EL LECTOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
En aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura, que ustedes acaban de oír”.
Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: “¿No es éste el hijo de José?”
(Evangelio según san Lucas 4, 16-30)
La liturgia sinagogal
La liturgia sinagogal se inicia con la recitación de la semá ("escucha...") y de algunas oraciones, seguida de la lectura de algunos pasajes de la Ley y los Profetas. Este servicio de lectura tiene un cierto sello democrático. Puede ejercerlo cualquier persona capacitada para hacerlo según las reglas establecidas. Acabada la lectura, sigue su exposición, generalmente bajo la forma de exhortación piadosa. La asamblea finaliza con la fórmula de bendición: "Que Yahvé te bendiga y te guarde; que ilumine Yahvé su rostro sobre ti y te sea propicio; que Yahvé te muestre su rostro y te conceda la paz", tomada del capítulo sexto del Libro de los Números.
Según el parecer más común, el lectorado tiene sus orígenes en el inicio mismo del culto cristiano. Siguiendo el modelo de las celebraciones sinagogales, la liturgia de la palabra "y con ella la presencia de lectores" tuvo siempre, de una manera u otra, su lugar en el contexto de las asambleas culturales cristianas.
Con todo, el primer testimonio sobre el ministerio del lector no lo tenemos (explícito por más que escueto) hasta la mitad del siglo II.
"El día que llamamos del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos" (San Justino, Apología I, 67,3-4).
Tertuliano. Hacia el año 200
"…hoy es diácono el que mañana es lector…" (Tertuliano, La prescripción de los herejes, c. 41).
San Cipriano. Otoño del 250.
Un primer texto nos muestra su solicitud y atención en la elección de los lectores.
"Sabed que he ordenado lector a Saturo y subdiácono al confesor Optato, a los que ya hace tiempo, de común acuerdo, los teníamos preparados para la clericatura, puesto que a Saturo más a una vez la habíamos encargado la lectura del día de Pascua y, últimamente, cuando examinábamos meticulosamente a los lectores con los presbíteros instructores, ordenamos a Optato entre los lectores que instruyen a los catecúmenos" (Carta 29).
En otra carta es la motivación para instituir en el lectorado lo que nos resulta más significativo. Tan significativo como el perfil que traza del oficio de lector.
"Aurelio, nuestro hermano, ilustre joven, bueno para el Señor y caro a Dios, de pocos años todavía, pero provecto por los méritos de su labor y fe, ha sostenido dos combates, dos veces ha confesado a Cristo, dos veces glorioso por la victoria de su confesión, una cuando fue desterrado al vender en la carrera, y otra cuando luchó en combate más rudo y salió triunfador y victorioso en la prueba del martirio. (…) Tal joven merecía los grados superiores del clericato y promoción más alta, a juzgar no por sus años sino por sus méritos. Pero, desde luego, se ha creído que empiece por el oficio de lector, ya que nada mejor cuadra a la voz que ha hecho tan gloriosa confesión de Dios que resonar en la lectura pública de la divina Escritura; después de las sublimes palabras que se pronunciaron para dar testimonio de Cristo, es propio leer el Evangelio de Cristo por lo que se hacen los mártires, subir el ambón después del potro; en éste quedó, expuesto a la vista de la muchedumbre de paganos; aquí debe estarlo a la vista de los hermanos; allí tuvo que ser escuchado con admiración del pueblo que le rodeaba aquí ha de ser escuchado con gran gozo por los hermanos. Así que, hermanos amadísimos, debéis saber que este joven ha sido ordenado por mí y los colegas que estaban presentes" (Carta 38).
Con motivo de la elevación al lectorado de Celerino, san Cipriano insiste sobre estos mismos aspectos.
