Historias y mitos

Evitar - Bolívar

EN LA CIENAGA DE CAPOTE SE EXTRAVIÓ PARA SIEMPRE LA VIUDA QUE EMBRUJÓ A REYNALDO ROSADO HERRERA.

ANIBAL THERÁN TOM, EL UNIVERSAL - MAHATES

Una noche de julio sintió su presencia. La temperatura cambió de repente y una brisa fría que venía desde la ciénaga de Capote envolvió a Evitar por completo. El ambiente se tornó extraño. La luna llena que alumbraba con intensidad, casi como el sol de mediodía, se escondió súbitamente para dar paso a la oscuridad. Una brisa fría apartó el calor. El canto de la lechuza tornó más lúgubre la medianoche de aquel sábado, hace 40 años. Reynaldo Rosado Herrera, a quien todos llaman “El Rey Culillo” en Evitar (corregimiento de Mahates), asegura que el encuentro que tuvo con aquella “cosa” en su pueblo natal marcó para siempre su vida.

Un mes antes del encuentro sintió por primera vez que algo raro estaba pasando. A la medianoche se despertó sobresaltado y advirtió que estaba lleno de una clase de uva pegajosa que usan en su pueblo para capturar pájaros.

Yo venía de una fiesta y me acosté en la hamaca que guindaba en la sala de la casa. La primera noche desperté todo pegajoso de uvita. Tenía como 17 años.

—¡Papá!

—¿Qué?— me contestó secamente.

—Prende la luz— le pedí.

Con un encendedor que le habían mandado de Venezuela, azulito, bonitico y brillante, encendió la esperma.

Entonces, me miro y veo que tengo uvita dulce hasta en la cabeza. Estaba lleno. A esas horas salí a bañarme a la ciénaga de Capote. Me dormí otra vez, creyendo que el de la gracia había sido alguno de mis hermanos. Al día siguiente me fui para el monte, trabajé como de costumbre limpiando la yuca y el maíz. Todo fue normal. Llegué a la casa en la tarde y por la noche volví a salir con la muchachera. Hablamos, nos reímos, y como a las 10:30 me regresé a la casa. Me acosté en mi hamaca, pero antes tomé un vaso de agua fresca de la tinaja. Dormía plácidamente, cuando de pronto me despierto, todo pegajoso.

—¡Papa!

—¿Qué?.

—“Prende la lámpara que yo creo que estoy embarrutado de algo meloso, creo que es de panela.

Cuenta que su padre, antes de sacar su brillante encendedor, dijo:

—¡Mierda, mijo!, te la tienen dedicada. Y tú no sabes quién es. Eso es alguna mujer puerca, enamorada que quiere que tú caigas en sus redes.

—Yo qué voy a saber— le contesté a papá.

A esa hora salí a la ciénaga a bañarme para quitarme toda esa melaza que tenía pegada al cuerpo. Lo raro era que me acostaba con ropa y, como a las dos horas de haberme dormido, despertaba desnudo y lleno de alguna vaina. Al día siguiente hice lo mismo: me fui para el monte y trabajé como de costumbre. Volví por la noche y seguí la rutina que era comer, bañarme y salir a la calle, pero ese día volví temprano para acostarme. Esa noche me la quedé esperando, pero el sueño me venció y cuando me desperté estaba lleno de sanguaza de pescado. Esa vaina estaba bien hedionda y ese hecho colmó mi paciencia.

“Bueno, y que es lo que pasa Nojodaaaaaaaaaaaaaa”, recuerdo que grité.

Me fui a bañar con jabón de bola y más se impregnaba el olor en mi cuerpo. Al otro día me fui para la isla donde teníamos la yuca y el maíz, casi sin dormir, pensando que en lo que me echarían en el cuerpo esa noche. Mi papá le pagó a una rezandera para que hiciera oraciones y me encomendara al Corazón de Jesús; y eso como que surtió efecto, porque durante 30 días pude dormir tranquilo.

