Jules Verne (Nantes, 1828 - Amiens, 1905). Novelista y dramaturgo. Se le considera uno de los padres de la ciencia ficción. Es el autor de 'Cinco semanas en globo', 'Viaje al centro de la Tierra', 'Los hijos del capitán Grant', 'La isla misteriosa', 'Miguel Strogoff' o 'Veinte mil leguas de viaje submarino'. 'La vuelta al mundo en 80 días' se publicó por entregas en 1872 y en formato de libro en 1873.
En el año 1872, la casa número 7 de Saville Row, Barlington Gardens, donde murió Sheridan en 1814, estaba habitada por Phileas Fogg, quien a pesar de que parecía haber tomado el partido de no hacer nada que pudiese llamar la atención, era uno de los miembros más notables y singulares del Reform Club de Londres.
Phileas Fogg es un personaje enigmático. Se da un aire a lo Byron, con bigote y patillas. Jamás se le ha visto en la bolsa ni en el banco, ni en ninguno de los despachos mercantiles de la City. No figura en ningún comité de administración. No es ni industrial ni negociante ni mercader ni agricultor. No pertenece a ninguna de las numerosas sociedades que pueblan la capital de Inglaterra. Solo es miembro del Reform Club. Es rico, indudablemente. Su único pasatiempo es leer los periódicos y jugar al whist. Nadie sabe que tenga mujer ni hijos ni parientes ni amigos. Phileas Fogg vive solo en su casa de Saville Row. Un criado único le basta para su servicio. Con los hábitos invariables del inquilino, el servicio no es penoso, pero Phileas Fogg exige de su único criado una regularidad y una puntualidad extraordinarias.
Aquel mismo día, 2 de octubre, Phileas Fogg había despedido a James Forster, por el enorme delito de haberle llevado el agua para afeitarse a 84 grados fahrenheit en vez de 85, y esperaba a su sucesor, que debía presentarse entre 11 y 11:30. Al dar las 11:30, Fogg, según su costumbre diaria, debe salir de su casa para ir al Reform Club. Llaman a la puerta y entra un mozo de unos 30 años. Fogg le pregunta por qué siendo francés se llama John, a lo que el candidato contesta que se llama Jean, pero que todos le llaman Passepartout, apodo que justifica su natural aptitud para salir de todo apuro.
—Hace 5 años que he abandonado la Francia y, queriendo experimentar la vida doméstica, soy ayuda de cámara en Inglaterra. Y hallándome desacomodado y habiendo sabido que el señor Phileas Fogg era el hombre más exacto y sedentario del Reino Unido, me he presentado en casa del señor esperando vivir con tranquilidad y olvidar hasta el apodo de Passepartout.
Fogg dice que Passepartout le conviene, que ha sido recomendado, que tiene buenos informes sobre su conducta… Le pregunta si conoce sus condiciones y Passepartout contesta que sí. Y Fogg le contrata. Son las 11:29 de la mañana. En ese momento Fogg se levanta, toma su sombrero con la mano izquierda y desaparece sin decir palabra.
Passepartout se queda solo en la casa de Saville Row. Es un chico guapo, de amable fisonomía, un ser apacible y servicial, con una de esas cabezas redondas y bonachonas que siempre gusta encontrar en los hombros de un amigo. Ojos azules, ancho el pecho, fuertes las caderas y vigorosa la musculatura. Después de haber tenido una juventud algo vagabunda, aspira al reposo. Un personaje como Fogg, cuya existencia es tan regular que no duerme nunca fuera de casa, que no viaja y que nunca, ni un día siquiera, se ausenta, no puede sino convenir.
Phileas Fogg llega al Reform Club, pasa inmediatamente al comedor, toma asiento en la mesa de costumbre, puesta ya para él. A las 12:47 se levanta y se dirige al Gran Salón, suntuoso aposento. Allí un criado le entrega el Times con las hojas sin cortar. La lectura del periódico ocupa a Phileas Fogg hasta las 3:45. Media hora más tarde, varios miembros del Reform Club van entrando y se acercan a la chimenea encendida con carbón de piedra. Son los compañeros habituales del juego de Phileas Fogg: el ingeniero Andrés Stewart, los banqueros John Sullivan y Samuel Fallentin, el fabricante de cervezas Thomas Flanagan y Walterio Ralph, uno de los administradores del Banco de Inglaterra. Enseguida hablan de un robo que se ha producido en el banco. Un individuo ha sustraído 55.000 libras de la mesa del cajero principal del Banco de Inglaterra, pero el Morning Chronicle asegura que el ladrón es un gentleman. Se observó que durante aquel día se paseaba por la sala de pagos, teatro del robo, un caballero bien portado, de buenos modales y aire distinguido. Las indagaciones han permitido reunir con bastante exactitud la descripción de ese caballero.
Algunas buenas almas creen que el ladrón no escapará, pero Andrés Stewart sostiene que la probabilidad está a favor del ladrón, que la tierra es muy grande, a lo que Fogg contesta que antes sí que lo era, pero que ahora se le da la vuelta en 80 días tan solo, según el cálculo establecido por el Morning Chronicle.
—¡Sí, 80 días! —exclamó Andrés Stewart, quien por inadvertencia cortó una carta mayor— Pero eso sin tener en cuenta el mal tiempo, los vientos contrarios, los naufragios, los descarrilamientos, etcétera.
—Contando con todo —respondió Phileas Fogg.
—¡Líbreme Dios! Pero bien, apostaría 4000 libras a que semejante viaje hecho con esas condiciones es imposible.
Phileas Fogg repite que es muy posible y Andrés Stewart le dice que entonces lo haga. Fogg dice que no hay inconveniente, que lo va a hacer y enseguida, pero que lo hará a su costa y acepta la apuesta. Dice que tiene 20.000 libras depositadas en casa de Baring Hermanos. John Sullivan exclama que es una locura, que cualquier tardanza imprevista puede hacer que los pierda. Pero Fogg contesta que no existe lo imprevisto. Le preguntan si es una broma.
—Un buen inglés no bromea nunca cuando se trata de una cosa tan formal como una apuesta —respondió Phileas Fogg—. Apuesto 20.000 libras contra quien quiera a que yo doy la vuelta al mundo en 80 días o menos, sean 1920 horas o 115.200 minutos, ¿aceptáis? —y todos aceptan después de ponerse de acuerdo.
