Las compras de Baltasar
Baltasar Meléndez Montoro abrió ansioso los ojos, al oir el sonido del despertador, a las 8 de la mañana del miércoles 5 de enero. "Pasaré primero por el estanco a por los sellos. Tengo todo el resto del día para comprar regalos". Hasta entonces no había podido. No recordaba otras "vacaciones" navideñas como esas. Llevaba varios días encerrado en casa, sin salir a la calle y con el teléfono descolgado. La radio y la televisión habían permanecido apagadas. Nada debía hacerle perder la concentración. El 27 de diciembre había llegado el pesado sobre con la versión en inglés del libro de S.Smale "Differentiable dynamical systems" y debía devolver el trabajo acabado a la editorial antes de 10 días. Hasta la noche anterior permaneció pegado al procesador de texto, con cortos descansos para dormir y para hacer breves visitas a la nevera-congelador, ya casi vacíos. Sobre la mesa se amontonaban los diccionarios y los libros técnicos, salpicados con migas resecas de pan descongelado. Pero por fin el folio final con el índice había salido alegre de la impresora y ya todo estaba preparado. Correos se encargaría del resto.
Con el pelo chorreando y el albornoz a medio atar abrió la despensa. La leche se había acabado tres días antes. Tomó café solo con polvorones deshechos rescatados del fondo de la caja. Mientras tanto, iba ganando tiempo: al dejar resbalar desde el papelillo doblado hasta la garganta la migaja final ya había completado el itinerario de compras. Se vistió, más o menos coherentemente, con lo más accesible de entre el montón de ropa abandonado al lado de la ventana del tendedero y salió a la calle.
Entró al estanco y le dijo a la sonrisa más famosa del barrio, mientras le alargaba el sobre:
- Irene, lo terminé. Debe estar el viernes en Barcelona. ¡Ah! y dame también tabaco. El de siempre.
La sonrisa se borró ligeramente. Colocó el trabajo en la balanza, pegó varios sellos y estampó sonoramente: "EXPRESO". Baltasar pensó en lo extraño del cambio de término. Pero todavía se sorprendió más al oir decir a Irene, mientras enrojecía:
- Del de siempre no tenemos. Pero hay Coronas, Habanos, BN, Kaiser...
Baltasar no la dejó terminar. Pidió Habanos y salió sin indagar sobre el motivo de tan sorprendente desabastecimiento. Parecía estar realmente avergonzada.
Enfrente del estanco estaba el... ¿"CAJA DE CARTAS"? Pensó en escribir a los periódicos alabando el ingenio de los asesores literarios del Ministerio de Transportes y deslizó el sobre. El grabado era demasiado perfecto para achacarlo a vestigios del 28 de diciembre.
"Ahora, a comprar Reyes como loco".
La calle se empezaba a llenar de bolsas de plástico portadas por padres, hijas y amantes compradores. Se paró a comprar El PAIS. ("¿Tendrán algo contra Pedro J. en este kiosko?"). Leyó por encima la primera página: "Séptima condena del hermano del primer vicepresidente de Felipe González" ("estas extrañas paráfrasis no parecen típicas del libro de estilo del país; hasta ahora siempre lo habían citado por el nombre"). Y otra casi más sorprendente: "Clinton hace menos valioso el dolar ante la recesión de los Estados Asociados".
Había llegado ya a la "Mercería Adela" de la plaza. Recordaba haber visto en el escaparate otro parecido al del año pasado ("A mamá le hará gracia; era bonito; así dejará de lamentarse por la pérdida"). El tintineo metálico le precedió al entrar. Abriéndose paso entre varias habladoras clientas se acercó al mostrador. Señalando con el dedo el escaparate Baltasar dijo:
- Me pone ese amarillo, verde y negro. Ese pañ...
La mano de la señora Adela, oprimiéndole la boca, le impidió terminar la palabra.
- ¿Desea el señor comprar ese klinex de tela, no es así? Ahora mismo se lo... rodeo con papel de regalo. Son 1.300 pesetas.
Baltasar, anonadado, no sabía como reaccionar. Sentía las miradas ofensivas de las compradoras. Sacó el importe exacto de la cartera, recogió el envoltorio y salió rápidamente de la tienda.
"O me estoy volviendo loco por estar tantos días encerrado o al resto de la gente le pasa algo raro".
