¿Cómo funcionaban y cómo se construían los acueductos romanos?
Los acueductos romanos aprovechaban el principio de pendiente constante: el agua se movía por gravedad desde su origen (manantial, río o embalse) hasta las ciudades.
Este descenso suave (de 1 a 3 metros por kilómetro) permitía un flujo continuo sin necesidad de bombas.
Los romanos diseñaban el trazado con niveles y curvas de nivel, usando herramientas como el groma o el chorobates (instrumentos de nivelación).
A lo largo del recorrido, usaban elementos como:
Canales subterráneos (más protegidos y estables).
Conductos de piedra o ladrillo revestidos de opus signinum (mortero impermeable).
Sifones invertidos para cruzar valles.
Arcadas (como las de Segovia) cuando era necesario salvar desniveles.
Algunos acueductos llegaban a recorrer más de 80 kilómetros con una pendiente tan suave que el agua descendía solo un metro cada mil metros.
Groma: usaba hilos con plomadas para medir ángulos rectos.
Chorobates: tabla horizontal con nivel de agua para medir pendientes.
La ingeniería romana empleaba materiales y técnicas resistentes y duraderas:
Cimentaciones profundas para estabilidad.
Arcos de medio punto para distribuir el peso y permitir mayor altura.
Piedra tallada o bloques de opus caementicium (hormigón romano) en el interior.
El revestimiento impermeable protegía el agua y evitaba pérdidas.
La construcción se realizaba en tramos y era supervisada por ingenieros romanos especializados, que planificaban el trazado según la orografía.