Los sistemas educativos se esfuerzan y muestran interés por introducir cambios graduales (en la utilización de diferentes metodologías, de recursos y espacios…) para adaptarse a una sociedad plural y en continuo y vertiginoso cambio. Pero aún queda camino que la escuela se ajuste a la realidad de la sociedad actual (que avanza a nivel tecnológico a pasos agigantados).
Claro que sí. La comunidad educativa se ha tenido que ir adaptando a la sociedad en la que vive y a lo que esta le ofrece. Actualmente, el alumno no es un consumidor pasivo de información ni el profesor un mero transmisor de conocimientos. El alumno es activo y el docente el guía, que llevan a los alumnos de la mano a través de los diversos itinerarios de aprendizaje para lograr aprendizajes significativos.
Además, se pone menos énfasis en el aprendizaje mecánico (por memorización y repetición) y más en los caminos pensantes que el alumno utiliza para extraer sentido de los contenidos. Es menos un ser capaz de recordar y repetir información y es más un ser capaz de buscar, analizar, reflexionar, filtrar, conectar, adaptar y aplicar esta.
También, la incorporación de las TIC en el aula y de nuevas metodologías (trabajo por proyectos, trabajo cooperativo…) han cambiado la forma que tenemos de aprender, comunicarnos, vivir, relacionarnos y divertirnos.
Cualquier lugar (el aula, el patio, el laboratorio, los pasillos…) donde se desarrollan los aprendizajes, donde se ofrecen ricas y variadas oportunidades para favorecer el juego, la curiosidad, la imaginación y la interacción, contribuyendo positivamente al desarrollo integral del alumno.
Porque el avance de un espacio cerrado a un espacio educativo abierto, dinámico, flexible, motivador, que permite la interacción con el entorno, ajustable a los intereses y necesidades de los alumnos y del entorno que les rodea contribuye al desarrollo de aprendizajes significativos que permiten al alumno crecer personal y socialmente y tener iniciativa y desarrollar un espíritu emprendedor.