrales y allí, mezclando ambos líquidos, tomó su primer trago.
Pasaron dos años y la casa de Jim acogió a cuatro hippies: Andrés, Gustavo, Nancy y María. Con sus pipas metálicas y talladas, fumaban marihuana, y Jim, incapaz de resistir la curiosidad, les pidió probar.
Un día accedieron, y en un círculo, pasaron un cigarrillo de mano en mano hasta que solo quedó Jim para terminarlo.
Los efectos fueron inmediatos y aterradores. Jim sintió cómo su cuerpo se deshacía en pedazos, sus manos crecían desmesuradamente y las hormigas de colores invadían su visión. Corrió hasta su cama, llorando y gritando, convencido de que estaba perdiendo la cordura.
Su hermana, al descubrirlo, lo reprendió y lo dejó solo con su angustia. Fue su madre quien, al encontrarlo, le ofreció palabras de consuelo y sabiduría. “Hijito, si te das cuenta de lo que te está pasando, es que no estás loco. Tranquilízate.”
Y así, la desmedida curiosidad de Jim casi lo llevó a la locura, pero también le enseñó una valiosa lección sobre los límites y peligros de querer saberlo todo.
Este cuento refleja la importancia de la guía y el cuidado en la curiosidad natural de los niños. La historia de Jim es un recordatorio de que, aunque la curiosidad es una virtud, sin la supervisión adecuada, puede llevarnos por caminos peligrosos.
24/03/2024
Había una vez un ratón llamado Jipy. Vivía en un pequeño agujero en la base de un árbol. Jipy era diferente a los demás ratones. En lugar de buscar comida todo el día, le encantaba explorar y jugar. Saltaba entre las hojas, se balanceaba en las ramas y hacía acrobacias en las enredaderas.
Un día, mientras exploraba el bosque, Jipy encontró una flauta abandonada. La tomó entre sus patitas y sopló. ¡Para su sorpresa, salieron notas musicales! Jipy se convirtió en el ratón flautista del bosque. Tocaba melodías alegres que hacían bailar a las mariposas y reír a los pájaros.
Los demás ratones se burlaban de él. “¿Por qué no buscas comida como todos nosotros?”, decían. Pero Jipy no se preocupaba. Seguía tocando su flauta y llenando el bosque de alegría.
Un día, una tormenta se acercó. Los animales se escondieron, asustados. Pero Jipy no dejó de tocar. Su música calmó al viento y la lluvia. Los árboles se inclinaron hacia él, agradecidos.
Desde entonces, Jipy se convirtió en el ratón más querido del bosque. Los demás ratones aprendieron que ser diferente no era malo. Jipy les enseñó que la alegría y la música podían cambiar el mundo.
Y así, cada tarde, cuando el sol se ponía, Jipy se sentaba en una hoja grande y tocaba su flauta. Los animales se reunían a su alrededor, bailando y riendo. El bosque se llenaba de magia y felicidad.
Moraleja: A veces, ser diferente es lo que hace que el mundo sea más hermoso
Había una vez una lagartija llamada Lala. No era como las demás lagartijas. Mientras sus amigos se escondían en las grietas de las rocas y cazaban insectos, a Lala le gustaba explorar el mundo. No le interesaba la caza ni el sol abrasador. En cambio, prefería observar las mariposas y escalar las hojas de los árboles.
Un día, Lala encontró algo especial: un par de alas pequeñas y brillantes. Eran alas de dragón, pero no como las de los dragones feroces que todos temían. Estas alas eran suaves y coloridas, como si estuvieran hechas de arcoíris. Lala se las puso y saltó al aire. ¡Volaba! Las otras lagartijas la miraron con asombro.
Pero eso no era todo. Lala también tenía un cuerno en la frente. No era un cuerno puntiagudo como el de un toro, sino uno curvado y mágico, como el de un unicornio. Cuando tocaba su cuerno, podía hacer que las flores florecieran más rápido y que los árboles crecieran más alto.
Lala no encajaba en el mundo de las lagartijas normales. A veces, se sentía sola. Pero no dejaba que eso la detuviera. Visitaba a las mariposas y les contaba historias. Ayudaba a las flores a abrirse y cantaba canciones a la luna. Su alegría era contagiosa, y poco a poco, las otras lagartijas comenzaron a aceptarla.
Un día, Lala conoció a Ari, un ratón curioso que también era diferente. Ari tenía orejas grandes y una cola larga. Juntos, exploraron el bosque, saltaron entre las ramas y se rieron bajo la luna. Lala le mostró sus alas y su cuerno, y Ari le mostró cómo construir casas de hojas.
