Aportes docentes

 Guillermo Mejía, Docente del Departamento de Periodismo.

Israel vs. Hamás: 

La desinformación como arma de guerra

Por Guillermo Mejía

Resulta preocupante la forma en que se ha instituido la desinformación en la sociedad contemporánea donde se da el rebote de las mentiras y embustes, en redes sociales y medios de comunicación colectiva, pero que en muchos casos se origina en directrices de grupos de poder y gobiernos de turno, y con la complicidad de las plataformas digitales.

Este fenómeno sico-social y político se ha explotado hasta la saciedad, en el marco de la lucha por la conquista de la opinión pública a nivel planetario, y caben los ejemplos del conflicto entre Rusia y Ucrania, y en la coyuntura a través de la activación de la confrontación entre israelíes y palestinos, donde la población civil sigue poniendo las víctimas.

A partir de lo que está ocurriendo en el enfrentamiento entre Israel y Hamás –milicia palestina radical-, la explosión de otros choques armados en esa zona y el papel de la desinformación, el periodista y profesor español Miquel Pellicer considera que “La desinformación se construye a partir de las verdades alternativas”.

“No solo es una amenaza para los medios de comunicación sino para los ciudadanos y su toma de decisiones en procesos vinculados a la salud democrática. A nivel diplomático, los gobiernos se convierten en el principal objetivo de la guerra de información en línea entre Israel y Hamás”, afirmó en un artículo recién publicado.

Pellicer presenta cuatro ideas para aclarar el tema:

Primero: -si bien su artículo no es una reflexión especializada en el conflicto- es una aproximación desde la comunicación digital y las redes sociales. Y existe una conexión clara de, por lo menos, la historia de Oriente Próximo desde el siglo XIX hasta el siglo XXI. Las aproximaciones geopolíticas son totalmente necesarias para contextualizar los orígenes y el desarrollo de este conflicto. Aquí los periodistas tenemos que ayudar en los análisis.

Segundo: Hay que analizar la cobertura de los medios de comunicación, la propaganda política y el desarrollo de la estrategia de desinformación en las redes sociales.

Tercero: En el contexto actual a nivel de comunicación vivimos el desarrollo de la IA generativa (GenAI) y los modelos que crean contenidos de textos, vídeos, fotografías de forma automatizada y que pueden servir como difusores de contenidos no verificados. Aunque no siempre es una cuestión de engañar.

Un dato al respecto, CBS ha examinado más de 1.000 vídeos de la guerra entre Israel y Hamás, y sólo el 10% son utilizables, según explicó la presidenta y directora ejecutiva de CBS News, Wendy McMahon, recientemente en una conferencia de Axios. El ataque de Hamás en Israel muestra cómo los deppfakes (fake news audiovisuales) y la desinformación llegaron a las redacciones “a un nivel de sofisticación que será asombroso”, dijo McMahon.

Cuarto: Estamos en una evolución del ecosistema de medios con, sobre todo, una nueva fase en la evolución de una red social como Twitter (ahora X) que ha sido fundamental para el ciberactivismo que ha movilizado las llamadas primaveras árabes, en un primer término, y fundamental en los cambios políticos en otros momentos políticos y electorales.

Para Pellicer, la desinformación es una estrategia de guerra, control de la narrativa y un negocio.

“En primer término, la desinformación es una estrategia más de la guerra. Forma parte de las acciones bélicas de los dos bandos y es una forma más de intentar controlar el relato para vencer también en los medios de comunicación y las redes sociales. Además, la desinformación también es un negocio, desde el sentido de acción de monetización por parte de muchos ciberactivistas que quieren sacar rédito de la atención de los usuarios”, afirma.

“Junto con informes creíbles sobre el conflicto que se está desarrollando, la información errónea sobre los incidentes atribuidos a ambas partes se ha distribuido ampliamente en plataformas digitales. Los saben muy bien los analistas de fake news. El colectivo Bellingcat de investigación y análisis forense de contenidos digitales en zonas de conflicto, por ejemplo, ha identificado un gran número de publicaciones en las redes sociales (que) han presentado imágenes de hace años de antigüedad, o imágenes ubicadas en otras zonas y que no son la franja de Gaza”, agrega.

