Mucho después, sus descendientes, que recibían también el nombre de "los hijos de Coré", ejercían de salmistas y ostiarios en el templo de Jerusalén, cantando en las ceremonias y custodiando la entrada del Sancta Sanctorum. Recibían con sus cantos de fiesta a los peregrinos que acudían a Jerusalén, marchaban al frente de las tropas de Israel al entrar en batalla bendiciendo a Yahvé e implorando su protección (sus alabanzas consiguieron el favor de Dios, ver 2 Cro 20) y en la Biblia han quedado 11 salmos compuestos por ellos que, tal como afirman los exégetas, son probablemente los de mayor calidad literaria de todos.