Las cebollas, y por consiguiente también los calçots, son plantas de dos ciclos. Se obtienen las semillas a finales de junio o principios de julio, que después de dejar secar se plantan en diciembre. El plantel se obtiene en febrero, época en que se trasplantan para conseguir las cebollas. También hacia el mes de junio obtenemos la cebolla blanca (¡Y ya ha pasado un año!), que arrancamos del suelo y dejamos secar, tirada en el campo, hasta que caen sus hojas y raíces. Hacia mediados de agosto o principios de septiembre se plantan las cebollas ya con vistas a calzar y conseguir calçots. Los primeros calçots aparecen en noviembre. La temporada de calçots dura hasta mediados de abril, aproximadamente.
Asados al fuego y envueltos en hojas de periódicos para que se hagan lentamente, cuando la capa superficial se vuelve negra, el calçot está listo para comer. Así, se pela la lámina exterior y, sin necesidad de cubiertos, se acompaña de salsa romesco y queda listo para degustar. Según la tradición popular, esta elaboración fue realizada por primera vez por Xat de Benaiges, un agricultor de Valls que, en el siglo XIX, quemó unas cebollas por descuido y que en lugar de tirarlas probó a quitarles la parte quemada, descubriendo un manjar sabroso.