Difusión de murales en el mundo hispánico

Frecuentemente identificado como una forma de arte subversiva y reflexiva, el arte mural ha conocido históricamente su génesis en los países sudamericanos, con particular relevancia en México, abrazando la época prehispánica y el evocador paso de las civilizaciones precolombinas. Desde la prehistoria con pinturas rupestres, legado de las antiguas y misteriosas civilizaciones precolombinas, hasta la Edad Media conocida entre imágenes y simbolismos religiosos, hasta el arte mural, con diferentes perfiles, unidos por un elemento de significado.

Si en el pasado la función narrativa se configuraba a través del simbolismo, capaz de contar e interpretar el mundo de la época, el advenimiento del muralismo mexicano introduce un nuevo lenguaje de masas conformado por imágenes. México, pues, sobre estas bases históricas, extrajo la experiencia de los primeros artistas callejeros de las primeras décadas del siglo XX: José Clemente Orozco (1883-1949), Diego Rivera (1886-1957) esposo de Frida Kahlo, hasta David Alfaro Siqueiros (1896-1974), todos representantes de un movimiento muralista revolucionario mexicano para ese período. Estos innovadores dieron vuelta la página, en comparación con todas las técnicas tradicionales de pintura existentes hasta ese momento, al iniciar el uso de nuevas pigmentaciones de color, como el acrílico.

Con sus obras dieron gran protagonismo al ingenio y la habilidad humana en el arte callejero, expresando mensajes políticos, sociales y socialistas, convencidos de que este enfoque era una condición necesaria para el cambio y para representar las necesidades de las poblaciones, que debían comprender el significado de sus declaraciones artísticas.

En la década de 1930, en los países latinos, creció el entusiasmo en torno a estas continuas representaciones mixtas entre realidad y profecía; al mismo tiempo también aumentó el interés de los Estados Unidos en las obras de Orozco, Rivera y Siqueiros. Estos autores fueron entonces invitados a los Estados Unidos: hubo gran interés por aprender sus técnicas pictóricas, que pronto se convirtieron en un fenómeno de emulación y nueva percepción de las cosas. Casa madre de la corriente muralista, en México esta forma artística fue reconocida como imagen de la revolución, prueba del éxito del movimiento. Los murales, como se transmitirán más tarde en otros países sudamericanos, tenderán a inspirar sus representaciones alegóricas en ideales y motivos políticos. En este contexto, los estadounidenses iniciaron un programa (Obras de Artes Públicas), con el objetivo de reunir e involucrar a las mejores mentes creativas, para desarrollar aún más el arte callejero en las megaciudades estadounidenses. Ejemplos de ello se reprodujeron en las grandes pinturas urbanas de Los Ángeles, San Francisco, Washington, Miami y Seattle. Entre los más destacados exponentes estadounidenses, inspirados en el muralismo hispánico, encontramos en este momento a T.H. Berton, J. S. Curry y P. J. Pollock.

El muralismo se estaba expandiendo rápidamente y cada vez se contrataba a más artistas por encargo público o privado para difundir el arte 'al aire libre', entre las ciudades y el campo. A raíz de este proceso de maduración, en las décadas siguientes, a partir de la década de 1960, el fenómeno se globalizó cada vez más, afirmándose en toda América del Sur (especialmente en Uruguay y Argentina, y desde la década de 1970 también en Chile), extendiéndose a las fronteras hacia el Este, penetrando partes de África como Mozambique, llegando a los extremos del Medio Oriente, con Irán.

Los muros se convierten así en 'monumentos' a la subversión, a la amplificación de la lucha, a la representación de la singularidad: en el dinamismo de la época, asumen el papel de un cortocircuito en el sistema, una anomalía que contradice, cuestiona, pone a prueba a toda la humanidad. Pasamos a una creación colectiva, a una participación popular más marcada, que con el tiempo cambia también el papel del artista y su dimensión en la sociedad. El muralismo surge en las más variadas formas, influenciado en particular por la experiencia sudamericana: entre la representación de la independencia de Puerto Rico, en Ecuador con el arte de Quito de Guayaquil, en los muros de Kingston en Jamaica; del arte callejero de Buenos Aires al Cuzco peruano, del arte de Eduardo Kobra a Las Etnias de Río de Janeiro; hasta la vivacidad expresiva en Valparaíso y las Brigadas Parra en memoria de Salvador Allende en Chile, hasta el artista Oscar Olivares y su influencia en el arte contemporáneo caraqueño y venezolano en tiempos del chavismo.

Pero la inmensa producción artística lograda a lo largo de las décadas penetra también en el país que más de cerca 'besa' las costas desde Panamá hasta el Cabo de Hornos: España. En Europa, la influencia muralista resuena con especial protagonismo principalmente en el País Vasco, Aragón y Galicia, encontrando más tarde salidas entre las rutas comerciales hacia la Irlanda 'gaélica' y las Tierras Altas de Escocia.

En España, en la capital madrileña, los artistas han dejado el rastro de su paso por las principales arterias de la ciudad. Muchas de sus visiones después de tantos años siguen presentes en el imaginario colectivo, mientras nuevas exploraciones artísticas emergen con festivales y encuentros en los que los jóvenes dan rienda suelta a su creatividad. Los temas tratados son siempre de gran actualidad: desde la migración, a la política, a la violencia de género, a la problemática medioambiental, a la multiculturalidad. Pero en España el muralismo alcanza cotas de culto, con la única feria Urvanity Art Fair (más conocida con las siglas de UVNT Art Fair), dedicada a la nueva dimensión artística contemporánea ligada a la organización de itinerarios turísticos creados específicamente para visitantes extranjeros, para introducir el movimiento muralista y grafitero y sorprender con la nueva filosofía del 'street art'. Por citar algunos, el barrio de Lavapiés, las murallas artísticas de La Tabacalera y la historia del Muelle desde los lejanos años 80.

Finalmente, en España se está extendiendo cada vez más el homenaje al arte muralista, que incluso se fomenta entre los vecinos de los barrios, con el fin de mejorar el paisaje urbano, abrazando la convivencia intercultural con la creación de murales.