publicado noviembre 22, 2022


TORTELINI 

(fragmento)

Pedro Luis Ferrer Montes 


Mi colega Tortelini (apodado jocosamente así por tener un padre italiano) estudió el piano desde niño, pero se gana la vida con la electrónica. Solo toca a veces —para familiares y amigos— determinados fragmentos clásicos que requieren gran habilidad, combinando los pasajes con disertaciones musicológicas. 


Un buen día se propuso componer una canción moderna. —Bueno, no propiamente una canción —aclara—, sino un tema de esos que suenan ahora, que no son exactamente canciones, pues, en realidad, no se cantan, más bien se declaman. El Torte, como le decimos cariñosamente, siempre ha sido propenso a filosofar y teorizar. Es muy inteligente e instruido; pero, por momentos, la complejidad de su lógica cobra cierto viso de abigarrada puerilidad. 


—El aspecto musical no me preocupa tanto —apuntó alegre—, pues sé que la mente del público está muy entrenada: la gente es capaz de digerir un par de acordes y un segmento rítmico invariables, en sucesión infinita. Supongo que (hipnotizada por la letanía rígida del bombo y la caja) la cabeza fabula pequeñas variaciones que mitigan el aburrimiento. Tiene que ser, pues resulta imposible pasar horas y horas escuchando exactamente lo mismo. Me gustaría saber cuáles son esos pequeños corredores de la imaginación —preguntó mirando al techo, mientras con la yema de los dedos se autoinfligía unos empujoncitos en la frente—. Supongo que, mientras más pobre y monótona sea la propuesta musical, mayor es la necesidad de imaginar sus variaciones. He comprobado —dice ahora con ínfulas de investigador— que un tercer acorde o un toque extra que aporte variedad, disminuye el deseo de luchar contra el tedio: automáticamente decae el entusiasmo. Eso explica por qué las grandes obras sinfónicas son menos concurridas y, para muchos, resultan insoportables: ahí ya todo está debidamente imaginado —concluyó, poco convencido de lo que acababa de decir.


Luego de una pausa breve, me echa el brazo por los hombros y me explica en murmullo algo que no logré captar, salvo el leitmotiv de que «mi vecino se ha hecho millonario componiendo letras para los famosos».


—Uno tiene que actualizarse —continúa discursando, mientas verifica la tinta de un bolígrafo—; sí, aprender las nuevas mañas de la aridez que reduce a la mínima expresión los recursos compositivos —dice sin convicción, justificando su repentino interés por una esencia que nunca había acaparado su atención.


El deseo de incursionar por ese territorio, lo motivó su hija con su marcada devoción por algunos estribillos diseminados en Internet. Curioso por el fanatismo de su descendencia, mi colega ítalo-cubano se animó a escribir —a manera de ensayo— una estrofita para una métrica de su propia cosecha. En busca de consejo, mostró el texto a su vecino, un percusionista cuya prosperidad económica proviene —ciertamente— de escribir letras para cantantes y grupos muy exitosos. El fragmento decía así:


«En tu espuma me duermo, nubecita;

tu espuma de silencio, criatura,

flotando en la distancia».


—¡Qué va! —exclamó el vecino, poniendo el grito en el cielo—, así no llegarás ni de aquí a la esquina. Eso está lleno de ternura. Tienes que liquidar todo lo que huela a delicadeza —le ordenó tajantemente. 


Tortelini entendió que debía apelar a un lenguaje directo, el mismo que se estila en la calle, el más común. Así que rebajó el lirismo de cada línea: un par de correcciones, y el renglón que decía «en tu espuma me duermo, nubecita», pasó a decir «en tu cama me meto, mujercita». 


—Sí, porque si estás con una mujer, meter es mejor que dormir —acotó carcajeando como si hubiese escuchado un buen chiste—. El erotismo es un gancho muy socorrido —aseveró, haciendo eco al comentario de su vecino.


Inspirado, decidió modificar la próxima raya (que también tenía el defecto de parecer un verso). «Tu espuma de silencio, criatura», se transformó en «tu cama bañadera y tú, desnuda». Luego tachó «flotando en la distancia» y escribió: «encuera en la ventana». Así le pareció perfecto.


Volvió a mostrar a su vecino la hoja con todas las correcciones:


«En tu cama me meto, mujercita;

tu cama bañadera y tú, desnuda,

encuera en la ventana».


—Está mejor, sí —comentó con desgano el vecino —; mucho mejor, pero le falta asquerosidad.