"¿Qué otra quedaba por hacer sino elevar (a Celerino) sobre el estrado, es decir, sobre al ambón de la Iglesia, para que, puesto encima de tan elevado puesto, a la vista de todo el pueblo, conforme a la gloria de sus méritos dé lectura pública a los preceptos y el evangelio del Señor, que tan valerosa y fielmente ha seguido? La voz que ha confesado al señor. Puede haber grados más elevado a los que puede ascender en la Iglesia, pero nada hay en donde pueda aprovechar más a los hermanos un confesor de la fe que escuchando de su boca la lectura del Evangelio, pues debe imitar la fidelidad del lector todo el que lo oiga" (Carta 39).
En la misma carta, san Cipriano da cuenta de la consideración de que quiere que sean objeto de lectores Aurelio y Celerino.
"Con todo, debéis saber que hemos ordenado por ahora a éstos como lectores, porque convenía poner sobre el candelero a los rostros resplandecientes de gloria, todos los de su alrededor, ofrezcan a todos los que los miran un estímulo de su gloria. Además, debéis, saber que les hemos asignado un honor idéntico al del presbiterado, para que reciban la "espórtula" (la ración o gratificación) como los presbíteros y participen en las distribuciones mensuales por igual; se sentarán con nosotros más adelante cuando sean más avanzados en años, si bien no puede parecer inferior en nada, por motivos de la edad, quien cumplió la edad por los méritos del honor" (Carta 39).
También nos es atestiguada la presencia de numerosos lectores en la Iglesia de Roma. Tenemos noticia de ello por la carta (del año 251) del papa Cornelio a Fabio, obispo de Antioquia. Al hablar de la composición del clero romano indica que, junto al único obispo de Roma, había:
"Cuarenta y seis presbíteros; siete diáconos y otros tantos subdiáconos; cuarenta y dos acólitos; cincuenta y dos exorcistas, lectores y ostiarios" (Eusebio, Historia eclesiástica, VI, 43,11).
Será bueno, en este contexto, detenerse en las disposiciones "canónicas" que nos atestiguan la estabilidad del ministerio del lector, así como del rito propio de su institución. El primero de estos textos nos traslada a Romas de comienzos del siglo III.
La tradición apostólica de san Hipólito
"El lector es instituido cuando el obispo le entrega el libro, puesto que no le imponen las manos" (n. 11).
Constituciones de la Iglesia Egipcia
"Que el lector sea instituido por el obispo entregándole el libro del apóstol, Que ore sobre él, pero que no le imponga las manos" (v.35).
"El que es instituido como lector debe estar adornado con las virtudes del diácono; pero que el obispo no imponga a las manos al lector, sino que el entregue el Evangelio" (VIII, 48).
Constituciones apostólicas (Año 380)
"Acerca de los lectores, yo, Mateo, llamado también Leví, antes publicado, determino lo siguiente. Para instituir al lector, imponle la mano y ora a Dios de esta manera:
Dios eterno, rico en piedad y misericordia, tú que, por medio de cuanto has hecho, has manifestado la armonía del mundo y guardas en el mundo entero el número de tus elegidos, dirige ahora tu mirada sobre este siervo tuyo escogido para leer las sagradas Escrituras a tu pueblo y concédele el Espíritu Santo, el espíritu profético. Tú, que en la antigüedad instruiste a Esdras, tu siervo, para que leyera tus preceptos a tu pueblo, instruye ahora, te lo suplicamos, a este siervo tuyo y concédele que cumpla de manera irreprochable el oficio que se le ha confiado y pueda merecer un grado superior, Por Cristo, a ti la gloria y la veneración, en el Espíritu Santo, por los siglos. Amén". (VIII, 22).
Unos textos de notable significación para conocer la historia del lectorado son los que provienen de las Actas de los mártires. En estos textos no sólo se nos habla del lectorado como de un ministerio estable, sino también de la responsabilidad que tenían en relación a la custodia de los libros de la Sagrada Escritura. Sobre todo nos hablan del testimonio público de fe que dieron los lectores. He aquí los textos principales.
Martirio de san Fructuoso. Tarragona, 21 enero 259
"Llegados,
fueron al anfiteatro, acercándosele
al obispo un lector suyo, por nombre Augustal, y, entre lágrimas, le suplicó que le permitiera descalzarle".