Fogg dice entonces que el tren de Dover sale a las 8:45, que lo tomará. Es miércoles 2 de octubre, así que deberá estar de vuelta en Londres, en ese mismo salón del Reform Club, el sábado 21 de diciembre a las 8:45 minutos de la tarde, sin lo cual perderá las 20.000 libras depositadas en la casa de Baring Hermanos, y les da un cheque por esa suma. Se levanta acta de la apuesta. Son las 7:00.
A las 7:25 Phileas Fogg, después de haber ganado unas 20 guineas al whist, se despidió de sus honorables colegas y abandonó el Reform Club. A las 7:50 abría la puerta de su casa y entraba. Passepartout se soprende al ver a Mr. Fogg a tan inusitada hora pues, según la nota que está en su habitación, el inquilino de Saville Row no debe volver sino a medianoche. Phileas Fogg sube primero a su cuarto y luego llama Passepartout y le dice que se van dentro de 10 minutos para Dover y Calais. Al rostro redondo del francés asoma una especie de mueca. Pregunta si el señor va a viajar. Phileas Fogg le contesta que sí, que van a dar la vuelta al mundo en 80 días y que no tienen un momento que perder. Passepartout, con los ojos excesivamente abiertos, los párpados y las cejas en alto, los brazos caídos, el cuerpo abatido, pregunta por el equipaje.
—Nada de maletas, solo una bolsa de viaje. Dentro, dos camisas de lana, tres pares de calcetines y lo mismo para usted. Compraremos lo que sea necesario en el camino. Baje mi macintosh y mi manta de viaje. Llevad buen calzado, aunque caminaremos poco o nada. ¡Vamos!
Passepartout hubiera querido responder, pero no pudo. Salió del cuarto de Mr. Fogg, subió al suyo, cayó sobre una silla y, empleando una frase vulgar de su país, dijo para sí:
—¡Esto sí que es…! ¡Yo que quería estar tranquilo!
A las 8, Passepartout ha preparado la bolsa de viaje y baja. El señor Fogg ya está listo. Lleva debajo del brazo la ‘Guía general de itinerarios de trenes y de vapores’. Coge la bolsa de las manos de Passepartout y desliza dentro un paquete de 20.000 libras. Montan en un cab, se dirige rápidamente a la estación de Charing Cross, llegan a las 8:20, y nada más bajar, una pobre mendiga con un niño de la mano, con los pies descalzos, se acerca a Mr. Fogg y le pide limosna. Fogg saca del bolsillo las 20 guineas que acaba de ganar al juego y se las da a la mujer diciéndole que se alegra de haberla encontrado.
Passepartout tuvo como una sensación de humedad alrededor de sus pupilas. Su amo acababa de dar un paso dentro de su corazón. Mr. Fogg y él entraron en la gran sala de la estación. Allí, dio a Passepartout la orden de tomar dos billetes de primera para París y después, al volverse, se encontró con sus cinco amigos del Reform Club.
—Señores, me voy, y como he de visar mi pasaporte en diferentes puntos, eso servirá para comprobar mi itinerario.
A las 8:40, Phileas Fogg y su criado toman asiento en el mismo compartimento. A las 8:45 suena un silbido y el tren se pone en marcha. Cae una lluvia menuda. Phileas Fogg, arrellanado en un rincón, no habla. Passepartout, todavía conmocionado, aprieta contra sí la bolsa que contiene el dinero. De pronto, Passepartout da un verdadero grito de desesperación. Fogg pregunta qué le pasa y Passepartout dice que, con la emoción, se le ha olvidado apagar la lámpara de gas de su cuarto. Phileas Fogg le contesta fríamente y le dice que eso lo pagará él.
Phileas Fogg, al dejar Londres, no sospechaba sin duda la gran resonancia que iba a provocar su viaje. La noticia de la apuesta se extendió primero por el Reform Club y produjo una verdadera conmoción entre los miembros de aquel respetable círculo. Después del club, la conmoción pasó a los periódicos a través de los reporteros, y de los periódicos al público de Londres y de todo el Reino Unido.
Se producen apuestas en todo el país a favor y en contra de Phileas Fogg, pero ocurre una cosa que hace que la gente deje de apostar por él. Y es que el director de la policía metropolitana recibe un despacho telegráfico en el que le piden una orden de detención contra Phileas Fogg porque su descripción física coincide exactamente con la que han dado del hombre que robó en el banco. El honorable gentleman desaparece para dejar sitio al ladrón de billetes de banco. Todos recuerdan entonces su misteriosa vida, su aislamiento, su partida repentina, y parece evidente que este personaje, pretextando un viaje alrededor del mundo y apoyándose en una apesta insensata, no tiene otro objeto que despistar a los agentes de la policía inglesa.
El miércoles, 9 de octubre, se aguardaba para las 11 de la mañana en Suez el paquebote Mongolia, de la Compañía Peninsular y Oriental Vapor de Hierro, con hélice y entrepuente, que desplazaba 2800 toneladas y poseía una fuerza nominal de 500 caballos. El Mongolia hace sus viajes con regularidad desde Brindisi a Bombay por el canal de Suez. Es uno de los de mayor velocidad de la compañía.
Aguardando la llegada del Mongolia, dos hombres se pasean en el muelle en medio de una multitud de indígenas y de extranjeros. Uno de ellos es Fix, un hombrecillo flaco, de aspecto bastante inteligente, nervioso, con mirada viva y es uno de los detectives ingleses que han sido enviados a diferentes puertos después del robo perpetrado en el Banco de Inglaterra. Debe vigilar a todos los viajeros que tomen el camino de Suez y, si uno de ellos parece sospechoso, seguirlo aguardando un mandato de prisión.
El Mongolia estará 4 horas recargando carbón y luego seguirá su camino por el canal de Suez, atravesando el mar Rojo, y de allí a Bombay.
—Pues bien —dijo Fix—, si el ladrón ha tomado pasaje en ese buque, tendrá el plan de desembarcar en Suez a fin de llegar por otra vía a las posesiones holandesas o francesas de Asia. Bien debe saber que no estaría seguro en la India, que es tierra inglesa.
Cuando llega al vapor, se fija en todos los que bajan pero le sorprende especialmente uno que va a sellar un pasaporte que no es el suyo, sino el de su señor. Es Passepartout. Fix dice que tiene que bajar su señor en persona y Fogg acude a la oficina consular, aunque no es obligatorio hacerlo. Pero para Fogg es imprescindible demostrar los pasos que ha dado por el mundo. El cónsul firma, fecha y sella el pasaporte. Fogg paga los derechos y, después de haber saludado con frialdad, sale seguido de su criado. Fix dice que ese hombre se corresponde exactamente con la descripción que tiene.
