LAS AVENTURAS DE HUCKELBERRY FINN. Mark Twain
Capítulo III
(...) Durante un mes jugamos a bandoleros alguna que otra vez, y luego yo presenté la dimisión. Todos los chicos me imitaron. No habíamos robado a nadie, ni habíamos matado a nadie, como no fuese de mentirijillas.
Solíamos salir de los bosques y cargar contra porqueros y mujeres que iban al mercado con un carro de verdura; pero nunca nos llevamos ninguno. A los cerdos, les llamaba Tom Sawyer «Iingotes», y a los nabos y cosas «joyas», y nos íbamos a la cueva y charlábamos de Io que habíamos hecho y de cuánta gente habíamos matado y señalado. Pero yo no veía en ello la menor ganancia.
Una vez, Tom mandó a un chico a recorrer la población con un palo encendido que él llamaba «grito de combate» (era una señal para que se reuniera toda la cuadrilla), y luego dijo que, por medio de sus espías, había recibido noticias secretas de que, al día siguiente, un grupo de mercaderes españoles y de ricos árabes iba a acampar en Cave Hollow con doscientos elefantes, y seiscientos camellos, y más de mil caballerías, todos cargados de diamantes, y que sólo Ilevaban una escolta de cuatrocientos soldados, conque podríamos esperarles emboscados, como él decía, y matarlos a todos y llevarnos las cosas.
Dijo que debíamos limpiar las espadas y escopetas y prepararnos. Nunca podía atacar, siquiera a un carro de nabos, sin antes obligarnos a fregar espadas y escopetas, aunque sólo eran listones y mangos de escoba y ya podía uno fregarlos hasta pudrirse, que no por eso valían un puñado de cenizas más que antes.
Yo no creía que pudiéramos vencer a semejante montón de españoles y árabes, pero quería ver los elefantes y camellos, de modo que no falté al día siguiente, sábado, a la emboscada. Y, cuando se dio la voz, salimos corriendo del bosque y bajamos la colina.
Pero no había españoles ni árabes, y no había elefantes ni camellos. No era nada más que una merienda de la escuela dominical, y aun de la clase de párvulos. La deshicimos y perseguimos a los chicos cuenca arriba; pero sólo conseguimos unos bollos y una mermelada, aunque Ben Rogers se hizo con una muñeca de trapo y Joe Harper con un libro de himnos y un folleto religioso. Entonces cargó el maestro contra nosotros y nos hizo soltarlo todo y poner pies en polvorosa.
Yo no vi ningún diamante y así se Io dije a Tom Sawyer. Me contestó que, a pesar de todo, los había allí a carretadas; y dijo que también había árabes y elefantes y cosas. Yo le pregunté, entonces, por qué no podíamos verlos.
Me contestó que, si yo no fuese tan ignorante y hubiera leído un libro llamado Don Quijote, Io sabría sin preguntarlo. Dijo que allí había centenares de soldados, y elefantes, tesoros y todo eso, pero que teníamos unos enemigos, que se llamaban magos, que Io habían convertido todo en una escuela dominical de párvulos sólo por dejarnos con un palmo de narices.
Yo dije: bueno, pues entonces Io que hay que hacer es atacar a los magos. Tom Sawyer dijo que yo era un cabezota.
- Pero -dijo-, ¡si un mago puede llamar a la mar de genios que te harían picadillo en menos de lo que canta un gallo! Son tan altos como un árbol y tienen una cintura como una iglesia.