Los satélites se mantienen en órbita gracias a la interacción gravitatoria entre la masa del satélite y la masa de la Tierra. Esta fuerza gravitatoria es lo que permite que el satélite permanezca en un camino curvo alrededor de la Tierra en lugar de caer directamente hacia ella.
La velocidad y la altitud del satélite son dos factores clave que determinan la forma de su órbita. Para mantener una órbita estable, el satélite debe moverse a una velocidad lo suficientemente alta para contrarrestar la fuerza de la gravedad de la Tierra, pero no tan alta que escape de su campo gravitatorio. Esto se logra mediante el cálculo de la velocidad orbital necesaria para mantener la órbita deseada y ajustando la velocidad del satélite para que coincida con esa velocidad.
Además, para evitar la resistencia atmosférica que afectaría la órbita y provocaría la caída del satélite, éstos se sitúan en órbitas lo suficientemente altas para minimizar la fricción con la atmósfera.
En resumen, los satélites se mantienen en órbita gracias a la combinación de la fuerza gravitatoria de la Tierra, la velocidad adecuada del satélite y la altitud óptima de su órbita.