Esos 30 días pasaron normalmente. Fue en la época en que no había energía eléctrica en Evitar. Estaba joven, en mi primer arroz, como dicen. Esa noche estábamos en un baile y, cuando terminó, porque se acabó la gasolina de la planta, mis amigos y yo decidimos seguir bebiendo ron. Nos robamos un pato para hacer un sancocho, para aguantar más el licor. Finalmente, nos comimos el sancocho que sólo tenía yuca harinosa y ahuyama. Después, cada uno cogió su ruta porque no había plata para el ron.

Cuando iba para la casa se me apareció una pata grande con un patico amarillito. Me agarraba el pantalón y me atacaba. Me dije: “esta pata cree que yo me le voy a robar el hijo”. La espantaba: “chiooo”, pero seguía molestando, hasta que le dije: “¡carajo y qué quieres, ¿que te tuerza el pescuezo y te meta en la olla como le pasó al otro pato?. Ve lo que estás haciendo; ¡carajo”!

Cuando le tiré el lance para cogerla, dije: “Ahora mismo llamo a estos mierdas para que se devuelvan y nos mamamos esta pata”. Se me perdió en una mata de escobilla.

No había caminado una cuadra cuando se me presenta una perrita baya que me brincaba y me buscaba la boca: “¡Perra!, carajo, y cuál es la vaina”, decía casi gritando. Halé una cañabrava de la cerca de un patio y me pregunté: “Bueno, ¿esta vaina qué es?”.

La perra se perdió, puse la cañabrava en su sitio y seguí, pero se me volvió a aparecer; me tiró al suelo, la agarré y dije: “Ahora no te me escapas”. Lo primero que pensé fue entrar a la casa y cuando me dispuse a empujar la puerta, sentí que me halaron el brazo con mucha fuerza. Una voz me sacó del asombro; voltee y vi a una mujer con el pelo suelto que no le dejaba ver toda la cara, con cuerpo de guitarra, de buenas carnes, semidesnuda, de labios carnosos perfectos y con una sonrisa que dejaba ver la blancura de sus dientes.

Tenía un olor a flores silvestres y había algo que encantaba en ella. Los ojos —cuando pude verle el rostro— se le veían claros. Su cara y su cuerpo eran de diosa.

¿Sabes?, intenté correr y dije para mis adentros: “Ay Virgen del Carmen, ¡ayúdame!”. Pero la misteriosa mujer no me soltó. Después de rezar un padre nuestro volví en mí y entonces me atreví a mirarla, para preguntarle por qué hacía esas cosas.

Antes de hablar soltó una carcajada que —creo— se oyó en todo Evitar, para después decir: “Porque tú me gustas y quiero tenerte”. Me quedé helado, sin embargo le pregunté: “¿Y tú qué tienes que ver con las embarrutadas de panela, uvita y pescado?”

Volvió a reír, con más fuerza. Nojoda, yo me asusté y quería correr. Gritaba, “!papá!”, pero como que no me oían. Ella dijo, no te asustes y me acarició desde los pies a la cabeza con la mano que tenía libre. “Por qué no me lo habías dicho”, pregunté con miedo. Después de verle la cara distinguí que era una hermosa viuda muy deseada por los hombres en el pueblo, con no más de 40 años. Volvió a reír con más ganas.

“Por eso no hay problema —le dije—, si yo soy soltero. Estoy suelto de madrina”. Me sentí hechizado por su voz y cuando me vine a dar cuenta estábamos abrazados haciendo el amor, en el suelo, a la luz de la luna. Demoré un tiempo sin pensar en otra cosa, que en esa mujer. Me ayudaba para que me fuera bien y me mantenía como embrujado: no me atrevía a ver a otra mujer. La relación duró muchos años, hasta que un día esa viuda desapareció sin dejar rastro. En Evitar se comenta que se la llevó el mohan, que sigue cuidando las ciénagas de la región.

