Avanzaba el último tercio de 1973 y nuestra Institución se encontraba en la última etapa de planeación: la integración del Cuerpo Directivo. El Doctor Guillermo Ortíz Garduño fue llamado para fungir como Director General, y para coordinadores Sectoriales, el Ingeniero Horacio Soto Cruz y el Mtro. José A. Poncelis Vega; otros, Maestros de la Universidad y del Politécnico, fuimos convocados para puestos de Dirección Académica; se consideraba que serían fructíferas nuestras aportaciones para una administración eficiente, un mejor manejo y control de alumnos y del personal docente, gracias a la experiencia adquirida en muchos años de docencia y en puestos de dirección escolar. Nuestras primeras reuniones estuvieron orientadas a unificar criterios y acciones para enfrentar posibles futuros problemas por incumplimiento o indisciplina con personal docente, administrativo, de servicios y con los alumnos. Habría reuniones previas por asignatura con los aspirantes a la docencia para que conocieran la filosofía institucional y contenidos de su programa; habría después entrevistas de cada director con cada aspirante para realizar la mejor selección. Me tocó presidir la reunión de temas sociales en que el ponente era el autor del texto del que se disponía solamente de un solo ejemplar, el cual se hizo circular entre los asistentes, profesionales en leyes, en ciencia política y también autores de textos; lo anecdótico fue que desapareció ese ejemplar, lo que me orilló a hacer un llamado de atención; pero el ejemplar se perdió, y los asistentes graciosamente comentaban “entre abogados te veas”, claro índice de que no siempre encontraríamos responsabilidad y seriedad en las gentes.
Decidido a aportar de mi lo mejor y a realizar firmes acciones para beneficio de nuestros jóvenes estudiantes, llegué primeramente a la Subdirección del Plantel 4, y después a la Dirección del Plantel 1.
La ex hacienda del Rosario iniciaba su urbanización, pocos edificios se hallaban en construcción: aún había parcelas de sembradura, la avenida de las culturas figuraba sólo de nombre. Para llegar al Plantel desde la avenida Parque Vía sólo había un camino polvoriento y sin trazo fijo; era una brecha que abrían los transportistas de materiales y las pipas de agua, y no se sabía cuál sería el camino de regreso; para nuestras secretarias era una aventura pedir aventón a los conductores de esos vehículos; iguales molestias sufrían maestros y alumnos. Entre mis primeras gestiones, la más urgente – por haber muerto un alumno baleado por un desconocido – fue ponerme al frente del grupo de estudiantes que al día siguiente se dirigían a las oficinas de la compañía constructora a protestar; que yo hiciera la reclamación y exigiera se construyera una vía de acceso definitiva. Se evitó un movimiento tumultuario y reclamaciones airadas. Con los permisionarios del transporte público de la zona gestioné que enviaran unidades por lo menos en las horas pico de entrada y salida del Plantel; y con el jefe de seguridad de la zona solicité servicio de vigilancia de patrullas.
Las instalaciones, ahora preciosas, no estaban totalmente construidas, aunque sí estaba planeado su avance para recibir cada semestre a las nuevas generaciones de alumnos.
El proyecto incluía el sistema escolarizado y el de enseñanza abierta, con una instalación de Circuito Cerrado de TV para la educación audiovisual. El Estado Mexicano creaba una nueva institución ante el crecimiento demográfico y para disminuir los frecuentes problemas nacidos de las concentraciones masivas.
Nuestros primeros estudiantes formaban un grupo bastante heterogéneo por su procedencia, por el lugar en que vivían y por su edad, ya que por el espíritu abierto de Bachilleres, se concedió la inscripción a quienes años atrás habían interrumpido sus estudios – debido a su participación, acaso, en disturbios estudiantiles – y ya no eran tan jóvenes. La mayoría se dedicó al estudio; sólo unos cuantos quisieron revivir la plaga de los antiguos comités de lucha, se apropiaron de las covachas donde habían de guardarse los aparejos de limpieza y pusieron candados; ahí se reunían, almacenaban propaganda subversiva y pretendían tener su dormitorio. Tuvimos que reducirlos al orden; no era posible dejarlos echar por tierra todos los esfuerzos realizados en la creación de una Institución digna. Además, hubo que frenar el vandalismo, pues había destrucción de las instalaciones de agua en los baños, maltrato de las barras de aluminio de los pizarrones en que se colocan borradores y gises, y también los cables del sistema de TV eran arrancados.