Después de un tiempo, Lala y Ari se dieron cuenta de que nuestras diferencias nos hacen especiales. No importa si eres una lagartija con alas de dragón o un ratón con orejas grandes. Lo importante es encontrar amigos que te acepten tal como eres.
Y así, Lala y Ari se convirtieron en los mejores amigos del bosque. Juntos, volaban entre las estrellas y compartían secretos con la luna. A veces, incluso organizaban fiestas para las mariposas y los pájaros.
Moraleja: La verdadera magia está en ser uno mismo y encontrar la belleza en nuestras diferencias.
jimlarry4@gmail.com
Cusco Virtual
EN REVICION
Jim Larry, un apasionado programador, vivía en la bulliciosa ciudad de Lima junto a su pareja, Rosa. Su vida transcurría entre líneas de código y tazas de café. Sin embargo, un día, mientras navegaba por las redes sociales, descubrió algo que cambiaría su destino para siempre.
En una foto de familia, Jim notó a un hombre con una sonrisa radiante y una camiseta de su banda de rock favorita. El pie de foto decía: “Con mi primo Ruben Alberto, locutor de radio en Cusco”. Jim quedó perplejo. ¿Cómo era posible que tuviera un primo en esa hermosa ciudad andina y nunca lo hubiera conocido?
La curiosidad lo impulsó a investigar más. Se enteró de que Ruben Alberto era un apasionado de la radio, un contador de historias que llenaba las ondas del aire con su voz cálida y melodiosa. Jim decidió que era hora de conocer a su primo y descubrir qué otras sorpresas le esperaban en el Cusco.
Empacó su mochila con su laptop, algunos cables y una libreta de notas. Tomó un vuelo desde Lima hasta Cusco, sintiendo la emoción en el estómago mientras el avión descendía sobre los picos nevados de los Andes. La ciudad se extendía ante él, con sus calles empedradas y sus casas de adobe.
Jim se instaló en un pequeño hostal cerca de la Plaza de Armas. Al día siguiente, se aventuró a la estación de radio donde trabajaba Ruben Alberto. El edificio antiguo estaba lleno de cables, micrófonos y discos de vinilo. Jim se presentó al recepcionista y preguntó por su primo.
“¿Eres Jim Larry?”, preguntó una voz detrás de él. Jim se volvió y se encontró con un hombre de cabello canoso y ojos brillantes. Era Ruben Alberto. La sonrisa de Jim se ensanchó mientras se abrazaban como si fueran viejos amigos.
Ruben Alberto lo llevó a la cabina de radio. Jim se sentó frente al micrófono, sintiendo la magia del aire vibrante. Juntos, compartieron historias, risas y canciones. Jim aprendió sobre la historia de Cusco, sus leyendas y sus tradiciones. Ruben Alberto le mostró los rincones secretos de la ciudad, desde las ruinas incas hasta los mercados llenos de colores.
Con el tiempo, Jim también conoció a Eglis Maria, una joven artista callejera con ojos llenos de misterio. Eglis pintaba murales en las paredes de Cusco, capturando la esencia de la ciudad en cada trazo. Jim y Eglis compartieron noches de conversación bajo las estrellas, hablando de arte, sueños y aventuras.
Así, en el corazón de los Andes, Jim Larry encontró mucho más que un primo. Encontró una familia extendida, una ciudad llena de historias y un amor inesperado. Y mientras las décadas pasaban, Jim, Ruben Alberto y Eglis Maria continuaron escribiendo su propia aventura en las alturas de Cusco, donde las montañas parecían tocar el cielo y los corazones se entrelazaban como hilos invisibles en la radio de la vida.
La Ciudad Perdida de Q’ero
En los remotos confines de los Andes, donde las montañas se alzan como guardianes centenarios, se oculta un secreto ancestral: Q’ero, la Ciudad Perdida. Nadie sabe a ciencia cierta cómo llegó a existir, pero las leyendas hablan de una civilización olvidada que construyó esta metrópolis en las alturas, más allá de las nubes.
Los Intrépidos Exploradores
Domingo Huallpa y Andino, dos amigos inseparables, eran apasionados por la arqueología y las historias de antiguas civilizaciones. Su curiosidad los llevó a explorar los rincones más recónditos de los Andes, siguiendo pistas y leyendas transmitidas de generación en generación.