Martirio de san Félix, obispo de Tibinca, Año 303
"Entonces se publicó el decreto en la ciudad de Tibinca el día de las nonas de junio y, en consecuencia, Magniliano, administrador de la ciudad, mandó que se presentaran ante él los presbíteros del pueblo cristiano, pues aquel mismo día el obispo el obispo Félix había marchado a Cartago. En 'particular, mandó a traer a Apro, presbítero, y Cirilo y Vidal, lectores."
Actas de Munacio Félix, flamen perpetuo. Cirta, 19 mayo 303
"Llegaron a la casa en que los cristianos acostumbran a reunirse, Félix, flamen perpetuo, administrador, dijo al obispo Pablo:
-Sacad las Escrituras de vuestra ley y todo lo demás que aquí tengáis como está mandado, a fin de obedecer a las órdenes de los emperadores.
-Las escrituras las tienen los lectores; por nuestra parte, os entregamos, lo que aquí hay.
Félix flamen perpetuo, administrado, dijo a obispo Pablo:
-Di quienes son los lectores o mando por ellos. Pablo, obispo dijo:
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública, dijo:
-No Sabemos quiénes son. El obispo Pablo dijo:
-Los conoce la audiencia pública, quiero decir los escribanos Edusio y Junio.
(Los subdiáconos) Catulino y Marcuclio (después de entregar un solo códice de extraordinario tamaño) dijeron:
-No tenemos más, pues nosotros somos subdiáconos; los códices los guardan los lectores.
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública, dijo:
-¡Descubrid a los lectores! Marcuclio y Catulino dijeron:
-¡No sabemos dónde viven!
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:
-Si no sabéis donde viven, dad, por lo menos, sus nombres. Catulino y Marcuclio dijeron:
-Nosotros nos somos traidores. Aquí nos tienes: manda que nos maten. Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:
Llegados a casa de Eugenio, Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a Eugenio:
-Saca las escrituras que tienes a fin de obedecer a lo mandado.
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a Silvano y Caroso (subdiáconos):
-Descubrid a los demás lectores.
Silvano y Caroso dijeron:
-Ya dijo el obispo que los escribanos Edusio y Junio los conocen a todos. Que ellos te los descubran en sus casas.
Edusio, y Junio escribanos, dijeron:
-Nosotros te los descubrimos, Señor.
Y llegados que hubieron a casa de Félix, constructor de mosaicos, presentó cinco códices mayores y dos menores; y en casa del gramático Víctor, Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a Víctor:
-Saca las Escrituras pues tienes más. Víctor, gramático, dijo:
-Si más tuviera, más hubiera presentado.
En casa de Euticio, natural de Cesárea, Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública, dijo a Euticio:
-Saca las escrituras que tienes, a fin de obedecer a lo mandado. Euticio dijo:
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:
-Tu declaración constara en las actas.
En casa de Coddeón, su mujer presento seis códices. Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:
-Busca bien no sea que tengas más y sácalos. La mujer contesto:
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a
-Entra y busca haber si tienes más. El esclavo público dijo:
-He buscado y no he encontrado.
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a Victoriano, Silvano y Caroso:
-Si se ha dejado algo, vosotros sois responsables."
Martirio de san Polión. Cibalis, 304
"Puesto en su presencia dijo el presidente:
-¿Cómo te llamas? Respondió:
El presidente Probo dijo:
-¿Eres cristiano? Polión respondió:
El presidente Probo dijo:
-¿Qué oficio tienes? Polión respondió:
-Soy el primicerio (el que está responsabilizado, maestro) de los lectores. El presidente Probo dijo:
-De los que tienen costumbre de leer a los pueblos la sabiduría divina. El presidente Probo dijo:
-¿Esos que se dice que pervierten a las mujeres incautas, prohibiéndoles que se casen y persuadiéndoles que vivan en vana castidad?
-Hoy podrás comprobar nuestra fragilidad y vanidad. Probo dijo:
-Son frágiles y vanos los que, apartándose de su Creador, siguen vuestras supersticiones. En cambio los leales y constantes en la fidelidad al Rey eterno se esfuerzan por cumplir los preceptos que leyeron, por más tormentos que se lo pretendan impedir.
