De compatibilidades e incompatibilidades
entre ambientalismo y anti-especismo
Esteban Céspedes
[publicado en mayo del 2023 por Colectivo Fauna sin Trauma]
Poder entender el anti-especismo como siendo compatible con el ambientalismo depende mucho de si nos enfocamos en los ideales que cada uno implica o si nos enfocamos en cómo sería posible llevar a la práctica ambas perspectivas. Es común pensar en el especismo en analogía con el racismo o con otras formas de discriminación moral: Según lo que representan en principio los ideales anti-racistas y los ideales de libertad, ambos grupos deberían ser perfectamente compatibles. Pero tanto la historia como las relaciones humanas actuales nos muestran que en la práctica las libertades son restringidas desde un trasfondo racializado y según privilegios de dominación o cercanías a los estratos dominantes. En el caso del anti-especismo es más obvio el conflicto entre éste y las prácticas de liberación, quizás no sólo por una jerarquización de las libertades, basada en diferencias arbitrarias de consideración de especies, sino porque muchas personas simplemente aceptan o asumen orgullosamente (es decir, no sólo de forma enajenada, al parecer) los valores especistas y antropocéntricos como válidos para entender y llevar sus vidas con el entorno.
Que los valores especistas sean ampliamente aceptados ya permite indicar la compatibilidad práctica entre ciertos tipos de ambientalismo y una postura especista. Pensemos en el que podríamos llamar ambientalismo natur(al)ista, según el cual algunas personas plantean que es correcto o incluso necesario que el ser humano se alimente de animales o productos animales, porque sobre esto se ha basado su evolución y su desarrollo; o en el ambientalismo geocéntrico, sobre cuya base escuchamos críticas al calentamiento global antropogénico que están ligadas principalmente a la defensa del planeta como hogar del ser humano. Si bien el ambientalismo geocéntrico, siendo un tipo de ecocentrismo, no es necesariamente especista ni antropocéntrico, sí es perfectamente compatible con estas posturas. El ambientalismo naturalista toma usualmente formas más individualistas y suele estar acompañado de un antropocentrismo esencialista, es decir, un confundir la historia natural de la especie humana con lo que es bueno o ideal para su desarrollo biológico y ecológico. Pero tampoco es necesariamente especista, al menos no mientras su foco excesivo en la biología humana se aleje de una jerarquización moral de las especies. Algo similar ocurre con el ambientalismo geocéntrico: Hay quienes buscan “salvar el planeta” o “evitar la extinción de especies”, incluyendo la nuestra, mediante un paternalismo ecológico que asigna valores morales a las especies según cómo contribuyen al disfrute estético humano.
De todas formas, como tales, estos puntos de vista dejan abiertas variantes derechamente especistas de ambientalismo. Éste es el caso del capitalismo verde o del ecologismo estético que defiende sólo especies que hayan sido definidas arbitrariamente como bellas o como endémicas. Sólo en principio (es decir, como ideales) estos tipos de ambientalismo serían ya incompatibles con el anti-especismo. Pero la pregunta en la que me quiero centrar ahora no corresponde tanto a la crítica contra las variantes que son especistas según sus ideales ni contra las que podrían ser compatibles con el especismo, sino más en la de cómo compatibilizar en el campo más práctico el ambientalismo con el anti-especismo. Y para responder a esta pregunta me acercaré a tres conceptos guía: el de clase, el de fascismo y el de derecho.
Primero, un ambientalismo antiespecista debe ser compatible con la crítica a las distintas formas de opresión y explotación que constituyen entornos, ecosistemas y comunidades de forma estructural y jerárquica. Promover la defensa de animales mediante propaganda y mediante acciones directas criticando a la vez a un oprimido porque también es opresor de otro implica no sólo obviar la complejidad estructural de las distintas formas de opresión (sea laboral, sexual, ecológica o animal), sino que es contraproducente en la lucha real y material contra toda forma de opresión. Quienes luchan contra la sequía-saqueo lo hacen desde distintos frentes sindicales y ambientales. Es un desafío para el ambientalismo anti-especista mostrar en qué sentido impactos como éste o como la contaminación industrial del aire provienen también de posturas de indiferencia ante ciertas especies y ante ciertas clases sociales.
Segundo, esta conciencia orgánica de clase debería oponerse a cualquier desenvolvimiento social que implique la imposición sistemática de ideas y de actos de unos grupos sobre otros. Si bien ésta no es una caracterización final de fascismo (¿existe algo así?), por supuesto debemos captar una noción que se contraponga a la reducción histórica que hacen hoy los mismos fascistas, restringiendo el uso del término con el fin de que ellos mismos puedan quedar fuera. Tampoco podemos aceptar que los fascistas nos quieran hacer confundir la imposición sistemática con la distintas formas estratégicas de liberación que implica el anti-fascismo. Ni sacudirse las cadenas con fuerza ni dar un huascazo de vuelta son imposiciones sistemáticas, como lo son el propio diseño de la huasca y de las cadenas.
En tercer lugar, quisiera plantear brevemente el desafío que debe abordar el anti-especismo si quiere avanzar de manera jurídicamente realista junto con el ambientalismo (la vía moderada). Ya es difícil avanzar jurídicamente para el ambientalismo solo. Y probablemente son las versiones especistas del ambientalismo las que mejor han logrado avanzar de la mano del derecho. Lo hacen con reformas parche, con tentativas de reflexión sobre los infames “deportes nacionales”, con fiscalización politizada, siempre en nombre de la tradición y de la protección de la economía, es decir, de los dueños de la industria y de la información. Esto no ocurre sólo por el mito de que los intereses y las voluntades débiles corrompen el funcionamiento del derecho; donde dominen el capital y el fascismo, el estado y su ley será capitalista y fascista.
Claramente, un ambientalismo anti-especista, es decir anti-dominación, no puede caer en el viejo error de buscar formas no-capitalistas de estado por medios aún fascistas. No bastará con posiciones que tengan conciencia de clase pero que no asimilen a la vez la interseccionalidad contra las distintas formas de opresión. Tampoco bastará con un anti-fascismo transitorio, que busque luego imponer sistemáticamente su revolución burocrática. Será necesario—entre otros elementos más que deberemos seguir descubriendo—pensar en nuevas formas de ejercer el derecho, nuevas formas de vida y de interpretar las luchas por expresar furia, descontento, interés y ensoñación. Por ahora, la legalidad ha demostrado que no puede ir más allá de ambientalismos antropocéntricos, naturalismos de la buena alimentación, del proteccionismo estético y de la calidad de vida humana.