Fix cree que puede sonsacar a Passepartout y se va a hablar con él y empieza a hacerle preguntas cordialmente, como si se interesara por él. Passepartout le dice que tiene que ir a comprar algunas cosas que le ha mandado su señor y Fix le lleva al bazar. Passepartout todavía lleva en su reloj la hora de Londres porque no quiere ir cambiándolo en cada paso del viaje. Fix le pregunta desde cuándo trabaja con su señor y adónde van. Passepartout le contesta que están dando la vuelta al mundo.
—Sí señor, ¡en 80 días! Dice que es una apuesta pero, entre nosotros, yo no me lo creo. Eso no tendría ningún sentido, debe haber algún otro motivo. Y lleva consigo una bonita suma de banknotes nuevecitos y no ahorra, por cierto, el dinero, como que ha prometido una prima magnífica al maquinista del Mongolia si llegamos a Bombay con buen adelanto.
Todo esto confirma a Fix en sus ideas. Fix le dice al cónsul que va a enviar un telegrama a Londres para que le remitan la orden de detención a Bombay y va a embarcarse con ellos.
La distancia entre Suez y Adén es de 1300 millas y el pliego de condiciones de la compañía concede a sus vapores un transcurso de 138 horas para andarlo. Phileas Fogg no está inquieto ni se preocupa de los cambios del viento, sigue siendo el hombre impasible, el miembro imperturbable del Reform Club. Raras veces se le ve sobre el puente. Ha encontrado compañeros para jugar al whist y mientras, Passepartout ocupa un camarote de proa y come muy bien. En un momento de la travesía vuelve a encontrarse con Fix y le saluda sin sospechar nada. Desde entonces hablan con frecuencia, el inspector de policía quiere trabar amistad con el criado de Fogg.
El domingo 20 de octubre a mediodía se avista la costa hindú. El Mongolia no debía llegar a Bombay hasta el 22 de octubre y arribaba el 20. Era, por consiguiente, una ventaja de dos días desde la salida de Londres, la cual fue inscrita metódicamente en la columna de beneficios del itinerario de Phileas Fogg.
Desde Bombay tienen que tomar un tren que les tiene que llevar en 3 días a Calcuta. El trazado de ese ferrocarril no sigue una línea recta a través de la India. Va hasta el norte de la península para luego volver a bajar. A las 4:30 de la tarde desembarcan y el tren de Calcuta sale a las 8 en punto. Phileas Fogg lo primero que hace es ir a sellar su pasaporte, nada de ver las maravillas de Bombay. Al salir de la oficina de pasaportes se va directamente a la estación.
Fix lo primero que ha hecho es ir a ver al director de la policía de Bombay, pero aún no se ha recibido la orden de detención. Passepartout, después de haber comprado algunas camisas y calcetines, se pasea por las calles de Bombay y decide, antes de ir a la estación, entrar a ver la pagoda de Malabar Hill. No sabe que la entrada de ciertas pagodas hindúes está formalmente prohibida a los cristianos y que aun los mismos creyentes no pueden entrar sino dejando fuera el calzado en la puerta.
Passepartout entró sin pensar en lo que hacía, como un simple viajero, y admiraba el deslumbrador oropel de la ornamentación brahmánica cuando de repente fue derribado sobre las sagradas losas del pavimento. Tres sacerdotes con mirada furiosa se arrojaron sobre él, le arrancaron zapatos y calcetines y comenzaron a molerlo a golpes mientras proferían gritos salvajes. Passepartout derriba a los dos adversarios a puñetazos y sale corriendo descalzo. A las 8 menos 5 llega así al tren, descalzo y sin sus compras. Se sube y Fix le sigue decidido a no soltar a su presa. Passepartout no ve a Fix, le cuenta a Fogg lo que ha pasado y Fogg le responde que espera que no le vuelva a suceder.
El tren sale a la hora reglamentaria, y una hora después de haber salido de Bombay, salvando los viaductos, atraviesa la isla Salcette y corre sobre el continente. Durante la noche atraviesa los Ghats, pasa por Nassik y, al día siguiente, 21 octubre, corre por un territorio casi llano formado por la comarca del Khandeish. A las 12:30 el tren se detiene en la estación de Burhampur y Passepartout puede al fin comprar a precio de oro un par de babuchas adornadas con abalorios.
A las 8 de la mañana del día siguiente, y a 15 millas antes de la estación de Rothal, el tren se detuvo en medio de un extenso claro del bosque rodeado de bungalows y de cabañas de obreros. El conductor del tren pasó delante de la línea de vagones diciendo “los viajeros se apean aquí”. Resulta que el ferrocarril no está concluido, falta un trozo de 50 millas entre ese punto y Hallahabad, donde se vuelve a tomar la vía. Casi todos los viajeros lo sabían y tienen previsto algún medio de transporte. Fogg sabe que lleva dos días de adelanto, así que no se preocupa. Hay un vapor que sale de Calcuta para Hong Kong el 25 al mediodía. Están a 22 y Fogg está seguro de que llegarán a tiempo a Calcuta.
En un momento dado, Phileas Fogg dice que si hace falta hará el trayecto a pie y Passepartout se mira sus babuchas. Pero poco después el francés encuentra un original medio de transporte: un elefante. Les acompaña Sir Francis Cromarty, uno de sus compañeros de whist en el barco. Resulta que el animal está solo medio domesticado, y además no está domesticado para hacerlo animal de carga, sino de pelea. Se llama Kiouni. Pero los elefantes son caros en la India y el indio no quiere alquilarle su elefante a nadie. Phileas Fogg, sin acalorarse, propone entonces comprárselo y le ofrece 1000 libras. Luego sube la cifra a 1200, 1500, 1800 y, por último, 2000. Y a los 2000, el indio se entrega.
Sacaron y equiparon al elefante sin tardanza. El parsi conocía perfectamente el oficio de mahut o cornac. Cubrió con una especie de hopalanda los lomos del elefante y dispuso por cada lado dos especies de cuévanos bastante poco confortables. Passepartout montó a horcajadas sobre la hopalanda, entre su amo y el brigadier general. El parsi se colocó sobre el cuello del elefante y a las 9 salían del villorrio y penetraban por el camino más corto en la frondosa selva de esas palmeras asiáticas llamadas plataneros.
Después de dos horas de marcha, el guía detiene al elefante y le da una hora de descanso. A las 12 continúan. Toda esa parte del alto Bundelbund, poco frecuentada por viajeros, está habitada por una población fanática, endurecida en las prácticas más terribles de la religión india.