El presidente Probo dijo:
-¿Cuáles son? Polión respondió:
-Los que enseñan que hay un solo Dios cuya vos retumba en los cielos; que muestran con saludable esperanza que no pueden recibir el nombre de dioses los que están fabricados con madera o piedra; que corrigen y enmiendan los delitos; que fortalecen a los inocentes para que perseveren en sus propósitos y los guarden; que enseñan a las vírgenes a alcanzar las cimas de su pureza y a la cónyuge honesta a guardar continencia en la procreación de los hijos; que persuaden a los amos a mandar sobre sus esclavos con piedad más que con ira, haciéndoles considerar su común condición humana, y a los esclavos a cumplir sus deberes más por amor que por temor; que nos mandan obedecer a los reyes, si ordenan cosas justas, y a las autoridades superiores cuando mandan cosas buenas; que perciben honrar a los padres, corresponder a los amigos, perdonar a los enemigos, ser amable con los ciudadanos, muestras de humanidad con los huésped, ser misericordiosos con los pobres, tener caridad para con todos y no hacer daño a nadie; dar de los propios bienes y no codiciar los ajenos ni con el deleite de la mirada; que nos enseñan que recibirá el eterno triunfo aquel que, a causa de la fe, desprecie la muerte momentánea que vosotros les podéis inferir (…)"
Martirio de los santos Saturnino, Dativo y otros muchos. Abitinas, 12 febrero 304
"Saturnino, presbítero, con sus cuatro hijos, a saber Saturnino, el joven, y Félix lectores (…)"
El mismo documento se habla del lector Emérito.
"En este momento, saltando el combate el lector Emérito, mientras el sacerdote luchaba, dijo:
-Yo soy el responsable, pues las reuniones se han celebrado en mi casa".
Mártires de Palestina. Año 310-311
"Con él (el obispo Silvano) había varios confesores más, procedentes de Egipto, entre ellos (el lector) Juan, que sobrepasó a todos nuestros contemporáneos por la fuerza de su memoria. Juan estaba ya de antes privado de vista; sin embargo, al confesar brillantemente su fe, sufrió, al igual que los otros, la inutilización, por cauterio, de uno de los pies y le aplicaron el hierro rubiente a unos ojos que ya no veían. Hasta este extremo de barbarie llevaron los verdugos su crueldad inhumana. Siendo admirable por sus costumbres y vida de verdadero filósofo, era, sin embargo, ahí donde más se le admiraba, por no parecer en ello tan prodigioso cuando en la fuerza de su retentiva, por la que fue capaz de grabar, con alma traslucida y limpísimo ojo de su inteligencia, libros enteros de las Sagradas Escrituras, no en tablas de piedra, como dice el divino Apóstol, ni en pieles de animales o papel, que la polilla y el tiempo destruyeron, sino real y verdaderamente en las tablas de carne del corazón. Y así, cuando quería, podía recitar, como si lo sacara de un tesoro de palabras, ora un escritura de la ley o de los profetas, ora un pasaje histórico, ya el Evangelio, ya los escritos apostólicos. Yo mismo confieso haberme quedado católico, cuando por vez recitando unos pasajes de la divina Escritura. De pronto, como soló podía oír la voz, me imaginé que estaba leyendo alguno, según es costumbre en nuestras asambleas culturales; mas, cuando me acerque más, me di cuenta de lo que pasaba: sanos de sus ojos los que los rodeaban, y él, que no disponía sino de los ojos de su inteligencia, estaba realmente hablando como un profeta (…)."
EL LECTORADO, UN MINISTERIO CONFERIDO EN LA INFANCIA
Una característica de los lectores de los primeros siglos es la de ser generalmente jóvenes. O que empezaran de jóvenes su servicio en la Iglesia. A me nudo se explica por la modulación de su voz, así como por su inocencia de vida.
Sidón Apolinar (+ 482) dice de Juan, Obispo de Chalon.