Después de ese caso, cuando la viuda se perdió en las aguas de la ciénaga de Capote, la vida transcurrió normalmente para “El Rey Culillo”. La parranda y las mujeres se adueñaron de su tiempo y los espantos se le perdieron, hasta que un día salió de su casa después de 12 de la noche a moler un maíz para hacer 200 bollos que desde Mahates le habían encargado a una tía para ese mismo día.

Salí con un primo y mi tía para la casa donde estaba el molino, cuando nos encontramos con la señora Estebana Martínez, quien llevaba cargado a un niñito. La saludamos y ella nos respondió con una amplia sonrisa, pero vimos que al pelaito se le asomaba un diente grande. Alguien dijo: “¡Carajo! Ese no será ‘Papa el Dientón’, pero nadie dijo nada.

La señora Estebana Martínez, que también iba a moler maíz, vio al pelaito jugando y dijo: “¡Ay! mira tú lo que es Juanita, ve a donde está Felipe. Bueno y como deja a felipito así”. Podían ser las 3 de la madrugada. Ella se lo puso en el hombro y salió para llevárselo a la casa. Antes de llegar sintió que las piernas del pelaito le habían crecido y las arrastraba. Entonces separó al bebé de su pecho porque además sintió que había subido de peso y se lo quedó mirando fijamente, reparando la transformación que había sufrido, cuando de repente el niñito le dijo: “¡Mamá! mírame el diente”, señalando un colmillo de unos 50 centímetros de largo. La mujer soltó al niño grande y corrió, como golero playonero, despavorida. Botó el mechón y llegó a la iglesia donde se puso a rezar. Allí la encontré yo y otras personas que se despertaron con los gritos de ella.

Unos días después venía caminando antesito de las 12 de la noche y vi al pelaito jugando, pero me hice el marica mirando para otro lado. Cuando estaba llegando a la casa sentí que una brisa fría me golpeaba el rostro, pero seguí caminando. De repente escuché una risa estridente de mujer y luego una voz que me dijo: “Recógelo que ese es hijo tuyo”. Le metí los pechos a la puerta y entré a la casa, con miedo, pero me puse a rezar y amanecí dormido en mi hamaca, pero encuero, aunque yo me había acostado con ropa.

Me asusté porque pensaba que la bruja me seguía buscando. Al rato me fui a pescar a la ciénaga, solo, y le pedí a ella que me dejara quieto; o que me saliera y arreglábamos la vaina. No me contestó enseguida, pero al momento me movieron la canoa y el miedo se apoderó de mí. Tiré la atarraya y cuando intenté recogerla casi no podía por el peso que traía. Logré subir la pesca y vi un bocachico de casi medio metro y otros 20 grandes, que seguro me los había mandado ella. Luego, sentí sus carcajadas como si su voz saliera de las profundidades de la ciénaga. Aún siento que esa risa me acompaña, sobre todo en las noches cuando salgo a pescar a la ciénaga de Capote.

Un conflicto que se volvió pueblo

Según explica la leyenda el origen del pueblo, se cuenta que en le año de 1728 dos familias del municipio de soplaviento (Bolívar),al norte de evitar, se inicio una terrible discordia en cuanto se supo que uno de lo s payares había “ Perjudicado “ a una de las muchachas de los herrera.

Desde ese momento, y por la negativa de los herrera a propiciar un matrimonio pagar una dote de alto precio, se produjo una guerra sin cuartel en la que salieron a relucir insultos, golpes armas y persecucsiones, hasta que ambas familias, cada una por su lado, decidieron abandonar al pueblo. “ Nos vamos – dijeron los herreras para evitar una tragedia, para evitar problemas a nuestros descendientes y para evitar que otra hija se enrede con alguno de los payares.

Los payares lograron asentarse en lo que es hoy el barrio san Juan; y los payares totalmente ignorantes de que sus rivales estaban en el mismo pueblo, reiniciaron sus vida lo que es hoy el barrio la sapera. El pequeño asentamiento paso a llamarse “Evitar”.

Tomado de un documental del periódico El universal de Cartagena de fecha 16 de abril de 2006.