En alguna ocasión tuve que salir en mi carro a recuperar, en Parque Vía, uno de los bancos altos que un alumno había hurtado del laboratorio. Nos llegaron algunos adictos a la mariguana y no podíamos permitir que cundiera la adicción. Otra anécdota: alguna noche unos cuatro alumnos introdujeron su cartón de “chelas”, comenzaron a beber en el centro del estacionamiento y se enfrentaron a los prefectos; informado que fui, llegué sin compañía (como antes enfrentaba a los porros de la preparatoria 5) y les exigí salir del Plantel: se retiraron a regañadientes y ya fuera, desde la acera su desquite: “Ya verás, Barrañón, te vamos a cortar los... sesos”. Una última anécdota para no cansar: acostumbraba quedarme por las noches revisando los asuntos del día o preparando los del siguiente; todos se iban y sólo quedaba el velador. Llegó en cierta ocasión un alumno a ver que hacía yo y me miraba insistentemente y también hacía la puerta adjunta del privado de la Dirección; lo saludé y pregunté qué se le ofrecía. Respondió que nada pero quería saber qué hacía yo a esas horas. Le informé, pero como continuaban sus miradas curiosas hacía el privado, le pregunté: “¿Qué buscas o qué te imaginas?”. Y su respuesta ingenua fue “¡mujeres!”.
Las tierras circundantes al Plantel, como tierras de labranza, estaban desprovistas de árboles: se imponía un plan de reforestación. Con el Delegado Político de Azcapotzalco conseguí una buena dotación de árboles, traje palas y un zapapico al Plantel, y secretarias, alumnos y trabajadores nos dimos la tarea de abrir cepas y sembrar arbolitos.Los representantes sindicales sólo observaban, visiblemente molestos, tal vez porque los empleados realizaban labores no incluidas en su contrato de trabajo, pero gracias a ese espíritu desinteresado y de colaboración, hermosos árboles gigantes ahora nos brindan su sombra y su frescura, oxigenan mentes y cuerpos, y son imágenes vivas y símbolos del Colegio de Bachilleres.
Debo abreviar: En la mente de un Director están siempre presentes los miembros todos de la comunidad: el personal administrativo y de servicios, el secretarial, el docente y los alumnos; se gobierna en beneficio de todos, sin tomar partido, pues todos constituimos una gran familia, en la que cada persona espera ser tratada dignamente, no sólo con respeto, sino amistosamente y con afecto; sus problemas son nuestros problemas; si alguna vez nos engañan, se apenan y su conciencia los obliga a disculparse porque saben que defraudaron nuestra confianza. Nuestra función es imponer la paz, no agrandar los conflictos: es necesario respetar sus derechos, pero también es obligación nuestra respetar y proteger los derechos de la Institución establecidos en los Estatutos. A este respecto se hizo famosa una leyenda escrita en los muros de una casa habitación frontera al estacionamiento del Plantel por algún grupo resentido con medidas siempre institucionales: “abajo los Estatutos Dictatoriales de Barrañón”.
Han transcurrido treinta años y sigo amando a Bachilleres, al que entregué parte de mi vida y mis esfuerzos, con la convicción de que el impulso inicial se conservaría a través de los años. Nada se habría logrado sin el trabajo, el esfuerzo y la colaboración comprensiva y entusiasta de maestros, empleados y secretarias, de trabajadores de servicios, colaboradores inmediatos de la Dirección. El esfuerzo común ha fructificado.
Ahora contemplo una generación más de estudiantes ansiosos de aprender; los he visto animosos y alegres forjándose un futuro mejor; se les han entregado tantos y tantos diplomas de aprovechamiento; se respira en verdad un ambiente de trabajo, de convivencia, de orden, de voluntad de ser mejores. ¡Jóvenes estudiantes! ¡Doblen esfuerzo y entusiasmo!.
A los que fueron mis colaboradores que aún se encuentran aquí, y a los ausentes, les agradezco su afecto. Mi reconocimiento a las autoridades del Plantel, especialmente al Señor Director, Lic. Carlos David Zarrabal Robert, por sus atenciones y por haberme dado la oportunidad de vivir estos momentos y de revivir inolvidables recuerdos siempre satisfactorios.
Profesor Fundador
Plantel 1 El Rosario