"Fue, primeramente, lector y, por tanto, ministro del altar, desde la infancia; después, con el paso del trabajo y del tiempo, archidiácono".
Paulino de Nola, dice a propósito de san Félix.
"Sirvió como lector desde sus primeros años".
En la carta del papa Siricio a Himerio, Obispo de Tarragona (11 febrero 385) se determina.
"El que se ha entregado al servicio de la Iglesia desde la Iglesia desde la infancia debe ser bautizado antes de la edad de la pubertad y ser incorporado al ministerio de los lectores". (Y lo será hasta la edad de treinta años. Entonces podrá acceder a otros grados).
Los epitafios de algunos papas también nos atestiguan esta costumbre, al mismo tiempo que nos muestran que empezaron como lectores el itinerario del ministerio eclesiástico.
Del papa Liberio (362 - 366) se dice.
"Su natural piadoso hizo que fuera lector desde pequeño y que desde entonces empezara a pronunciar las dulces palabras de la Escritura…"
Del papa Dámaso (366-384) se indica que fue: "Lector, diácono, sacerdote…"
Posiblemente, desde la mitad del siglo IV, existió en Roma una "escuela de lectores".
Lo que sí es cierto es que las escuelas para los jóvenes lectores (para instruirlos en las Escrituras, las ciencias sagradas y la modulación del canto) se debieron difundir por Italia. Lo atestigua el concilio de Vairon (52(0, que exhortaba a imitar su ejemplo en las Galias:
"según la costumbre que sabemos que se encuentran muy dif
undida por toda Italia" (cn.l)
De la existencia de estas escuelas nos da también noticia una inscripción sepulcral que habla de un tal Esteban, muerto el 552 a los sesenta y cinco años. De él se dice que era el "Maestro (primicerius) de la escuela de lectores".
Esta escuela debió tener varios siglos de existencia puesto que el obispo, en el siglo IX, dice: "Tengo una escuela de cantores, algunos de los cuales son tan eruditos que pueden enseñar a otros. Además de esta, tengo una escuela de lectores sino también para quienes buscan progresar, con la meditación, en el conocimiento de los libros divinos (…)
Después del siglo VI, el Roma, el Patriarcado lateranense fue la escuela en la que muchos pontífices de los siglos VIII y IX iniciaron su formación eclesiástica. En aquel momento, para ser ordenado lector era ya precisa la "edad legal", que Justiniano, en el 546 (Novella 123,3), había fijado alrededor de los dieciocho años, además de haber recibido la tonsura y haber demostrado saber leer. Los niños entraban en la "escuela de los cantores" si no podían en traer en la "escuela de los lectores".
PAULATINA DECADENCIA DEL LECTORADO
Un a cierta disminución de funciones, en cuanto al lectorado.
En Oriente tenemos noticia de esta situación en las Constituciones Apostólicas (380) al decir que, después de la lectura apostólica, será un diacono o un presbítero "quien leerá los Evangelios" (II, 57,7).
En occidente tenemos el testimonio de san Jerónimo "El Evangelio de Cristo será recitado por medio del diacono" (Carta a Sabiniano, PL 22,1200). El Evangelio pasa, así, al ministro más calificado después del sacerdote. La norma precisa la de San Gregorio Magno (+606), que confió al diácono (concilio de Roma, año 595) la lectura del Evangelio y la de las restantes lecturas al subdiácono.
Durante los siglos IV y V en que, paulinamente, el lector va quedándose sin la lectura del Evangelio, su ministerio tiene aún pleno vigor en cuanto a las restantes lecturas.
Narra Víctor de Vita en su Historia persecuciones wandalica. Nos dice que durante la celebración de la Pascua del 459: "Había llegado el momento del canto que una y otra vez va siendo escuchado y retomado por los fieles y un lector, de pie en el ambón, cantaba las modulaciones del aleluya. Justo entonces, éste fue alcanzado en el cuello por una flecha, su libro le resbaló de las manos y cayó muerto".