Un día, mientras estudiaban manuscritos en el polvoriento archivo de Cusco, encontraron una referencia a Q’ero. Los textos hablaban de una ciudad de oro, de calles empedradas y templos sagrados, oculta en algún lugar entre las montañas. Los ojos de Domingo y Andino brillaron con la promesa de aventura.
La Travesía Épica
Armados con mapas rudimentarios y corazones llenos de esperanza, los dos amigos partieron hacia lo desconocido. Atravesaron selvas espesas, cruzaron ríos turbulentos y ascendieron picos nevados. El viento susurraba secretos ancestrales, y las estrellas parecían guiarlos hacia su destino.
El Encuentro con los Ñaupa Machos
En su travesía, se encontraron con los Ñaupa Machos, los ancianos sabios de los Andes. Estos misteriosos guardianes les advirtieron sobre los peligros que acechaban en Q’ero: trampas mortales, espíritus vengativos y la ira de los dioses olvidados. Pero Domingo y Andino no se amedrentaron; su determinación era inquebrantable.
La Ciudad de los Sueños
Finalmente, tras semanas de arduo viaje, llegaron a un valle escondido entre las montañas. Allí, emergiendo de la niebla como un sueño hecho realidad, estaba Q’ero. Sus edificios de piedra, cubiertos de enredaderas y musgo, se alzaban hacia el cielo. Calles empedradas conducían a plazas donde antaño resonaban risas y cantos.
El Tesoro de los Incas
Domingo y Andino exploraron cada rincón de la ciudad. Encontraron altares tallados con símbolos solares, observatorios astronómicos y tumbas de reyes. Pero lo más asombroso fue el Templo del Sol, donde un tesoro inimaginable aguardaba: joyas, máscaras de oro, textiles finamente tejidos y pergaminos con conocimientos ancestrales.
El Regreso y la Promesa
Con el tesoro en sus manos y el corazón lleno de gratitud, Domingo y Andino regresaron a Cusco. Su historia se convirtió en leyenda, y sus nombres resonaron en los corazones de los habitantes de los Andes. Pero prometieron mantener el secreto de Q’ero, para que la ciudad perdida siguiera siendo un enigma, un sueño dorado en las alturas.
Fin.
La Ciudad Perdida de Q’ero: Una Aventura Inolvidable
Domingo Huallpa y Andino eran dos jóvenes arqueólogos que soñaban con descubrir los misterios de las antiguas civilizaciones andinas. Habían oído hablar de Q’ero, la ciudad perdida de oro, pero nadie sabía dónde estaba ni cómo encontrarla. Un día, en el archivo de Cusco, hallaron un antiguo mapa que les reveló la ubicación aproximada de la ciudad. Sin pensarlo dos veces, decidieron emprender la búsqueda de Q’ero, la aventura de sus vidas.
El viaje no fue fácil. Tuvieron que enfrentarse a todo tipo de obstáculos: animales salvajes, enfermedades, ladrones, tormentas y avalanchas. Pero también encontraron aliados en el camino: los Ñaupa Machos, los sabios guardianes de los Andes, que les enseñaron los secretos de la naturaleza y les advirtieron de los peligros de Q’ero. Les dijeron que la ciudad estaba protegida por los dioses, y que solo los elegidos podían entrar en ella.
Después de muchas semanas de travesía, Domingo y Andino llegaron al valle donde se escondía Q’ero. La ciudad era impresionante: una obra maestra de arquitectura y arte, construida con piedras perfectamente ensambladas y adornada con oro y plata. Los exploradores se quedaron maravillados ante la belleza y el misterio de Q’ero. Entraron con cautela, explorando cada rincón de la ciudad. Encontraron templos, palacios, fuentes, jardines y tesoros. Pero lo que más les llamó la atención fue el Templo del Sol, el centro sagrado de Q’ero. Allí, en una cámara secreta, descubrieron el mayor tesoro de todos: una biblioteca con miles de pergaminos que contenían la historia, la ciencia, la filosofía y la religión de los antiguos habitantes de Q’ero.
Domingo y Andino se sintieron afortunados de haber encontrado Q’ero, pero también se dieron cuenta de que era una responsabilidad muy grande. Sabían que debían respetar y proteger la ciudad, y que no podían revelar su existencia al mundo. Así que decidieron llevarse solo una pequeña parte del tesoro, y dejar el resto en su lugar. También hicieron una promesa a los dioses y a los Ñaupa Machos: guardar el secreto de Q’ero, y volver algún día para seguir aprendiendo de sus saberes.