Pellicer considera que la desinformación es un negocio al que las empresas, los usuarios y las grandes tecnológicas se abonan y ahí ubica, por ejemplo, el momento de X, la línea evolutiva de Twitter con Elon Musk al frente. En ese salto de una a la otra se han dado cambios en la red social, pero que no van en línea de proteger a los usuarios frente a la desinformación y los discursos de odio.

“Uno de ellos tiene que ver con la verificación de perfiles y el programa Premium (antes, Twitter Blue). Gracias al algoritmo que favorece a los usuarios que optan por pagar ocho dólares mensuales por una membresía Premium, las entradas de aquellos con el distintivo de verificación azul se muestran prioritariamente en los feeds de noticias para aquellos que buscan detalles sobre el conflicto”, asegura.

Según el especialista, la desinformación sobre el conflicto en Israel y Gaza tiene un enfoque multiplataforma: “No es que X y Elon Musk tengan toda la culpa. Las estrategias de desinformación en redes sociales tienen un comportamiento multiplataforma. Facebook, TikTok, YouTube, Instagram o Telegram también se han convertido en ventanas de fake news”.

Tras una serie de ejemplos sobre ese conflicto, Pellicer afirma que “Nada es fácil para los medios de comunicación y los periodistas. Los bulos se multiplican y se generan de forma exponencial. Las plataformas sociales retroalimentan esta desinformación, la IA puede potenciar los contenidos de ficción y las rutinas de producción añaden prisas y poca contrastación”.

Y, sin duda, ante tal panorama sumamente preocupante, cobran importancia los medios especializados en verificación de contenidos, así como encontrar fuentes de información fiables y honestas, de acuerdo con el periodista y profesor español.

Para contextualizar, vale la pena traer a colación las reflexiones del escritor y militar español Pedro Baños, especialista en geoestrategia internacional, al referirse al conflicto Rusia-Ucrania y la participación de Estados Unidos y la OTAN: “Antes se decía que el cuarto poder eran los medios de comunicación, pero para mí hay un quinto poder que son ahora mismo las redes sociales”.

En esos espacios es “en donde actúan, y de manera cada vez más activa, tanto los ejércitos como los servicios de inteligencia, precisamente para intentar imponer sus narrativas y también para condicionar a todos los usuarios. Pensemos que cada día en el mundo se conectan a alguna red social más de 4.000 millones de personas, por tanto, el interés en condicionar a todas esas personas es masivo”, añadió.

¿Vivimos en una aldea global ya en todos los sentidos?, preguntó el Diario de Ávila, de España, y él contestó: “Totalmente, queramos o no estamos completamente entrelazados unos con otros, sólo pensemos en lo que significa algo tan sumamente novedoso y que nunca había existido como es esta hiperconexión que permiten los medios, lo cual hace que estemos viviendo lo que sucede en la otra punta del planeta prácticamente como si lo tuviésemos aquí al lado”.

A partir de la aventura de la guerra a lo largo de la historia, “pues no aprendemos nada porque los seres humanos al final estamos sometidos o condicionados por nuestras pasiones, nuestras emociones, nuestros pecados capitales, y uno de ellos clarísimamente es el ansia de poder”, advirtió Baños, para quien un estratega lee a Maquiavelo, y luego reinterpreta y actualiza sus consejos en la obra El Príncipe.


Guillermo Mejía, Docente del Departamento de Periodismo.

 Guillermo Mejía, Docente del Departamento de Periodismo.

La crisis del periodismo y la urgencia de un golpe de timón

Por Guillermo Mejía

En las actuales circunstancias y a nivel planetario, donde campean la incertidumbre, el desastre ecológico, el relativismo y la posverdad, la crisis también afecta a la comunicación social, medios y periodistas, dado que han quedado en duda los presupuestos de ese quehacer ligado al pensamiento ilustrado y urge dar un golpe de timón.