Aparte de estos casos, en los que el lectorado fue desapareciendo a la par que desaparecían las comunidades a las que servía, también en el mundo romano el lector va perdiendo protagonismo y las lecturas, sobre todo en las grandes solemnidades, van siendo confiadas a ministros superiores.
De hecho, el lector, desde el Decreto de 595 hasta el siglo XX sólo conserva su lugar -y aú
n, con poca incidencia en la práctica- en las misas solemnes con más de dos lecturas. En el Misal Romano de San Pio V se encuentra, Ritus celebrandi Missam, esta rúbrica: "En aquellos casos en los que el celebrante canta la Misa sin diacono y su subdiácono, canta la Epístola en lugar de costumbre, un lector revestido con sobrepelliz, que al final no b esa la mano del celebrante" (VI, 8).
De manera más específica, encontramos de nuevo el lector, y habiéndole sido devuelta su función más propia, en el Rito simple de la Semana Santa restaurada (Vaticano, 1957).
Con todo, para una recuperación más plena del ministerio del lector tendrá que llegar el Vaticano II y las disposiciones canónicas y litúrgicas que les siguieron y concretaron su naturaleza sus funciones.
EL LECTOR EN LA DOCUMENTACIÓN RECIENTE
Constitución "Sacrosanctum Concilium (4.XII.63).
29. También los acólitos, lectores, comentadores y los que pertenecen a la "schola cantorum" desempeñan un auténtico ministerio litúrgico. Por tanto, deben ejercer su oficio con la piedad sincera y el orden que tanto convienen a un ministerio tan grande y que el Pueblo de Dios exige, con razón, de ellos.
Por eso, es necesario que éstos, cada uno a su manera, estén profundamente penetrados del espíritu de la liturgia y sean instruidos para cumplir su función debida y ordenadamente.
Motu proprio "Ministeria quaedam" (Pablo VI, 15. VIII. 72)
V. El lector queda instituido para la función, que le es propia, de leer la palabra de Dios en la asamblea litúrgica. Por lo cual proclamará las lecturas de la Sagrada Escritura, pero no el Evangelio, en la Misa y en las demás celebraciones sagradas; faltando el salmista, recitará el Salmo interleccional; proclamará las intenciones de la Oración Universal de los fieles, cuando no haya a disposición diácono o cantor; dirigirá el canto y la participación del pueblo fiel; instruirá a los fieles para recibir debidamente los Sacramentos. También podrá, cuando sea necesario, encargarse de la preparación de otros fieles a quienes se encomiende temporalmente la lectura de la Sagrada Escritura en los actos litúrgicos. Para realizar mejor y más perfectamente estas funciones, medite con asiduidad la Sagrada Escritura.
El lector, consiente de la responsabilidad adquirida, procure con todo empeño y ponga los medios actos para conseguir cada día más plenamente el suave y vivo amor) Cf. SC, 24; DV, 25), así como el conocimiento, de la Santa Escritura, para llegar a ser más perfecto discípulo del Señor.
Ordenación General de la Liturgia de las Horas (11.1V.71)
259. Quienes desempeñan el oficio del lector leerán de pie, en un lugar adecuado, las lecturas, tanto las largas como las breves.
Ordenación General del Misal Romano (segunda edición 27.111.75)
66. El lector es instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura, excepto el Evangelio. Puede también proponer las intenciones de la oración universal y, no habiendo salmista, proclamar el salmo responsorial.
El lector tiene un ministerio propio en la celebración eucarística, ministerio que debe ejercer él, aunque haya otro ministro de grado superior.
Para que los fieles lleguen a adquirir una estima suave y viva de la Sagrada Escritura por la audición de las lecturas divinas (cf. SC, 24), es necesario que los lectores que ejercen tal ministerio, aunque no hayan sido instituidos en él, sean de veras aptos y diligentemente preparados.
El lector en los ritos iniciales en la Misa
148. En la procesión al altar, en ausencia del diácono, el lector puede llevar el libro de los Evangelios: en este caso, antecede al sacerdote; de lo contrario va con los otros ministros.
