Cortázar y el jazz

"En realidad las cosas verdaderamente difíciles son todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento" (El perseguidor, Julio Cortázar)

La relación de Julio Cortázar con el jazz es intensa y duradera, y se despliega en varias direcciones, vida, obra, estilo, tono vital… El jazz es una presencia constante desde su primer libros de sonetos de 1938, en el que ya un poema se titula Jazz, hasta las interminables discusiones entre los miembros del Club de la Serpiente de Rayuela, pasando por el Johnny Carter de El perseguidor o por sus crónicas de conciertos de Louis Armstrong y Thelonious Monk en La vuelta al día en ochenta mundos. Cortázar adjudica a la música en general, y al jazz en particular, un poder asociativo y evocativo de primer orden. El jazz es uno de los descubrimientos de su juventud y pronto se convierte en una seña de identidad frente a familia y entorno social, ligado a la idea de autenticidad. Con la madurez, la música de jazz, que le sigue acompañando (literalmente) en sus desplazamientos físicos, estéticos, morales e intelectuales se va tiñendo de nostalgia, asociada a una cierta sensación de autenticidad perdida, de alegría y vitalidad dejadas atrás, de felicidad añorada.

Por otro lado, sus vivencias relacionadas con el uso, disfrute y asimilación del jazz se trasladan una y otra vez a su obra, poblada de nombres y referencias del estilo. Los músicos de todas las épocas y escuelas pueblan la imaginación del propio Cortázar y de sus personajes. Así, por sus obras van desfilando Charlie Parker, Miles Davis, Bix Beiderbecke, Eddie Lang, Lester Young, Benny Carter, Chu Berry, Teddy Wilson, Duke Ellington, Louis Armstrong, Oscar Peterson, Lionel Hampton, Bessie Smith, Coleman Hawkins, Dizzy Gillespie, Gerry Mulligan, Jelly Roll Morton, Bud Powell, Marian McPartland, Earl Hines, Thelonious Monk, Keith Jarrett, Archie Shepp, Ornette Coleman, Ben Webster, Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Helen Humes, Fats Waller, Charles Mingus, Clifford Brown, etc. etc. convirtiendo su presencia en una especie de leitmotiv que aparece, se oculta, vuelve a aparecer modificado, como esa melodía que se asoma permanentemente metamorfoseada en los solos de jazz.

El saxofón es un instrumento esencial en el jazz. (Europeana CC BY-NC-SA 3.0)

Más discutibles son los intentos reiterados que se han hecho, empezando por el propio autor, de asociar su estilo literario al de la música de jazz. Es un tópico relacionar el estilo interpretativo del jazz (basado en la libertad y en la improvisación) con ciertas técnicas de escritura automática del surrealismo. Se olvida que, en la música nos movemos en un plano fundamentalmente formal, en el que el caos es aparente, y las improvisaciones, si bien experimentales, no suelen ser automáticas o irracionales. Igualmente discutibles, por deliberadamente metafóricos, son los intentos de asignar términos extraídos del lenguaje del jazz (swing, riff, take, bebop) a aspectos de su obra.

 

No obstante, lo que sí se puede detectar en Cortázar en una actitud similar a la que mueve al músico de jazz en el plano creativo, concibiendo el proceso de escritura (de ejecución) como la asunción de un riesgo plagado de tensión que asume su propia imperfección y pretende conquistar el absoluto, en busca de momentos irrepetibles y efímeros, para llegar al centro y pasar “al otro lado”.

 

Charlie Parker, Nueva York, 1947

Thelonious Monk, Nueva York, 1947