publicado noviembre 22, 2022


¡VIVA LA DEMOCRACIA!

por Pedro Luis Ferrer

Como comentario a una publicación que titulé “¿Hablar por todos?” (resumen de un artículo escrito en julio de 2019), un colega de oficio, excelente músico, cuya opinión neurálgica respeto y atiendo, escribió lo siguiente:

(…) «Es más, en el momento en que logremos empoderarnos, la opción de muchos cubanos que vivan en la isla será alejarse de cualquier cosa que huela a comunismo, por encima de cualquier precepto democrático o humanista» (…)

Recuerdo que Fidel Castro, en una de las tantas entrevistas concedidas, expresó una idea que primero me dejó mareado, pero luego sirvió para entender más a fondo la trabazón tautológica que, por momentos –cual cierre de dominó– suele producirse en el pensamiento político cubano. La fórmula fidelista –dicho con mis palabras porque no tengo ahora a mano el texto exacto– se basaba en la lógica de la situación extrema: «si nuestro enemigo anuncia que cuando tome el poder no nos dejará ni una hendija, pues nosotros, que ya tenemos el poder, no le permitiremos ni la más mínima posibilidad para que nos desplacen». El fidelismo, entre otras cosas, constituye una cosmología de pensamiento intransigente que no sólo abarca a quienes están incondicionalmente a su favor, sino también a los que se le oponen radicalmente, dando sustento justificativo a la lógica de su razonamiento excluyente. Algo parecido a lo que ocurre con el «machismo», donde la actitud dominante del hombre queda justificada por la complementación pasiva de la mujer que, no solo al someterse, sino incluso al rebelarse y reclamar, mantiene intacto el nexo material y espiritual de dependencia, cuya lógica permanece en el ámbito de lo que no debe ser. Sólo situándose fuera de esa relación enfermiza y mediatizada, sin arrastrar pendencia, operando bajo la lógica de libertad plena y consensuada universalmente, la mujer será capaz de construirse una nueva circunstancia que le permita deshacerse de todo vestigio de ideología machista, sin el peligro de revivir aquella situación de opresión en que vivía.

Otro señor que confiesa admirar mi música –lo cual me complace por encima de todo– me convida a participar en «el primer concierto anticomunista» que se celebrará en E.U. Con todo cariño, decliné su convite; primero, con un abrazo humano, y, luego, agregué las palabras siguientes: «Amigo, no ser católico no significa ser anti-católico. No tengo vocación ‘antista’, prefiero dedicarme simplemente a ir a favor de aquello en lo que creo».

El antídoto del comunismo no es, como algunos creen, el anti-comunismo, sino la democracia. El anticomunismo es sólo una parte reactiva de su esencia, por lo que tiende a moverse dentro de su propia lógica excluyente. La democracia, en cambio, no es una reacción, sino una esencia simultáneamente integradora y liberadora que equilibra la convivencia social y, al establecer ampliamente el derecho de cada ente, garantiza el respeto recíproco y armónico de todos los individuos y colectivos en la sociedad.

La democracia europea, por ejemplo, tengo entendido que no prohíbe la existencia de los neo-nazis (y bien sabemos el daño que el nazismo ocasionó a Europa y el mundo); porque, de hacerlo, estaría negando la esencia estratégica de la democracia. Sencillamente, se consagra a establecer los límites del accionar neo-nazi dentro de unas reglas consensuadas y claramente establecidas democráticamente, es decir, mediante la ley que regula la convivencia entre todos los ciudadanos libres, independientemente de su credo.

Me basta con decir: ¡Viva la democracia!

3 febrero de 2020 (publicado en FB)

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Nota:


Jacobo Machover, a quien no tengo el gusto de conocer personalmente, aporta matices válidos e información a este artículo: «(…) quiero precisar que en países como Francia, cualquier propaganda neo-nazi o ‘negacionista’ (de las cámaras de gas en los campos de concentración) es objeto de prohibición y perseguida ante los tribunales desde 1990 y que en Alemania existe algo parecido (…)».


Jacobo también entiende que «ser anti-comunista es una reivindicación totalmente válida en cualquier país comunista o ex-comunista, como lo es haber sido anti-fascista o anti-nazi». Respeto y expongo su sincero parecer, aunque insisto en mi convicción respecto al «antismo».