149. Al llegar al altar, hecha la debida reverencia, junto con el sacerdote; sube al altar, deja sobre él el libro de los Evangelios y se coloca en el presbiterio junto con los otros ministros.
El la liturgia de la palabra
150. Lee en el ambón las lecturas que preceden al Evangelio. Cuando no hay salmista, después de la primera lectura puede proclamar el salmo responsorial.
151. En ausencia del diacono, el lector puede proclamar las intenciones de la oración universal, después que el sacerdote ha hecho la introducción a la misa.
152. Si no hay canto de entrada ni de comunión y los fieles no recitan las antífonas propuestas en la Misal, las dice en el momento conveniente.
Lectura de la pasión del Señor.
Domingo de Ramos, n. 22. Para la lectura de la Pasión del Señor no se lleva ni sirios ni inciencio, ni se hace el principio de la salutación habitual, ni se signa el libro. Esta lectura la proclama el diácono o, su efecto, el mismo celebrante. Pero puede también ser proclamada (en defecto de diáconos o presbíteros) por lectores laicos, reservando, si es posible, al sacerdote la parte correspondiente a Cristo.
Si los lectores de la Pasión son diáconos, piden, como de costumbre, la bendición al celebrante antes de empezar la lectura; pero si los lectores no son diáconos, se omite esta bendición.
Viernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor, n. 8. Se lee la historia de la Pasión del Señor según San Juan del mismo modo que el domingo precedente.
Ordenación de las lecturas de la Misa (21.1.81)
Ministerios en la liturgia de la palabra
49. La tradición litúrgica asigna la función de leer las lecturas bíblicas en la celebración de la Misa a los ministros: lectores y diácono. A falta de diacono o de otro sacerdote, el mismo sacerdote celebrante leerá el evangelio (OGMR, 34) y, si tampoco hay lector, todas las lecturas (OGMR, 96).
50. Corresponde al diácono, en la liturgia de la palabra de la Misa, proclamar el Evangelio, hacer la homilía en algunos casos especiales y proponer al pueblo las intenciones de la oración universa (OGMR, 41)
61,132; Instrucción Inestimabile donum, 3).
51. "El lector tiene un ministerio propio en la celebración eucarística, ministerio que debe ejercer él, aunque haya otro ministro de grado superior" (OGMR, 66). Al ministerio de lector conferido con el rito litúrgico hay que darle la debida importancia. Los lectores instituidos, si los hay, deben ejercer su función propia, por lo menos los domingos y días festivos, sobre todo en la celebración principal. También se les podrá confiar el encargo de ayudar en la organización de la liturgia de la palabra y de cuidar, si es necesario, la preparación de los otros fieles que, por encargo temporal, han de leer las lecturas en la celebración de la Misa (Ministeria quaedam, V).
52. La asamblea litúrgica necesita de lectores, aunque no estén instituidos para esta función. Hay que procurar, por tanto, que haya algunos laicos, los más idóneos, que estén preparados para ejercer este ministerio (Inestimabile donum, 2 y 18; Directorio para las Misas con niños, 22,
24,27). Si se dispone de varios lectores y hay que leer varias lecturas, conviene distribuirlas entre ellos.
53. En las misas sin diácono, la función de proponer las intenciones de la oración universal hay que confiarla a un cantor, principalmente cuando estas intenciones son cantadas, a un lector o a otro (OGMR, 47, 66,151).
54. El sacerdote distinto del celebrante, el diácono y el lector instituido en su propio ministerio, cuando suben el ambón para leer la palabra de Dios en la celebración de la Misa con participación del pueblo, deben llevar la vestidura sagrada propia de su función. Los ejercen el ministerio del lector de modo transitorio, e incluso habitualmente, pueden subir al ambón con la vestidura ordinaria, aunque respetando las costumbres de cada lugar.
55. "Para que los fieles lleguen a adquirir una estima suave viva de la sagrada Escritura por la audición de las lecturas divinas, es necesario que los lectores que ejercen tal ministerio, aunque no hayan sido instituidos en él, sean de veras aptos y diligentemente preparados" (OGMR, 66).
