El último congreso de antropología en Colombia tuvo lugar antes de la pandemia del COVID-19, la serie de protestas sociales (2018-2021) que terminaron por llamarse “estallido social” y de la última elección presidencial que llevaría a la Casa de Nariño al primer presidente abiertamente de izquierda y la primera vicepresidenta negra en la historia reciente de la democracia colombiana. Este periodo también nos ha llevado por el camino pedregoso de los interminables finales y comienzos de las violencias postacuerdo de paz.
La pandemia acentuó fuertemente las diferencias económicas, sociales, ambientales y políticas que atraviesan nuestras vidas. También nos ayudó a comprender lo intrincado de las relaciones entre humanos y no humanos, el poder y el peligro de la tecnociencia, la escala del mercado farmacéutico, las economías populares y las conspiraciones en las redes sociales. Algunas personas proclamaron demasiado rápido que el confinamiento serviría para reparar el daño que la expansión capitalista le había causado a las diversas formas de vida. En ese sentido, ya nuestras vidas estaban atravesadas por múltiples crisis antes de la pandemia, pero la experiencia y comprensión de su existencia no eran iguales para todo el mundo. La transición entre el mundo del encierro y el de las precauciones también mostró las asimetrías de nuestras sociedades, algunas pudimos mantener nuestras formas de subsistencia sin salir de nuestro hogar, otras tuvieron que salir a enfrentar el virus respiratorio junto con el de la carencia material de todos los días.
Justo antes de nuestro último Congreso, el Estado colombiano y las entonces FARC-EP habían firmado un acuerdo final para la terminación del conflicto. La transición de las gentes, los territorios y las violencias hacia una nueva configuración empezaría casi de inmediato. Vimos los rostros de esperanza entre las gentes que vivían un hiato de las violencias decenarias, pero también oímos con preocupación las voces insensatas que proclamaban las trizas de lo acordado, tan pronto pudieran poner sus manos sobre el frágil papel. Hoy la insensatez parece haber ganado a las esperanzas, pero también parece más claro, como 40 años atrás, que la lucha por la paz no se acaba con la firma de acuerdos. Con el fin de unas violencias y la transición hacia otras en nuestro país, también hemos visto a los poderes noratlánticos recalentar las sobras de la Guerra Fría y los colonialismos en el conflicto bélico ruso-ucraniano y el genocidio palestino en Gaza.
Las antropologías de/con las violencias, las guerras, las relaciones humano-no humano, las luchas y movimientos sociales, la tecnociencia, las migraciones, los trabajos precarios, los extractivismos, las redes sociales, los cuerpos, los géneros, han visto la reconfiguración contemporánea de muchos de los ensamblajes socio-materiales que han dado base a sus desarrollos. Al mismo tiempo, el campo laboral de quienes se han profesionalizado en la disciplina se extiende desde la gestión cultural, al acompañamiento de procesos comunitarios, pasando por la tecnocracia de la diferencia y la asistencia humanitaria, hasta el marketing, al tiempo que nuestros currículos son apilados junto a aquellos de quienes han estudiado “psicología, sociología, trabajo social o afines”. Mientras que en muchas universidades del mundo se está cuestionando la pertinencia de los pregrados en antropología, en Colombia, desde nuestro último Congreso, hay dos programas más de antropología y muchas más personas han egresado de los anteriores y engrosado el mundo laboral precario contemporáneo. Nuestros pregrados son cada vez más cortos y los posgrados cada vez menos apreciados en los salarios que percibimos.
Es quizás debido a la dimensión de los problemas que enfrentamos que han surgido propuestas de mundos alternativos que ya han empezado a transformar la ontológica moderno-colonial-patriarcal dominante y la disciplina no puede ser menos que su catalizador. Si algo puede caracterizar a los mundos sociales/naturales a los que nos enfrentamos hoy en día es la increíble variedad e inestabilidad de sus formas y ensamblajes que hacen cada vez menos atractivo o productivo seguir pensando en los mismos términos que la disciplina ha cultivado por años. Buena parte de esa creatividad está hoy en día en la capacidad para abrirnos a otras formas de producir conocimiento, a otras ontologías, a la posibilidad de sentipensar de otras maneras, a abandonar la arrogancia disciplinar y el antropocentrismo de una disciplina que tiene como prefijo de su identidad al humano cartesiano. Este congreso quiere que discutamos, consolidemos, abramos nuestras antropologías a los tiempos inciertos, a los tiempos creativos, a los tiempos de transición.