A las 8 de la noche han pasado la principal cadena de los Vindhias y los viajeros hacen alto al pie de la falda septentrional, en un bungalow ruinoso. Han recorrido 25 millas y les queda otro tanto para llegar a la estación de Hallahabad. Ningún incidente ocurre aquella noche.
A las 6 de la mañana se emprende la marcha. A las 2, el guía entra bajo la cubierta de una selva espesa. A las 4, se para de repente. Se oye un murmullo creciente acompañado de voces humanas y de instrumentos de cobre. Se esconden. En primera línea ven que avanzan unos sacerdotes cubiertos seguidos por una estatua de cuatro brazos, la diosa Kali, la diosa del amor y de la muerte. Alrededor de la estatua se agita en convulsiones un grupo de faquires.
Detrás de ellos, algunos brahmanes en toda la suntuosidad de su traje oriental, arrastraban una mujer que apenas se sostenía. Esta mujer era joven y blanca, como una europea. Su cabeza, su cuello, sus hombros, sus orejas, sus brazos, sus manos, sus pulgares… estaban sobrecargados de joyas, collares, brazaletes, pendientes y sortijas. Una túnica laminada en oro y recubierta por una fina gasa dibujaba los contornos de su talle.
Detrás de esa joven, unos guardias conducen un cadáver sobre un palanquín. Es el cuerpo de un anciano, cubierto de sus opulentas vestiduras de rajá. Unos músicos y una retaguardia de fanáticos cierran el cortejo. El guía les explica que es un sutty, un sacrificio humano, pero voluntario, y les cuenta que seguramente esa mujer será quemada en las primeras horas del día siguiente, a la vez que el cadáver de su marido. Si no fuera quemada, su huida sería atroz y por eso ella ha elegido el sacrificio. La llevan a la pagoda de Pillaji, a dos millas de allí, donde pasará la noche aguardando la hora del sacrificio.
El guía hizo salir al elefante de la espesura y montó sobre su cuello, pero en el momento en que iba a excitarlo con un silbido particular, Mr. Fogg lo detuvo y, dirigiéndose a Sir Francis Cromarty, le dijo:
—¿Y si salvásemos a esa mujer?
El intento es atrevido, lleno de dificultades, impracticable quizá. Phileas Fogg arriesgará su vida, o al menos su libertad, y por supuesto el éxito de su proyecto, pero no vacila. Passepartout está preparado. La idea de su amo lo exalta. Por primera vez ha visto que tiene corazón bajo aquella corteza de hielo y le va cogiendo cariño. El guía dice que no solo arriesgarán sus vidas sino suplicios horribles si les agarran y luego les cuenta lo que sabe de esa mujer. Es una india de célebre belleza y de raza parsi, hija de ricos comerciantes de Bombay. Ha recibido una educación absolutamente inglesa y, por sus modales y su instrucción, pasaría por europea. Se llama Aouda. Huérfana, fue casada a pesar suyo con ese viejo rajá de Bundelkund. Tres meses después enviudó, y sabiendo la suerte que le esperaba se escapó, pero fue alcanzada en su fuga.
Se decidió que el guía conduciría el elefante hacia la pagoda de Pillaji, a la cual debía acercarse todo lo posible. Media hora después se hizo alto en un bosque a 500 pasos de la pagoda, que no podía percibirse, pero los alaridos de los fanáticos se oían con toda claridad.
Phileas Fogg y sus compañeros aguardan la noche. Los últimos gritos de los faquires se extinguen. Según su costumbre aquellos indios se entregan a la embriaguez del opio líquido, así que probablemente se podrán deslizar entre ellos hasta el templo. Esperan hasta medianoche. Alcanzan la pagoda por detrás. Llegan al pie de los muros. Entonces empiezan a hacer un boquete con navajas, haciendo el menor ruido posible, pero de pronto se oye un grito en el templo y tienen que salir huyendo.
Faltan horas para que se haga de día. Abrigados por un grupo de árboles observan y esperan encontrar una solución. Mientras, Passepartout, sentado sobre las primeras ramas de un árbol, está rumiando una idea y parece hablar consigo mismo:
—¡Qué locura! ¿Y por qué no? Es una probabilidad, tal vez la única. Y con semejantes brutos.
Con la primera luz hay como una resurrección en la multitud adormecida. Las puertas de la pagodas se abren, dos sacerdotes sacan a la víctima, llegan al borde del río donde está preparada la hoguera con el cuerpo del rajá, acercan una tea y la leña impregnada de aceite se inflama inmediatamente. Phileas Fogg, en un momento de generosa demencia, da un paso adelante dispuesto a arrojarse sobre la hoguera, pero el guía y Sir Francis le detienen. Pero de pronto se oye un grito de terror y toda aquella muchedumbre se arroja a tierra amedrentada.
Creyeron que el viejo rajá no había muerto puesto que lo vieron de repente levantarse, tomar a la joven mujer en sus brazos y bajar de la hoguera en medio de torbellinos de humo, que le daban una apariencia de espectro. Los faquires, los guardias, los sacerdotes, acometidos de súbito terror, estaban tendidos boca abajo sin atreverse a levantar la vista ni mirar semejante prodigio. El resucitado llega donde están Fogg y Sir Francis y grita que huyan. Es Passepartout, quien aprovechando la oscuridad ha liberado a la joven de la muerte.
Un instante después, los cuatro desaparecen por la selva llevándolos el elefante con trote rápido. Una hora después Passepartout se está riendo todavía de su triunfo. Sir Francis ha estrechado la mano del intrépido muchacho. Su amo le ha dicho “bien”, lo cual en boca de Fogg equivale a una honrosa aprobación. En cuanto a la joven india, no ha tenido conciencia de lo sucedido. Envuelta en mantas de viaje descansa en uno de los cuévanos, mientras el elefante, guiado con mucha seguridad por el parsi, corre con rapidez por la selva todavía oscura.
Hacia las 10 el guía anunciaba la estación de Hallahabad. Allí arrancaba de nuevo la interrumpida vía, cuyos trenes recorren en menos de un día y una noche la distancia que separa Hallahabad de Calcuta. Phileas Fogg debía, pues, llegar a tiempo para tomar el vapor que partía al día siguiente, 25 de octubre, a mediodía en dirección a Hong Kong.
Aouda empieza poco a poco a volver en sí. Es una hermosa mujer, en toda la acepción europea de la palabra. Habla inglés con suma pureza y el guía no ha exagerado al afirmar que esa joven parsi ha sido transformada por la educación. Cuando el tren va a dejar la estación de Hallahabad, Fogg le paga al parsi lo convenido, sin darle un penique de más, pero luego le regala el elefante.
