Obras

"Sólo hay una escapatoria, y consiste en cerrar la puerta de la pieza en que se vive- porque de ese modo uno se sugestiona y llega a ponerse en otra parte del mundo- y buscar un libro, un cuaderno, una estilográfica" (Julio cortázar)

Argentino nacido en Bruselas en 1914 donde su padre residía debido a su condición de diplomático, Julio Cortázar es, sin duda, uno de los autores fundamentales de la literatura hispanoamericana de la segunda mitad del s. XX.

Su rechazo al régimen peronista, que había tomado medidas contrarias a una intelectualidad a la que consideraba mayoritariamente contraria, explica en buena parte su decisión de marcharse en 1951 a Francia, país en el que fija su residencia habitual hasta su muerte, ocurrida en París en 1984.

Ese mismo año aparece su primera obra de relieve: Bestiario, colección de cuentos a la que seguirían otras como Final del juego (1956) o Las armas secretas (1959), en los que continúa y profundiza en una larga tradición de literatura fantástica rioplatense que a lo largo del s. XX había dado figuras como L. Lugones, F. Hernández, J. L. Borges, A. Bioy Casares, etc. En sus cuentos, Cortázar consigue extraer de lo cotidiano una dimensión sorprendente en la que los planos se invierten o se resemantizan, consiguiendo de esta manera una inquietante transformación de la realidad.

Ya desde estos comienzos es posible percibir cuáles son las bases de una visión de la literatura que, de hecho, no cambiará sustancialmente, aunque con los años se irán perfilando y profundizando algunas de sus líneas principales. No puede dejar de sorprender la claridad con la que esboza su poética en un temprano artículo de 1947, Teoría del túnel, cuyo subtítulo inequívoco reza: “Notas para la ubicación del surrealismo y del existencialismo”. En efecto, aunque sus narraciones han sido interpretadas desde distintos puntos de vista (histórico-político, sicológico, etc.), lo cierto es que en su obra adquiere una importancia fundamental la preocupación metafísica sobre el ser humano, el drama de la soledad y del sinsentido de la existencia. Será precisamente este pensamiento el que justifique su voluntad de crear una “antinovela”, un relato sin relato con el que se pretende reflejar la falta de certezas en la que vive el hombre contemporáneo.

Por otra parte, ya en estas primeras obras se deja traslucir la importancia que el surrealismo tuvo en su formación si bien Cortázar, siempre rebelde y contrario a las fórmulas establecidas, se aleja de los esquemas más corrientes del movimiento para acercarse más al carácter disidente de Dadá o a autores marginales dentro del mismo. Pero si algo hereda la poética de Cortázar del surrealismo es su concepción del arte como juego, su constante voluntad de experimentar, de romper los límites, de forzar las convenciones. Es concretamente este carácter renovador lo que hace de él uno de los representantes más característicos del “Boom”, pese a la distancia cronológica que le separaba de C. Fuentes (1928-2012), García Márquez (1928-2014) o Vargas Llosa (1936).

Su visión del hecho literario alcanza la cima en la que es, sin duda, su obra más famosa: Rayuela (1963). Ejemplo de obra abierta, según la ya establecida expresión de Eco, que lleva a su extremo una nueva concepción del género: la obra se presenta sin una estructura rígida, pues el autor deja al lector la decisión de cómo leerla. Para ello le ofrece dos opciones: una lineal, más tradicional, que progresaría del capítulo 1 al 56 desechando todo el resto; u otra que avanza a saltos de manera que, los primeros 56 capítulos se entremezclan con los “capítulos prescindibles” a través de los cuales Morelli va expresando una serie de conceptos de naturaleza metaliteraria que, significativamente, determinan la esencia profunda de la misma obra que estamos leyendo. Se trata, pues, de abrir una puerta que de hecho el propio autor volvió a cruzar con su 62 Modelo para armar (1968), que deriva del capítulo de su obra anterior mencionado en el título.

Cortázar se presenta así como un abanderado de una nueva relación autor/lector en la que el primero exige del segundo su participación activa en el proceso de creación, un “lector macho” (en expresión hoy día políticamente incorrecta) capaz de tomar la iniciativa, frente al “lector hembra” tradicional, que se limitaba a leer pasivamente, a aceptar la voluntad del escritor. De esta manera, propone al lector un juego que le conducirá, en última instancia, a entender que la existencia del hombre no está determinada ni cerrada: “El hombre no es, sino que busca ser”. La vida es, por tanto, una búsqueda incesante, un camino abierto que sólo nos conducirá a la meta deseada (el cielo de la rayuela, el mandala) si somos capaces de romper con los prejuicios, con los códigos preestablecidos.

Sólo si se entiende esta visión de la literatura como ejercicio liberador del ser humano es posible entender la evolución posterior del escritor, que desde una posición contraria a mezclar literatura con política pasó, sobre todo en el Libro de Manuel (1973), a manifestarse como un autor comprometido. Sin duda su actuación en este sentido levantó ciertas polémicas por su apasionada defensa primero de la Revolución cubana (incluso después del “caso Padilla”) y de la nicaragüense después, así como por su apoyo al segundo gobierno de Perón.

La vuelta al día en 80 mundos es el particular homenaje de Julio Cortázar a Verne, cuyas novelas devoró de niño.