Lo que menos esperaba era este compromiso por parte de niños de entre 9 y 14 años. Todo empezó en 2020, durante el brote pandémico del COVID-19, que provocó un aislamiento total en Uganda.
Como no se nos permitía reunirnos de ninguna manera, mi familia y yo optamos por empezar a realizar las celebraciones de la Palabra los domingos en casa, en la sala de estar. Yo podía dirigir el servicio, ya que había servido antes como catequista, pues tenía el Misal dominical y diario; y, por supuesto, la Biblia.
Cuando llegó el momento de reflexionar sobre la Palabra de Dios, pude dar la oportunidad a todos de compartir primero lo que les había llamado la atención de las tres lecturas.
Empezando por los niños, todos empezaron a compartir apasionadamente lo que les había motivado en las lecturas, relacionando sus experiencias con la situación contemporánea. Fue increíble.
Desde entonces, esto se ha convertido en una práctica que ha prevalecido hasta la fecha. Cada vez que nos reunimos para rezar en familia, sobre todo por la noche, reflexionamos primero sobre las lecturas del día y todos esperan con impaciencia ese momento para compartir sus experiencias en relación con la Palabra de Dios.
Realmente aporta dinamismo al enfoque de la oración familiar, y cuando llega el momento de ofrecer peticiones se ora por situaciones reales concretas.
Esto ha fortalecido realmente nuestros lazos familiares, ya que todos se preocupan por los demás y por el bienestar de toda la familia.
Verdaderamente, una familia que ora unida, permanece unida.
Una familia reza junta el Rosario.
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