Algunos instantes después Phileas Fogg, Sir Francis Cromarty y Passepartout, instalados en un confortable vagón cuyo mejor asiento va ocupado por Aouda, corren a todo vapor hacia Benarés. Aouda da gracias a sus libertadores con una efusión expresada con las lágrimas más que con sus palabras. Les cuenta que no tiene a nadie en la India que la ayude y Fogg le ofrece con mucha frialdad conducirla a Hong Kong, donde viven sus únicos familiares. Aouda acepta la oferta. A las 12:30 el tren se detiene en la estación de Benarés, donde se queda Sir Francis Cromarty. Las tropas con las cuales tiene que reunirse están acampadas algunas millas al norte.
Por último, a las 7 de la mañana llegaron a Calcuta. El vapor que salía para Hong Kong no levaba anclas hasta el mediodía. Según su itinerario, debía llegar a la capital de las Indias el 25 de octubre, 23 días después de haber salido de Londres, y llegaba el día fijado. No tenía pues ni adelanto ni atraso.
Cuando el tren se detiene en la estación, se acerca a Phileas Fogg un agente, pregunta por Passepartout y se los lleva a los dos a comisaría. Fogg tendrá que pasar 8 días en la cárcel hasta que se celebre el juicio. Aouda cree que ha sido por haberla liberado pero resulta que todo viene de una denuncia sobre Passepartout por haber entrado calzado y sin permiso en la pagoda de Malabar Hill. Y sobre la mesa están los zapatos de Passepartout. Parece que todo está perdido. Fix se frota las manos, pero Fogg reclama el derecho de tener una fianza y, cuando paga 2000 libras, quedan en libertad hasta el juicio. Toman un coche y se van al puerto. Son las 11. Phileas Fogg llega con una hora de adelanto. Fix se da cuenta de que está sacrificando sus 2000 libras y promete seguirle hasta el fin del mundo.
El Rangún, uno de los buques que la compañía peninsular y oriental emplea para el servicio del mar de China y del Japón, era un vapor de hierro, de hélice, con el aforo en bruto de 1700 toneladas y la fuerza nominal de 400 caballos. Igualaba al Mongolia en velocidad, pero no en comodidades. Durante los primeros días de la travesía, Aouda tiene tiempo de conocer mejor a Phileas Fogg. Siempre le da las gracias y el flemático inglés la escucha, en apariencia al menos, con la mayor frialdad. Eso sí, trata de que nada le falte a la joven. La primera parte de la travesía se efectúa en excelentes condiciones.
Una mañana Passepartout se queda asombrado de encontrarse a Fix, y desde aquel día Passepartout y el agente se encuentran con frecuencia. Passepartout sospecha algo de Fix y al final llega a la conclusión de que debe ser un enviado del Reform Club, que vigila que la vuelta al mundo se haga correctamente. Por su parte, Fix no sabe si Passepartout es cómplice de su señor o no sabe nada.
Durante la segunda parte de la travesía el tiempo cambia y es bastante malo. El viento arrecia, la velocidad del vapor baja y se calcula que la llegada a Hong Kong llevará 20 horas de retraso, y quizá más. Pero Phileas Fogg asiste a aquel espectáculo de un mar furioso sin perder su habitual impasibilidad.
Y cuando llegan a Hong Kong ven en el puerto el barco que tienen que tomar, el Carnatic. El azar se mostró singularmente favorable a Phileas Fogg. Sin la necesidad de reparar sus calderas, el Carnatic se hubiera marchado el 5 de noviembre y los viajeros para el Japón hubieran tenido que aguardar durante 8 días la salida del vapor siguiente. Es cierto que Mr. Fogg estaba 24 horas atrasado, pero este atraso no podía tener consecuencias sensibles.
El Carnatic no debe salir hasta el día siguiente a las 5 y, por consiguiente, Fogg dispone de 16 horas para sus asuntos, es decir, para los de Aouda. Pero cuando se ponen a buscar a los parientes de Aouda, les informan de que ya no residen allí sino en Holanda. Fogg le dice que no se preocupe, que se vaya a Europa con él, e inmediatamente manda a Passepartout para que compre tres camarotes en el Carnatic. Fix decide entonces que tiene que hablar con Passepartout. Se lo lleva a beber por Hong Kong y le cuenta toda la verdad, quién es y por qué sigue a Fogg, y le pide a Passepartout que le ayude a detenerle.
—¡Jamás, señor Fix! Aun cuando fuese verdad todo lo que me habéis dicho, aun cuando mi amo fuese el ladrón que buscáis, lo cual niego, he estado… estoy a su servicio. Lo conozco como bueno y generoso. ¿Venderlo? ¡Jamás, no! ¡Por todo el oro del mundo! Soy de un lugar donde no se come pan de esa especie.
Fix entonces piensa que tiene que separarlo de su amo. Sobre la mesa hay algunas pipas cargadas de opio. Fix pone una en manos de Passepartout, quien la toma, la lleva a los labios, la enciende, respira algunas bocanadas y cae con la cabeza aturdida bajo la influencia del narcótico. Fix cree que así Fogg no recibirá a tiempo el aviso de la salida anticipada del Carnatic.
Y efectivamente, Fogg, al día siguiente, pierde el Carnatic. Cuando llega al puerto, extrañado de la desaparición de su criado, le dicen que el barco ha salido hace 12 horas. En ese momento le saluda Fix. Fogg le pregunta por Passepartout y él dice que no sabe nada. Fogg se pone a buscar por todo el puerto un barco que pueda llevarles a Yokohama. Fogg tiene que estar allí el 14 lo más tarde para tomar el vapor de San Francisco. Lo único que encuentra es un barco de carga, el Tankadere.
Era el Tankadere una bonita goleta de 20 toneladas, delgada de proa, franca de corte, muy prolongada en su línea de agua, parecía un yate de regatas. Sus colores brillantes, sus herrajes galvanizados, su puente blanco como el marfil, indicaban que el patrón, John Bunsby, se cuidaba de mantenerla en buen estado.
Cuando Fogg le pregunta si puede llevarles a Yokohama, el patrón dice que ni de broma. Fogg le ofrece 100 libras por día y una prima de 200 libras si llega a tiempo. El piloto dice que no llegarán a tiempo porque hay 1600 millas de Hong Kong a Yokohama. La única propuesta es ir a Nagasaki, en la punta meridional del Japón, a 100 millas, o a Shangai, a 800 millas de Hong Kong, y le cuenta que el vapor de San Francisco no sale de Yokohama, sino que hace allí escala, así como en Nagasaki, siendo Shangai su punto de partida. Tienen cuatro días para llegar. Si el tiempo acompaña, podrían conseguirlo. Quedan en salir en una hora. A Aouda le preocupa dejar atrás a Passepartout. En las oficinas de la policía de Hong Kong, Fogg da señas de Passepartout y deja una cantidad suficiente para que lo manden a Europa.
