Del Plan Marshall, ¿al plan AMLO?

Invertir en Centroamérica, un paso lógico para promover el desarrollo y la cooperación, más allá de las fronteras.

José Luis López
6 de junio de 2019

Pocos seres en el mundo tienen la capacidad de lo que de niños todos soñamos “cambiar al mundo”. Donald Trump es uno de los hombres que ha cambiado el mundo en gran magnitud, o al menos es uno de los que ha realizado acciones visibles para toda la sociedad; su estilo de hacer política o negocios, es atacar y conseguir lo que quiere bajo cualquier término, siendo respaldado por el poderoso dólar y su influencia en el endeudamiento global. No cabe duda que la intención de sus acciones es buena para favorecer a su electorado, pero genera caos para el orden mundial que se ha establecido desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), donde comenzó una era de cooperación entre naciones que evolucionó al libre mercado.

En ese momento histórico, dada la devastación que generó la guerra en Europa, el gobierno de Estados Unidos, encabezado por el presidente Harry Truman, emprendió una ambiciosa estrategia, conocida como Plan Marshall, para proveer los recursos económicos, materiales e intelectuales para la reconstrucción de 18 naciones de la parte occidental de Europa, otorgándoles un crédito total de 14 mil millones de dólares de la época, de 1948 a 1951.

Con este plan, se abrió la puerta a la creación de organizaciones de integración y cooperación social y económica que se mantienen hasta hoy o que han mutado a su versión actual, como la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE) que se convirtió en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), además de estabilizar la economía de las naciones involucradas, modernizar la industria, eliminar barreras al comercio y hacer próspero al continente, ganándolos como aliados e incondicionales por el resto del siglo XX, especialmente Reino Unido, Francia y Alemania Occidental.

Por otro lado, en la actualidad, México ha perdido parte del optimismo que se ganó en julio de 2018 durante la victoria por la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, pues las condiciones no han permitido acercarse a la promesa de 4% de crecimiento del PIB, inflación por encima de los niveles requeridos y aumento de la incidencia delictiva, mientras que el presidente estadounidense Donald Trump ha amenazado con imponer aranceles a nuestro país si no se detiene el flujo de migrantes desde Centroamérica y México.

El gobierno de México, portando la bandera de la izquierda, ha prometido no sólo combatir a la pobreza al interior de su país, sino buscar el beneficio para otros. Por tanto, en enero de 2019, AMLO buscó promover una agenda de cuidado a los migrantes centroamericanos que usan a México como vía para llegar a los Estados Unidos, ofreciéndoles tránsito seguro y un permiso de estancia de un año, mientras que en abril su gobierno reprimió a una nueva caravana que se dirigiría a Estados Unidos y los apresó; en conferencia de prensa, se justificó diciendo que se buscaba protegerlos de la inseguridad que ocasiona recorrer el país y de los peligros de exponerse al crimen organizado.

Ante estas señales contradictorias y las quejas de la oposición, que dicen que primero deben de atenderse las necesidades del país y luego buscar proteger a los extranjeros, hay una necesidad de reconfigurar las acciones del Gobierno, el cual no debe contener ideas populistas con poca planeación, sino acciones que incluyan a las economías internas de las naciones que expulsan migrantes: Honduras, Guatemala y El Salvador, principalmente.

De esta forma, la iniciativa privada ha señalado que México, en conjunto con el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, Estados Unidos y Canadá, debe de tomar el liderazgo natural que le corresponde en Centroamérica e impulsar una versión del Plan Marshall, que incluya no sólo apoyo económico a estos países, sino también logístico, material e intelectual, aprovechando el trabajo mexicano calificado y no calificado. Un plan de esta naturaleza requeriría, sin duda, endeudamiento público y una buena proporción del dinero que nos otorgan los Estados Unidos para servir como su puerta trasera de contención de migrantes, pero daría mayores oportunidades al trabajo a mexicanos y centroamericanos, retendría a miles de migrantes en sus territorios y acrecentaría el liderazgo de nuestro país en el continente.

Los centroamericanos deberían pagar no sólo regresando el principal y los intereses, así como precios de venta preferenciales a México, sino también permitiendo el ingreso de la inversión mexicana, que generaría un mejor aprovechamiento de sus ventajas comparativas: turismo, energía y agricultura, lo que conduciría a precios más bajos y aumento de las relaciones comerciales bilaterales.

Esta es la única política posible para formar una región fuerte, segura y con oportunidades. Los beneficios son muchos y para todos los involucrados, pues Estados Unidos dejará de recibir a miles de migrantes, en México se estrecharán lazos con nuestros vecinos del sur, existirán mayores flujos de dinero de y hacia México, se diversificarán las relaciones comerciales y el crimen organizado verá reducida su “carne de cañón”, mientras que el desarrollo permeará a Centroamérica, sin que tengan la necesidad de migrar para tener mejores condiciones de vida. Todos los involucrados tendrán crecimiento en sus relaciones comerciales y dinamismo económico.

Y claro, los mexicanos podremos evitar la absurda guerra arancelaria contra Estados Unidos, que no podríamos ganar. El liderazgo de AMLO debe abarcar también a los vecinos centroamericanos y convertirse en uno de esos individuos que, efectivamente, puede cambiar al mundo.