Al llegar al castillo, iniciamos una pequeña ruta a pie hasta la cima, desde donde se podían contemplar unas vistas impresionantes del paisaje que rodea la región. Antes de entrar, hicimos una breve pausa para picar algo: unas deliciosas regañás de sabores variados que nos sorprendieron por su originalidad y nos dieron fuerzas para continuar.
Ya dentro, contratamos a una guía local que nos ofreció una explicación detallada y muy interesante sobre los orígenes y la historia del castillo. Gracias a ella, entendimos la importancia estratégica y cultural de este lugar a lo largo de los siglos. Tras finalizar la visita, emprendimos el camino de regreso y nos dirigimos de nuevo a Trani para almorzar. La comida fue deliciosa y nos permitió saborear aún más la gastronomía italiana.
Con el tiempo justo para digerir, nos subimos de nuevo al bus para dirigirnos a Barletta. Al llegar, tuvimos un breve pero ameno encuentro con la directora del centro anfitrión, con quien intercambiamos impresiones sobre el viaje y la experiencia vivida hasta el momento. Luego, aprovechamos para relajarnos un poco tomando un helado artesanal, típico de la zona, mientras paseábamos por el encantador centro del pueblo.
La jornada continuó con una visita a una exposición dedicada a un pintor ilustrado local. La muestra se encontraba en un edificio frente al mar, lo que le daba un encanto especial: arte e inspiración con el sonido de las olas de fondo. Recorrimos las salas admirando las obras, que transmitían una sensibilidad y una identidad muy ligadas a la cultura del sur de Italia.
Cuando finalmente regresamos, ya caía la noche. Habíamos vivido un día intenso, lleno de cultura, paisajes, sabores y emociones. Como en los días anteriores, sentimos que cada momento sumaba a una experiencia que no olvidaremos jamás. Sin duda, ha sido uno de los viajes más enriquecedores y especiales de nuestras vidas. Lo recordaré siempre con mucho cariño, alegría y gratitud por todo lo compartido.