A las tres y diez minutos se izaron las velas. El pabellón de Inglaterra ondulaba en el asta de la goleta. Los pasajeros estaban sentados en el puente, el señor Fogg y la señora Aouda dirigieron una postrera mirada al muelle a fin de ver si Passepartout aparecía. Fix teme que así sea, pero el francés no aparece.
La navegación empieza bien, pero enseguida se avecina una tormenta que pone en peligro el objetivo, pero están muy cerca de conseguirlo. Cuando están a 45 millas de Shanghai, solo tienen 6 horas para llegar. A las 7 están a 3 millas, no lo van a conseguir. Pero de pronto ven un barco salir del puerto, es el barco que tendrían que haber cogido. Deciden poner la bandera a media asta y lanzar un cañonazo para intentar que el barco les preste ayuda pensando que les pasa algo. Y así ocurre, el barco se acerca y Fogg, Aouda y Fix se suben, pagan sus pasajes, le da las 200 libras prometidas al capitán del Tankadere y siguen su camino hacia Yokohama. Pero ¿qué habrá sido de Passepartout?
El Carnatic, después de zarpar de Hong Kong el 7 de noviembre a las 6:30 de la tarde, se dirigía a todo vapor hacia las tierras del Japón. Llevaba cargamento completo de mercancías y pasajeros. Dos cámaras de popa estaban desocupadas, eran las que se habían tomado para Phileas Fogg.
Y son solo dos porque Passepartout está en su camarote. Se levanta por la mañana en un estado terrible. Tuvo la lucidez, a pesar del opio de ser capaz, de decir repetidas veces el nombre del barco que tenía que tomar: el Carnatic. Así que lo llevaron en volandas hasta allí y lo embarcaron. Cuando llegó a Yokohama se encontró que no tenía ni para comer y estuvo durmiendo en la calle. Pero al fin vio un cartel de un circo que anunciaba sus últimas funciones antes de partir hacia San Francisco y se ofreció a trabajar allí para poder viajar. Le contrataron de payaso.
El día que Fogg está en Yokohama es el día de esa última función. Fogg ha ido a pasear con Aouda y les ha llamado la atención el espectáculo. Han entrado. En la pista, unos equilibristas con unas narices enormes hacen una pirámide humana que llega hasta la cornisa del teatro. Los aplausos son estruendosos, pero de pronto la pirámide se mueve, se rompe el equilibrio y todo se desmorona como un castillo de naipes.
Tuvo de esto la culpa Passepartout, quien abandonando su puesto, saltando del escenario y trepando por la galería de la derecha, caía a los pies de un espectador.
—¡Mi amo, mi amo!
Phileas Fogg reconoce a Passepartout a pesar del disfraz y los tres salen corriendo hacia el vapor mientras el dueño del circo les persigue reclamando una indemnización.
En el barco, Passepartout le cuenta todo lo que ha pasado a Fogg, ocultándole, eso sí, lo que hizo y quién es Fix. Fogg escucha la historia con frialdad y sin responder, y después abre a su criado un crédito suficiente para que pueda procurarse a bordo un traje más conveniente.
El vapor que hace la travesía de Yokohama a San Francisco es el General Grant. Phileas Fogg cree que llegando el 2 de diciembre a San Francisco estará el 11 en Nueva York y el 20 en Londres, ganando algunas horas sobre la fecha fatal del 21 de diciembre. Durante la travesía no hay ningún incidente náutico. Nueve días después de haber salido de Yokohama, Phileas Fogg ha recorrido exactamente la mitad del globo terrestre.
Fix también está a bordo del General Grant. En Yokohama le entregaron la orden de detención de Fogg, pero al no estar ya en las posesiones inglesas, es necesaria una carta de extradición para detenerlo. Cuando vio a Passepartout, se escondió en el camarote y allí sigue, saliendo lo menos posible, pero inevitablemente un día se cruza con Passepartout.
Passepartout se arrojó al cuello de Fix sin otra explicación y, con gran satisfacción de algunos americanos que apostaron a su favor, administró al desventurado inspector una soberbia tunda que demostró la alta superioridad del pugilato francés sobre el inglés. Cuando Passepartout acabó, se encontró más tranquilo y como aliviado. Fix se levantó en bastante mal estado.
Pero Fix, a pesar de la paliza, le dice a Passepartout que tienen que hablar, en interés de Fogg, eso sí. Y Passepartout accede. Fix le dice que les va a ayudar en todo lo que pueda para llegar a Londres y que será una vez allí donde se demuestre si Fogg es culpable o no. Once días después, el 3 de noviembre, el General Grant entra en la bahía de la Puerta de Oro y llega a San Francisco.
Fogg no ha ganado ni perdido ni un solo día. En San Francisco, Fix decide saludar de nuevo a Fogg, que se extraña de verle, pero quedan en hacer el resto del viaje juntos. Se dan un paseo por San Francisco y se ven envueltos en una algarada en un mitin político y tienen un incidente con un tal coronel Proctor, que termina pegando un puñetazo a Fix, que se ha puesto delante para evitar que pegue a Fogg. En el hotel les está esperando Passepartout con media docena de revólveres de seis tiros que cree necesarios para atravesar el país desde San Francisco a Nueva York. A las 6 menos cuarto están en la estación.
“Ocean to Ocean”, dicen los americanos. Y esas tres palabras deberían ser la denominación general de la gran línea que atraviesa los Estados Unidos de América en su mayor anchura. Nueva York y San Francisco están unidas por una línea férrea ininterrumpida que no mide menos de 3786 millas. Entre Omaha y el Pacífico el ferrocarril cruza una región frecuentada todavía por los indios y las fieras. Vasta extensión de territorio que los mormones comenzaron a colonizar hacia 1845, después de ser expulsados de Illinois. El viaje se hace en 7 días, si es que no hay incidentes.
En un momento dado, de hecho, el tren se tiene que parar y resulta que una enorme manada de búfalos está detenida en las vías y hay que esperar horas a que desalojen. Durante la noche del 5 al 6 de noviembre, el tren corre al sureste y luego sube hacia el nordeste, acercándose al Gran Lago Salado. Para atravesar las Montañas Rocosas, los ingenieros americanos han tenido que vencer las más serias dificultades. En el Lago Salado es donde el trazado llega a su más alto punto de altitud.
