El Padre Peyton habla en un encuentro en Victoria, Columbia Británica, Canadá, 12 de septiembre de 1949
Creo que para la familia como unidad - rezando juntos - no hay oración como el Rosario en Familia. Rezamos la oración que Jesús nos dio. Nos recuerda que todos somos hijos del único Padre. Rezamos la oración dirigida a María, don del mismo Espíritu Santo. Cuando estas oraciones se rezan en el círculo familiar tienen un nuevo poder para llegar al trono del Padre eterno. Rezadas diariamente crean la Iglesia doméstica -la Iglesia de la familia-, porque en ellas no hay medida alguna de egoísmo humano, sino sólo la expresión directa de la voluntad orante del Espíritu Santo. Estas oraciones hacen avanzar el reino de Dios como ninguna otra oración lo hace.
Sé que hay muchos a los que les gustaría introducir el Rosario en Familia en su vida familiar, pero son tímidos y dudan sobre cómo iniciarlo. A veces un padre llega a casa después del trabajo demasiado cansado para querer dirigir la oración; o a veces una buena madre dirá: "Estoy tan distraída y sólo desearía que hubiera alguien que nos dirigiera..." Declaraciones como ésta me inspiraron hace muchos años a comenzar a rezar el Rosario por radio - para llevar el Rosario a través de la radio a los hogares. Se pedía a las familias que participaran en estos programas. Incluso celebridades como Bing Crosby, Gregory Peck y Loretta Young aceptaron de buen grado dirigir el Rosario. La gente escuchaba y participaba.
Que hermoso es que Dios nos provea de inventos modernos para ayudarnos si tan solo los usamos de la manera que El quiere.
¿De dónde saqué este mensaje que he proclamado día y noche en todos los continentes del mundo durante estos últimos treinta y siete años? ¿Dónde recibí este mensaje que comparto con usted que lee esto ahora? Lo encontré y lo escuché no en las grandes bibliotecas, ni a los pies de eruditos, ni en los salones de las universidades, ni de sacerdotes. No, descubrí el valor del Rosario, el tesoro inestimable que es, en el sencillo hogar de mi padre y de mi madre, el hogar donde nací y en el que fui acogido, educado y criado. Allí, cuando abrí los ojos de pequeño y empecé a fijarme, vi lo más grande que un niño puede ver; oí los sonidos y las frases más hermosas que un niño puede oír; vi a mi padre arrodillado con las cuentas del Rosario en las manos; vi a mi madre haciendo lo mismo, con mis hermanos y hermanas mayores imitándola.
Este, queridos lectores, era mi hogar. Era mi cena espiritual. En este ambiente crecí, mi fe se alimentó, mi amor a Dios y al hombre se expandió. Aquí fue donde aprendí el significado y la realidad de las palabras que tendría el privilegio de llevar a las familias de todas las confesiones de nuestro mundo: "La familia que reza unida permanece unida".