Así fue como Domingo y Andino vivieron la aventura más increíble de sus vidas, y cómo Q’ero se convirtió en la ciudad de sus sueños.
Fin.
Jim Larry, un apasionado programador, vivía en la bulliciosa ciudad de Lima junto a su pareja, Rosa. Su vida transcurría entre líneas de código y tazas de café. Sin embargo, un día, mientras navegaba por las redes sociales, descubrió algo que cambiaría su destino para siempre.
En una foto de familia, Jim notó a un hombre con una sonrisa radiante y una camiseta de su banda de rock favorita. El pie de foto decía: “Con mi primo Ruben Alberto, locutor de radio en Cusco”. Jim quedó perplejo. ¿Cómo era posible que tuviera un primo en esa hermosa ciudad andina y nunca lo hubiera conocido?
La curiosidad lo impulsó a investigar más. Se enteró de que Ruben Alberto era un apasionado de la radio, un contador de historias que llenaba las ondas del aire con su voz cálida y melodiosa. Jim decidió que era hora de conocer a su primo y descubrir qué otras sorpresas le esperaban en el Cusco.
Empacó su mochila con su laptop, algunos cables y una libreta de notas. Tomó un vuelo desde Lima hasta Cusco, sintiendo la emoción en el estómago mientras el avión descendía sobre los picos nevados de los Andes. La ciudad se extendía ante él, con sus calles empedradas y sus casas de adobe.
Jim se instaló en un pequeño hostal cerca de la Plaza de Armas. Al día siguiente, se aventuró a la estación de radio donde trabajaba Ruben Alberto. El edificio antiguo estaba lleno de cables, micrófonos y discos de vinilo. Jim se presentó al recepcionista y preguntó por su primo.
“¿Eres Jim Larry?”, preguntó una voz detrás de él. Jim se volvió y se encontró con un hombre de cabello canoso y ojos brillantes. Era Ruben Alberto. La sonrisa de Jim se ensanchó mientras se abrazaban como si fueran viejos amigos.
Ruben Alberto lo llevó a la cabina de radio. Jim se sentó frente al micrófono, sintiendo la magia del aire vibrante. Juntos, compartieron historias, risas y canciones. Jim aprendió sobre la historia de Cusco, sus leyendas y sus tradiciones. Ruben Alberto le mostró los rincones secretos de la ciudad, desde las ruinas incas hasta los mercados llenos de colores.
Con el tiempo, Jim también conoció a Eglis Maria, una joven artista callejera con ojos llenos de misterio. Eglis pintaba murales en las paredes de Cusco, capturando la esencia de la ciudad en cada trazo. Jim y Eglis compartieron noches de conversación bajo las estrellas, hablando de arte, sueños y aventuras.
Así, en el corazón de los Andes, Jim Larry encontró mucho más que un primo. Encontró una familia extendida, una ciudad llena de historias y un amor inesperado. Y mientras las décadas pasaban, Jim, Ruben Alberto y Eglis Maria continuaron escribiendo su propia aventura en las alturas de Cusco, donde las montañas parecían tocar el cielo y los corazones se entrelazaban como hilos invisibles en la radio de la vida.
La Ciudad Perdida de Q’ero: Una Aventura Inolvidable
- Domingo: ¡Andino, mira lo que he encontrado! Es un mapa antiguo que muestra la ubicación de Q’ero, la ciudad perdida de oro. ¿Te imaginas lo que podríamos descubrir allí?
- Andino: ¡No puede ser! ¿Estás seguro de que es auténtico? ¿De dónde lo has sacado?
- Domingo: Lo he encontrado en el archivo de Cusco, entre unos documentos viejos. Parece que alguien lo dejó olvidado hace mucho tiempo. ¿Qué dices, te animas a ir conmigo a buscar Q’ero?
- Andino: ¡Por supuesto que sí! Siempre he soñado con conocer Q’ero. Es la aventura de nuestras vidas. ¿Cuándo partimos?
- Domingo: ¡Mañana mismo! No podemos perder tiempo. Prepara tu mochila y tu brújula. Nos espera un viaje largo y difícil, pero valdrá la pena.
- Andino: ¡Estoy listo! Vamos a hacer historia, amigo. Q’ero nos aguarda.
...
- Domingo: ¡Cuidado, Andino! Hay una serpiente venenosa detrás de ti. ¡No te muevas!
- Andino: ¿Qué? ¿Dónde? ¡Ay, Dios mío! ¡Sácala de aquí!