Al día siguiente, 7 de diciembre, paran en la estación de Green River. La nieve ha caído durante la noche con abundancia. Algunos viajeros se bajan para estirar las piernas y Aouda reconoce a través del cristal al grosero coronel Proctor, con el que se pegaron en el mitin en San Francisco. Se lo dice a Fix y a Passepartout, que intentan desde entonces que Fogg no se mueva mucho por el tren para que no se encuentren.
Pronto van a llegar al puente Halleck, donde terminan las Rocosas. Pero antes de llegar a ese puente, el tren se detiene. El tren se había parado ante una señal roja, y el maquinista, así como el conductor altercaban vivamente con un guardavía. Passepartout oyó decir al guardavía:
—No, no hay medio de pasar, el puente de Medicine Bow está resentido, y no aguantaría el peso del tren.
El puente del que se trataba era colgante y cruzaba sobre el torrente, a una milla del sitio donde se había parado el tren. Pero el maquinista propone pasar a toda velocidad. Todos los interesados se ponen de parte del maquinista. Los viajeros vuelven a los coches. Passepartout ocupa su asiento sin decir nada de lo ocurrido. La locomotora silba vigorosamente. El maquinista, invirtiendo el vapor, lleva el tren para atrás durante cerca de una milla para tomar impulso, y luego lo lanza a toda velocidad. Pasan como un relámpago, pero apenas ha pasado el tren, el puente, definitivamente arruinado, se desploma con estrépito sobre el río.
Aquella misma tarde, el tren proseguía su marcha sin obstáculos, pasaba el fuerte Sanders, trasponía el paso de Cheyenvoy, llegaba al paso de Evans. En este sitio alcanzaba el ferrocarril el punto más alto del trayecto, o sea 8091 pies sobre el nivel del océano. Los viajeros ya no tenían más que bajar hasta el Atlántico por aquellas llanuras sin límites, niveladas por la naturaleza.
Pero en ese tramo aún se produce un suceso terrible. El coronel Proctor y Fogg se encuentran, y llegan a discutir tanto que terminan retándose a duelo de pistola. Y cuando están a punto de llevarlo a cabo, el tren es atacado ferozmente por los sioux. Armados con fusiles, invaden los vagones, corren enfurecidos sobre las cubiertas, echan abajo las portezuelas y luchan cuerpo a cuerpo con los viajeros. Los viajeros se defienden con valor. Aouda, revólver en mano, se defiende heroicamente. Varios viajeros, gravemente heridos, yacen sobre las banquetas.
La estación de Fuerte Kearney está a 2 millas de distancia pero hay que detener el tren. Passepartout entonces hace algo heroico, se descuelga por debajo de los vagones y logra desenganchar el tren de la locomotora, y así consiguen parar a menos de 100 pasos de la estación de Kearney. Los soldados, entonces, acuden apresuradamente. Los sioux huyen, pero en su huida se han llevado a tres pasajeros. Passepartout es uno de ellos.
El Señor Fogg permanecía quieto y cruzado de brazos. Tenía que adoptar una grave resolución. La señora Aouda, cerca de él, lo miraba sin pronunciar una palabra. Comprendió él esta mirada. Si su criado estaba prisionero, ¿no debía intentarlo todo para librarlo de los indios?
—Lo encontraré vivo o muerto —dijo sencillamente a la señora Aouda.
Phileas Fogg parte en busca de Passepartout con unos cuantos soldados voluntarios. Fix y Aouda se quedan a esperarle, pero no se puede detener el servicio ferroviario. Cuando recuperan la locomotora y enganchan de nuevo los vagones, el tren tiene que partir. Fix y Aouda se quedan esperando.
Pasa la noche. A las 7 de la mañana se ve venir un grupo de jinetes. Fogg va a la cabeza y junto a él están Passepartout y los otros dos viajeros. Todos, salvadores y salvados, son acogidos con gritos de alegría y Phileas Fogg les da a los soldados una prima que les ha prometido. Fix mira a Fogg y tiene sentimientos confusos. Aouda toma la mano de Fogg y la estrecha con la suya sin poder pronunciar una palabra.
El próximo tren no pasará por allí hasta la noche. Phileas Fogg ya tiene 24 horas de retraso. Passepartout está desesperado y se siente responsable. Pero entonces interviene Fix y les dice que ha descubierto una posibilidad para llegar antes a Nueva York. Son unos trineos de vela, un hombre le ha propuesto ese sistema de transporte.
En pocos instantes se concluyó el trato entre el señor Fogg y el patrón de esa embarcación terrestre. El viento era bueno, soplaba del Oeste, muy fuerte. La nieve estaba endurecida y el patrón tenía grandes esperanzas de llegar en pocas horas a la estación de Omaha, donde los trenes son frecuentes y las vías numerosas en dirección a Chicago y Nueva York.
Llegan justo a tiempo de coger un tren directo. Al día siguiente, a las 4 de la tarde, llegan a Chicago, a 900 millas de Nueva York, y allí no faltan trenes, por lo que pasan inmediatamente de uno a otro. Por fin aparece el río Hudson y el 11 de diciembre a las 11:15 de la noche el tren se detiene en la estación. El China, con destino a Liverpool, ha salido 45 minutos antes. Ningún vapor más hace el servicio directo entre América y Europa. Toman unas habitaciones y la noche transcurre corta para Phileas Fogg, que duerme con profundo sueño, pero muy larga para Aouda y sus compañeros, a quienes la agitación no les permite descansar.
A día siguiente es 12 de diciembre. Quedan 9 días, 13 horas y 45 minutos. El señor Fogg abandonó el hotel solo, después de haber recomendado a su criado que lo aguardase y de haber prevenido a la señora Aouda que estuviese dispuesta. Después se dirigió al Hudson y, entre los buques amarrados al muelle o anclados en el río, buscó cuidadosamente los que estaban listos para salir.
Encuentra el Enriqueta, que puede valer. Sale en una hora con dirección a Burdeos. Le propone a su capitán que le lleve a Liverpool y el capitán se niega. Entonces Fogg le paga un dineral: 2000 dólares por persona si les lleva de pasajeros. Y el capitán acepta.