Esta preparación debe ser antes que nada espiritual, pero también es necesaria la preparación llamada técnica. La preparación espiritual presupone, por lo menos, una doble instrucción: bíblica y litúrgica. La instrucción bíblica debe apuntar a que los lectores estén capacitados para percibir el sentido de las lecturas en su propio contexto y para entender a la luz de la fe el núcleo central del mensaje revelado. La instrucción litúrgica debe facilitar a los lectores una cierta percepción del sentido y de la estructura de la liturgia de la palabra y las razones de la conexión entre la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística. La preparación técnica debe hacer que los lectores sean cada día mas actos para el arte de leer ante el pueblo, ya sea de viva voz, ya sea con la ayuda de los instrumentos modernos de amplificación de la voz.
56. Corresponde al salmista o cantor del salmo cantar, en forma responsorial o directa, el salmo u otro cántico bíblico, el gradual y el Aleluya u otro cantico bíblico el gradual y el Aleluya u otro canto interleccional. Él mismo, si se juzga oportuno, puede incoar el Aleluya y el versículo (OGMR,
Para ejercer esta función de salmista es conveniente que en cada comunidad eclesial haya unos laicos dotados del arte de salmodiar, y de facilidad en la proclamación y en la dicción. Lo que hemos dicho anteriormente acerca de la formación de los lectores se aplica también a los cantores del salmo.
57. Igualmente, el comentador que, desde el lugar apropiado, propone a la asamblea de los fieles unas explicaciones y moniciones oportunas, claras, diáfanas pos su sobriedad, cuidadosamente preparadas, normalmente escritas y aprobadas con anterioridad por el celebrante, ejerce un verdadero ministerio litúrgico (OGMR, 37 a y 68).
Código de Derecho Canónico (25.1.83)
230.1) Los varones laicos que tengan la edad y condiciones determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable del lector y acólito, mediante el rito litúrgico prescrito; sin embargo, la colación de estos ministros no les da derecho a ser sustentados o remunerados por la Iglesia.
2) Por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector en las ceremonias litúrgicas así mismo todos los laicos puedan celebrar las funciones de comentador, cantor y otras, a tenor de la norma del derecho.
3) Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no hayan ministros, pueden también los laicos aunque no sean lectores ni acólitos suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho (Cf C. 766). Exceptuada la homilía (C. 767).
Ceremonial de los Obispo (14. 1X. 84)
30. El lector tiene un ministerio propio en la celebración litúrgica, que él mismo debe ejercer, aunque haya otros ministros de grado superior
31. De entre los ministros inferiores, del primero históricamente hay constancia es del lector es instituido para el ministerio siempre se ha conservado. El lector es instituido para el ministerio que le es propio, a saber, leer la palabra de Dios en la asamblea liturgia. Por ello, en el Evangelio. Si no hay salmista, recita, recita el salmo internacional. En caso de no haber diácono, propone las intenciones de la oración universal.
Cuando sea necesario, el lector podrá encargarse de la preparación de los fieles que puedan leer la sagrada Escritura presididas por el Obispo, convienen que lean lectores instituidos según el rito previsto y, si son varios, se distribuirán entre ellos las lecturas (Ministeria quaedam, V; OLM, 51-55; OGLH, 259).
32. Conscientemente de la dignidad de la palabra de Dios y de la importancia de su oficio, tendrá constante preocupación por la dicción y pronunciación, para que la palabra de Dios sea claramente comprendida por los participantes.
Ya que el lector anuncia a los otros la Palabra divina, recíbala también él dócilmente, medítela asiduidad y con su modo de vivir, sea testigo de ella.
**Este articulo esta tomado en el cuaderno PHASE n. 81
del Centro de Pastoral Litúrgica en Barcelona
De interés:
Video: VIDA DE LA COMUNIDAD DE QUMRAN : LOS ESENIOS y LOS SADUCEOS
Carta apostólica: MINISTERIA QUAEDAM