Crisis personales y crisis económicas

Ambos tipos de crisis cuentan con características similares

José Luis López
17 de octubre de 2019

Para este año en curso, persiste la desaceleración económica en la mayoría de las naciones, por lo que las alarmas se mantienen encendidas y es un buen momento para evitar un evento peor, tal como una crisis. Dicha palabra, representa un fenómeno tan temido como respetado al ser un asunto de vital importancia, pues se pone en juego a otras personas, en algunos casos a millones.

Por tanto, los encargados de política la económica pueden “mantenerse despiertos por la noche", ya que “una desaceleración es preocupante” tal como el Secretario de Hacienda, Arturo Herrera, declaró sobre sí mismo en un evento en el Wilson Center de Washington. Asimismo, aclara que una desaceleración no es una crisis per se, aunque efectivamente se corre el riesgo de llegar a ese punto, de mantenerse las cosas constantes.

De esta forma, la estrategia para combatir la desaceleración de la secretaría de Estado que él dirige, consiste en mayor apoyo gubernamental, plasmado en planes de gasto en infraestructura. No se aclara, sin embargo, como incidirá esta medida de forma directa en la certidumbre política, que afecta a la confianza en inversionistas y en consumidores, como señala el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Pero, aunque los expertos se llenan de palabras para minimizar la importancia de la crisis y lo visualizan como una situación lejana a la actualidad, no definen lo que realmente implica un evento de esta naturaleza o lo que ocurre cuando las medidas preventivas fallan, así como las similitudes con la vida cotidiana.

La crisis es un momento donde las necesidades no se satisfacen totalmente y resulta complicado visualizar al bienestar, por lo que siempre es un objeto a llamar la atención, ya sea desde las relaciones personales hasta económicas; en términos generales, ambos fenómenos comparten un anhelo: estar en el fondo debe ser el punto de partida para encontrar un estado de mejoría, un auge, en el que existan mejores condiciones que las previas a la depresión y crisis.

Además, comparten más coincidencias, como la ciclicidad, es decir, que se repiten después de cierto tiempo. En la sociedad, un amplio número de personas sufre depresión o ansiedad a medida que se acercan las fiestas decembrinas, muchas de ellas por evaluar la calidad de sus relaciones con otros, mientras que en economía, históricamente, las depresiones suelen ocurrir en periodos de entre 7 y 10 años, aunque por motivos relacionados a los energéticos, divisas, producción, impago o financieros.

En tiempos recientes, fue a partir de la década de 1970 cuando aumentó la incidencia de las crisis de alcance global: la primera fue la de 1971, que puso fin al sistema de patrón oro que respaldaba el dinero en el mundo; en 1973 se desató la crisis del petróleo que provocó incremento en sus precios; para 1979, fue provocada por la segunda crisis del petróleo, a causa de conflictos en Medio Oriente; en 1987 fue el lunes negro, donde la Bolsa de Valores de Nueva York registró una venta masiva (y devaluación) de sus acciones bursátiles; en 1994, el “efecto tequila” consistió en que la divisa mexicana se devaluó y generó una salida generalizada de capitales, interrumpiendo producción y promoviendo desempleo, lo que permeó al resto de América Latina; en 2000, la crisis del puntocom tuvo como consecuencia el cierre de miles de empresas de telecomunicaciones; en 2008 fue la Gran Recesión, siendo la crisis más peligrosa en 70 años, y fue causada por laxidad en la evaluación del riesgo, el aumento de créditos inmobiliarios e impago.

Actualmente, el mundo tolera una desaceleración que, si bien no cumple todos los requisitos para ser considerada como crisis, causa preocupación que el potencial global apenas alcance un crecimiento del PIB de 3% en 2019 y 3.4%, para 2020 (según datos del FMI), en gran parte soportado por las naciones emergentes, mientras que otros tantos países tienen desempeños inferiores, como México con 1.6% y 2.0%, o Estados Unidos con 2.8% y 2.3%, en 2019 y 2020, respectivamente, según estimaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE).

De esta forma, se muestra con datos oficiales y hechos históricos que la crisis es un fenómeno estructural, que difícilmente va a erradicarse, porque se origina por no modificar los hábitos negativos y no lograr un consenso sobre el beneficio social, así como por aumentar la desregulación financiera, permitir que se postergue obsolescencia programada y la mentalidad de usar y tirar.

Ante lo inevitable de la catástrofe, sea personal o económica, lo conveniente es buscar que el auge sea más prolongado que la crisis y lograr las medidas que, en el largo plazo, generen un crecimiento estable y sostenido, donde se atiendan todas las necesidades. Pero, sobre todo, recordar que todo acto tiene un precio que pagar, de modo que las malas costumbres que se toleran en tiempos de aparente calma, podrían ser las causantes de la tormenta.



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