Parten a las 9. Phileas Fogg durante todo el trayecto se dedica a comprar poco a poco a la tripulación para ir a Liverpool, y la tripulación accede. Fogg parece ser el capitán ahora, pero se ha gastado ya casi todo su dinero. Pone el barco a toda velocidad hacia su destino, pero van tan a tope que se quedan sin carbón cuando faltan 700 millas para Liverpool. Fogg entonces dice que va a quemar el buque y el capitán dice que su buque cuesta 50.000 dólares, y Fogg entonces le da 60.000 por todo lo quemable. El capitán se quedará, cuando lleguen, con el casco de hierro y la maquinaria.
Júzguese la mucha leña que debió gastar para conservar el vapor con suficiente presión. Aquel día la toldilla, la carroza, los camarotes, el entrepuente… todo fue a la hornilla. Al día siguiente, 19, se quemaron los palos, las piezas de respeto, las berlingas… era un furor de demolición. Al día siguiente, 20, los parapetos, los empavesados, las obras muertas, la mayor parte del puente fueron devorados. La Enriqueta ya no era más que un barco raso, como el del pontón.
Pero aquel día se divisa la costa irlandesa y el faro de Falsenet. No podrán entrar en el puerto, eso sí, antes de 3 horas, en pleamar. A Fogg se le ocurre la idea de esperar al expreso que lleva las cartas entre Dublín y Liverpool, y que va a toda velocidad. En lugar de llegar al día siguiente por la tarde con la Enriqueta a Liverpool, llegaría a mediodía y le quedaría tiempo para estar en Londres a las 8:45 minutos de la tarde. Y eso hacen. A las doce menos veinte, el 21 de diciembre, Phileas Fogg desembarca por fin en el muelle de Liverpool. Ya no está más que a 6 horas de Londres.
Pero en aquel momento Fix se acercó, le puso la mano en el hombro y, exhibiendo su mandamiento le dijo:
—¿Es usted el señor Phileas Fogg?
—Sí señor.
—En nombre de la Reina queda usted detenido.
Phileas Fogg es encerrado en la aduana de Liverpool, donde debe pasar la noche aguardando su traslado a Londres. Passepartout hubiera querido matar a Fix, pero le detiene la policía. Aouda, espantada, no comprende nada. En cuanto a Fix, ha detenido a Fogg porque su deber se lo manda, sea o no culpable. La justicia lo decidirá, pero cuando dan las 2:33 minutos se abre la puerta de la celda y un Fix demudado le dice que todo ha sido un lamentable error: ya han detenido al ladrón del banco hace tres días. Fogg está en libertad y lo primero que hace es irse hacia Fix y pegarle tal puñetazo que lo deja tirado en el suelo.
Todos corren a la estación. Son las 2:45 minutos, pero el expreso ha salido 35 minutos antes. Fogg pide un tren especial que sale a las 3. Le ofrece al maquinista una prima y el tren corre en dirección a Londres. Llega a la estación cuando todos los relojes de Londres señalan las nueve menos diez. Phileas Fogg, después de haber dado la vuelta al mundo, llega con un retraso de 5 minutos. Ha perdido.
Al siguiente día los habitantes de Saville Row se hubieran sorprendido mucho si les hubieran asegurado que el señor Fogg había vuelto a su domicilio. Puertas y ventanas estaban cerradas y ningún cambio se había notado en el exterior. Fogg ha recibido con su habitual impasibilidad el golpe. Está arruinado. Passepartout, lo primero que hace al entrar en casa, es apagar su lámpara de gas.
Durante todo el día, domingo, la casa de Saville Row parece deshabitada. Por la tarde, Fogg habla con Aouda, le cuenta que está arruinado. Aouda le pide perdón por haberle retrasado y Fogg le dice que siente no poder hacer nada por ella. Aouda le dice que tendrá amigos y familia pero Fogg le dice que no. Aouda entonces le propone que se case con ella. Fogg se levanta sorprendido. Hay en sus ojos un reflejo insólito y una especie de temblor en los labios. Llama a Passepartout y le pide que vaya corriendo a hablar con el reverendo para ver si pueden casarse al día siguiente, lunes.
Pero Passepartout vuelve muy poco después con el pelo desordenado, sin sombrero, corriendo como nunca, precipitándose como una tromba en las aceras. Le dice a gritos a Fogg que al día siguiente no es lunes, sino domingo. Se han equivocado en el cálculo y han llegado un día antes porque han dado la vuelta al mundo yendo hacia Oriente y así han ganado un día, pero ahora solo quedan 10 minutos para que se cumpla el plazo marcado.
Aquella noche, los cinco colegas del caballero estaban reunidos, 9 horas hacía, en el salón del Reform Club. Los dos banqueros, John Sullivan y Samuel Fallentin, el ingeniero Andrés Stewart, Walterio Ralph, administrador del Banco de Inglaterra, el cervecero Thomas Flanagan, todos aguardaban con ansiedad. Dan por sentado que Fogg no va a llegar porque ya ha llegado el último tren de Liverpool y nada se sabe de Fogg. La manecilla señala entonces las 8:42 minutos. A y 43 hay un momento de silencio. A y 44, una emoción recorre a los hombres. Solo queda un minuto y la apuesta está ganada.
Cuando solo faltan 5 segundos para que se cumpla, se oye fuera un estrépito atronador, aplausos, vítores y hasta imprecaciones. Los jugadores se levantan. Phileas Fogg aparece seguido de una multitud delirante.
—Aquí estoy, señores.
Phileas Fogg ha ganado, pues, las 20.000 libras, pero como ha gastado en el camino unas 19.000, el resultado pecuniario no es gran cosa. Aún así distribuye las 1000 libras que le sobran entre Passepartout y el desgraciado Fix, contra quien es incapaz de conservar rencor. Eso sí, le descuenta a su criado el precio de las 1900 horas de gas gastado por su culpa. Se casa con Aouda 48 horas después y Passepartout, engreído, resplandeciente, deslumbrador, acude como testigo de la novia
Al día siguiente, Passepartout va a ver a Fogg y le dice que ha estado pensando que podría haber dado la vuelta al mundo en 79 días.
—Sin duda —respondió el señor Fogg—, no atravesando la India, pero entonces no hubiera salvado a la señora Aouda, no sería mi mujer y… —y Mr. Fogg cerró tranquilamente la puerta.
La apuesta está ganada, haciendo Phileas Fogg su viaje alrededor del mundo en 80 días. El excéntrico caballero ha desplegado sus maravillosas cualidades de serenidad y exactitud. Pero, ¿qué ha ganado con ello? ¿qué le ha proporcionado este viaje? Diremos que ¿nada? Sea. Nada salvó a una encantadora mujer que, por muy increíble que pueda parecer, hizo de él el más feliz de los hombres y en verdad, ¿quién no daría por menos de todo eso la vuelta al mundo?