Para reflexionar en torno a esas preocupantes condiciones qué mejor que escuchar los planteamientos del periodista y editor estadounidense Martin “Marty” Baron, ahora retirado del oficio, pero con una obra trascendente que incluye su paso por medios de la industria cultural como Washington Post, Miami Herald, Boston Globe y New York Times, entre otros.

Recientemente, Baron fue entrevistado por María Ramírez, subdirectora de elDiario.es y corresponsal internacional con base en Reino Unido, sobre muchos aspectos, incluidos los que mueven a reseñar este artículo, ya que asistimos a una serie de problemas que aquejan al periodismo.

Consultado sobre la mayor presión de los periodistas, Baron dijo que “Hay tantas presiones diferentes… Obviamente, estamos lidiando con presiones financieras implacables. Muchos medios carecen de los recursos que necesitan para hacer su trabajo correctamente. Y eso es una presión enorme”.

“Pero más allá de los números, el mayor problema es que estamos en un ambiente donde las personas no comparten un conjunto común de hechos. Y por ello hay una profunda sospecha sobre la información de los principales medios. Hay una gran difusión de información falsa, a menudo deliberadamente falsa”, agregó.

Pero, de hecho, abundó “es peor que no compartir un conjunto común de hechos: ni siquiera podemos ponernos de acuerdo sobre cómo establecer que algo es un hecho. Estamos en una época en la que mucha gente confunde las creencias con los hechos, no puede o no quiere distinguir entre ambos. Eso es un gran desafío”.

También, se refirió a las redes sociales y el uso por parte de los periodistas: “Es una presión autoimpuesta. No es algo a lo que necesariamente tengamos que someternos. Esto requiere autodisciplina por parte de los periodistas. Por desgracia, demasiados periodistas no están ejerciendo la autodisciplina: no tienen cuidado ni moderación en sus publicaciones en las redes sociales”.

Pese a que hay una larga historia del periodismo activista en el mundo, Baron es del parecer que no es lo que deben ser los principales medios de comunicación, al contrario, dijo “debemos ser aliados de la verdad. Debemos ser aliados de los hechos. Debemos ser aliados del contexto. Debemos ser aliados del periodismo minucioso, de la idea de tener una mente abierta a medida que avanzamos en nuestra labor de reporterismo”.

“Eso no impide que lleguemos a conclusiones. No nos impide averiguar cuáles son los hechos y decirle a la gente sin pestañear cuáles son esos hechos, lo que hemos descubierto. Pero ir impulsivamente a las redes sociales a expresar opiniones, a menudo de manera sarcástica, no es útil para nosotros”, añadió Baron.

Esa forma de actuación, según el periodista y editor, va en contra del deber ser del periodismo: que se haga sistemáticamente información abierta, minuciosa y completa después de hablar con personas expertas, mirar documentos relevantes, recopilar toda la información posible y decirle a la gente lo que los periodistas han aprendido sobre los hechos.

“Descubrir la verdad es un proceso, no se hace instantáneamente en cuestión de segundos y minutos. Lleva tiempo, dedicación y compromiso. Y las redes sociales van en contra de eso porque fomentan reacciones instantáneas e impulsivas”, señaló Baron. “Las redes sociales han alentado a las personas a participar en comportamientos que son inútiles y, de hecho, van en contra de los principios del mejor periodismo”, remató.

En la misma dirección, la periodista María Ramírez le preguntó a Baron: ¿Los periodistas no deberíamos tuitear?, y él respondió:

“Me parece bien tuitear. Yo he tuiteado, aunque también he estado mucho tiempo en silencio. Los periodistas deben tener cuidado con sus tuits. Antes de tuitear algo, yo lo leía cinco veces sólo para asegurarme de que estaba diciendo lo que quería decir, para que no pudiera ser malinterpretado por ningún ser humano razonable, y para preguntarme si era útil decir algo y qué tipo de impacto tendría mi propio tuit en la reputación de nuestro medio. Ese es un proceso que la mayoría de los periodistas deberían hacer por sí mismos: ¿Es demasiado pronto para comentar sobre esto? ¿Sé realmente lo que creo que sé? ¿Qué tipo de impacto tendrá mi tuit para mi medio? ¿Es apropiado comentar sobre ese tema en particular? Los periodistas deben ejercer la autodisciplina, con cuidado y moderación. Desafortunadamente, muchos no lo hacen”.

