Hallazgo de Nuestra Señora de Suyapa

Anochecía un sábado de febrero del año 1747. Un humilde campesino llamado Alejandro Colindres, en compañía del niño Lorenzo Martínez, regresaban de sus labores de la Aldea del Piligüín al lugar de su residencia, la Aldea de Suyapa.


Cómo les tomara la noche a mitad del camino se dispusieron a pasarla en el duro suelo y bajo la protección del cielo estrellado. Cuando Alejandro se disponía a entregarse al sueño, un pequeño objeto le estorbó su merecido reposo. Lo recogió y lo lanzó lejos, y, de nuevo se dispuso a dormir. Por segunda ocasión, el extraño objeto incomodó su descanso, lo tomó y lo lanzó de nuevo, con la esperanza de poder descansar; pero como le sucediera lo mismo por tercera vez, en esta ocasión no lo tiró, sino que lo guardó en su alforja.

 



Al llegar a su casa a la mañana siguiente, junto con sus familiares admiraron que el objeto recogido era una pequeña escultura de la Santísima Virgen Inmaculada. Poco a poco se difundió la noticia, se inició la devoción a la diminuta imagen, empezaron los milagros, y, dio así inicio a la afluencia de peregrinos de diversos lugares de todo el país.

 

Dios en su misericordia divina en el momento culminante de la Pasión de su Hijo Jesucristo, nos dió a su Madre la Virgen María, como protectora e intercesora nuestra. (Jn 19,25-26)

Ha permitido que todos los hondureños tengamos la presencia permanente de María en la advocación de Santa María de Suyapa.