El Rosario propiamente dicho reúne, en una corona de oración, las dos oraciones más grandes: el Padre Nuestro, la oración perfecta que nos dio Jesús, y el Ave María, hermosa y mística. Sin embargo, el Rosario supera a ambas oraciones juntas, ya que las incluye y añade una contribución original de cada persona que lo reza: una expresión de la propia naturaleza, creencia y devoción de cada persona. Es una oración meditativa que va unida a la oración vocal, mas el alma de cada persona hace que su participación sea especial en los más grandes acontecimientos de la religión.
Cuando se reza el Rosario con la devoción que exige, y no con la mera observancia automática de sus formas externas, puede ser una experiencia intensa. No nos concentramos en las palabras de las oraciones: las palabras y el significado están grabados en nuestros corazones. Pero contemplamos el drama divino de la Redención escena por escena, y los misterios de nuestra fe que son inherentes a ella, y consideramos las virtudes que debemos imitar, las lecciones que debemos aprender; y las palabras son como una música de fondo sagrada para la representación, conmoviendo nuestros corazones como la música, ayudándonos a elevar nuestras mentes. A medida que rezamos, nuestra devoción aumenta, las escenas se vuelven más vívidas: se extienden y nos rodean y son parte de nuestra experiencia espiritual. Cuando rezamos el Rosario de esta manera, tiene un efecto que marca nuestras vidas.
Cuando rezamos el Rosario de esta manera con nuestra familia, tiene un efecto que no sólo marca nuestra vida individual sino en nuestra unidad familiar y, en última instancia, en la sociedad en su conjunto.
La familia –padres e hijos juntos– es la iglesia doméstica y una iglesia sin oración es un museo. La mente es profunda y compleja y está más allá de su propia comprensión. Pero el alma es infinitamente más profunda; y sin embargo infinitamente más simple…
“Cuando miras el Rosario en tus manos, parece muy sencillo, esa pequeña cadena de cuentas, pero qué lejos llega esa corta cadena, qué cosmos encierra, qué estrechamente nos une a Dios y a María. Tienen en sus manos el poder de cambiar sus vidas. Tienen en sus manos el tesoro más rico del mundo.”
- Venerable Patrick Peyton