Otro de los puntos a destacar son las valoraciones de Baron acerca de la objetividad y si esa palabra define lo que deben hacer los periodistas.

“Creo que es una buena palabra. Y nunca hemos tenido problemas para usarla al aplicarla a otras profesiones. No nos parece confusa cuando decimos que necesitamos jueces o investigadores científicos objetivos. Sólo tenemos dudas cuando se nos aplica la palabra”, dijo.

“La objetividad no es lo mismo que el equilibrio, no es una falsa equivalencia. Nunca lo ha sido. Es un buen estándar para nuestra profesión reconocer que cada uno tiene sus puntos de vista preexistentes, sesgos y prejuicios. Es importante que reconozcamos cuáles son desde el principio. Y que no hagamos nuestro trabajo sólo tratando de reforzarlos, sino teniendo muy en cuenta que tenemos esas opiniones y que debemos tener una mente abierta”, agregó.

“Si no aprendes cosas que no sabías antes, entonces no sé a qué te refieres con el reporterismo. ¿Qué es el reporterismo sino salir a buscar respuestas a las preguntas? Y si tus preguntas son sólo un ejercicio para confirmar tus puntos de vista preexistentes, entonces no estás haciendo el trabajo del reportero de verdad. Solo estás incurriendo en un sesgo de confirmación”, sentenció Baron.

Sirvan estas consideraciones para fortalecer la reflexión acerca de una profesión tan importante como necesaria, pero a menudo vilipendiada, especialmente por sectores ligados al poder, donde tienen una idea prostituida del periodista y lo sustituyen por personajes que explotan las redes sociales y, a la vez, a cualquier oportunista lo revisten de “analista político”.


Guillermo Mejía, Docente del Departamento de Periodismo. 

 Guillermo Mejía, Docente del Departamento de Periodismo.

El conservadurismo radicalizado y la trampa del populismo

Por Guillermo Mejía

Son un grupo de políticos que se presentan como seres extraordinarios, mesiánicos, guías hacia el futuro, y comparten estrategias que potencian el populismo y encarnan posturas políticas que se instalan en lo que se denomina conservadurismo radicalizado. Se escucha en el ambiente nombres como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Javier Milei y Nayib Bukele.

Son un fenómeno que experimentamos en la vida política cotidiana y sobre el que vale la pena reflexionar bajo la óptica de la politóloga austríaca Natascha Strobl, autora del libro La nueva derecha: análisis del conservadurismo radicalizado (KATZ, 2022), quien lo define y advierte sobre sus efectos.

“En tanto el conservadurismo radicalizado apuesta por una polarización permanente y se sostiene sobre líderes fuertes, rompe parte de las estructuras partidarias de cambio y renovación permanentes”, afirmó Strobl en una entrevista publicada en la revista especializada Nueva Sociedad.

“El conservadurismo radicalizado pone a los partidos al servicio del líder, y no al revés. La figura del líder refleja un ‘nosotros’ que se presenta de forma homogénea, mientras que las estructuras partidarias dan cuenta, por lo general, de una cierta diversidad”, advirtió la politóloga austríaca.

Según ella, cuando los partidos conservadores se radicalizan y apuestan por un tipo de liderazgo de este tipo, rompen parte de lo que fue su tradición después de la Segunda Guerra Mundial. Al contrario de los políticos mencionados, en aquel momento –a pesar de las diferencias- se asumía que los líderes servían al partido.