Intentando apartar pensamientos paranoicos se dirigió hacia el próximo objetivo: "los rompecabezas para los sobrinos como esos tan bonitos del hijo de los vecinos de abajo". El mejor sitio sería esa tienda modesta de pinta agradable, siempre llena de niños, abierta hace poco en el callejón peatonal. A la primera pasada no la vio. Recordaba el enorme cartel con las letras de colores y la J inicial convertida en sonriente serpiente del lago Ness. Necesitó desandar parte del camino. El cartel ya no estaba. Ahora sólo se veían 6 letras pintadas como con prisa: "DE NIÑOS". Y sobre el cristal: "OFERTAS: NENES DE TELA Y GOMA". ("!"). Baltasar pensó en volver a la cama y dormirse hasta el día 7, pero por fin se decidió, entró y compró a toda prisa el par de rompecabezas.
A la salida sacó de la bolsa el mayor de los dos para verlo. A Baltasar le había hecho gracia la idea de asociar objetos a cada letra del alfabeto y poder elaborar variadas historias al combinar las piezas de las diferentes formas posibles. "¡Si sólo hay 27 piezas!". Se sentó sobre el banco más retirado de la plaza y empezó a leer los monigotes pasando la vista por las piezas: "Araña, Boina, Cerilla, Chicle..." Así hasta: "Tiza..., Tiza... ". Ahora otras piezas se le iban encajando en la cabeza: la caja de letras, la agresividad de Doña Adela, los procesos del hermano... "¡No he visto ni oido ESA LETRA en toda la mañana!". Algo extraño semejante al miedo se le agarró en el estómago.
Olvidó los regalos y se dedicó a recorrer nervioso las calles del barrio intentando encontrar la redondeada forma de LA LETRA. Había desaparecido de todos los sitios: "COLEGIO DE NOVELES PILOTOS DE COCHES", "CABELLERIA", "LACAS Y DETERGENTES", "EL SORTEAZO DE LA ONCE"... Confirmaba las sospechas, pero no podía imaginar el motivo. Miró el reloj: con tanto ir y venir eran ya las 12 y media. "Los históricos del aperitivo estarán ya en el Tomi (por lo menos el bar entrañable conservará el nombre); ellos me contarán algo". Sería díficil hacerlo y a la vez mantener la regla de las conversaciones entre ellos 5. No la habían roto jamás desde la lejana primera cita: el azar lo había sentado alrededor de la mesa con Rodolfo y Pili, con Pepe y con... El corazón se le aceleró. Ese nombre tan inofensivo, tan de perro, como le decía Baltasar riendo en los ratos a solas, ¿habría acabado siendo peligroso para ella? "Imposible; me estoy imaginando tonterías; a mi niña no le ha pasado nada".
De todas formas apretó el paso. Al llegar miró a través del cristal, haciendo visera con las manos para evitar los reflejos. Estaban en la mesa de siempre, pero sólo eran 3. Al avanzar hacia ellos entre los viejos clientes (aficionados ahora a la canasta) sentía como lo miraban intentando adivinar si él sabía.
Primero le habló Pepe:
- En Tele3 me enteré. Pensé en verte y en leerte el telex. El repelente jefe del PP se mete en leyes de Petete. Es menester meterse enfrente y detenerle.
- Sí (Pili era poco habladora).
Entonces dijo Rodolfo:
- Yo opongo todo. Todos nosotros. Otros, no. Los mozos rojos somos pocos y flojos. Por poco no rompo los morros con los otros mozos.
Baltasar deseaba oir explicaciones más coherentes:
- Tanta palabra vaga, tanta charla y tanta parrafada, nada aclaran la gran falta. ¿Y la chavala?
Avelino, el camarero del bar, notando el desconcierto de Baltasar y la incapacidad de los amigos, se acercó por detrás, le posó la mano en el hombro y le dijo:
- ¡Animo Baltasar! Cada Día Ella Fabricará Gozosa Historias Inventadas. John Kennedy La Mandó Navegar Ñoños Oceanos. Paseará Qatar Riendo Sin Ti.
Baltasar se despertó sofocado. Miró el reloj. Se le había hecho tarde para todo. "¡Vaya pesadilla! Esto me pasa por dormirme otra vez y no hacer caso al despertador". Saltó de la cama. Por si las moscas, antes de hacer otra cosa, encendió la radio.
A MI SABINO
(escrito a dos manos en la noche
del 16 de enero de 1993)