- Domingo: Tranquilo, tranquilo. Voy a espantarla con una rama. No te asustes. ¡Ahora!
- Andino: ¡Gracias, Domingo! Me has salvado la vida. Esa serpiente casi me muerde. ¿Estás bien?
- Domingo: Sí, sí, estoy bien. Solo un poco nervioso. Menos mal que la vimos a tiempo. Hay que tener cuidado con los animales salvajes. Esta selva es peligrosa.
- Andino: Sí, tienes razón. Pero también es hermosa. Mira esos árboles, esas flores, esos pájaros. Es un paraíso natural. Y estamos cada vez más cerca de Q’ero. Según el mapa, solo nos quedan unos días de camino.
- Domingo: Sí, lo sé. Estoy impaciente por llegar. Pero también tengo miedo. ¿Y si Q’ero no existe? ¿Y si todo es una leyenda? ¿Y si nos hemos equivocado?
- Andino: No digas eso, Domingo. Q’ero existe, estoy seguro. Hemos seguido las pistas, hemos superado los obstáculos, hemos llegado hasta aquí. No podemos rendirnos ahora. Tenemos que seguir adelante. Q’ero nos espera.
...
- Andino: ¡Domingo, Domingo! ¡Mira, mira! ¿Ves eso? ¿Ves lo que yo veo?
- Domingo: ¿Qué? ¿Qué ves? ¿Dónde?
- Andino: Allí, allí. Entre las montañas. Hay una luz, un brillo, un destello. ¿No lo ves?
- Domingo: ¡Sí, sí, lo veo! ¡Es oro, es oro! ¡Es Q’ero, es Q’ero! ¡Lo hemos encontrado, lo hemos encontrado!
- Andino: ¡No lo puedo creer, no lo puedo creer! ¡Es Q’ero, es Q’ero! ¡La ciudad perdida de oro! ¡Es real, es real!
- Domingo: ¡Vamos, vamos! Corre, corre. Tenemos que llegar, tenemos que verla. ¡Es Q’ero, es Q’ero!
- Andino: ¡Es Q’ero, es Q’ero!
...
- Domingo: ¡Es increíble, es increíble! ¡Q’ero es más hermosa de lo que imaginaba! ¡Mira esos edificios, esas calles, esos templos! ¡Es una maravilla, una maravilla!
- Andino: ¡Es asombroso, es asombroso! ¡Q’ero es más misteriosa de lo que pensaba! ¡Mira esos símbolos, esos dibujos, esos pergaminos! ¡Es un enigma, un enigma!
- Domingo: ¡Es nuestra, es nuestra! ¡Q’ero es el fruto de nuestro esfuerzo, de nuestra pasión, de nuestra aventura! ¡Mira todo lo que hemos logrado, todo lo que hemos aprendido, todo lo que hemos vivido!
- Andino: ¡Es suya, es suya! ¡Q’ero es el legado de sus antepasados, de su cultura, de su historia! ¡Mira todo lo que nos han dejado, todo lo que nos han enseñado, todo lo que nos han transmitido!
- Domingo: ¡Es de todos, es de todos! ¡Q’ero es un tesoro de la humanidad, de la ciencia, de la sabiduría! ¡Mira todo lo que podemos compartir, todo lo que podemos investigar, todo lo que podemos crear!
- Andino: ¡Es de nadie, es de nadie! ¡Q’ero es un secreto de los dioses, de la naturaleza, de la magia! ¡Mira todo lo que debemos respetar, todo lo que debemos proteger, todo lo que debemos guardar!
...
- Andino: Domingo, amigo, ha llegado el momento. Tenemos que irnos. Tenemos que volver a Cusco. Tenemos que contar nuestra historia.
- Domingo: Sí, Andino, amigo, tienes razón. Pero no toda nuestra historia. Solo una parte. Solo lo necesario. Q’ero debe seguir siendo un secreto. Un secreto entre nosotros, los dioses y los Ñaupa Machos.
- Andino: Sí, Domingo, amigo, lo sé. Pero no un secreto para siempre. Solo por ahora. Solo hasta que estemos listos. Q’ero debe seguir siendo un sueño. Un sueño que volveremos a vivir. Un sueño que volveremos a Q’ero.
- Domingo: Sí, Andino, amigo, lo siento. Pero no un sueño imposible. Solo un sueño difícil. Solo un sueño que vale la pena. Q’ero debe seguir siendo una aventura. Una aventura inolvidable. Una aventura que volveremos a Q’ero.
Fin.