“Cuando el conservadurismo se radicaliza, y siempre lo hace a través de una figura de liderazgo fuerte y unificador, son los partidos los que sirven al líder”, reiteró. Puso de ejemplo el caso de Trump que, pese a las resistencias que provocó en el partido Republicano, al final disciplinó a otros líderes y logró lo que quería.

Al hablar sobre el cambio que imprime el conservadurismo radicalizado al conservadurismo clásico, Strobl señaló que el segundo antagonizaba de forma democrática con sus adversarios, y el primero desarrolla un antagonismo contra enemigos que no siempre son directamente identificables. Es la cacería de lo que creen que es una red global progresista.

Para ella, “El conservadurismo radicalizado se coloca, en tal sentido, en la posición de ‘la gente común’, la ‘gente trabajadora’, apelando a un sentido según el cual, ‘los otros’, los que quedan fuera de ese esquema, constituyen el enemigo. Hay gente que hace un ‘trabajo real’ y otra que no” con lo que “(…) apela a una polarización más profunda que el conservadurismo clásico, sobreexcitando a la sociedad en un antagonismo permanente”.

Según la autora, el punto sustancial es que los conservadores radicalizados pretenden que ese antagonismo permanente se constituya como una nueva normalidad. Trump y este tipo de personajes transforman, de hecho, la forma de debate con la oposición política, en tanto ya no buscan llegar a acuerdos (como en el caso del conservadurismo tradicional) ni establecer mediaciones. Su intención es fidelizar mayorías.

“A esto se suma un segundo elemento: ya no solo tienen un enemigo político institucional (los partidos opositores), sino que buscan construir un enemigo extraparlamentario. Eso se vuelve muy evidente en el modo en que Trump se refería, por ejemplo, a Antifa o al movimiento Black Lives Matters”, señaló. La maniobra iba dirigida a solidificar sus vínculos con sus seguidores.

“Creo que un aspecto fundamental para entender al conservadurismo radicalizado es tener en cuenta que su forma de antagonizar con los opositores proviene del repertorio de la extrema derecha. No solo los partidos tradicionales de la izquierda, sino también los medios, los intelectuales, los trabajadores culturales, son puestos en el lugar del ‘mismo poder’, de un ‘establishment progresista’. Esto construye un nuevo tipo de polarización, con adversarios políticos identificables y grupos más porosos”, afirmó Strobl.

La responsabilidad de la izquierda

De acuerdo con la autora, ninguno de los líderes del conservadurismo radicalizado cayó del cielo. Durante demasiado tiempo, conservadores y socialdemócratas se parecieron, y se instaló una dinámica en la que parecía que ningún otro tipo de cambio era posible. Esa idea de una imposibilidad de cambios llevó a considerarse como “postdemocracia”.

“Al no producir cambios sustanciales, los socialdemócratas fueron vistos como parte de un sistema que, en sí mismo, se había vuelto conservador. La radicalización de los conservadores y su apelación a cambios y transformaciones modificó un panorama político anquilosado en algo peor”, señaló.

“Pero, ciertamente, existe una responsabilidad de las fuerzas de la izquierda partidaria que, durante años, han ocupado un lugar en el sistema político sin desarrollar una serie de políticas coherentes desde el propio poder. Pero a este respecto, me gustaría decirle algo: volver para atrás tampoco es la solución”, agregó.

El sistema político está cambiando de forma notable –según Strobl- y el estado que yo conocí, y sobre todo el que conocieron mis padres, no existe más. Y recordó que desde 1945, socialdemócratas y conservadores, estabilizaron el sistema político, desarrollaron una economía social de mercado y buscaron una conciliación de intereses.

Natascha Strobl concluye:

“Pero los partidos conservadores claramente no están hoy en esa posición. Los socialdemócratas intentan, de un modo u otro, volver a esa ‘vieja normalidad’. Si la socialdemocracia no quiere estabilizarse como una fuerza conservadora, tiene que plantear un horizonte diferente. ¿Cuál es el camino que puede proponer hacia adelante? Esa es la gran pregunta y debe atreverse a hacérsela.”


Guillermo Mejía, Docente del Departamento de Periodismo.